Otro monje jerónimo |
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Para presentar la aportación de esta semana, entresacamos algunos párrafos del artículo de Viviana Gallardo Porras titulado Imágenes etnográficas: representación y discurso del “indio” en Chile en la obra de fray Diego de Ocaña (Diálogo Andino, n.º 50, 2016). «Fray Diego de Ocaña salió en 1599 del convento de Guadalupe en Extremadura hacia América, iniciando un recorrido por estas tierras que se prolongó hasta 1605. Su traslado a América obedeció a una misión de evangelización: construir o iniciar en este continente el culto a la virgen de Guadalupe. Ocaña vino con el encargo de recabar limosnas entre los devotos de la virgen y de asegurar que estas limosnas llegasen a la península. Su viaje pasó por el istmo de Panamá y por el Virreinato del Perú, el cual recorrió desde Payta hasta la isla de Chiloé, desde la Patagonia hasta Paraguay y desde Tucumán hasta el altiplano boliviano. El Viaje de Ocaña tuvo un sentido misional. De su recorrido es producto una interesante relación de viaje, en ella el fraile despliega sus dotes de literato, historiador, pintor y cronista.»
«El viaje por territorio chileno comenzó en Coquimbo hacia el 1600. El contexto histórico reciente y de grandes repercusiones en la gobernación, sin duda fue Curalaba (alzamiento indígena de 1598 en el cual el propio gobernador Martín García Oñez de Loyola perdió la vida). El historiador Álvaro Jara señala que, con posterioridad a Curalaba, en España, se temió seriamente por la pérdida de Chile: todo el mundo construido por los españoles comenzaba a caer, demolido precisamente por aquellos indios que eran el estrato inferior e indispensable de la construcción. El poder español desde el Bío Bío al sur se desmoronó, quedando en ruinas ciudades y fuertes, los cuales fueron arrasados por los indígenas. Las ciudades y lavaderos del sur se perdieron, la actividad aurífera fue aniquilada, tierras, ganados y casas fueron destruidos, el territorio se redujo, la frontera se estableció en el río Bío Bío, el esfuerzo fundacional decayó, el territorio chileno se encontraba alzado y se consolidó como tierra de guerra.»
«En ese contexto y como producto de su itinerario, Diego de Ocaña redactó un preciado documento, una relación del viaje a tierras americanas que consta de 360 folios (…) Notoria e interesante en esta obra es la inserción de ilustraciones y dibujos realizados a pluma y coloreados a mano. Las explicaciones de los dibujos se insertan en forma independiente al resto del relato (...) Son representaciones de indígenas e hispanos y algunos animales característicos de la tierra. Cada una de estas imágenes tiene inserto un escrito, como diría Barthes, un mensaje lingüístico que permite identificar lo retratado, constituyendo una descripción denotada de la imagen. El conocimiento estético y científico de la naturaleza y habitantes de estos territorios se deriva de la observación directa y atenta de Ocaña, quien testimonia: por ser esto lo mejor de todo Perú y tierra firme iré por el camino con el papel en la mano marcando y pintando toda la tierra.»
Respecto al modo de representar a los indígenas, Viviana Gallardo concluye: «existe en la obra de Ocaña una construcción identitaria sobre el indio que se basó en dos oposiciones binarias tanto internas (dentro del propio grupo indígena) como externas (en relación al grupo español). Por un lado, Ocaña aprecia diferencias al interior del mundo indígena y construye la alteridad teniendo como referente la guerra. Así, distingue entre los indios de los llanos, descritos textualmente como flojos y reticentes al trabajo, y los indios de tierra de guerra, los cuales los considera valientes y hábiles. La representación de los indios de los llanos y de los indios de tierra de guerra que se despliega iconográficamente también manifiesta esa diferencia.
»Por otra parte y como tercera constatación, se advierte que el autor homologa al indio de tierra de guerra con el colonizador español. Ambos se enfrentaron de igual a igual en la gran rebelión general indígena de fines del siglo XVI en el reino de Chile, consolidando este territorio como tierra de guerra. Por último, se distingue en este texto que la guerra y las aptitudes para esta son estimadas y sobrevaloradas. En la representación textual esta queda de manifiesto. Los indios de guerra, por ejemplo, tienen buenas costumbres porque de ordinario se ocupan en el ejercicio de guerra, además de ser indios de mucha razón; (ya que) sustentan la guerra para no servir a los españoles… Así mismo, iconográficamente la representación del indio emula al del hispano, a la del civilizado.»