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viernes, 26 de febrero de 2016

Martín Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra

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Próximamente se cumplirán los cuatrocientos años del fallecimiento de Miguel de Cervantes. Martín Fernández de Navarrete (1765-1844) fue un interesante historiador, y autor de la primera biografía rigurosa del genial escritor, que publicó en 1819. Luis Astrana Marín, en el tomo I de su monumental Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid 1948, pág. XXVII-XXXIV, se refiere así a la obra que presentamos:

«Ya don Martín Fernández de Navarrete recogía noticias, desde 1804, para componer su de todo punto extraordinaria y admirable biografía del gran genio. Siguiendo en el estilo el método de Ríos y en la investigación el de Pellicer, se propuso, y lo consiguió, forjar una obra documental con el auxilio principalmente de los archivos, fuente verdadera científica y entonces casi inexplorada. Y así, pudo lisonjearse “de haber dado tanta luz y novedad a los sucesos de Cervantes, que parece la vida de otro sujeto diferente si se compara con las anteriormente publicadas”. Sobre sus investigaciones propias, apeló a la erudición y cultura de los archiveros, bibliotecarios, académicos y demás personas de relieve intelectual en España, solicitando de ellos documentos, inquiriendo datos y sometiéndoles cuestiones e interrogatorios. Véase cómo explica el resultado feliz (aunque no siempre lo fuera) de sus afanes: “El Ilmo. Sr. D. Manuel de Lardizábal (escribe), secretario de la Academia Española, que residía en Alcalá de Henares, registró por sí mismo y por otros amigos suyos los libros parroquiales, los del Ayuntamiento y los de la Universidad, y examinó cuantas memorias podían existir allí de Cervantes y de su familia. El teniente de navío D. Juan Sans de Barutell, individuo de la Academia de la Historia, que se hallaba reconociendo por orden del Rey el Archivo General de Simancas, encontró en él varios documentos que dieron nuevas luces sobre los destinos de nuestro escritor en las campañas de Italia, de Levante y de África, y sobre la embajada del cardenal Aquaviva (...)”

»La nueva biografía apareció en 1819, formando parte, como tomo de los cuatro que integran El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de Mancha, Cuarta edición corregida por la Real Academia Española, en cuyo Prólogo se anuncia diciendo “que ahora se publica”. Pero su gran difusión hízose en tirada aparte. Del concienzudo trabajo de Fernández de Navarrete, magnífico a la par por su fina y cuidada prosa, bastará con decir que, a pesar de haber transcurrido bastante más de una centuria desde su publicación, todavía se consulta con fruto, por la innumerabilidad de documentos que contiene, no sólo referentes a Cervantes y su familia, sino también a otras personas enlazadas con hechos atinentes a él. Los primeros suben en conjunto al número de treinta y siete, treinta y uno de los cuales se hallan exclusivamente relacionados con nuestro autor. Fue, pues, la primera biografía extensa asentada sobre rigurosas bases científicas, que no tuvo después superación en este punto concreto.

»El defecto de ella es que Fernández de Navarrete, escritor admirable por otro lado, carecía de talento constructivo. No acertaba a distribuir bien las partes de un libro docto, darles la debida proporción y armonía, arrancar para la narración lo importante de los documentos y extraer de ellos todo su relieve, a fin de infundir a los hechos el máximo vigor y belleza. Su biografía, consecuentemente, está mal compuesta, como está la de Máinez, de que luego hablaremos: obras no de verdaderos literatos y artistas profesionales, sino de muy ilustres aficionados. A la vista de tanta documentación, uno y otro hiciéronse, como vulgarmente se dice, un lío, sin atinar a disponerla ni a que rindiese en su lugar el debido provecho. Relegan lo más sobresaliente de la misma a ilustraciones, apéndices, notas y autoridades, fuera de los capítulos, caos que desorienta, confunde y fatiga al lector. A menudo dichas ilustraciones, colocadas al fin, ofrecen más interés que la narración principal. Así, la Vida de Fernández de Navarrete, volumen respetable de 644 páginas, sobre parca en examen crítico, termina propiamente el relato en la 199; las ilustraciones, documentos y citas, en medio de los cuales intercala bibliografía, llenan desde la página 200 a la 539; después coloca las notas de la parte primera, y, por último, las notas y autoridades de la parte segunda. Y si bien el índice de las principales materias no deja nada que desear, la obra en total resulta informe y desordenada. Por ello, casi nunca se ha reimpreso íntegra, sino sólo sus 199 primeras paginas.
En las ilustraciones recogió catorce poesías de Cervantes, una de ellas, a mi juicio, apócrifa, procedente de cierto manuscrito de 1631; y las demás, genuinas, impresas por aquél en libros de autores contemporáneos.

