sábado, 30 de mayo de 2015

Jerónimo Borao, La imprenta en Zaragoza

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La obra que presentamos ejemplifica el renovado interés por la historia local propiciado por la generalización de los planteamientos románticos, liberales (o antiliberales) y nacionalistas del siglo XIX. La modernización de las sociedades occidentales y sus cambios acelerados (profundos o superficiales, pero siempre patentes) se compensa en muchos casos por una búsqueda de las raíces propias en un pasado, si bien imaginado en gran medida, lo suficiente consistente como para dar firmeza a una sociedad que parece diluirse en constantes transformaciones, y para que ésta mantenga una personalidad diferenciada en un mundo cada vez más homogéneo e intercambiable. Regionalismos y nacionalismos (indiferenciados, u opuestos, o en una suave transición de unos a otros) son el generalizado resultado de todo ello.

Jerónimo Borao (1821-1878) constituye un excelente aunque modesto ejemplo de esta época. Publicista, catedrático de Literatura, político esparterista, rector de la Universidad de Zaragoza (naturalmente en los períodos de predominio de su partido), posiblemente deba ser considerado ante todo un característico prócer local, una de las fuerzas vivas que articulan la vida provinciana. En contacto con los círculos intelectuales y políticos de Madrid y Barcelona, mantendrá una estrecha relación con personajes claves de la época, como Víctor Balaguer. Su obra es reducida pero variada: varios dramas de temática histórica y aragonesa, la interesante Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854, la Historia de la Universidad de Zaragoza, La imprenta en Zaragoza, El ajedrez. Tratado de sus principios fundamentales, y sobre todo su Diccionario de voces aragonesas, quizás la que ha gozado de mayor repercusión.

En un reciente estudio biográfico* sobre este autor, José Eugenio Borao Mateo analiza así la obra que presentamos: «Otro de los temas que le mantuvo interesado fue la relación entre la tipografía, la cultura y la política desde un punto de vista histórico, lo cual concluyó en 1860 con la edición de su Historia de la imprenta en Zaragoza. En realidad las “especulaciones”, como él mismo dice, tienen lugar en el capítulo primero de dicha obra, evocando con añoranza romántica un pasado que ve necesario recuperar: Aunque más de una vez nos hemos lamentado del abatimiento literario que pesa sobre la capital de Aragón en pleno siglo XIX, nos es forzoso repetir ahora de nuevo la amargura que nos causa esa atonía inexplicable, habiendo de remontarnos muy pronto á sus épocas de prosperidad, que son las que nos ofrecen más patente aquel contraste. Zaragoza, que tan brillante papel desempeña en la historia de los pueblos tipográficos, hoy no tiene más imprentas, teniendo muchas, que para ocurrir a las necesidades burocráticas é industriales crecientes cada día.

»Pero ese primer capítulo ofrece algo más, pues hace un breve recorrido por lo que ha sido la cultura en Zaragoza en los últimos treinta años. Habla de su lucha personal por el fortalecimiento de las letras, repasando sus principales contribuciones, pero en la otra balanza coloca, en tono de fracaso, la muerte del Liceo, la ausencia de un cronista oficial, la ausencia o apatía de un público interesado que impulsara la iniciativa y creatividad cultural y literaria. Más interesante es la explicación que da de dicha “parálisis literaria”. En primer lugar, la dirección científica que han ido tomando los estudios con su correspondiente énfasis en los intereses materiales. Borao no reniega de ellos, pero reclama la misma protección para las letras. En segundo lugar, el protagonismo de la política, que anula los “perpetuos goces de la belleza literaria”. Y aunque Borao no reniega tampoco del “predominio de la controversia política y del ejercicio de la vida pública”, señala un elemento diferenciador en el caso de Aragón, aunque no explique la razón de ello: Sucede por el contrario que el movimiento, y aún no sabemos si decir la agitación, de los intereses políticos saca á la superficie de la sociedad todas las fuerzas activas de los pueblos y ha producido de hecho en las naciones antiguas y modernas una alta temperatura en el barómetro literario, habiendo esto sucedido en la misma nacion española, pero no por desgracia en Zaragoza (p. 5).

