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lunes, 26 de septiembre de 2022

Diego Abad de Santillán, Por qué perdimos la guerra

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El hispano-argentino Sinesio García Fernández (1897-1983), más conocido por su nom de guerre como Diego Abad de Santillán, anarquista desde 1917 y dirigente en la FAI, recoge aquí sus memorias políticas de la guerra civil. Es una apresurada obra de propaganda y de justificación: propaganda de sus ideales y justificación de su conducta, patente desde el título de la obra (que luego se reutilizará en una difundida antología de textos de los vencidos en la contienda civil, recogida por Carlos Rojas). No pretende indagar entre los múltiples factores de los derroteros de la guerra, sino desvelar, juzgar y condenar, sin el menor asomo de duda, a los que considera los verdaderos responsables de la catastrófica derrota. Y es que para nuestro autor la guerra no sólo merecía ganarse, sino que debía y podía ganarse: sólo era necesario aplicar la receta invencible de la revolución social al modo de la FAI, la que se impuso en Cataluña y en Aragón en los primeros meses, que considera es la auténticamente querida por ese etéreo pueblo español al que están convencidos de representar todos los variopintos contendientes.

«Resumiremos, a través de este relato, tres de las causas fundamentales del desenlace anti-popular y anti-español de nuestra guerra, de las que se derivan las demás causas secundarias, y procuraremos desentrañar cual habría debido ser nuestra conducta práctica para evitar la tragedia en la dimensión que se ha producido.

»1.º La idiocia republicana, que encarnó, desde las esferas gubernativas de Madrid, la misma incomprensión de las monarquías habsburguesas y borbónicas ante las realidades populares y ante sentimientos regionales legítimos, como el de Cataluña, contra cuya iniciativa bélica y social se cuadró todo el aparato del Estado central, hasta reducir las inmensas posibilidades de esa región y entregarla, maltrecha y amargada, al fascismo. Cataluña pudo ganar la guerra sola, en los primeros meses, con un poco de apoyo de parte del gobierno de Madrid, pero este tuvo siempre más temor a una España que escapase a las prescripciones de un pedazo de papel constitucional y ensayase nuevos rumbos económicos y políticos, que a un triunfo completo del enemigo.

»2.º La política de no-intervención, propuesta y practicada por el gobierno socialista-republicano de Francia desde la primera hora, aprobada después por Inglaterra, y convertida en el mejor instrumento para sofocarnos a nosotros, mientras se proporcionaban al enemigo, abiertamente, los hombres y el material de guerra necesarios para asegurarle el triunfo. Esa farsa siniestra de la no-intervención, en la que acabó de morir, y no lo lamentamos, la Sociedad de Naciones, supo sacrificarnos despiadadamente a nosotros, pero no ha logrado evitar que Francia e Inglaterra, principales animadoras de esa burla sangrienta, tengan que pagar las consecuencias en la guerra actual, con millones de sus hijos y el sacrificio de todas sus reservas económicas y financieras.

»3.º Tan funesta como la no-intervención para la llamada España leal, fue la intervención rusa, que llegó varios meses después de iniciadas las operaciones; prometió vendernos material y, no obstante cobrarlo en oro, por adelantado, llegase o no llegase la carga a nuestros puertos, puso como condición de la supuesta ayuda la sumisión completa a sus disposiciones en el orden militar, en la política interior, en la política internacional, habiendo hecho de la España republicana una especie de colonia soviética. La intervención rusa, que no solucionó ningún problema vital desde el punto de vista del material, escaso, de pésima calidad, arbitrariamente distribuido, dando preferencia irritante a sus secuaces, corrompió a la burocracia republicana, comenzando por los hombres del gobierno, asumió la dirección del ejército, y desmoralizó de tal modo al pueblo que éste perdió poco a poco todo interés en la guerra, en una guerra que se había iniciado por decisión incontrovertible de la única soberanía legítima: la soberanía popular.»

