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lunes, 27 de mayo de 2024

Ángel Salcedo Ruiz, Contra el regionalismo aragonés

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El nacionalismo moderno, con potentes fundamentos desde la afirmación de las monarquías autoritarias y con el aporte ideológico decisivo de la Ilustración y el romanticismo, se generaliza en España con la guerra de Independencia, tanto entre los partidarios del liberalismo como entre los de la tradición. Coincide en el tiempo, por tanto, con el acelerado declive del reino, que le apea del estatus de gran potencia a causa de su prolongada inestabilidad política y de la pérdida de su imperio.

Sólo más tarde, en el último cuarto del siglo XIX, nacerán y se difundirán los nacionalismos particularistas, primero en Barcelona, luego en Bilbao y finalmente en otras regiones. En cierta medida, y a pesar de que persigan la distinción o ruptura con España, estos nacionalismos alternativos son reflejos especulares del nacionalismo español, con múltiples coincidencias. A aquellos y a éste se les puede aplicar por igual conocidas expresiones que han dado título a algunos libros imprescindibles: la nación siempre es una Mater dolorosa cuyo dificultoso servicio supone a su adorador el ingreso en un bucle melancólico.

Pues bien, el aragonesismo político también surge en ese ambiente finisecular, y aunque con menos resultados que el catalanismo y el vasquismo, dará lugar a un movimiento minoritario que perdurará en el tiempo. Uno de sus representantes fue Juan Moneva y Puyol, de quien comunicamos algunos de sus artículos aragonesistas en Cuestiones políticas (republicanas y regionalistas). Los dos centros principales del nacionalismo aragonés fueron Zaragoza y Barcelona, esta última a causa de la abundancia de inmigrantes (en ese tiempo proceden del valle del Ebro y del Levante mediterráneo) que capta su poderosa industrialización. Habrá una relación difícil entre los nacionalismos catalán y aragonés, en la que se alterna atracción y repulsión.

Presentamos hoy un serie de artículos que un observador ajeno (que podríamos considerar nacionalista español) consagra a este regionalismo aragonés. Los publica entre 1918 y 1920 en el venerable Diario de Barcelona, ciudad en la que reside tras una estancia anterior de más de un año en Zaragoza. El gaditano Ángel Salcedo Ruiz (1859-1921) fue un abogado, jurídico militar, intelectual y político, de abundante obra publicada. En julio de 1918 fue nombrado Auditor de la capitanía General de la 5.ª Región Militar, con destino en Zaragoza, donde permaneció hasta septiembre de 1919, cuando se trasladó a Barcelona, desempeñando el mismo cargo en la 4.ª Región hasta marzo de 1920.

La postura del autor es clara: «Recién llegado a Zaragoza me apresuré a manifestar en el Diario mi primera impresión sobre el regionalismo aragonés; y... escribí que, a mi juicio, hay en Aragón mucho afecto a la tierra natal; sentimiento de solidaridad regional en cuanto que los aragoneses todos se sienten un pueblo, o, quizá mejor, una gran ciudad campesina cuyo barrio central y verdaderamente urbano es Zaragoza, en la clase culta entusiasmo por el pasado glorioso, y en todos vivo deseo de fomentar los intereses económicos de la región, singularmente los agrícolas, cifrados hoy en las obras hidráulicas; que, fuera de esto, en ninguna ciudad española es el natural de otras regiones menos forastero que aquí; y, finalmente, que el regionalismo a la catalana, sostenido por algunos intelectuales, no encuentra eco en la opinión, sino una resistencia formidable, porque es la de todos, y más que airada, pasiva y zumbona, propia del intenso temperamento satírico de un pueblo como el aragonés.»

Hemos agregado en anexo varios artículos citados por Salcedo y otros de sus contradictores, a favor o en contra de Aragón y el aragonesismo.

lunes, 13 de mayo de 2024

Juan Moneva y Puyol, Disertaciones políticas (republicanas y regionalistas)

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Hace unos meses presentábamos Política de represión y otros textos del interesante personaje que fue el catedrático, abogado y publicista Juan Moneva y Puyol (1871-1951). Ahora traemos una selección de los artículos que publicó entre 1930 y 1933 en el diario zaragozano La Voz de Aragón, muchos de ellos con el epígrafe común de Disertaciones políticas. Aunque siempre había estado interesado en estas cuestiones, e incluso había desempeñado una dirección general durante varios meses en un gobierno Maura, es ahora, tras el fin de la dictadura de Primo de Rivera en la que había sido procesado por un tribunal militar, cuando sus constantes y abundantes colaboraciones periodísticas se centran más en las cuestiones políticas.

Consciente de los desaciertos de los gobiernos Berenguer y Aznar, recibe esperanzado la proclamación de la república. Juzga así las elecciones municipales que la trajeron: «El acierto de la elección del 12 abril 1931, aun afectada como está la incongruencia de no atender a su finalidad mas a otra diversa, finca en que corresponde exactamente a la opinión pública; la gente sentía al igual de lo que expresaron los escrutinios; la gente se hallaba conforme con dar a los sufragios una aplicación diferente de la legalmente confesada, que era elegir concejales.»