»Aún da una tercera explicación del declive, que según él no es solo provincial, sino de toda la Península, y es “el monopolio privativo y prohibitivo que con una tiranía, verdaderamente sistemática ejerce de suyo la corte”. Pasa a dar ejemplo de ello, y no sin resquemor cita una recién aparecida Antología española, de Carlos Ochoa, publicada en París, en donde solo se citan autores madrileños, ignorando incluso escritores como Arolas. Reconoce, no obstante, que hay ciudades que logran tener su vida literaria propia, en especial Barcelona. Pero no encuentra en ese monopolio la razón suficiente para señalar los verdaderos “fundamentos de la nulidad literaria de Zaragoza y de su apatía inconcebible”. Solamente enumera su contribución literaria y cultural, madura ya a sus 39 años, para exculparse de dicho fracaso. En el extenso capítulo 2 procede a una revisión bibliográfica de las principales obras publicadas en Zaragoza desde el siglo XV, y concluye con las del año 1859, incluyendo su Diccionario de Voces Aragonesas

* José Eugenio Borao Mateo, Jerónimo Borao y Clemente (1821-1878) Escritor romántico, catedrático y político aragonés, Institución Fernando el Católico, Zaragoza 2014, p. 63 ss.


Manipulus curatorum

miércoles, 27 de mayo de 2015

Hesíodo, Teogonía. Los trabajos y los días

Antes Séneca, ahora Hesíodo...
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En su Historia de la literatura universal, Martín de Riquer y José María Valverde escriben: «Hacia el año 700 a. de J. C. floreció en Beocia el poeta Hesíodo, cuya personalidad, sobre la cual no caben dudas, podemos imaginarnos con detalles concretos, en oposición a la vaguedad que envuelve la figura de Homero. Aunque también la leyenda se apoderó de Hesíodo (…) sus obras revelan constantemente la presencia y la intención personal de un autor y sabemos por ellas que el poeta pertenecía a una familia de ricos agricultores, que él mismo cultivó la tierra y que por la posesión de la heredad sostuvo pleitos con un hermano suyo, en los que no siempre resplandeció la justicia. Nos encontramos, pues, frente a un campesino que domina el difícil arte de la poesía en hexámetros, conocedor de mitos y de leyes, y que ha experimentado la injusticia y la ingratitud, lo que halla eco en el pesimismo de su obra. De las leyendas objetivas de Homero, cantor de un mundo heroico y aristocrático, pasamos a la poesía de un campesino que habla en nombre propio y de una experiencia personal, e interpreta el pensamiento de una clase, profundamente religiosa, que sufre con frecuencia el rigor de la injusticia.

»La Teogonía o Genealogía de los dioses (Θεογονία) es un poema de más de mil versos en el que Hesíodo intenta dar una sistematización racional de los principales mitos del pueblo griego, desde las sombras del caos hasta la lucha de los titanes y la victoria de Zeus (Júpiter). La personalidad del poeta se advierte en su esfuerzo de síntesis al conciliar, a veces con poca habilidad, distintas leyendas sobre los mismos temas, y al recoger la tradición mitológica que se funde en las obras homéricas y los datos que podían proporcionarle poemas cosmogónicos anteriores, hoy perdidos. La nota más destacada de la Teogonía es el pesimismo que revela respecto a la condición humana al señalar la voluntad de los dioses como justificación de ciertas miserias de los hombres. (...)

