viernes, 28 de diciembre de 2018

Trescientos Clásicos de Historia (2014-2018)

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«Volviendo este mismo folio aparece bajo un arco muy perfecto el Lector, sentado en rico y delicado sillón, de muchas molduras y labores, con almohadón y respaldo: adorna su cabeza un nimbo verde con estrellas pintadas de color rojo y blanco. La túnica que viste es larga hasta cerca de los pies, que aparecen envueltos en raro calzado, semejante a la madreña de Asturias, dejándose ver también su media corta y verde. Sobre todo lleva un manto abierto por delante, pero sujeto sobre el pecho por una fila de botones blancos, rojos y de fondo azul. Con la mano izquierda sostiene un bastón de punta metálica y puño redondo en el otro extremo. Señalando está con su diestra al códice de los cánones, que bajo otro arco bizantino se ve abierto y colocado en un atril, de molduras y trabajos hechos con elegancia. En la parte más alta del libro asoma una mano muy toscamente dibujada (mano de Dios), que lo mantiene abierto, y por encima está escrito: Codex: por debajo del pequeño facistol dice: Analogium, y a los pies del profesor (Lector) hay estas palabras: Incipit versificatio interrogatioque aput codicem lectoris. Lo que resta del dicho folio está ocupado por la inicial elegantísima de los versos que en preguntas y respuestas siguen sobre lo contenido del códice. En toda esta página abundan los vermiculados bizantinos, y otros mil caprichosos y raros adornos de aquel estilo arquitectónico.» La escena fue así descrita en 1874 por José Fernández Montaña, en el tomo III del Museo español de antigüedades.

En el Índice cronológico de este blog reproduje esta conocida miniatura del folio 20v del Códice Albeldense, en la que el lector conversa animadamente con el libro, convenientemente dispuesto, abierto sobre el atril o analogio (que cobija otros volúmenes). Ambos levantan su respectiva mano derecha, en característico ademán del orador. Y este ha sido el único propósito de Clásicos de Historia a lo largo de sus cinco años de existencia: facilitar que todos aquellos interesados entablen este animado diálogo con tantos testigos de otros tiempos y otros lugares que en muchos casos duermen un sueño persistente en bibliotecas con frecuencia sólo interrumpido por el interés encomiable y fructífero de estudiosos, especialistas e historiadores profesionales. Sus descubrimientos, planteamientos e hipótesis también nos interesarán e iluminarán, pero para nosotros, los meros consumidores de cultura, no sustituyen el contacto, la conversación a veces pausada, pero con frecuencia apresurada (e incluso descuidada), con lo que constituye nuestra verdadera memoria del pasado, con su esfuerzo por entenderse, sus patentes verdades, mentiras y tergiversaciones, sus obsesiones, y sus abundantes ángulos ciegos. Todo ello nos proporcionará espesor, profundidad y perspectiva a los actuales status quaestionis (además de una inconmensurable satisfacción intelectual).

Y la inmensidad de Internet nos posibilita y al mismo tiempo nos dificulta un multiplicado acceso a los textos, que con frecuencia quedan ocultos por océanos de otros productos que obedecen a propósitos diversos. Clásicos de Historia ha querido actuar en este sentido reuniendo y proponiendo el presente elenco, sin pretensiones académicas, científicas ni profesionales. Pero concluyamos ya; y un buen modo será acudir a Jorge Luis Borges en La Biblioteca de Babel (1941): «Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza.»

Ilustración de Joost Swarte

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