Y pocos días después: «Afirmo... ser lo que llaman la derecha... sostenemos el derecho a ser cristianos católicos y el de inspirar en eso toda nuestra actuación de las cosas humanas… Nos queda solamente la República; ni aun podemos decir que nos han quitado la Monarquía y el Monarca que preferíamos; había, respecto de eso, en las derechas, muchos descontentos; todos los que detestábamos la Dictadura; todos los que consideramos primer tesoro político la libertad ciudadana. Por eso... porque la República no repugna a nuestra conciencia ni es incompatible con nuestro programa de fondo, opino que todo político de derecha debe avenirse llanamente, sinceramente, cuanto antes, a la República, laborar en ella y formar en sus partidos o, si ninguno de ellos satisface a nuestras ideas, formar otro de sus partidos.»

Moneva se definirá, pues, como liberal, católico, de derechas y aragonesista. Pero su talante crítico le llevó pronto a reprochar algunas actuaciones de la naciente república, si al principio menores e incluso disculpables y disculpadas, pronto de mayor gravedad, como el tan desacertado como interesado sistema electoral impuesto, que mantenía fuera del censo a las mujeres, que sí había incluido la pasada dictadura, y que conjugaba el sistema mayoritario con el predominio de distritos electorales provinciales, favoreciendo así el monopolio del poder de la coalición gobernante:

«Pero los hombres del Nuevo Régimen, cuyo único título, para comenzar a imperar y para seguir imperando, es llevar la representación del Pueblo, no quisieron exponerse a que el Pueblo pudiera votar con criterio político, eligiendo en listas homogéneas; fue conservado el sistema antiguo, invitatorio a la promiscuidad, que hace imposible conocer el criterio político del País. Y hubo promiscuidad en las candidaturas; a veces, más candidaturas promiscuas que de las otras; de las otras; no sé caracterizarlas de otro modo, pues la más extendida, por ser la ministerial, era promiscua; la formaban, como queda ya dicho, representantes de políticas incompatibles entre sí; y esto, cuando más interesaba definir la actitud política de cada cual, pues la labor de las Cortes elegidas había de ser Constituyente; más política, pues, que la de otras Cortes cualesquiera.»

Posteriormente sus críticas aumentarán a causa de la política represiva del gobierno, por su talante cada vez más anticatólico, y por su descomunal ocupación del Estado, repartido como un botín: «botín, premio útil de la victoria, no ganado por el esfuerzo laborioso, son los haberes, únicos pocas veces, múltiples las más; las comisiones retribuidas; la acumulación de favores; tales puestos dados graciosamente, sin que en el nombrado preceda la prueba de un concurso, o de aquel esfuerzo y sobresalto que es una oposición; ingreso en carreras por lo alto de sus escalafones; dispensa de servir un cargo, sin disminución de sus ventajas. Y botín, para otro estamento, es el nuevo régimen agrario… y botín —enorme paradoja—, todo el régimen administrativo del Trabajo, iniciado, no ya sólo en tiempo de Monarquía, mas en tiempo de Dictadura… (cuando) en el Ministerio del Trabajo imperó la Unión General de Trabajadores tanto como ahora.»

Además, y en paralelo, buena parte de estos artículos se ocuparán de la promoción del nacionalismo o regionalismo aragonés (que Moneva considera lo mismo) y su rechazo del centralismo estatal. Aunque partícipe en Acción Popular, su influencia en este sentido fue muy limitada o nula, porque las «derechas detestan el Regionalismo, a no ser lo que ellas dicen un Regionalismo sano, lo cual quiere decir cantador de loores, en primer lugar, a la omnipotencia del Estado; un Regionalismo con la bandera estatal en lugar preferente; después de lo cual aun alguna vez se atreven a izar la bandera de la Región; pero nunca osan ensalzar la Región sin dar, oficiosas, la excusa no pedida de sin perjuicio de la supremacía de la Patria u otro giro análogo.» Con impotencia, considera su incapacidad para cambiar la situación como su último fracaso político.

El viejo sistema de la Restauración había garantizado medio siglo de funcionamiento ordinario del sistema liberal, de enorme inestabilidad hasta entonces, por medio de una alternancia política pacífica, y con la aceptación e inclusión de aquellos que rechazaban el propio sistema: tradicionalistas, republicanos, nacionalistas, socialistas… Pero con el fracaso de los esfuerzos modernizadores (Maura, Canalejas…), en 1923 se entraba definitivamente en lo que en otras ocasiones he llamado la etapa autoritaria de la España contemporánea, que se prolongará hasta la transición a la democracia. Cada ideología se reafirma y se hace más intolerante, rechazando cualquier componenda con aquellas otras que se le oponen. El poder se ocupa, y ya no se está dispuesto a compartirlo: todo lo más, a llegar a acuerdos oportunistas en los que cada parte quiere prevalecer.

Este conjunto de artículos de Moneva nos muestra su percepción muy personal sobre el devenir de la segunda república, con múltiples facetas y matices. Pero, además, muchas de sus reflexiones pueden ser confrontadas con acontecimientos actuales. Por ejemplo, la incidental que escribe el 15 de mayo de 1930: Sánchez-Guerra «quiso procesarme, año de 1914, por un artículo en el cual acusé de insinceras aquellas elecciones en las que fueron usados contra Maura y los mauristas papel sellado, talegos y trabucos. Me libró de aquella molestia una amnistía que dio aquel Gobierno; las amnistías son siempre modos que usa una situación política, no primordialmente para perdonar algo malo que otros han hecho, mas para hacerse perdonar algo malo que ha hecho ella.»

Plaza de la Constitución de Zaragoza, 14 de abril de 1931