»El pleito con su hermano por la heredad paterna y la corrupción de los jueces que lo fallaron constituyeron el motivo de otro poema de Hesíodo, Los trabajos y los días (Ἔργα καὶ ἡμέραι), conjunto de máximas morales y preceptos que giran en torno a la exaltación del trabajo y de la justicia. De ahí que la obra se extienda, en su segunda parte, en una serie de consejos sobre la economía familiar y las labores del campo, de acuerdo con las estaciones del año, y en una especie de calendario del agricultor. Desaparece la objetividad de la epopeya cuando, partiendo de un acontecimiento real de la vida del poeta, unas verdades de carácter moral y práctico se ordenan en la constitución de un poema que, siempre en actitud profundamente religiosa, desarrolla una especie de filosofía de los ambientes campesinos. La lucha de los héroes de Homero, guerreros o aventureros, se transforma en la lucha cotidiana del labrador con la tierra, en la gesta del campesino que pertenece a una sociedad que necesita del trabajo para vivir. El campo griego es todavía independiente de la Ciudad y Hesíodo se convierte en su educador y mentor moral. El pesimismo del poeta busca su razón de ser en el mito: Prometeo quiso sustraer a los hombres a la voluntad de Zeus (Júpiter); Pandora derramó toda suerte de dolores por el mundo, y de ahí las penas y los trabajos de la vida humana y la necesidad del trabajo. La justicia, por otra parte, se ve constantemente ofendida por la rapacidad de los poderosos, que es patrimonio de las bestias, al paso que la equidad es propia de los hombres.»


William Blake, Hécate (1795)

sábado, 23 de mayo de 2015

Ambrosio de Morales, Crónica general de España

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Tomo II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

El humanismo renacentista se caracterizó, entre otros aspectos, por el enorme esfuerzo crítico con que se enfoca cualquier problema intelectual, tanto si se refiere a una delicada cuestión filológica, a un dilema ético o a los más variopintos asuntos políticos o religiosos. Y esto, naturalmente, también se aplica a la Historia, en la que se inicia un estudio exhaustivo de las fuentes que exigirá la construcción de un verdadero método científico. Ahora bien, este talante convive con la reverencia dominante hacia los modelos clásicos (y especialmente a Tácito), lo que conduce a una atractiva multiplicación de registros en la obra histórica: el autor analiza, reflexiona, moraliza..., y hace que los personajes interpelen al lector con floridos discursos. Algunos como Juan de Mariana (que no es investigador histórico) logran un eficaz equilibrio entre el rigor crítico y el rigor literario, pero otros sucumben a los intereses de los tiempos y construyen auténticas ficciones cuya utilidad hoy radica en mostrar la mentalidad de la época.

El cordobés Ambrosio de Morales (1513-1591) no es uno de ellos, sino su contrario: ocupado toda su vida en lo que hoy llamaríamos programas de investigación, recorre archivos y bibliotecas, cataloga inscripciones, estudia ruinas y viejos edificios... Sus obras se resentirán de este rigor, y ya en su tiempo se les acusará de descuido literario y falta de proporción y armonía, como en la Crónica General de España que editamos. Al servicio de Felipe II, Morales recibe el encargo de continuar la magna historia de España que Ocampo había iniciado, e interrumpido en la segunda guerra púnica. Antonio Domíguez Ortiz señala: «Su continuación de la Crónica de Florián Ocampo, aunque sólo llega hasta el siglo XI, es una obra de grandes alientos, en la que completa los escasos datos que suministran las primeras crónicas de la Reconquista con otros tomados de los archivos, monedas e inscripciones. Entremezcla con los hechos militares y dinásticos otros de historia religiosa, cultural, e incluso económica que, de alguna manera, lo acercan al concepto moderno de la historia total.»

