Presentamos un conjunto de alocuciones, arengas y entrevistas concedidas a la prensa por parte del general Franco durante la Guerra Civil, todas ellas con un patente objetivo propagandístico y con manifiestas declaraciones doctrinarias. En este sentido, el 6 de octubre de 1937, cuando la guerra civil ―la orilla donde ríen los locos, según Sender― hacía más de un año que se prolongaba y arraigaba cada vez más, escribía Manuel Azaña en su diario: «Cuando se hablaba del fascismo en España, mi opinión era ésta: hay o puede haber en España todos los fascismos que se quiera. Pero un régimen fascista, no lo habrá. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la República, recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo tradicional. Por muchas consignas que se traduzcan y muchos motes que se pongan. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado, el país no da otra cosa. Ya lo están viendo. Tarde. Y con difícil compostura.»
Stanley G. Payne, en su estudio histórico del falangismo titulado Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español (1997, pág. 701) comentaba así esta cita de Azaña: «Pero los análisis políticos de Azaña, aunque en apariencia plausibles, estaban inusitadamente equivocados en uno o más aspectos importantes. En este caso, parece estar definiendo el régimen de Franco como una dictadura militar y eclesiástica de tipo tradicional. ¿A qué clase de tipo tradicional se refería? El único candidato posible sería el régimen de Primo de Rivera. Desde luego, Franco extrajo inspiración de la primera dictadura española, pero pensar en Franco como en un segundo Primo de Rivera es un profundo error. Franco era mucho más radical, mucho más sanguinario y mucho más autoritario, y estaba decidido a crear un régimen duradero para el siglo XX. Encarnaba una nueva derecha española radical, mucho más innovadora y vigorosa de lo que creía Azaña. El régimen de Franco no buscaría abrazar plenamente la tradición hasta después de que sus aliados favoritos hubieran librado y perdido una gigantesca guerra mundial.
»Esto no significa que Franco no fuera jamás un fascista genérico en el sentido estricto. Más de veinte años [ahora, cuarenta] después de su muerte, Franco sigue escapando a una definición precisa salvo en las vagas y generales categorías de dictador y autoritario. Así, casi ninguno de los historiadores y analistas serios de Franco consideran que el Generalísimo haya sido un auténtico fascista. Paul Preston, de quien no se sabe que haya concedido jamás a Franco el beneficio de la duda, observó una vez en un coloquio de eruditos celebrado en Madrid que Franco no era un fascista sino algo mucho peor. En comparación, por ejemplo, con el paradigmático fascismo italiano, el Franco de los primeros diez años del régimen, después de haber llegado al poder mediante una cruenta guerra civil, era mucho más violento, autocrático y represivo en todos los sentidos ―político, cultural, social y económico.
»El estilo político de Franco, si bien conservó siempre los principios fundamentales de autoritarismo, nacionalismo, tradicionalismo y catolicismo, fue siempre ecléctico. No había mostrado el menor interés por el falangismo antes de la guerra civil, habiendo dedicado su atención política a la CEDA y habiendo sido elevado a los más altos puestos militares por los radicales y la CEDA. Poco después del comienzo de la guerra civil se apropió del lenguaje del totalitarismo y de un modelo de liderazgo carismático ad hoc para desarrollar un nuevo sistema autoritario con su propio partido único. Lo más próximo a un paradigma era la Italia de Mussolini, pero, si bien conservó los Veintiséis Puntos como doctrina de FET en 1937, Franco reconocía de forma explícita su objetivo consistente en una amalgama más ampliamente sincrética de falangismo y otras doctrinas de la derecha, flanqueadas y en una medida totalmente ambigua mediadas por una forma de catolicismo fuertemente tradicional y autoritario. En análisis político comparativo, todo esto no era más que semifascista.»