domingo, 15 de febrero de 2015

Hernán Cortés, Cartas de relación sobre el descubrimiento y conquista de la Nueva España

Christoph Weiditz, retrato de Cortés hacia 1528

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Hernán Cortés (1482-1547) es un paradigma del conquistador de las Indias, pero no el modelo. Aunque como tantos otros fue un aventurero poco escrupuloso, cuando no sanguinario, incorpora en sus empresas un talante político de carácter típicamente humanista, muy de su época (y de cualquiera otra). Es ante todo un seductor: seduce al gobernador Velázquez, su socio en lo que en principio iba a ser un característico negocio de rescate en las costes del Yucatán; seduce a sus hombres para que den una especie de golpe de estado con la fundación de una fantasmal ciudad de Veracruz que, formal, leguleyamente, le libere de sus compromisos con Velázquez; seduce a las tropas enviadas por éste para ponerlo en prisiones; seduce, en fin, a muchos mexicas y tlaxaltecas, empezando por la Malinche (Doña Marina; auténtica clave de la conquista) y terminando por el mismo Moctezuma...

Sin embargo, la suya parece ser una seducción de alcance limitado. Parece funcionar principalmente en el ámbito cercano, próximo, de las relaciones personales. Cuando él falta, por más que reste un respeto reverencial al nombre del capitán, parece que todo comienza a desmoronarse; no parece ser un verdadero organizador: sólo sabe proponer nuevas metas, nuevas aventuras (la exploración de los mares del Sur, la conquista de las Especierías y, por qué no, de la China y el Japón...), que mantenga la maquinaria en marcha. Es como aquellos fraudes piramidales en los que los altos intereses de los primeros depositarios se pagan con los fondos de los últimos, atraídos por los primeros...

Y a estas limitaciones en su seducción obedece la presente obra. Son cinco extensos informes dirigidos a Carlos I (y por elevación, a nosotros) en los que, sobre la atractiva exposición de acontecimientos descomunales, domina ante todo el esfuerzo igualmente titánico de su justificación. Quiere mostrar sus honradas razones para oponerse a sus rivales por muchos mandamientos legales de los que dispongan, ya sean Velázquez, Narváez o los periódicos representantes de «jueces y oficiales de vuestra majestad que en la isla Española residen». Pero las razones legales y morales no lo son todo. Una y otra vez, Cortés subraya humildemente su propio papel providencial: él organiza, convence, amista, derrota, castiga y perdona. Es él el que, muchas veces sólo con su presencia, repara los desmanes y errores que sus subordinados o rivales han cometido. Si en las tres primeras cartas predomina el gigantesco drama de la conquista (descubrimiento y desembarco, 1519; conquista y pérdida de Tenochtitlán, 1520; reconquista y ocupación definitiva, 1522), en las dos últimas toma mayor relevancia y urgencia la justificación económica (cuarta carta, 1524, con repetitivos alardes de los gastos que ha contraído) y la justificación personal y política (quinta carta, 1526, con el arribo de un juez de residencia...)

Ya disponemos en Clásicos de Historia de un texto encomiástico sobre la conquista de América (las Cartas de Colón), y de otros tres que en distintos grados nos presentan también sus sombras y baldones (los de Las Casas, Motolinía y Acosta). Ahora Hernán Cortés, en sus Cartas de relación, conjuga magistralmente los dos polos: sin ninguna duda en la justicia de la conquista ni en el comportamiento cristiano de los conquistadores que de él dependen, siempre actúa con el triple objetivo del interés de Carlos I, de sus españoles y de los indios amigos, con un admirable olvido de los suyos propios... Y al mismo tiempo una condena sin paliativos (esta sí veraz y justificada) de los actos incompetentes, cuando no deleznables, de todos sus rivales, que han arruinado las islas del Caribe y que persiguen lo mismo en el continente. Y sólo él, Cortés, (definitiva justificación) logrará impedirlo.

Reproducimos la canónica edición de 1852 de la Biblioteca de Autores Españoles, aunque he actualizado la ortografía y modernizado ligeramente el lenguaje, eliminando algunos arcaísmos cuya abundancia podría enmascarar, con un aparente color de época, la modernidad de la obra.


Reproducción de un detalle del Lienzo de Tlaxcala: Moctezuma, Cortés y doña Marina

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