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viernes, 25 de septiembre de 2020

Diego de Ocaña, Ilustraciones de la Relación de su viaje por América del Sur

Otro monje jerónimo
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Para presentar la aportación de esta semana, entresacamos algunos párrafos del artículo de Viviana Gallardo Porras titulado Imágenes etnográficas: representación y discurso del “indio” en Chile en la obra de fray Diego de Ocaña (Diálogo Andino, n.º 50, 2016). «Fray Diego de Ocaña salió en 1599 del convento de Guadalupe en Extremadura hacia América, iniciando un recorrido por estas tierras que se prolongó hasta 1605. Su traslado a América obedeció a una misión de evangelización: construir o iniciar en este continente el culto a la virgen de Guadalupe. Ocaña vino con el encargo de recabar limosnas entre los devotos de la virgen y de asegurar que estas limosnas llegasen a la península. Su viaje pasó por el istmo de Panamá y por el Virreinato del Perú, el cual recorrió desde Payta hasta la isla de Chiloé, desde la Patagonia hasta Paraguay y desde Tucumán hasta el altiplano boliviano. El Viaje de Ocaña tuvo un sentido misional. De su recorrido es producto una interesante relación de viaje, en ella el fraile despliega sus dotes de literato, historiador, pintor y cronista.»

«El viaje por territorio chileno comenzó en Coquimbo hacia el 1600. El contexto histórico reciente y de grandes repercusiones en la gobernación, sin duda fue Curalaba (alzamiento indígena de 1598 en el cual el propio gobernador Martín García Oñez de Loyola perdió la vida). El historiador Álvaro Jara señala que, con posterioridad a Curalaba, en España, se temió seriamente por la pérdida de Chile: todo el mundo construido por los españoles comenzaba a caer, demolido precisamente por aquellos indios que eran el estrato inferior e indispensable de la construcción. El poder español desde el Bío Bío al sur se desmoronó, quedando en ruinas ciudades y fuertes, los cuales fueron arrasados por los indígenas. Las ciudades y lavaderos del sur se perdieron, la actividad aurífera fue aniquilada, tierras, ganados y casas fueron destruidos, el territorio se redujo, la frontera se estableció en el río Bío Bío, el esfuerzo fundacional decayó, el territorio chileno se encontraba alzado y se consolidó como tierra de guerra.»

«En ese contexto y como producto de su itinerario, Diego de Ocaña redactó un preciado documento, una relación del viaje a tierras americanas que consta de 360 folios (…) Notoria e interesante en esta obra es la inserción de ilustraciones y dibujos realizados a pluma y coloreados a mano. Las explicaciones de los dibujos se insertan en forma independiente al resto del relato (...) Son representaciones de indígenas e hispanos y algunos animales característicos de la tierra. Cada una de estas imágenes tiene inserto un escrito, como diría Barthes, un mensaje lingüístico que permite identificar lo retratado, constituyendo una descripción denotada de la imagen. El conocimiento estético y científico de la naturaleza y habitantes de estos territorios se deriva de la observación directa y atenta de Ocaña, quien testimonia: por ser esto lo mejor de todo Perú y tierra firme iré por el camino con el papel en la mano marcando y pintando toda la tierra

Respecto al modo de representar a los indígenas, Viviana Gallardo concluye: «existe en la obra de Ocaña una construcción identitaria sobre el indio que se basó en dos oposiciones binarias tanto internas (dentro del propio grupo indígena) como externas (en relación al grupo español). Por un lado, Ocaña aprecia diferencias al interior del mundo indígena y construye la alteridad teniendo como referente la guerra. Así, distingue entre los indios de los llanos, descritos textualmente como flojos y reticentes al trabajo, y los indios de tierra de guerra, los cuales los considera valientes y hábiles. La representación de los indios de los llanos y de los indios de tierra de guerra que se despliega iconográficamente también manifiesta esa diferencia.

