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lunes, 13 de diciembre de 2021

Luciano de Samósata, Cómo ha de escribirse la Historia

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En sus divertidas y embusteras Historias verdaderas, Luciano de Samósata se refiere así a los geógrafos e historiadores de su época: «Ctesias de Cnido, hijo de Ctesíoco, ha escrito de la India y de sus habitantes cosas que no ha visto ni oído. Yámbulo ha referido muchos portentos del Océano en una obra cuya ficción es evidente para todos, pero no desnuda de atractivo. Otros muchos siguiendo igual sistema, han descrito como suyos ciertos viajes y aventuras, donde hablan de animales monstruosos, hombres crueles y rarísimas costumbres (...) Al leer todos estos autores, no los he vituperado agriamente por sus mentiras, considerando que éstas son ya frecuentes en los preciados de filósofos, me ha pasmado en ellos el que hayan creído que no iba a conocerse que no escribían la verdad. Por lo cual yo mismo, deseoso de dejar algo mío a la posteridad, y de no ser el único que no ejercitase el derecho de fingir, me he decidido, a falta de sucesos verdaderos que contar, pues no me ha ocurrido nada digno de mención, a ejercitarme también en una mentira mucho más razonable que la de los demás; pues cuando menos habrá una verdad en mi libro: la confesión de que voy a mentir. Con ella creo eximirme de la acusación que a los otros narradores acabo de hacer. Cuento, pues, cosas que no he visto, aventuras que no me han sucedido y que no he oído que hayan sucedido a nadie, y añado cosas que ni existen ni pueden existir. Los lectores no deberán, por consiguiente, darles el menor crédito.»

Más en serio (relativamente), Luciano de Samósata (125-195) lleva a cabo en la breve obra que presentamos un análisis y crítica severa de ese modo interesado, falto de rigor y poco valioso del trabajo de muchos de los historiadores de su tiempo, que contrapone a las reglas que considera oportunas. Ahora bien, su concepción de la Historia es eminentemente literaria: es una de las Artes (su musa es Clío), y se encuentra a caballo de la retórica y la sofística. Rechaza como vicios capitales la tendencia a la adulación de capitanes y príncipes, a los excesos literarios (trágicos o poéticos), a la pedantería que lleva a explayarse en detalles nimios o meramente geográficos, a la imitación servil de los grandes historiadores… Para él, la historia es ante todo una obra retórica y su valor depende tanto de su forma literaria como de su utilidad práctica y pública de carácter político y moral: «El buen escritor de historia ha de tener dos condiciones esenciales, a saber: grande inteligencia política y vigorosa elocución. La primera no se aprende, es un don natural; la segunda puede adquirirse con mucho ejercicio, asiduo trabajo y gran deseo de imitar a los escritores de la antigüedad. No pueden ser suplidas por el arte, ni necesitan de mis consejos.»

Pero ante todo debe atender a la verdad de los acontecimientos: «El único deber del historiador es narrar con veracidad los hechos. Pero no podrá cumplirlo si teme a Artajerjes, de quien es médico, o espera una túnica de púrpura, un collar de oro o un caballo de Nisea en premio de las lisonjas de su escrito. No harán esto Jenofonte, historiador imparcial, ni Tucídides. Si tiene enemistades particulares, las pospondrá al interés común, y la verdad vencerá al odio, y las faltas se dirán, aunque sean de un amigo. El decir la verdad, repito, es el único deber del historiador, a ella debe posponerse todo cuando de historia se escribe, y única regla, en fin, y única medida exacta es no mirar sólo a los que actualmente nos escuchan, sino a los que, en lo sucesivo, leerán nuestras obras. Así ha de ser el historiador exento de temor, incorruptible, independiente, amigo de la franqueza y de la verdad (...); sin conceder nada a la amistad ni al odio; sin perdonar nada por compasión, vergüenza o respeto; juez imparcial, benévolo con todos, sin excederse para nadie de lo justo; extraño a sus libros, sin rey, sin ley y sin patria, y sin preocuparse de lo que éste o aquél pensará, refiriendo verazmente los hechos.»

Pueden resultar de interés estas viejas reflexiones de este viejo sofista, retórico y satírico sirio-griego-romano, que desde su recuperación en el Renacimiento (lo vimos citado por Vasco de Quiroga la pasada semana), influyó poderosamente en la literatura europea. Quizás se podrían aplicar dichas observaciones a buena parte de los usos y abusos actuales de la vieja Clío: historias de clase, de género, de raza, de nación; supuestas memorias históricas o democráticas; leyendas negras y rosas… Un sinfín de manifestaciones de algo tan antiguo como es el uso de la Historia como instrumento para alcanzar ciertos fines, como herramienta, como propaganda: «El que controla el pasado —decía el eslogan del Partido—, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.»

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