sábado, 29 de marzo de 2014

Jusepe Martínez, Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura

Museo de Zaragoza

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¿Un clásico de la Historia? El zaragozano Jusepe Martínez (c. 1600-1682) fue un excelente pintor barroco que, además, analizó desde el conocimiento, la experiencia y el sentido común las manifestaciones artísticas de su tiempo en sus Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura (redactado hacia 1672; no se publicó hasta el siglo XIX).

Su biografía no es muy diferente a la de cientos de artistas españoles del XVII. Nace hijo de un discreto pintor procedente del norte de Europa, con el que previsiblemente se forma para continuar el oficio. Pasa cuatro años de su juventud en Italia, donde se empapa de las distintas tendencias barrocas, más o menos clasicistas, más o menos naturalistas..., además de estudiar con pasión las obras de los grandes maestros renacentistas. Aunque a veces con distanciamiento: los gustos han cambiado, y a nuestro autor no le convencen demasiado los excesos manieristas. En cualquier caso regresa a su localidad de origen, y establece un taller que pronto disfrutará de considerable prestigio a nivel regional. Se casará, y tendrá un hijo que también será pintor pero que ingresará en la cercana cartuja de Aula Dei. Viajará a Madrid y entrará en contacto con los más destacados representantes del oficio. La posterior estancia de la corte en Zaragoza con ocasión de la guerra de Cataluña le permite estrecharlo; y también con la familia real, y especialmente con don Juan José de Austria. Además recibe el nombramiento honorífico de pintor real. Y, en la plenitud de su madurez, redactará esta obra que nos ocupa.

Para la historia general sus Discursos parecen demasiado nimios o especializados. Sin embargo  resultan valiosos para acercarse al fenómeno de la pasión por el arte (y por la música, y por la literatura) que domina la sociedad del barroco. La nutrida nómina de artistas presentes y pasados testimonia la demanda de obras religiosas, retratos y cuadros de género, para lo que se reservan cuantiosos recursos desde todas las capas sociales. Discurren por la obra los consumidores de arte: compradores que entienden, o que hacen como que entienden... Se manifiesta también la nueva percepción del arte como algo alejado de las artes mecánicas, y eso incluso en el tejido gremial más alejado de los grandes artistas reconocidamente excepcionales. La obra resulta, además, muy amena gracias a la acumulación de anécdotas propias y ajenas. Y junto con errores (El Bosco considerado pintor toledano), hallamos descripciones entusiásticas de las más variadas obras (por ejemplo de algunas góticas, a las que denomina mosaicas), así como veladas y contenidas críticas a artistas como Caravaggio.

Una última referencia (aunque se escape del objetivo de este blog) al retrato doble que acompaña estas líneas. ¿Es un autorretrato de Jusepe Martínez en actitud de retratar a su padre Daniel? Entonces es un retrato de juventud. Pero podría ser una obra de su hijo Jerónimo Jusepe Bautista, antes de profesar en la Cartuja, en actitud de retratar a su padre Jusepe. E incluso podría ser de Jusepe retratando a su hijo en actitud de retratarle. Entonces el cuadro sería de hacia 1665. Pero los dos rostros dan la sensación de ser imágenes reflejadas en un espejo, que se miran, cada una, a sí mismos. Quizás sea (¡la solución más barroca!) un retrato realizado a cuatro manos en la que se juega con la indefinición de los límites entre realidad y representación.

Sí; para este lector tanto el libro como el cuadro son clásicos.


Santa Cecilia, Museo de Zaragoza

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