Escribe Manuel Fernández Álvarez, en Felipe II y su Tiempo (Madrid 1998): «El año 1568 está marcado a sangre y fuego en la biografía de Felipe II. Es el annus horribilis, tanto por lo que hace a los sucesos de la Monarquía como a los avatares familiares. De pronto se encienden los dos focos de la gran rebelión, en el Norte y en el Sur, ambos con connotaciones religiosas, aunque de muy dispar signo como el que va del cristianismo ―según la reforma de Calvino, que empezaba a ganar tanto terreno en los Países Bajos en la década de los sesenta― a lo musulmán, con tantas raíces en el reino granadino (…) Y en ese mismo año, tan cargado de problemas en el cuerpo de la Monarquía, es cuando se producen las muertes del príncipe don Carlos y de la reina Isabel de Valois; esto es, del Príncipe heredero y de la esposa del Rey. Dos muertes que no tendrían entre sí nada en común, salvo el hecho de su estrecha conexión con el monarca, pero que darían pie a la más formidable propaganda antifilipina y precisamente desencadenada por la principal figura de la revuelta flamenca: el príncipe Guillermo de Orange.»
Y más adelante: «Estamos ante uno de los acontecimientos de mayor relieve en la historia de España, de los que más han sido divulgados dentro y fuera de nuestras fronteras, con hondo eco en las artes y en las letras, en especial en el teatro y en la ópera, gracias sobre todo al genio de Schiller, en Alemania, y de Verdi, en Italia; no olvidemos que el Don Carlos, de Verdi, sigue representándose, año tras año, en los grandes teatros de ópera de todo el mundo occidental. Y dado que en ese teatro y en esa ópera se distorsiona el pasado histórico, cabría preguntarse si con el tema de Don Carlos nos encontramos ante una de las piezas clave de la leyenda negra antifilipina, y aun si de ella se desprende una descalificación no ya sólo del propio Rey, sino también del mismo pueblo español, junto con otros brochazos dados a ese cuadro de la leyenda: los horrores de la Inquisición, los atropellos de los conquistadores y los desmanes de los tercios viejos en Europa.» Y el maestro Fernández Álvarez continúa analizando magistralmente el caso de Don Carlos y su repercusión.
Pero lo que aquí nos ocupa es comunicar la obra del gran historiador belga Louis-Prosper Gachard (1800-1885), su Don Carlos y Felipe II, que en 1863 se publicó tanto el original francés como una traducción española a veces algo apresurada. En opinión del historiador que hoy nos guía, «el mejor libro escrito sobre el tema», aunque en ocasiones discrepe de algunas de sus conclusiones. Nos lo presenta así: «… el gran historiador belga que había escrito páginas tan admirables sobre Carlos V. Investigando no sólo en Simancas, sino también en los archivos belgas, publicaría a mediados de siglo su voluminosa obra: Correspondence de Philippe II sur les affaires des Pays-Bas (Bruselas, 1848-1879, 5 vols.), completada después con otro libro suyo: Correspondance de Marguerite d'Autriche avec Philippe II (1559-1565) (Bruselas, 1887-1891, 3 vols., en parte extractos del anterior). Y sería Gachard el que resultara recompensado por su infatigable labor investigadora con el hallazgo más notable sobre la personalidad de Felipe II: las cartas del Rey a sus hijas, escritas durante su estancia en Portugal entre 1580 y 1583, encontradas casualmente en el Archivo de Turín: Lettres de Philippe II à ses filles les Infantes Isabelle et Catherine écrites pendent son voyage en Portugal (1581-1583) (París, 1884).»
Antonio Gisbert, Últimos momentos del príncipe Don Carlos (1858) |
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