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lunes, 19 de junio de 2023

Vicente de la Fuente, La sopa de los conventos

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El definitivo establecimiento del sistema liberal en España a partir de 1833 supuso la primera gran ruptura de los españoles (o mejor, de su clase política y de los grupos movilizados por aquella) entre partidarios y opositores al protagonismo de la religión en la vida social de pueblos y ciudades. Manifestación de este choque fueron el extrañamiento de clérigos y obispos, las matanzas de frailes, el cierre de la mayoría de los conventos y monasterios, la venta-reparto de sus bienes entre los simpatizantes acomodados del liberalismo, la patética figura del exclaustrado, y naturalmente la atroz guerra civil. En realidad, el proceso se había iniciado tiempo atrás, y cabe considerarlo como la transformación del viejo enfrentamiento entre regalistas y ultramontanos (la expulsión de los jesuitas bajo Carlos III, por ejemplo) en la lucha sin cuartel entre el liberalismo secularizador y el carlismo tradicionalista, con triunfo de los primeros. Ambos bandos estuvieron inicialmente dominados por los sectores más intransigentes: progresistas e integristas, respectivamente, pero desde uno y otro bando, o desde fuera de ambos, surgen numerosos intelectuales y políticos que promueven el acercamiento de las posturas tan contrapuestas, aunque sin abandonar las propias ideas ni la crítica de las acciones del contrario.

El catedrático y prolífico escritor Vicente de la Fuente (1817-1889) es un ejemplo de ello. Desde un estricto planteamiento católico publica La sopa de los conventos en el folletín del diario El pensamiento español de Madrid, en los primeros meses de 1868, cuando es patente la amenaza de una nueva radicalización liberal, expresada en la confluencia de unionistas, progresistas y demócratas en su rechazo al gobierno liberal moderado. Es una obra de combate, centrada en la defensa del papel benéfico y asistencial desempeñado por las viejas órdenes religiosas, y los patentes efectos negativos que tuvo su eliminación treinta años antes por parte de los liberales, que las motejaban como obstáculos tradicionales para el triunfo del progreso. El tono satírico y mordaz con el que contrapone los argumentos desamortizadores con sus resultados prácticos fue considerado «tan característico de suyo, que basta para estereotipar su personalidad y darle puesto entre los escritores festivos y los ingenios picarescos de nuestra patria.»

La opinión corresponde a Alejandro Pidal, en la laudatoria necrología leída en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1890. Allí caracterizaba así a nuestro autor: «Era don Vicente de la Fuente aragonés de alma y cuerpo todo entero, es decir, por nacimiento, por vocación y por naturaleza en la más lata acepción de esta palabra. Era el representante genuino del tipo del español rancio, católico por fe y por tradición, demócrata por costumbre, altivo por humildad, humilde sin humillación, chancero con reverencia, laborioso por vocación y por hábito, sencillo por carácter y educación, dado a llamar las cosas por su nombre, desenfadado en el estilo como catedrático y escritor, propenso a la sátira y al donaire, no siempre afortunado en él, y a veces, sin pretenderlo, tan elocuente que arrancaba lágrimas al corazón de su lector o su auditorio.»

Subrayó asimismo su tenaz independencia «basada en la humildad y en la ciencia, amante del progreso y de la tradición, enemiga de toda intrusión extranjera, desconfiada por experiencia y por instinto de todo procedimiento político...» Pero «colocado así entre los dos extremos del campo de batalla, tuvo la gloria de recibir los ataques combinados de todos ellos, y aunque como católico de profesión militó siempre en las filas cristianas, haciendo frente a las huestes racionalistas, triste es decirlo pero es justicia proclamarlo, que... (las heridas) las recibió, mientras peleaba en la brecha, de los que debían ser sus compañeros, por la espalda... No le perdonaron los fariseos, que no odian nada tanto como la idea de un Jesús que no haga la redención a caballo...»

En Clásicos de Historia ya hemos comunicado algunas de su muy abundante producción: la Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España y especialmente de la Francmasonería, los tres tomos con los que contribuyó a la monumental España Sagrada referentes a Tarazona-Tudela y a los titulares de iglesias in partibus infidelium, e incluso sus cinco juveniles colaboraciones en Los españoles pintados por sí mismos

Leonardo Alenza, La sopa boba (detalle)

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