Esta última es su gran bestia negra, el comunismo marxista, Stalin, y los que considera sus títeres socialistas, Negrín y Prieto, que considera han implantado una auténtica dictadura en la España formalmente republicana: «Mientras nosotros [los anarquistas] teníamos el pensamiento fijo en la guerra al enemigo de enfrente, sacrificándolo todo a la guerra, amparados por Rusia se movían, se organizaban y se complotaban los secuaces de una dictadura comunista, para los cuales, cualesquiera que fuesen las consignas públicas, no había más que un objetivo: desplazarnos por todos los medios de la posición dominante a que habíamos llegado por el amplio camino del más grande de los sacrificios. Mientras por un lado de la barrera se veneraba a Hitler y a Mussolini como encarnación suprema de un ideal de esclavización humana, por el otro se rendía idéntico culto a Stalin», «que no sabemos si ya entonces obraba de acuerdo con Hitler.»

Por lo tanto, «si por nuestra parte no habríamos sabido elegir entre la victoria de Franco y la de Stalin, por parte de la población políticamente indiferente, se prefería ya el triunfo de Franco, en la esperanza vaga de que lo haría mejor, de que el sufrimiento al menos no sería más duro y que las persecuciones y las torturas no serían más salvajes. Y por odio a la dominación rusa que se tenía que soportar en la España republicana, se minimizaba el hecho que del otro lado la dominación italiana y alemana no eran más suaves ni distintas esencialmente por sus procedimientos y sus aspiraciones.»

Naturalmente, este memorial de doloridos agravios es interesado, parcial o subjetivo, y deja de lado las especulares deudas que se deben hacer al autor y sus secuaces (que, de hecho, constituyeron sólo un sector de anarquismo, y enfrentado al mayoritario). Por ello, podemos concluir con lo que George Orwell señalaba en sus Recuerdos de la guerra de España (1942): «La lucha por el poder entre los partidos políticos de la España republicana es un episodio desdichado y lejano que no tengo ningún deseo de revivir en estos momentos. Lo menciono sólo para decir a continuación: no creáis nada, o casi nada, de lo que leáis sobre los asuntos internos en el bando republicano. Sea cual fuera el origen de la información, todo es propaganda de partido, es decir, mentira.»

Comité de milicias Antifascistas de Cataluña

lunes, 19 de septiembre de 2022

Nuño de Guzmán, Jornada de Nueva Galicia y otras cartas


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Aunque apenas dura diez años, la carrera de Nuño de Guzmán (1490-1558) en las Indias constituye un excelente ejemplo de los éxitos y los fracasos, los conflictos y las ambiciones, las luces y las (muy oscuras) sombras, en fin, las desmesuras de todo tipo que parecen caracterizar los primeros decenios de la conquista de América. A nuestro protagonista lo vimos representado en el Lienzo de Tlaxcala: al frente de sus tropas españolas y tlaxaltecas (a las que denomina los amigos, a pesar de no mostrarles ninguna simpatía) procede a la conquista de Michoacán. Al fondo el cacique Cazonzi aparece ahorcado.

De familia noble, Guzmán formó parte del círculo cortesano del Emperador, lo que propició su nombramiento como gobernador del Pánuco, al norte de México, del que tomó posesión en 1527. Su administración fue más que dura, según lo recuerda Bernal Díaz del Castillo: «En todas las provincias de la Nueva España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres no la hubo como ésta de la provincia de Pánuco, y sacrificadores y crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenían otras treinta torpezas; y si miramos en ello, fueron castigados a fuego y a sangre dos o tres veces, y otros mayores males les vino en tener por gobernador a Nuño de Guzmán, que desque le dieron la gobernación, los hizo casi a todos esclavos y los envió a vender a las islas», a cambio de ganado, añadimos, para los pobladores españoles.

