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sábado, 23 de mayo de 2015

Ambrosio de Morales, Crónica general de España

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Tomo II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

El humanismo renacentista se caracterizó, entre otros aspectos, por el enorme esfuerzo crítico con que se enfoca cualquier problema intelectual, tanto si se refiere a una delicada cuestión filológica, a un dilema ético o a los más variopintos asuntos políticos o religiosos. Y esto, naturalmente, también se aplica a la Historia, en la que se inicia un estudio exhaustivo de las fuentes que exigirá la construcción de un verdadero método científico. Ahora bien, este talante convive con la reverencia dominante hacia los modelos clásicos (y especialmente a Tácito), lo que conduce a una atractiva multiplicación de registros en la obra histórica: el autor analiza, reflexiona, moraliza..., y hace que los personajes interpelen al lector con floridos discursos. Algunos como Juan de Mariana (que no es investigador histórico) logran un eficaz equilibrio entre el rigor crítico y el rigor literario, pero otros sucumben a los intereses de los tiempos y construyen auténticas ficciones cuya utilidad hoy radica en mostrar la mentalidad de la época.

El cordobés Ambrosio de Morales (1513-1591) no es uno de ellos, sino su contrario: ocupado toda su vida en lo que hoy llamaríamos programas de investigación, recorre archivos y bibliotecas, cataloga inscripciones, estudia ruinas y viejos edificios... Sus obras se resentirán de este rigor, y ya en su tiempo se les acusará de descuido literario y falta de proporción y armonía, como en la Crónica General de España que editamos. Al servicio de Felipe II, Morales recibe el encargo de continuar la magna historia de España que Ocampo había iniciado, e interrumpido en la segunda guerra púnica. Antonio Domíguez Ortiz señala: «Su continuación de la Crónica de Florián Ocampo, aunque sólo llega hasta el siglo XI, es una obra de grandes alientos, en la que completa los escasos datos que suministran las primeras crónicas de la Reconquista con otros tomados de los archivos, monedas e inscripciones. Entremezcla con los hechos militares y dinásticos otros de historia religiosa, cultural, e incluso económica que, de alguna manera, lo acercan al concepto moderno de la historia total.»

Por su parte, en la Introducción de su edición del manuscrito de Las antigüedades de las ciudades de España (Madrid, Real Academia de la Historia, 2012) Juan Manuel Abascal Palazón escribe:

«La vida y los escritos de Ambrosio de Morales... han sido objeto de numerosos estudios desde que, en el siglo XVIII, Enrique Flórez comprendiera la importancia de publicar sus trabajos inéditos. La bibliografía del último siglo se ha ocupado de sus datos biográficos, de la relación con los círculos políticos e intelectuales de su tiempo, de su magisterio sobre grandes figuras de la anticuaria renacentista, de sus viajes, de su interés por las inscripciones de todas las épocas, de su forma de escribir, etc. (…) Pese a la falta de reconocimiento intelectual por parte de Hübner, que le calificó como homo mediocris ingenii... neque ultra patriam et sæculum sapiens, sed probus et sani in rebus antiquariis iudicii..., Morales significó un antes y un después en los estudios históricos sobre España. Sabido es que fue nombrado Cronista de Felipe II con el encargo de continuar el trabajo emprendido por Florián de Ocampo..., el cronista de Carlos I. Y ese fue el trabajo que emprendió con la redacción y edición de los volúmenes de la Coronica. Otra cosa distinta fue el proyecto de redactar el volumen de las Antigüedades. Cuando se trata de esta obra, con frecuencia se olvida que el libro se denomina Las antigüedades de las ciudades de España que van nombradas en la Coronica y no simplemente Las antigüedades de las ciudades de España. Porque Morales no pretendía hacer una colección anticuaria de todo el territorio sino sólo destacar aquello que previamente había desfilado por las páginas de los dos primeros libros de su crónica histórica.

»Ese esfuerzo metodológico es lo que confiere valor a la obra de Morales porque significa poner en valor las fuentes como argumento primario para escribir la historia en una época en que circulaban generosamente por los ambientes eruditos las noticias sobre las inscripciones recogidas por Ciriaco de Ancona y en que el propio Morales sufría la contaminación de textos espúreos recibidos a través de otros libros. En ese sentido, su esfuerzo de renovación es notable y hay que reconocerlo como un precedente del esfuerzo ilustrado por liberar a la historia de las patrañas con que se ha contaminado. Menos de dos siglos después, nacería la Real Academia de la Historia con parecidos objetivos. Ese esfuerzo por depurar las fuentes –no siempre con resultados satisfactorios– ya fue reconocido por sus contemporáneos y por la generación ilustrada del siglo XVIII. En una carta del 19 de marzo de 1570, el erudito portugués Luis Andrés Resende (1498-1573) decía a Morales: Alabo tu interés en reunir afanosamente inscripciones antiguas. Y no considero necesario advertir a un hombre como tú que no confíes fácilmente en la honradez ajena si no estudias la piedra por ti mismo. Era la misma máxima que repetirían hasta la saciedad Antonio Agustín o Gregorio Mayans en momentos diferentes. Por eso el propio Mayans se hizo eco de ese comentario y lo consideró como el ejemplo de la renovación de los estudios históricos en el siglo XVI.»

Ya en 1868 José Godoy Alcántara, en su Historia crítica de los falsos cronicones, señalaba: «Morales es el verdadero padre de nuestra historia; él fue el primero a proclamar que había que estudiarla en los monumentos originales, y uniendo el ejemplo al precepto, emprendió un viaje literario por iglesias y monasterios, como en el siglo pasado los jesuitas franceses Marténe y Durand, y a imitación suya nuestro Villanueva; él se entregó a las más perseverantes investigaciones e hizo pedir relación a todos los pueblos de la monarquía de cuanto podía interesar a la historia y a las costumbres. La crítica histórica toma bajo su pluma un vuelo inesperado. No es esto decir que en la crítica de los documentos se haya elevado a buscar en los textos, en el estilo, en las nociones que forman el horizonte intelectual del escritor, en las indicaciones que se le escapan, noticias sobre el autor, la época o el fin de la obra; (...) ni que en la crítica de los hechos se proponga por la comparación de los datos, por el examen de la verosimilitud y del contexto de las relaciones, determinar el grado de confianza que éstas merecen, y separar en ellas la verdad de la ficción; pero se atreve a pesar el valor de los testimonios antiguos, a discutir su autenticidad, y sobre todo se adhiere a los textos, a las inscripciones, a los códices, a los monumentos, que publica, analiza y comenta. El pagar tributo a muchas de las preocupaciones dominantes, y el contemporizar por estado con otras, no le libró de que se le acusara de que trataba de desacreditar las historias; acusación fundada, aunque tal no era su objeto, y de que él se dolía y se esforzaba por justificarse. Todo esto necesita Morales para que se le perdone el afán con que procuraba que se raspasen los adornos e inscripciones de las aras y piedras tumulares que encontraba sirviendo de altares o aplicadas a usos religiosos. (…) Morales y Mariana fueron excepciones; se les olvidaba cuando no se les injuriaba; la historia siguió escribiéndose en la manera de Ocampo y Garibay.»


Grabado de la edición de 1574

Tomo I: España romana.

Tomo II: España cristiana y gótica.

Tomo III: La restitución de España.

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