Por su parte, en la Introducción de su edición del manuscrito de Las antigüedades de las ciudades de España (Madrid, Real Academia de la Historia, 2012) Juan Manuel Abascal Palazón escribe:

«La vida y los escritos de Ambrosio de Morales... han sido objeto de numerosos estudios desde que, en el siglo XVIII, Enrique Flórez comprendiera la importancia de publicar sus trabajos inéditos. La bibliografía del último siglo se ha ocupado de sus datos biográficos, de la relación con los círculos políticos e intelectuales de su tiempo, de su magisterio sobre grandes figuras de la anticuaria renacentista, de sus viajes, de su interés por las inscripciones de todas las épocas, de su forma de escribir, etc. (…) Pese a la falta de reconocimiento intelectual por parte de Hübner, que le calificó como homo mediocris ingenii... neque ultra patriam et sæculum sapiens, sed probus et sani in rebus antiquariis iudicii..., Morales significó un antes y un después en los estudios históricos sobre España. Sabido es que fue nombrado Cronista de Felipe II con el encargo de continuar el trabajo emprendido por Florián de Ocampo..., el cronista de Carlos I. Y ese fue el trabajo que emprendió con la redacción y edición de los volúmenes de la Coronica. Otra cosa distinta fue el proyecto de redactar el volumen de las Antigüedades. Cuando se trata de esta obra, con frecuencia se olvida que el libro se denomina Las antigüedades de las ciudades de España que van nombradas en la Coronica y no simplemente Las antigüedades de las ciudades de España. Porque Morales no pretendía hacer una colección anticuaria de todo el territorio sino sólo destacar aquello que previamente había desfilado por las páginas de los dos primeros libros de su crónica histórica.

»Ese esfuerzo metodológico es lo que confiere valor a la obra de Morales porque significa poner en valor las fuentes como argumento primario para escribir la historia en una época en que circulaban generosamente por los ambientes eruditos las noticias sobre las inscripciones recogidas por Ciriaco de Ancona y en que el propio Morales sufría la contaminación de textos espúreos recibidos a través de otros libros. En ese sentido, su esfuerzo de renovación es notable y hay que reconocerlo como un precedente del esfuerzo ilustrado por liberar a la historia de las patrañas con que se ha contaminado. Menos de dos siglos después, nacería la Real Academia de la Historia con parecidos objetivos. Ese esfuerzo por depurar las fuentes –no siempre con resultados satisfactorios– ya fue reconocido por sus contemporáneos y por la generación ilustrada del siglo XVIII. En una carta del 19 de marzo de 1570, el erudito portugués Luis Andrés Resende (1498-1573) decía a Morales: Alabo tu interés en reunir afanosamente inscripciones antiguas. Y no considero necesario advertir a un hombre como tú que no confíes fácilmente en la honradez ajena si no estudias la piedra por ti mismo. Era la misma máxima que repetirían hasta la saciedad Antonio Agustín o Gregorio Mayans en momentos diferentes. Por eso el propio Mayans se hizo eco de ese comentario y lo consideró como el ejemplo de la renovación de los estudios históricos en el siglo XVI.»

Ya en 1868 José Godoy Alcántara, en su Historia crítica de los falsos cronicones, señalaba: «Morales es el verdadero padre de nuestra historia; él fue el primero a proclamar que había que estudiarla en los monumentos originales, y uniendo el ejemplo al precepto, emprendió un viaje literario por iglesias y monasterios, como en el siglo pasado los jesuitas franceses Marténe y Durand, y a imitación suya nuestro Villanueva; él se entregó a las más perseverantes investigaciones e hizo pedir relación a todos los pueblos de la monarquía de cuanto podía interesar a la historia y a las costumbres. La crítica histórica toma bajo su pluma un vuelo inesperado. No es esto decir que en la crítica de los documentos se haya elevado a buscar en los textos, en el estilo, en las nociones que forman el horizonte intelectual del escritor, en las indicaciones que se le escapan, noticias sobre el autor, la época o el fin de la obra; (...) ni que en la crítica de los hechos se proponga por la comparación de los datos, por el examen de la verosimilitud y del contexto de las relaciones, determinar el grado de confianza que éstas merecen, y separar en ellas la verdad de la ficción; pero se atreve a pesar el valor de los testimonios antiguos, a discutir su autenticidad, y sobre todo se adhiere a los textos, a las inscripciones, a los códices, a los monumentos, que publica, analiza y comenta. El pagar tributo a muchas de las preocupaciones dominantes, y el contemporizar por estado con otras, no le libró de que se le acusara de que trataba de desacreditar las historias; acusación fundada, aunque tal no era su objeto, y de que él se dolía y se esforzaba por justificarse. Todo esto necesita Morales para que se le perdone el afán con que procuraba que se raspasen los adornos e inscripciones de las aras y piedras tumulares que encontraba sirviendo de altares o aplicadas a usos religiosos. (…) Morales y Mariana fueron excepciones; se les olvidaba cuando no se les injuriaba; la historia siguió escribiéndose en la manera de Ocampo y Garibay.»