Pero por entonces la corte pretende recortar el excesivo poder de Hernán Cortés en la Nueva España, que provoca frecuentes conflictos y banderías, lo que lleva a establecer la primera Audiencia, en la que Guzmán tomará posesión como Presidente en 1528. Naturalmente, se posiciona en contra de Cortés, a la sazón en España. Entre los expedientes iniciados, resulta especialmente novelesco el proceso por la muerte de la primera esposa del conquistador, cuya documentación nos recogió Juan Suárez de Peralta. Pero pronto las denuncias de arbitrariedades, corrupciones y otros excesos que llegan a la corte apuntan en contraria dirección, y Guzmán decide contrarrestarlas con una expedición de conquista con el objetivo de crear al norte, entre el Pacífico y el Golfo de México, un nuevo reino comparable al de la Nueva España. Es la jornada de Michoacán a la que nos referíamos al inicio, que Guzmán emprende a fines de 1529 tras dejar a sus representantes en el gobierno de Pánuco y en la Audiencia de Méjico. Un año y medio después la narrará en la extensa carta que dirige a Carlos I, emulando así a las de Hernán Cortés.

El historiador Francisco López de Gómara, firme partidario de este último, la contó así: «Fue Nuño de Guzmán gobernador en Pánuco y presidente de México (...) Entendiendo Nuño de Guzmán que le quitaban de la presidencia, temió y fuese contra los chichimecas en demanda de Culuacán, que según algunos, es de donde vinieron los mexicanos. Llevó quinientos españoles, los más de ellos a caballo. Unos presos, otros contra su voluntad; y los que iban de grado eran novicios en la tierra, y casi todos los que con él pasaron. En Mechuacán prendió al rey Cazoncín, amigo de Cortés, servidor de españoles y vasallo del emperador, y que estaba en paz. Y sacóle, según fama, diez mil marcos de plata y mucho oro. Y después quemóle con otros muchos caballeros y hombres principales de aquel reino, porque no se quejasen, que perro muerto no muerde. Tomó seis mil indios para carga y servicio de su ejército. Comenzó la guerra, y conquistó a Xalixco, que llaman Nueva-Galicia, como en otro cabo dije. Estuvo Nuño de Guzmán en Xalixco hasta que el virrey don Antonio de Mendoza y la chancillería de México le hizo prender y traer a España a dar cuenta de sí; y nunca más le dejaron volver allá. Si Nuño de Guzmán fuera tan gobernador como caballero, habría tenido el mejor lugar de Indias; empero húbose mal con indios y con españoles.»

El gobierno de la llamada Nueva Galicia lo mantendrá hasta 1536, pero su declive es patente: sometido a procesos de residencia, despreciado o ignorado por Cortés, que organiza expediciones armadas en su territorio, y finalmente arrestado en enero de 1537, en México. Más tarde será enviado a España (la leyenda quiere, como en el caso de Colón, que enjaulado), en la que pasará sus últimos años en la oscuridad, intentando reivindicar su nombre y cobrar los sueldos que se le deben.

En este entrega de Clásicos de Historia incluimos, además de la extensa carta en que refiere la jornada de Michoacán, otras dirigidas al Emperador, al Consejo de Indias y a la Segunda Audiencia, en las que se justifica de aquello de lo que le acusan, a la vez que imputa a Cortés diversos desmanes, y con todo ello pretende frenar su inevitable caída. Su desencanto es patente: «Y de todo siempre he dado cuenta a la Audiencia Real, y a tiempo que lo pudiera remediar, así lo que el Marqués ha hecho, como lo que tocaba al remedio de esta gobernación, y hales parecido que era mejor dejarlo venir en estos términos y que se pierda, y a mí ponerme en demasiados trabajos, donde ya mis fuerzas no bastan ni hacienda, a cabo de once años que ando sirviendo a Vuestra Majestad noches y días sin descansar, y como un alárabe, durmiendo en un rancho. Y de todo estaría muy alegre, si viese que Vuestra Majestad lo recibe en servicio, y lo que el Marqués conmigo ha hecho, aunque sea con pérdida de mi hacienda, porque no vine a estas partes ni estoy en ellas para tener propia voluntad, ni querer sino el de Vuestra Majestad.»