»Por otra parte y como tercera constatación, se advierte que el autor homologa al indio de tierra de guerra con el colonizador español. Ambos se enfrentaron de igual a igual en la gran rebelión general indígena de fines del siglo XVI en el reino de Chile, consolidando este territorio como tierra de guerra. Por último, se distingue en este texto que la guerra y las aptitudes para esta son estimadas y sobrevaloradas. En la representación textual esta queda de manifiesto. Los indios de guerra, por ejemplo, tienen buenas costumbres porque de ordinario se ocupan en el ejercicio de guerra, además de ser indios de mucha razón; (ya que) sustentan la guerra para no servir a los españoles… Así mismo, iconográficamente la representación del indio emula al del hispano, a la del civilizado.»


viernes, 18 de septiembre de 2020

Carlos de Sigüenza y Góngora, Infortunios de Alonso Ramírez


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Alonso Ramírez, natural de San Juan de Puerto Rico, capturado por piratas ingleses en las islas Filipinas, sufrió aventuras y penalidades prolongadas hasta su regreso al Nuevo Mundo tras dar la vuelta al mundo. Una vez establecido en la Nueva España, narrará pormenorizadamente (aunque no falten sugestivas lagunas) su vida a Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), el más afamado científico y literato del virreinato, que la transcribirá y publicará en 1690. El dieciochesco José Mariano Beristáin y Souza, en su capital Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, nos presenta así al destacado autor-relator de las prodigiosas desventuras del aventurado puertorriqueño:

«SIGÜENZA Y GÓNGORA (D. Carlos) uno de los más completos literatos de la Nueva España: poeta, filósofo, matemático, historiador, anticuario y crítico. Nació en la ciudad de México el año 1645, habiendo tenido por padre a D. Carlos Sigüenza, maestro del príncipe don Baltasar. En 17 de octubre de 1660 tomó la sotana de jesuita y en 15 de agosto de 1662 hizo los primeros votos en el colegio de Tepozotlan; especie que se le ocultó al señor Eguiara, pero que consta del libro original de profesiones que tengo en mi poder. A poco tiempo dejó este Instituto, a que siempre conservó particular devoción, pero volvió a abrazarlo al tiempo de su muerte, acaecida en 22 de agosto de 1700, habiéndole hecho magníficos funerales los PP. jesuitas del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de México. Sacerdote secular y profundamente instruido en las ciencias sagradas, hizo al mismo tiempo tantos progresos en las matemáticas de que fue catedrático en la Universidad de su patria, que conocidos en la corte de Luis el Grande de Francia, mereció de aquel príncipe, protector de las ciencias y de los sabios, que le convidase a París y le ofreciese pensiones y honores, que el modestísimo español mexicano renunció, prefiriendo el título de cosmógrafo regio con que le distinguió el Sr. D. Carlos II.

»Peritísimo en la lengua, historia y antigüedades de los indios, y habiendo acopiado un considerable número de escritos simbólicos y mapas, ya por la herencia que le dejó el erudito indio D. Juan de Alva, descendiente de los reyes de Tezcuco, y ya por su diligencia e insaciable curiosidad en esta materia, no sólo emprendió una historia completa antigua del imperio de los chichimecas, desde su entrada en la América Septentrional, sino que aplicando sus conocimientos astronómicos a los monumentos de los indios, arregló a las épocas de la historia europea las de la historia de los mexicanos. Sin embargo de tales estudios, sirvió diez y ocho años el empleo de capellán del hospital del Amor de Dios, y el de limosnero del venerable arzobispo D. Francisco de Aguiar y Seijas; de los que le arrancó para una expedición pública, literaria y muy interesante, al virrey D. Gaspar de Sandoval, conde de Galve el año 1693. Tal fue la de acompañar al general de la Armada D. Andrés de Pez a las exploraciones y descripción del seno mexicano, que desempeñó nuestro Sigüenza, como largamente refiere el historiador de la Florida D. Gabriel de Cárdenas, y yo compendiaré todavía.