Grabado de la edición de 1574

Tomo I: España romana.

Tomo II: España cristiana y gótica.

Tomo III: La restitución de España.

viernes, 15 de mayo de 2015

Antonio Cánovas del Castillo, Discursos del Ateneo

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Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) fue ante todo político, desde su temprana participación en la revolución de 1854, su posterior dirección del partido alfonsino durante el Sexenio Democrático, hasta su papel decisivo en la Restauración, con la que intenta dotar de estabilidad al hasta entonces agitado sistema liberal español. Pero a lo largo de su vida compaginó su dedicación a la vida pública con otras tareas intelectuales y especialmente hacia la historia; quizás su mayor contribución en este campo fue la dirección de la Historia general de España escrita por individuos de número de la Real Academia de la Historia, de la que se publicaron numerosos volúmenes en la década de los noventa. Sin embargo para Cánovas la historia no es solamente una disciplina rigurosa: también es una herramienta para entender ese presente en el que él actúa. Interpreta así los acontecimientos contemporáneos, españoles y extranjeros, en la perspectiva de los acontecimientos históricos. Naturalmente, iluminados por conceptos y nociones muy de su época: nación, raza, decadencia de las razas latinas ante las germánicas...

Su oposición al régimen nacido de la gloriosa revolución de 1868 está en el origen de los cuatro primeros textos que aquí presentamos. Son los discursos anuales de apertura de actividades del Ateneo Científico y Literario de Madrid, que le permiten elaborar unas obras en las que prima el análisis teórico de las grandes cuestiones de actualidad: la guerra franco-prusiana y sus consecuencias (1870), los sistemas políticos con especial referencia al británico (1871), el problema religioso en su relación con lo político (1872), y los conceptos de libertad y progreso (1873).

Años después y en circunstancias muy distintas regresará en diversas ocasiones a la misma tribuna (generalmente cuando abandona las responsabilidades de gobierno). De estas nuevas intervenciones ateneístas hemos seleccionado tres que resultan muy representativas de su pensamiento político: el discurso sobre la nación (1882), del que posee interés observar sus coincidencias y divergencias con el discurso de Ernest Renan sobre el mismo tema; el centrado en los sistemas políticos y especialmente en lo referente al sufragio (1889); y el que dedica a la cuestión obrera y las políticas sociales (1890).

José María Jover Zamora señala en su Restauración y conciencia histórica: «Por lo general, los discursos de Cánovas no suelen ser exposiciones académicas, separables de las circunstancias de tiempo y lugar en que se pronuncian. Más bien respondes, en su ideación, a otro mecanismo: el hombre de Estado percibe, más o menos intuitivamente, los componentes de una situación histórica sobrevenida, y vuelca sobre ellos una reflexión fundamentada en sus abundantes lecturas y en su experiencia de historiador.» (En España. Reflexiones sobre el ser de España. Real Academia de la Historia. Madrid 1997. Pág. 348)


La revista El Motín no era muy partidaria de nuestro autor en 1881...