Lienzo de Tlaxcala

lunes, 12 de septiembre de 2022

Alfredo Chavero, Explicación del Lienzo de Tlaxcala

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Hacia 1552, las autoridades tlaxaltecas, copartícipes con los españoles de las conquistas de Hernán Cortés, Nuño de Guzmán o Pedro de Alvarado, entre 1519 y 1541, patrocinaron la elaboración del denominado Lienzo de Tlaxcala, un extenso documento pictográfico sobre algodón, de unos cinco por dos metros, en el que se testimonia su participación en las anteriormente citadas campañas. Se realizaron tres originales: uno se remitió a Carlos I, otro al virrey de la Nueva España, y el tercero se conservó en el ayuntamiento de Tlaxcala. En la segunda mitad del siglo XIX ya sólo se conservaba el último, pero reclamado por las autoridades del segundo imperio, fue llevado a Méjico y se perdió su rastro. Sin embargo se conservan varias copias totales o parciales, más o menos fidedignas: Diego Muñoz Camargo copió en el siglo XVI numerosas imágenes en sus Relaciones Geográficas de Tlaxcala; en 1773 Juan Manuel Yllanes realizó una copia directa del original, al óleo, aunque introduciendo ciertos cambios al gusto dieciochesco, como el modelado; por último, existió otra copia fidedigna en manos de Alfredo Chavero (1841-1906), a partir de la cual encargó a Genaro López las excelentes litografías que aquel publicó en 1892, y que aquí reproducimos. Historiador y artista colaboraron en numerosas ocasiones (lo que aparentemente condujo al artista a emprender una cierta carrera de falsificador de códices mesoamericanos...)

Antonio Jaramillo, Margarita Cossich y Federico Navarrete han publicado recientemente (Glocalism 2021) un interesante artículo sobre el Lienzo y su importancia, del que entresacamos algunos párrafos: «La versión tlaxcalteca de la “conquista” consignada en el Lienzo y los documentos relacionados a éste gozó de gran prestigio durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Los herederos de Maxixcatzin, Xicoténcatl el viejo, Tlehuexolotzin y Citlalpopoca, señores de Tizatlan, Ocotelulco, Tepeticpac y Quiahuiztlan respectivamente, lograron mediante probanzas de méritos y servicios que les fueran reconocidos sus derechos como conquistadores. Por estas razones, podemos estar seguros que el Lienzo de Tlaxcala ―¿o deberíamos llamarlo el mapa de la conquista de la Nueva España de 1552?― es una historia visual compleja en la que los conquistadores tlaxcaltecas y sus descendientes guardaron la memoria social de su participación protagónica en los acontecimientos de la primera mitad del siglo XVI. Esta memoria fue constituida muy tempranamente, dos o tres décadas después de los eventos de la conquista, por una generación que la había vivido y sus herederos, en el afán de consolidar la condición de Tlaxcala como ciudad en el Imperio Español, con su territorio sagrado construido a la manera mesoamericana y cristiana (…)

»Por otro lado, es también la historia más extensa y completa de las guerras mesoamericanas de 1519 a 1541. Fue comisionado meses antes de la publicación de la Historia de la Conquista de México de Francisco López de Gómara y antecede por varias décadas al famoso texto de Bernal Díaz del Castillo. Ningún autor o colectivo europeo pudo haber escrito una historia tan extensa y detallada como la presentada en el Lienzo de Tlaxcala, pues ningún capitán castellano estuvo en todas las campañas descritas en el Lienzo (…) La versión tlaxcalteca de los acontecimientos de la conquista tuvo enorme éxito durante la época colonial dentro y fuera de Tlaxcala. A nivel imperial, los tlaxcaltecas lograron hacerse un espacio en el orden legal español, manteniendo grandes niveles de autonomía y de gobierno propio. Además, la exitosa campaña tlaxcalteca en la corte española se convirtió en un precedente para otros americanos que buscaron conservar y ampliar sus privilegios legales. Incluso es posible que la manera en que los tlaxcaltecas adoptaron y adaptaron las instituciones de gobierno españolas en el interior de su altépetl, pudo haber servido como modelo e inspiración para el régimen de “repúblicas de indios” establecido a mediados del siglo XVI en la Nueva España. Los fueros tlaxcaltecas ganados por las acciones de los indios conquistadores provenientes de su ciudad en la primera mitad del siglo XVI, seguían siendo parte de las Leyes de Indias que regían en toda América hasta el siglo XVIII.»