»Regresando a México, sin dejar la pluma de la mano, se empleó en los últimos años de su vida en ejercicios de piedad cristiana, y falleció, jesuita como se ha dicho, a los 55 de su edad. Hicieron mención honorífica de nuestro autor el viajero italiano Gemeli Carreri en su obra intitulada Giro del mundo parte 6, libro I, donde no sólo le alaba por su erudición, sino por la liberalidad con que le comunicó cuanto allí escribe de los antiguos monumentos de los mexicanos; el caballero Boturini en su Idea de una nueva Historia de la América Septentrional y en su Museo; D. Salvador Mañer en su Anfiteatro crítico, numerando entre los matemáticos españoles a nuestro Sigüenza; León Pinelo en su Biblioteca Occidental: D. Nicolás Antonio en la Hispana, aunque muy escaso de noticias de los escritos de nuestro autor; el Ilmo. Castorena en el tomo III de las Poesías de la Monja de México; el P. Florencia en su Historia de Guadalupe; Fr. Isidro Félix Espinosa en su Crónica de los colegios de Propaganda Fide; Cabrera en su Escudo de Armas de México; Cárdenas en su Historia de la Florida; el editor de la obra del Origen de los Indios, y otros.

»A que debe agregarse aquí el elogio que le hizo Sor Juana Inés de la Cruz en el siguiente soneto, que no se halla impreso hasta ahora, y alude a la descripción del Arco Triunfal, que hizo Sigüenza para el recibimiento del virrey de México, marqués de la Laguna; y que envió a la censura de la poetisa.

                                                        »Dulce, canoro Cisne Mexicano,
                                                   Cuya voz, si el Estigio lago oyera
                                                   Segunda vez a Euridice te diera
                                                   Y segunda el Delfín le fuera humano:
                                                        A quien si el Teseo muro, si el Tebano
                                                   El Ser en dulces cláusulas debiera,
                                                   Ni a aquel el griego incendio consumiera,
                                                   Ni a este postrara Alejandrina mano:
                                                        No al Sacro Numen con mi voz ofendo,
                                                   Ni al que pulsa divino plector de oro
                                                   Agreste vena concordar pretendo;
                                                        Pues por no profanar tanto decoro,
                                                   Mi entendimiento admira lo que entiendo,
                                                   Y mi fe reverencia lo que ignoro.»

Y concluye con la extensa relación y comentario de sus obras, publicadas o manuscritas, de la que entresacamos algunas: Primavera indiana, Las glorias de Querétaro, Teatro de virtudes políticas que constituyen un buen príncipe, Triunfo Parténico, Paraíso Occidental, Manifiesto filosófico contra los cometas, Libra astronómica, El Belorofonte Matemático contra la quimera astrológica de D. Martín de la Torre, Relación histórica de los sucesos de la Armada de Barlovento a fines de 1690 y fines de 1691, Trofeo de la justicia española contra la perfidia francesa, Los infortunios de Alonso Ramírez, Mercurio volante, El oriental planeta evangélico, Descripción del seno de Santa María de Galve, alias Panzacola, de la Movila y del Río Misisipí, La piedad heroica de D. Femando Cortés, Tratado sobre los eclipses de sol, Ciclografia Mexicana, Historia del imperio de los Chichimecas, Genealogía de los reyes mexicanos, Elogio fúnebre de la célebre poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz...


viernes, 11 de septiembre de 2020

Rafael María de Labra, La emancipación de los esclavos en los Estados Unidos


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La gloriosa revolución de 1868 supuso un fuerte impulso a las políticas que perseguían erradicar definitivamente la esclavitud en las colonias antillanas españolas, aunque como en tantas otras cuestiones el Sexenio democrático actuó lenta, confusa y a veces contradictoriamente. Uno de los intelectuales y políticos que más trabajó en este sentido fue Rafael María de Labra (1840-1918), jurista, rector de la Institución Libre de Enseñanza, y máximo animador de la Sociedad Abolicionista Española, que toma un gran desarrollo en estos años, con ciclos de conferencias, manifestaciones y representaciones teatrales, además de las numerosas intervenciones parlamentarias de destacados miembros. La obra que hoy comunicamos persigue contribuir a este esfuerzo de propaganda mediante el ejemplo norteamericano: en Estados Unidos la esclavitud ha desaparecido como consecuencia de la secesión de los estados del sur y la consiguiente guerra civil. No ha existido indemnización alguna para los propietarios de esclavos (con algunas excepciones extremadamente minoritarias), y sin embargo las consecuencias sociales, económicas y culturales han sido positivas.

