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sábado, 2 de agosto de 2014
Francisco Manuel de Melo, Historia de los movimientos y separación de Cataluña
«Rompieron con furia y desorden en desconcertadas palabras y algunos hechos de mayor desconcierto: entonces hacían larguísima lista de sus progresos y servicios, celebraban sus obras, exageraban su paciencia: luego cotejaban los méritos con las mercedes, y toda esta cuenta venía a parar en endurecerse más en su propósito: los más atentos clamaban la libertad de sus privilegios, revolvían todas las historias antiguas, mostraban claramente la gloria con que sus pasados habían alcanzado cuanta honra hoy perdían con vituperio sus descendientes. Algunos, con más artificio que celo, daban como un cierto género de queja contra la liberalidad de los reyes antiguos, que tan ricos los habían dejado de fueros, cuya religiosa defensa ya les costaba tanta injuria y peligro.» (I, 45). A pesar de la semejanza (si hacemos abstracción del estilo), estas palabras no corresponden a ningún belicoso blog actual, sino a un destacado militar y escritor hispano luso (hijo de portugués y castellana) que procura historiar la sublevación catalana que se produce a raíz del motín dels segadors.
Con una carrera político militar destacada (muy joven, es recompensado por Felipe IV en 1631 con la orden de Cristo), a fines de 1640 el entonces maestre de campo en Cantabria será enviado a Cataluña como asistente del nuevo virrey marqués de los Vélez. Aunque su papel es relevante, su estancia será breve, ya que la sublevación portuguesa siembra sospechas sobre su conducta. Tras un proceso en el que es declarado inocente, se le destina como gobernador de Ostende, en Flandes. Pero aprovechará el viaje para huir a Inglaterra, desde donde se trasladará a Portugal. Allí ocupará importantes cargos diplomáticos y militares al servicio del nuevo rey Juan IV. Sin embargo, en 1644 se produce un conflicto novelesco y característicamente barroco entre Melo y el monarca, lo que le conducirá a una prolongada prisión seguida del destierro en Brasil. Sólo regresará a Lisboa en 1658, a la muerte del rey. Durante estos años calamitosos escribe la mayoría de sus obras (muchas, paradójicamente, por encargo del propio Juan IV).
Al inicio de su larga etapa de penalidades, Melo publica en Lisboa, en castellano y con nombre supuesto, su Historia de los movimientos... En los años anteriores ha logrado documentarse a fondo: el importante papel desempeñado durante su estancia en Cataluña, su labor diplomática al servicio del rey Braganza, y las estrechas relaciones entre los insurrectos portugueses y catalanes le facilitan abundantes fuentes de información. Además, siempre mantuvo una nutrida correspondencia con un sinfín de personajes. Así lo afirma en su Primeira parte das cartas familiares (1664) «En los primeros seis años de mi prisión escribí veintidós mil seiscientas cartas. ¿Qué será hoy siendo doce los de preso y muchos los de desdichado?»
La obra sólo narra el primer año del enfrentamiento, lo que no le arrebata nada de su valor historiográfico y de su interés literario: «memorable y bella monografía, saturada de tacitismo...», dice Fernando Sánchez Marcos. Melo, admirador de la historia clásica, se esfuerza en mantener la equidistancia: «la verdad es la que dicta, yo quien escribe» (I, 5). Sus descripciones de los excesos de los ejércitos acantonados en el principado se equiparan perfectamente con las de los insurrectos. Además en el libro se esfuerza, sin fáciles tendenciosidades de buenos y malos, por escuchar las distintas razones. Así, cuando (siguiendo los modelos tradicionales) compone los discursos contrapuestos del conde de Oñate, del cardenal Gaspar de Borja y del conde-duque de Olivares, en la Junta recogida en el libro II; o los equivalentes del canciller Juan, obispo de Urgel, y del presidente de la Diputación del General Pau Claris, en el libro III. Discursos ficticios, como era usual, pero basados en los hechos y dichos de la época. Así subraya Melo, en alguna ocasión, la veracidad, aunque no literalidad, de sus discursos: «según de su boca le escuchamos después». El autor antes citado concluye así: «Una de las enseñanzas que Melo parece querer transmitir es que el verdadero combate, más que entre castellanos y catalanes, se libró entre los moderados y exaltados que compitieron dentro de cada uno de los bandos.»
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