lunes, 5 de septiembre de 2022

Ramón Menéndez Pidal, Tres artículos sobre Bartolomé de Las Casas

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En los Preliminares a su El Padre Las Casas. Su doble personalidad, Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) se refiere así a los tres artículos que comunicamos esta semana: «Este esbozo biográfico responde a una preocupación mía ya antigua. Comenzó ella en 1940 a causa de una sugestión por mí recibida para que ampliase ideas sobre América y Carlos V, adelantadas hacía poco en La Habana; mi impresión entonces fue francamente adversa respecto a Las Casas, al observar su intenso y monótono apasionamiento, siempre violento en acusar a conquistadores y encomenderos, siempre melifluo en exaltar a los indios. Mucho después, en 1956, los dominicos del célebre convento de San Esteban de Salamanca me hicieron la invitación, para mí tan atrayente como honrosa, de que hablase en el solemne centenario de aquella insigne casa, y al tratar entonces del Padre Vitoria y de Las Casas, comencé a ver que la grave inequidad de éste no era una falta moral, sino intelectual; aclarándoseme todo por completo, en 1957, mediante la consideración de un documento fehaciente. Desde entonces, a pesar de otros trabajos para mí más apremiantes, no cesó mi preocupación en el problema lascasiano, impresionado sobre todo por una notable falta de crítica muy arraigada en las biografías de Las Casas, falta debida a muy particulares circunstancias que concurrieron para formar y propagar la fama póstuma del biografiado.»

Naturalmente, la figura y la obra de Bartolomé de las Casas sigue siendo controvertida, desde lo hagiográfico a lo kakográfico, aunque no falte el esfuerzo en ponderar y comprender. Pero es que, además, debe valorarse el uso que la posteridad le ha dado. El norteamericano Philip W. Powell, en su Árbol de odio, señala que «Bartolomé de Las Casas, héroe de los hispanófobos desde mediados del siglo XVI hasta nuestros días, es la persona más responsable de nuestros deformados puntos de vista sobre los españoles y su papel en América. Este obispo español, tan a menudo santificado en la literatura durante cuatro siglos y colocado hoy en un nicho de santo de la propaganda antiespañola, hizo más que cualquiera otro individuo para manchar el nombre de un pueblo y de una nación ―la suya propia. Seguramente no fueron estas sus intenciones, ya que no podía adivinar cuánto su trabajo iba a favorecer los propósitos extranjeros; pero sus escritos permanecen cerca del corazón y centro de la denigración de España. Él es, entre otras cosas, un magnífico caso de estudio para valorar el daño que a largo plazo puede hacer un exaltado irresponsable, cuando es explotado por los fabricantes de propaganda dirigida contra su propia casa.»

Y más adelante: «La controversia sobre los méritos y defectos de Bartolomé de Las Casas continuará sin duda eternamente, en principio, porque siempre habrá gente que creerá en su total condenación de los españoles y porque otros habré que reconocerán y censurarán sin reservas el prejuicio y fanatismo patentes que guiaron su lengua, su personalidad y su pluma. Hay quienes respetan a Las Casas, pasando por alto la injusticia de sus métodos, para guardar como reliquia la nobleza de su causa, y existen aquellos que ya durante siglos, sin preocuparse mucho de la causa, los métodos o los hechos verídicos, se recrean solamente en la elevación de Las Casas a la categoría de héroe de la propaganda antiespañola.»

La Brevísima relación de la destrucción de las Indias, y las intervenciones de Las Casas en la conocida Controversia de Valladolid, están disponibles en Clásicos de Historia. De Menéndez Pidal, asimismo, su Idea imperial de Carlos V, a la que añadimos los textos de los discursos del Emperador en los que se basa el gran filólogo e historiador.

Fray Bartolomé de Las Casas, por Félix Parra (1875)