sábado, 18 de enero de 2014

Eginardo, Vida del emperador Carlomagno


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Eginardo (770-840) fue un alto funcionario de la corte de Carlomagno. De origen germánico, se educa en la abadía de Fulda, desde donde pronto pasa a la denominada escuela palatina de Aquisgrán (que acabará dirigiendo). Es uno de los más destacados intelectuales al servicio del emperador: junto a otros muchos de distintas procedencias (Britania, Hispania, Italia...) darán lugar al denominado renacimiento carolingio, etapa de recuperación cultural.

Era de baja estatura, lo cual, unido a que su nombre en alemán se pronuncia Einhard (ein nard, un nardo) permitió a su ilustre colega Alcuino de York perpetrar este simpático poema en su honor:

    La morada es pequeña, y también pequeño el que la habita.
    Lector, no desprecies el pequeño nardo contenido en ese cuerpo,
    Porque el nardo en su planta espinosa exhala un precioso perfume.
    La abeja lleva para ti en su pequeño cuerpo una miel deliciosa.
    Mira, la pupila de los ojos es bien poca cosa,
    Y a pesar de ello dirige los actos del cuerpo y lo vivifica.
    De este modo el pequeño Nardo dirige toda esta casa.
    Lector que pasas, di: «A ti, pequeñísimo Nardo, ¡salud!»


Hacia 828, cuando comienzan los graves enfrentamientos entre los nietos de Carlomagno que darán lugar a la división del Imperio (e indirectamente al nacimiento de lo que con el tiempo serán Francia y Alemania), Eginardo se retira a la vida privada y entre otras obras redacta esta Vida del emperador Carlomagno. Aunque germano, naturalmente la redacta en latín, y toma como modelo a nuestro conocido Suetonio y sus Vidas de los doce Césares. De este modo asegura la amenidad, pero la época y la intención son otras: desaparece cualquier crítica a su protagonista, y no deja pasar ninguna ocasión de ensalzarlo, hasta convertir la obra en una auténtica hagiografía.

En cualquier caso, es una buena muestra de la pervivencia de la cultura antigua, y de su dominio de ella; sin embargo, de forma convencional, Eginardo considere necesario alardear de todo lo contrario como se observa en este breve pasaje:

Para escribir y explicarla hubiera sido preciso no mi pobre ingenio, que de débil y pobre es casi inexistente, sino la elocuencia ciceroniana. Mas he aquí el libro que contiene la memoria del más ilustre y grande de los hombres, en el que, salvo sus gestas, no hay nada que asombre, salvo, tal vez, el hecho de que un bárbaro muy poco ejercitado en el empleo de la lengua de Roma haya creído poder escribir de manera decente o conveniente en latín y haya llevado su desvergüenza hasta el punto de considerar despreciable lo que Cicerón, al hablar de los escritores latinos en el primer libro de sus Tusculanas, ha expresado: «Que alguien ponga por escrito sus pensamientos, sin poder ordenarlos, embellecerlos ni procurar con ellos algún deleite al lector, es cosa propia de un hombre que abusa desmesuradamente de su ocio y de las letras.» Sin duda, esta opinión del egregio orador podría haberme apartado de la idea de escribir, si no hubiera ya determinado en mi espíritu someterme al juicio de los hombres y poner en peligro la reputación de mi pobre ingenio por escribir este libro antes que pasar por alto el recuerdo de tan gran hombre, sólo para evitarme ese tipo de disgustos.

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