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viernes, 17 de enero de 2020

Rodrigo Zamorano, El Mundo y sus partes, y propiedades naturales de los cielos y elementos


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Rodrigo Zamorano (1542-1620) fue matemático, cosmógrafo, piloto mayor y catedrático de cosmografía y navegación en la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla. Entre las numerosas obras que publicó hemos seleccionado el primer libro de su Cronología y repertorio de la razón de los tiempos (Sevilla 1594), en el que presenta el modelo clásico del universo, originado en la Antigüedad y culminado por Ptolomeo (una de sus formulaciones la observamos en El Sueño de Escipión, de Cicerón); y admirado y desarrollado en las edades Media y Moderna. Pero cuando Zamorano publica su obra ya ha sido propuesta la alternativa copernicana, que con Galileo y Kepler acabará triunfando a fines del siglo XVII.

El texto que presentamos es un mero epítome del modo como en su tiempo se percibía la realidad existente: un universo ordenado y jerárquico compuesto por una sucesión de diez cielos esféricos concéntricos y de gran perfección, que separan el Empíreo, donde reside Dios, del mundo sublunar en el que vivimos nosotros, que recibe la constante influencia de aquellos. Los cielos son diez, y los dos primeros no son perceptibles por los sentidos: primer móvil y cristalino. El siguiente es el firmamento, la esfera de las llamadas estrellas fijas, las más determinantes ordenadas en las doce constelaciones del Zodiaco. Le siguen los siete cielos de los siete planetas: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio y Luna, cuyo influjo es también poderoso sobre territorios, personas y animales. Más acá del círculo de la Luna está la última esfera, nuestro mundo, la región elemental, así llamada por los cuatro elementos constitutivos, fuego, aire, agua y tierra.

C. S. Lewis, en su The Discarded Image (1964, traducida aquí con el más débil título de La imagen del mundo), analizaba esta magna construcción intelectual a través de los textos literarios medievales y renacentistas, y finalizaba su estudio con la siguiente reflexión personal: «No he hecho ningún intento serio de ocultar que el antiguo modelo me complace como creo que complacía a nuestros antepasados. Pocas construcciones de la imaginación me parecen haber combinado esplendor, sobriedad y coherencia en tan alto grado. Es posible que algunos lectores hayan estado sintiendo la necesidad imperiosa de recordarme que tenía un defecto grave: no era verdadero. Estoy de acuerdo. No era verdadero. Pero me gustaría acabar diciendo que esa acusación ya no puede tener para nosotros exactamente el mismo peso que habría tenido en el siglo XIX.» Y continúa reflexionando sobre la superación del cientificismo positivista en los ámbitos científicos (aunque, añadimos nosotros, no en una parte significativa de los ámbitos periodísticos, políticos, televisivos y cinematográficos, y lamentablemente, de la educación primaria y secundaria.)

Y Lewis concluye: «La nueva astronomía triunfó, no porque la causa de la antigua estuviese perdida sin esperanza, sino porque la nueva era una herramienta mejor; una vez comprendido esto, el innato convencimiento de los hombres de que la propia naturaleza es economizadora hizo el resto. Cuando nuestro modelo resulte abandonado, a su vez, esa convicción seguirá viva sin duda alguna. Una pregunta interesante es la de qué modelos construiríamos, o si podríamos construir modelo alguno, en caso de que una gran alteración en la psicología humana acabase con dicha convicción (…) Confío en que nadie pensará que estoy recomendando un regreso al modelo medieval. Sólo estoy indicando consideraciones que pueden inducirnos a apreciar todos los modelos de la forma idónea: respetándolos todos y sin idolatrar ninguno (…) Ya no podemos despachar el cambio de modelos como un simple progreso del error a la verdad. Ningún modelo es un catálogo de realidades esenciales ni tampoco mera fantasía. Todos ellos son intentos serios de abarcar todos los fenómenos conocidos en una época determinada y todos consiguen abarcar gran cantidad de ellos. Pero no menos seguro es también que todos reflejan la psicología predominante de una época casi tanto como el estado de sus conocimientos.»


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