»Hoy, a la luz de la investigación moderna, pueden señalarse muchos yerros en la obra de Fernández de Navarrete. Los más admiten excusa: son esclarecimientos posteriores; pero no pocos dimanan de su fantasía y de acoger equivocaciones precedentes sin someterlas a análisis. Conviene enumerarlos, por haber nutrido las biografías subsiguientes y considerarse en buena parte como ciertos. En primer lugar es falso todo cuanto asienta referente a la genealogía de Cervantes. Cree que estudió primeras letras en Alcalá, habla de haber compuesto “una especie de poema pastoral” titulado Filena, y llama al duque de Sessa don Carlos de Aragón: todo ello erróneo. Afirma respecto de la Mancha: “no puede dudarse que vivió en ella mucho tiempo, especialmente en Argamasilla [de Alba], que hizo patria de su Ingenioso hidalgo”. Nada más disparatado. Sostiene que dejó por albacea a su mujer y “al licenciado Francisco Núñez”, confundiéndolo con Francisco Martínez, y que las monjas trinitarias se habían fundado en 1612 en la calle del Humilladero. También se equivoca al suponer que Cervantes y Shakespear (sic) murieron el mismo día. Yerra asimismo en mantener que las citadas religiosas se establecieron en 1633 “en el nuevo convento de la calle de Cantarranas”, y que trasladaron allí los restos enterrados en la iglesia de su primitiva residencia, y, por tanto, los de Cervantes.

»Es autor de la presunción gratuita de que éste fue admitido en la comitiva de monseñor Aquaviva y marchó con él a Roma. Se engaña al escribir que hay sobrados fundamentos para creer que trató familiarmente a Francisco Pacheco, concurrió a su academia y éste pintó su retrato. Aventuró la tesis incierta de haber estudiado dos años en Salamanca, e hizo monja en las trinitarias descalzas a su hija Isabel. Consignó igualmente, atenido a un documento equivocado, que el cura Francisco de Palacios vivía en Madrid en la misma casa que su hermana doña Catalina la mujer de Cervantes. Tuvo por seguro que en La Galatea retrató éste a su esposa. Niega, contra lo ya probado por Pellicer, que doña Magdalena de Sotomayor fuese hermana de Cervantes, consideró a éste el último de los hijos de su padre Rodrigo y estableció la leyenda de que la hija de Cervantes lo era de “alguna dama portuguesa”. Se equivoca en varios años al fijar la data del fallecimiento del referido padre de Cervantes, a pesar de haber tenido en sus manos la partida de defunción, por tomar a la letra una declaración de su esposa, que se fingió viuda para mover a los poderes públicos a la entrega de adjutorios destinados al rescate de Miguel. Rebate sin razón lo certeramente sugerido por Nicolás Antonio, de que Cervantes oyó de joven representar a Lope de Rueda en Sevilla, creyendo que donde le escuchó fue en Segovia. Habla de un hermano mayor de Cervantes llamado Rodrigo, bautizado con el nombre de Andrés, y yerra, con Herrera y Cabrera de Córdoba, en establecer la Corte en Madrid el año 1560 (…)

»La nueva biografía, por otro lado inmejorable como semblanza moral de Miguel, anuló a las precedentes y no fue superada ni aún igualada, en el orden documental, por las posteriores, a pesar de que algunas contaron con datos inéditos, producto de la investigación ajena. Porque en adelante las conquistas que irán esclareciendo los contornos obscuros de la vida del autor, se deberán a los investigadores, y no a los biógrafos; a la crítica docta y no, a los narradores ocasionales, adversarios de la erudición y los archivos. Con la Vida de Fernández de Navarrete, las letras españolas, excluidos los lunares marcados, tuvieron una importante y magnífica biografía, punto precioso e ineludible de arranque para futuros y más completos trabajos biográficos.»

Y como homenaje personal del blogger, he incluido un rampallo de obras cervantinas y cervantinófilas (y alguna cervantinofóbica) en Cervantes, antes y después, para disfrute de aquel al que le interese.


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