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lunes, 19 de abril de 2021

Diego de Pantoja, Relación de las cosas de China (1602)

Retrato ideal por Wan Li

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Diego de Pantoja nació en Valdemoro en 1571, y joven todavía se embarcó en Lisboa con destino a las misiones jesuitas de Oriente. En 1597 se encontraba en Macao a la espera de dirigirse a Japón. Sin embargo, las circunstancias alteran sus planes: dos años después marcha a Nankín para colaborar con Matteo Ricci en sus esfuerzos para integrar el cristianismo en la cultura y la sociedad china; eso sí, cultura confuciana y sociedad acomodada. Las dificultades serán abundantes, pero finalmente lograrán establecerse en Pekín, y relacionarse estrechamente con letrados y mandarines. La carta que remite a Luis de Guzmán, un superior de su orden, en 1602, y que hoy reproducimos, contendrá una relación de la aventura, y sobre todo una extensa descripción de la China de los Ming. Pronto será impresa, con apresuramiento y abundantes erratas que hemos corregido en algunas ocasiones, bajo el título de Relación de la entrada de algunos padres de la Compañía de Jesús en la China, y particulares sucesos que tuvieron, y de cosas muy notables que vieron en el mismo reino. Será pronto traducida y reproducida por toda Europa, y contribuirá a corregir viejos errores, como la distinción entre China y Catay. Aunque también generalizará nuevos estereotipos...

Escribe Ignacio J. Ramos en el volumen colectivo dedicado a nuestro autor con motivo del cuarto centenario de su muerte, titulado Diego de Pantoja SJ. Un puente con la China de los Ming (Aranjuez 2018): «Diego de Pantoja llegó a China por sus grandes dotes para las lenguas, su excelencia en conocimientos humanísticos y científicos (por ejemplo, en retórica, música, matemáticas, astronomía o cartografía), y por la flexibilidad, sagacidad y apertura de su carácter. Fue embajador de valores y creencias alternativas a los de la China Ming, siendo, a la vez, aprendiz aventajado de la cultura autóctona. Eso le hizo protagonista de un modo de inculturación no visto hasta entonces, alternativo a cualquier tipo de parasitismo o actitud colonizadora. Esta forma de vivir como “puente entre culturas” le hizo acreedor de la mayor confianza mostrada por un emperador Ming hacia un extranjero hasta entonces: se le concedió un pedazo de terreno para poder enterrar a su maestro (Matteo Ricci) y asentarse para poder tratar en paz con toda clase de gente, erudita y sencilla, que viniese a verlo. Dicha pieza de terreno se conserva hasta hoy y es el cementerio de Zhalan, un lugar muy especial dentro del propio Beijing que merece la pena conocer.»

Y en el mismo volumen, Fernando Mateos se refiere a su producción escrita: «El P. Pantoja intensificó asimismo su labor de escritor en temas históricos, geográficos, bíblicos, catequéticos y apologéticos. Desde 1611 a 1616 publicó en Pekín nueve obras escritas en chino; entre ellas sobresale la titulada Las siete victorias qikedaquan (contra los siete pecados capitales), varias veces reimpresa en los siglos siguientes. Esta obra mereció que el emperador manchú Chien Lung la incluyera en el año 1778 en su gran colección de libros excelentes.» En relación con estos éxitos literarios de la misión jesuita, escribía ya en 1640 el portugués Álvaro Semmedo en su Imperio de la China y la cultura evangélica en él (Madrid 1642): «Agradábanse mucho de los libros que imprimíamos y derramábamos de nuestra doctrina, compuestos en su propia lengua, como eran un Catecismo copioso, algunos Tratados de cosas morales, algunos de Matemáticas, y otros de religiosas curiosidades. El padre Diego Pantoja publicó uno de las Siete virtudes y de sus siete contrarios, con tanto espíritu, que los propios letrados mandarines, solamente de verlo, fueron conmovidos a imprimirlo por su gusto en diversas provincias, añadiéndole proemios y poesías en alabanza de los padres y de nuestra fe.» Sin embargo, en 1617 los jesuitas serán temporalmente expulsados de Pekín, y Pantoja regresó al Macao portugués, donde fallecerá pocos meses después, tras veintiún años de estancia continuada en China.

Mateo Ricci y Paulo Guangqu,
en Athanasius Kircher,
China Monumentis, qua sacris qua profanis (1667)

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