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viernes, 16 de febrero de 2018

Pedro Antonio de Alarcón, Historietas nacionales


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El nacionalismo es una ideología que se generaliza en el siglo XIX en las corrientes liberales, en las tradicionalistas, e incluso entre los que se consideran internacionalistas. Consiste en reducir de forma absoluta la identidad de los individuos al hecho de pertenecer a una colectividad denominada nación, que engloba a sus actuales miembros, pero también a las generaciones del pasado o del futuro. Exagera el patriotismo, y sostiene que a la nación deben supeditarse todas las creencias, ideologías, intereses, e incluso la propia vida. Es consecuencia de estos dos principios ideológicos: la soberanía nacional, que considera a la nación como único sujeto soberano, y la nacionalidad, que establece que cada comunidad nacional ha de poseer su propio estado. Y se fundamenta, de forma algo contradictoria, tanto en lo emocional: ante todo, las personas sienten su pertenencia a una lengua, una historia, unas costumbres, unas tradiciones y leyendas, un paisaje... (influencia del tradicionalismo); como en lo racional: ante todo las personas pactan su pertenencia jurídica a un país, con sus leyes propias, con el reconocimiento de derechos ciudadanos... (influencia del liberalismo).

Naturalmente, los procesos nacionalistas son normalmente conflictivos, ya que casi nunca está claro qué constituye una nación. Así, por ejemplo la región de la Alsacia, de lengua alemana pero de historia francesa fue constantemente disputada por sus vecinos. Además, no suele existir un consenso dentro de la propia comunidad: existen diversas identidades nacionales contradictorias, lo que genera acusaciones de traición que, en ocasiones derivan hacia la violencia indiscriminada.

En cualquier caso, los nacionalismos del siglo XIX refuerzan la propaganda para “nacionalizar” a grupos que inicialmente se consideran escasamente “nacionalizados”: “ya hemos hecho Italia; hagamos añora a los italianos”, es una frase muy conocida. Por eso se multiplica el uso de símbolos (desde la bandera, el himno y el escudo, hasta prendas de vestir determinadas), la construcción de monumentos a los personajes y hechos “gloriosos” de la nación, la propagación de una interpretación nacionalista de la historia y de la cultura del grupo (basada en buena medida en un catálogo de “agravios” históricos o ficticios causados por el “enemigo”). Dos medios de gran importancia para la trasmisión de la ideología nacionalista fue el establecimiento de la educación obligatoria y del servicio militar obligatorio, naturalmente ambos controlados por el estado.

Y la literatura juega también un papel espléndido como vehículo nacionalizador e ideologizador, especialmente la dirigida a niños y adolescentes. Ejemplo definitivo en este sentido es Corazón, de Edmondo de Amicis, al que algún día deberemos volver. Pero hoy vamos a comunicar las Historietas nacionales de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), de quien ya disponemos sus excelentes crónicas y reportajes del Diario de un testigo de la guerra de África. Las Historietas son una colección de cuentos reunida en 1881, aunque publicados anteriormente de forma separada. Para el objeto de esta entrada, destacan los ambientados en la ya entonces interiorizada como Guerra de la Independencia, definitivo mito iniciático del nacionalismo español contemporáneo.


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