Y es éste el que ejemplo que quiere hacer valer ante la situación de Cuba y Puerto Rico, para la que Labra plantea la eliminación inmediata. En otra obra de los mismos años, La abolición de la esclavitud en el orden económico, señala su doble convencimiento de que «yo creo, primero, que la abolición favorece a la larga los mismos intereses que inmediatamente aparecen lastimados y que la abolición inmediata es la que menos daña a esos intereses; y segundo, que para el éxito de la abolición se requiere imprescindiblemente la cooperación sincera, honrada y hasta entusiasta, de los mismos poseedores de esclavos y el propósito del Gobierno de mirar a estos con la consideración debida a una desgracia y sin prevención hostil de ninguna suerte.» Pero la oposición es considerable, y con abundantes recursos.  Rafael María de Labra los analiza más adelante:

«Los argumentos que con más éxito se emplean contra la abolición de la esclavitud (dado que ya no produzca efecto en una sociedad democrática el respeto a derechos creados... sobre el hombre, reducido contra su voluntad al estado de bestia), son estos: El primero, que la abolición inmediata, por su violencia y su precipitación, entraña perturbaciones sin cuento en la vida tranquila y ordenada de las sociedades; y con este motivo se habla de la ferocidad de la raza negra, de sus instintos de holganza y barbarie, del peligro que corre la raza caucásica, entregada a los delirios y furores de esas bestias sueltas de los ingenios; de la triste suerte que se depara aun a los mismos negros que salen de la esclavitud del barracón para entrar en la servidumbre, quizá más horrible, de la vagancia, la miseria y el crimen; y en fin, de los desastres de la gran República Norteamericana después de 1865, y de la catástrofe de Santo Domingo a principios del siglo.

»El segundo, que la abolición repentina de la esclavitud, desquiciando todo el orden económico, privando de brazos a los ingenios y los industriales, abriendo de par en par las puertas de la ociosidad a los negros, hasta ayer mismo acostumbrados a la disciplina del trabajo, sólo puede producir la ruina de la producción colonial, y los fatales efectos que se han palpado, y aun hoy mismo se palpan, así en las colonias francesas e inglesas de América, como en las vastas provincias del Sur de los Estados Unidos.» Pues bien, contra estas percepciones que considera radicalmente falsas (y «de intención dañada», añade), se dirige La emancipación de los esclavos en los Estados Unidos: el proceso no se ha podido realizar en circunstancias más negativas, el curso de una durísima guerra civil, y sin embargo las consecuencias han sido todo lo contrario de lo que los agoreros esclavistas sostenían.

Manifestación antiesclavista en Madrid, 1873.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Manuel de Odriozola, Relación de las excursiones de los piratas que infestaron la Mar del Sur en la época del coloniaje


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Hemos comunicado anteriormente textos diversos sobre la piratería mediterránea, como la Crónica de los Barbarrojas, de Francisco López de Gómara, o las andanzas corsarias de Alonso de Contreras. Ahora vamos a comenzar a ocuparnos de la americana. Jesús Varela Marcos, en su Las guerras y su reflejos en América: el área atlántica (en el primer tomo de la obra colectiva América en el siglo XVII) presenta el fenómeno así: «En torno a corsarios y piratas, filibusteros y bucaneros existe una leyenda dorada que nos presenta a estos personajes como hombres audaces que arrastraban penalidades sin límite en su lucha contra el dominio opresivo español; es parte de la leyenda rosa. La negra, la descrita por los afectados, quienes desde un principio la aumentaron cuando aun no era peligrosa con el fin de obtener de la Corte española medros personales o bien una situación de favor para los colonos allí asentados, tampoco refleja toda la verdad, que se halla lejos de la ilusionada audacia de la primera, y de los informes y relatos sangrantes que al difundirse se convertían en mitos temidos, de la segunda. Lo cierto es que la palabra pirata se empleaba sin suficiente precisión en lo que a designar un tipo de personas que por estos años de comienzos del siglo XVII aparecen por el oriente de Venezuela. El término pirata designa al ladrón que anda robando por el mar. El origen de esta actividad humana es muy remoto (…) en América la piratería va a conseguir su época dorada, su siglo de oro, en el siglo XVII. Pero es necesario distinguir las clases de piratería que allí aparecen, a qué responde su formación y por qué en un determinado momento.»