domingo, 3 de mayo de 2015

Crónica de San Juan de la Peña

Techumbre de la catedral de Teruel
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Antonio Ubieto Arteta escribe en su Historia de Aragón. Literatura medieval I, Anubar ediciones, Zaragoza 1981, pp. 53-55 y p. 25:

«El rey Pedro IV de Aragón (1336-1387) mantuvo un gran interés por las narraciones históricas. Incluso llegó a dictar una crónica que figura a su nombre y autoría, dedicándola a los primeros años de su reinado. Pero precisó conocer los los hechos de los monarcas que le antecedieron. Así, a partir de 1345-1349 acopiaba manuscritos, según denota una carta propia. En 1355 encargaba a su secretario Tomás de Cañellas la continuación de una crónica. El 18 de junio de 1359 enviaba al monasterio catalán de Poblet un libro de las “Cròniques dels reys d'Aragó entró que nós començam a regnar, les quals son en pergamí escrites en latí.” Este texto escrito en latín sobre los reyes de Aragón hasta la muerte de Alfonso IV (muerto en 1336) parece evidentemente el que conocemos bajo la denominación de Crónica de San Juan de la Peña, texto latino, que posteriormente recibiría algunas notas, terminando con el traslado de los restos de este monarcal monasterio de los franciscanos de Lérida el 17 de abril de 1369.

»De esta forma se puede precisar que este texto latino se terminó hacia 1359, aunque la versión definitiva se acabó después de abril de 1369. Y antes de 1372, ya que ese año el mismo monarca entregaba un ejemplar a la catedral de Valencia, en cuya biblioteca se ha conservado (manuscrito 198). El texto definitivo de la Crónica de San Juan de la Peña debía estar redactado en latín, que era la lengua oficial y común a todos los territorios que comprendía la Corona de Aragón. Pero al mismo tiempo se habían utilizado una serie de textos escritos en aragonés, catalán y latín para redactar la versión definitiva latina. Así se emplearon literalmente párrafos enteros de la Crónica de los estados peninsulares, antes citada. Por eso resulta muy difícil precisar con exactitud la elaboración de esta crónica pinatense.

»Partiendo de la base de que el texto oficial era el escrito en latín y que estaba redactado en 1372, se puede aceptar que existiesen textos intermedios ―aragoneses, catalanes, sicilianos o latinos―, pero las versiones en lenguas romances deberían hacerse sobre la base del texto oficial. Así se explica que en carta dirigida por el rey Pedro IV de Aragón al castellán de Amposta Juan Fernández de Heredia le comunicaba que haría traducir al aragonés “las crónicas de los señores reyes de Aragón”, esto es, del texto oficial de la Crónica latina de San Juan de la Peña. La traducción se hizo prontamente , y así aparecen las diversas versiones en lenguas romances. Aquí nos interesa la aragonesa. La versión aragonesa de la Crónica de San Juan de la Peña es una historia general de la Corona de Aragón, donde se recoge al principio la historia de los reyes aragoneses, luego la de los condes catalanes, y en su parte última y más amplia la de los reyes de Aragón y condes de Barcelona, a partir de Alfonso II, persona en que se unieron ambos títulos gracias al matrimonio de su madre Petronila (reina de Aragón) con su padre Ramón Berenguer IV (conde de Barcelona).»

«En la Crónica de San Juan de la Peña se incluyen textualmente unos Anales procedentes del monasterio de San Juan de la Peña. Comienza con la noticia de la introducción del rito romano en el monasterio (1071) y acaban con la toma de Naval, la construcción del Pueyo de Sancho en Huesca y la fortificación de Marcuello, Loarre y Alquézar. Aunque quizá llegase hasta la muerte de Pedro I (1104). Por las noticias contenidas debieron escribirse durante los primeros años del reinado de Alfonso I el Batallador (1104-1134).»

Publicamos la versión en aragonés según la edición de Carmen Orcástegui, a la que añadimos una versión modernizada en castellano propia.


Biblioteca Nacional, copia manuscrita del siglo XVI