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lunes, 9 de junio de 2014
Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario
Agitadores, rebeldes, cabecillas de algaradas, amotinados, han existido siempre. Tengan o no éxito en sus planes para ocupar el poder, utilicen los métodos que sean, podemos contemplarlos en toda época y lugar. Pero el revolucionario profesional es un tipo mucho más específico y mucho más reciente. Nace durante la revolución francesa. Adquiere muchos de sus rasgos adolescentes en los principios románticos, nacionalistas y liberales del XIX (el gusto por las conspiraciones, por los rituales iniciáticos, por la grandilocuencia, por la teatralidad). El triunfo de la revolución, en su vertiente más doctrinaria y filistea, les relega a los ámbitos fronterizos, radicales, republicanos y primeros socialistas (y también en los de sus opuestos tradicionalistas).
En los últimos decenios del siglo XIX son, ante todo, nihilistas y libertarios, oscilando entre idealismos pacifistas y la tremenda propaganda por el hecho (o compaginando ambos). El revolucionario se ha convertido ya en un auténtico estereotipo perfectamente reconocible en la cultura popular del época: novelas, teatro, ilustraciones.... Y todavía falta (aunque ya está próxima) la culminación de esta figura: el revolucionario burócrata impulsado por Lenin, con su escalafón perfectamente jerarquizado (al que sirve de reflejo el hallazgo semántico y paradójico del PRI mexicano). Lo que ha venido después ha sido mera evolución hacia el militarismo, en la práctica (comandos y guerrilleros) o en el discurso (políticos).
El ruso Pedro Kropotkin (1842-1921) pertenece todavía al espléndido revolucionarismo decimonónico. Aristócrata y príncipe, militar, científico y explorador, y, definitivamente propagandista incansable del socialismo anarquista, del no-gobierno. En su larguísimo exilio en Suiza, Gran Bretaña, Francia... predicará (es la palabra que utiliza) de forma incansable esta nueva cosmovisión libertadora entre los trabajadores de todo tipo mediante la pluma y la palabra. Y también se enfrentará a los herejes, los socialistas democráticos seguidores de Marx que, especialmente en Alemania, se estatalizan, se burocratizan y, en su opinión, dejan de lado la acción espontánea de las masas.
Paradoja final: cuando finalmente triunfe la revolución en Rusia, y el anciano y famoso libertario Kropotkin apresure su regreso, le será dado contemplar la construcción del primer régimen totalitario. Y quizás entonces pudo comparar las condiciones de sus prisiones en Rusia y en Francia, relatadas en estas Memorias, con las que van a comenzar a sufrir sus compañeros anarquistas, decretadas por los bolcheviques.
martes, 3 de junio de 2014
George Borrow, La Biblia en España
Borges nos resume lo problemático de los relatos de viajes en la patética figura de Abulcásim, viajero que desde Córdoba ha alcanzado la remota China: «...instaron a Abulcásim a referir alguna maravilla. Entonces como ahora, el mundo era atroz; los audaces podían recorrerlo, pero también los miserables, los que se allanaban a todo. La memoria de Abulcásim era un espejo de íntimas cobardías. ¿Qué podía referir? Además, le exigían maravillas y la maravilla es acaso incomunicable: la luna de Bengala no es igual a la luna del Yemen, pero se deja describir con las mismas voces. Abulcásim vaciló; luego, habló.» (La busca de Averroes)
Y hablar y escribir es lo que hizo el inglés andariego y políglota George Borrow (1803-1881). Y nos contó maravillas. Tras una juventud repleta de viajes emprendidos un tanto a la aventura, se dedica al mundo literario, y The Bible in Spain, or the Journey, Adventures, and Imprisonment of an Englishman in an Attempt to Circulate the Scriptures in the Peninsula (1843) constituirá su gran éxito. En esta obra narra su estancia en la España de la primera guerra carlista, como propagandista y representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, ocupado en la impresión y distribución de Nuevos Testamentos en español. Su interés por lo marginal y excepcional le llevan a editar traducciones del Evangelio de san Lucas al vasco y al caló, esta última de su autoría. Sus recorridos por la península le convierten en un personaje singular y famoso, don Jorgito el inglés.
Ahora bien, La Biblia en España debe ser considerada y valorada como lo que realmente es: un delicioso relato de viajes aderezado al gusto de sus potenciales lectores ingleses, en el que se mezcla sin ningún problema realidad y ficción. Entre los objetivos de Borrow no está el documentarse rigurosa y críticamente sobre la sociedad que recorre y que, claramente, le apasiona. Detectamos rancios recuelos de la leyenda negra; reiterativos (pero un tanto vaporosos, como por obligación) apóstrofes antipapistas; abundante parafernalia romántica (que incluye una misteriosa y poderosa sociedad judaica) muy poco original; una percepción del paisaje también deudora del romanticismo, pero que en ocasiones nos parece más sentida por el autor; una preferencia constante por los tipos dramáticos y extraordinarios; y una orgullosa superioridad inglesa ante todo lo que observa. Tampoco faltan abundantes préstamos de otras obras: por ejemplo las escenas de su estancia en la cárcel de Madrid recuerdan a los entonces recién publicados Papeles póstumos del Club Pickwick.
Pero en el centro de todo ello, dominando los acontecimientos y a las personas, un ser superior, su mejor personaje: él mismo. Como señala Azaña en la nota introductoria a su traducción, «vemos la imagen de un Don Jorge muy aventajado: subyugaba y domaba a los animales fieros; los gitanos le adoraban; era la admiración de los manolos; temíanle los pícaros; confundía al posadero ruin y a los alcaldillos despóticos; encendía en sus servidores devoción sin límites; era afable y llano con los humildes; trataba a los potentados de igual a igual y hacía bajar los ojos al soberbio; nunca se apartaba de la razón, ni perdía la serenidad; un prestigio misterioso le envuelve; en suma: el héroe y el justo se funden en su persona; es un apóstol que propaga la palabra de Dios, pero sin el delirio de la Cruz, sin romper el decoro; es un caballero andante que se compadece de la miseria, y a cada momento cree uno verle emprender la ruta de Don Quijote, pero sin burlas, sin yangüeses, en una España que creyese en él y le tomase en serio. Apóstol y caballero están bajo el amparo del pabellón británico.»
La facundia narrativa de Borrow nos atrapa desde las primeras páginas, y construye ante nuestros ojos un mundo real, aunque imaginario: el de la España romántica, violenta y oriental, la España de Carmen, la España diferente que reniega del mundo moderno... Y que acabará constituyendo una percepción bastante generalizada de nuestro país hasta nuestros días.