La primera es la piratería comercial, predominante en el siglo XVI, en la que contrabandistas ingleses, franceses y holandeses, con patentes de corso de sus autoridades, persiguen obtener materias primas a cambio de productos manufacturados. Pero al mismo tiempo «se estaba incubando el germen de la auténtica piratería, cuya fase inicial corresponde a las tres primeras del siglo (XVII), y que podemos denominar como etapa bucanera, prólogo de la del gran auge filibustero (…) El origen del fenómeno bucanero hemos de verlo en los pequeños grupos de desertores, franceses e ingleses principalmente, que se habían ido asentando poco a poco en la isla de San Cristóbal. Estos europeos actuaban como intermediarios entre los indígena caribes y los barcos corsarios, a los que proporcionaban carne seca (bucana) que habían aprendido a conservar de los nativos; también les abastecían de fruta y agua, y así los barcos podían continuar sus viajes con facilidad.» Pero en 1629 una expedición de la Armada Real les expulsó de las Antillas menores, y provocó la ocupación de la región noroeste de la isla Española, despoblada a la sazón pero en la que subsistía el ganado abandonado por los españoles, y hecho cimarrón. Y de allí se trasladaron a la conocida isla de la Tortuga.

«La Cofradía de Hermanos de la Costa se puede considerar como la primera célula de la sociedad filibustera. Es la organización de marginados donde ni las nacionalidades ni actos anteriores cuentan, y su objetivo común es conseguir plenamente la libertad que les había sido condicionada en la sociedad establecida. Una vez conseguido este fin pretenden mostrárselo al mundo e imponérselo, en muchas ocasiones convertido en libertinaje. Es, pues, esta etapa de las décadas del 20 y el 30 que se desarrolla en la isla de la Tortuga la que marca el definitivo paso del bucanero ensangrentado y perseguido en las costas de la Española, al del filibustero como ser que goza de una libertad, dentro de una sociedad propia, y con posibilidades de defensa.» En esta situación, la ocupación inglesa de Jamaica en 1656 (en la que está presente nuestro conocido Thomas Gage) «la convirtió en puerto franco para todos los filibusteros, piratas, salteadores renegados y desertores que quisieran acceder a ella con la sola cláusula de disponer de dinero para gastarlo en la isla. A tal efecto se instalaron almacenes de vituallas, armas, pólvora y todo género de manufacturas traídas de Inglaterra. Incluso el puerto actuaba de compraventa. En sus muelles se podía adquirir desde un recambio de vergas, velas, palos, hasta todo un barco completo; así como quien lo desease podía vender aquellos navíos, fruto de sus correrías, que no le sirviesen. De esta forma Jamaica va a actuar como un banco de mercancías o de una agencia indirecta del robo contra la Corona española.»

En esta entrega comunicamos el interesante documento que uno de los fundadores de la independencia del Perú, Manuel de Odriozola Herrera (1804-1889) editó sin indicación de sus fuentes en 1864, en el segundo tomo de su Colección de documentos literarios del Perú, no menos rica e interesante que los doce tomos de Documentos históricos del Perú en las épocas del coloniaje después de la conquista y de la independencia hasta la presente. A ambas habremos de volver más adelante.

Viñeta de Bob de Moor