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martes, 25 de agosto de 2015

Jerónimo de San José, Genio de la Historia

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Jerónimo Ezquerra de Rozas (1589-1669) fue un prolífico escritor carmelita cuyo nombre de religión fue Jerónimo de San José. Al estudio de su orden y de sus miembros destacados dedicó la mayor parte de sus trabajos históricos, principalmente de carácter hagiográfico. Pero entre ellas destaca su Genio de la Historia, impreso en 1651 aunque redactado años atrás: su circulación manuscrita entre los círculos intelectuales que frecuenta nos es conocida por diversas referencias epistolares, como la laudatoria de Bartolomé Leonardo de Argensola en 1628: «Haga vuestra paternidad cuenta que este discurso histórico le han hecho en Atenas y en Roma los mayores historiadores Es un interesante tratado en el que el autor reflexiona sobre las características e índole (el genio) de la Historia. La definirá como «una narración llana y verdadera de sucesos y cosas verdaderas, escrita por persona sabia, desapasionada y autorizada en orden al público y particular gobierno de la vida.»

Su concepción de la historia toma como referencia la de los clásicos grecolatinos, naturalmente desde la recuperación y reinterpretación que han elaborado los humanistas del Renacimiento. Al mismo tiempo la herramienta racional que emplea es, inevitablemente, la que le proporciona la escolástica aristotélica común en su tiempo y que aún permanecerá vigente largo tiempo. No es por tanto una obra innovadora, y para el autor la historia es ante todo una obra retórica cuyo valor depende de su forma literaria y de su utilidad práctica y pública de carácter político o moral. De ahí que Jerónimo de San José dedica mucha más reflexión y espacio a las cuestiones de estilo y a los condicionantes que se le deben exigir al historiador, que a las cuestiones metodológicas sobre el acopio de información y su crítica. Quizás ésta sea la causa de su encomio entre los historiadores antiguos a Dextro y Máximo de Zaragoza, por entonces ya rechazados por muchos como meras falsificaciones.

Y sin embargo, podemos reconocer en el Genio de la Historia algunos planteamientos que nos resultan extrañamente modernos: su insistencia en la narratividad de la historia, en la historia como relato; sus precisiones sobre los diferentes conceptos de verdad histórica (diferenciando entre lo que Juan Cruz ha llamado verdad introversiva y verdad extroversiva); su preocupación por todos los aspectos de la realidad, hasta los que pueden considerarse nimios y sin importancia (particularizar cosas menudas, dice); su actualización del sine ira et studio de Tácito: «...el grave daño que a la república y al mundo se sigue de las falsas y apasionadas historias, y el remedio que en esto se debería poner, aunque sería mejor que el mismo historiador le pusiese, deponiendo el odio juntamente con el afecto demasiado. También debería deponer el temor; y armado de una enterísima constancia, atropellar con todo vano respeto, escribiendo lisamente la verdad, y con ella lo que siendo conveniente a la república, ha de herir a los que merecieron esta nota. De ejemplos buenos y de malos se compone la historia, y no la defrauda menos el que por temor calla los unos, que el que por odio los otros.»


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