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lunes, 24 de junio de 2024

Conde de Robres, Historia de las guerras civiles de España desde 1700 hasta 1708

Armas del autor

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Agustín López de Mendoza y Pons (1662-1721), marqués de Vilanant, conde de Robres y de Montagut, y señor de Sangarrén y de otras baronías aragonesas y catalanas, de ilustres ascendientes y descendientes (entre ellos el famoso conde de Aranda), ha nacido en Barcelona, aunque se identifica repetidas veces como aragonés en la obra que presentamos esta semana. Ha vivido con preocupación la división creciente, con tomas de postura enfrentadas, que se genera con la problemática sucesión de Carlos II: «Y respondiendo a las sátiras con otras sátiras que también eran reciprocadas con igual amargura, se empezó ya desde este tiempo a encenderse una guerra civil de plumas, que debía ser preliminar de otra más sangrienta. Estas consecuencias las conocían los que menos penetraban, con que fue tanto más de extrañar que los ministros en vez de atajarlas las fomentasen.»

Y la guerra llega, y teme «que faltando a la posteridad una verdadera relación de las causas y progresos de tan gran mal, falte también la instrucción conveniente para evitarle en adelante.» Pero «es peligroso desplegar al público con la pluma la verdad, porque se ha hecho ya carácter de entrambos partidos el esforzar la mentira, y fuera de eso, dominando enteramente a la razón la voluntad, nos vemos miserablemente reducidos en un caos por todas partes inaccesible… Por eso desearía poder trasmitir a mis sucesores una Historia de nuestra infelice era, que reservada en lo muy secreto de una gaveta, pudiese en tiempos menos peligrosos aprovecharles, y al público.» 

Las Memorias para la historia de las guerras civiles de España permanecerán inéditas hasta su publicación en Zaragoza en 1882. Resulta una obra sorprendente en muchos sentidos, pero principalmente por su independencia de criterio: aunque el conde de Robres optó por los Borbones en lugar de los Austrias, mantiene un patente esfuerzo en pro de la imparcialidad al narrar acontecimientos y enjuiciar personajes de la guerra de sucesión. Se documenta, en la medida de lo posible, respecto a los diferentes derechos dinásticos de los competidores por el trono. Compara, con perspicacia, las semejanzas y diferencias del proceso homogeneizador de la monarquía por parte de Felipe V, con el fenómeno paralelo que está teniendo lugar en Gran Bretaña (a la que denomina así). Critica y deplora, en fin, los decretos de nueva planta para Aragón y Valencia, consecuencia de la Batalla de Almansa...

José María Iñurritegui, inicia así su estudio de Las Memorias del Conde de Robres: la nueva planta y la narrativa de la guerra civil: «En las entrañas de la traumática contienda civil del amanecer del Setecientos hispano el Conde de Robres, Agustín López de Mendoza y Pons, encuentra el momento adecuado para el sutil y delicado cultivo de la memoria histórica. La participación política activa de un noble aragonés de filiación borbónica en el certamen sucesorio desemboca en la primavera de 1708 en la composición de unas atípicas Memorias que elocuentemente se dicen para servir a la historia de las guerras civiles de España. La propia operatividad pretendida por el autor para su texto, y la profunda reformulación del sentido moral y político del valor didáctico de la historia que destila, convierten esas páginas en una pieza ciertamente singular en el complejo panorama de la narrativa de la guerra civil. Frente al uso político común de la historiografía en el turbulento teatro de la confrontación dinástica y civil, la glosa laudatoria de las glorias del monarca, las Memorias asumían ya por principio el inusual empeño de arrojar luz y levantar acta sobre las causas de fondo que motivan el desastre del encuentro doméstico. Apegadas en todo momento a la más pura y feroz dimensión civil del combate y a su más honda esencia política, siempre fieles al preciso estímulo al que responde la opción misma de la escritura, las Memorias forjan sobre esa peculiar mirada una acusada personalidad narrativa y política con novedades de subido valor en su género y en su contexto.»

Archivo Histórico Provincial de Zaragoza

lunes, 10 de junio de 2024

Isidoro de Sevilla, Historia de los reyes godos, vándalos y suevos

De un códice del siglo X
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Ramón Menéndez Pidal, en su Universalismo y nacionalismo. Romanos y germanos (1940), extensa introducción al tomo III de la monumental Historia de España que dirigía, se refiere así a la obra que comunicamos esta semana.

«Al leer a Idacio asistimos al laborioso parto de España y de su historia; en el Biclarense vemos crecer una historia de España , aunque sujeta todavía a una crónica de emperadores; Isidoro es el primero que saca esta historia de la tutela imperial, para darle independencia y espíritu propio. El metropolitano de Sevilla no es godo, como el monje Biclarense es romano, y, sin embargo, participa del mismo entusiasmo goticista, pues ya para unos como para otros los destinos de España estaban indisolublemente ligados a los del pueblo que había hecho de la Península una monarquía poderosa. La historia isidoriana del pueblo glorioso temido de Alejandro, de Pirro, de César, toda ella computada por la era española, termina en el año 624 con las victorias de Suintila, en especial la conquista de las últimas ciudades que el Imperio romano conservaba en la Bética; así se repite: Suintila fue el primero que tuvo la monarquía de toda España, totus Hispaniæ, del lado de acá del Estrecho. La marina creada por Sisebuto acechaba el momento de transfretar, para hacerse con la Tingitana, que aún retenía el Imperio bizantino y que era parte integrante de la España romana.

»Es época de entusiasmo gótico, y ese entusiasmo dicta a Isidoro el prólogo de su Historia, en loor de España, De laude Spaniæ, donde define qué es para él España y qué es lo que la hace amable.

»De todas las tierras cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas las provincias…; tú, honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra, en quien la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece. Natura se mostró pródiga en enriquecerte; tú, exuberante en fruta, henchida de vides, alegre en mieses…; tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del sol, ni arrecida por glacial inclemencia… Tú vences al Alfeo en caballos y al Clitumno en ganados; no envidias los sotos y los pastos de Etruria, ni los bosques de Arcadia… Rica también en hijos, produces los príncipes imperantes, a la vez que la púrpura y las piedras preciosas para adornarlos. Con razón te codició Roma, cabeza de las gentes, y aunque te desposó la vencedora fortaleza Romulea, después de florentísimo pueblo godo. Tras victoriosas peregrinaciones por otras partes del orbe, a ti te amó, a ti raptó, y te goza ahora con segura felicidad, entre la pompa regia y el fausto del Imperio.

»Esta férvida Laus Sapaniæ se inspira, a mi ver, principalmente en la Laus Serenæ de Claudio, que ya conocemos. Isidoro, con su vaga mención de la riqueza de España en príncipes y gentes, nos impresiona menos que Claudiano con sus precisas alusiones a los augustos hispanos; es que Isidoro tiene el mal acuerdo (lo mismo en todo su relato histórico) de buscar elevación o elegancia en la vaguedad, huyendo la individuación de personas y lugares; no estima, como Claudiano, el alto valor poético de lo concreto. Sin embargo, él comunica más emoción a sus palabras y mayor alcance desde el momento que, lejos de hablar de una región del mundo entero, habla como historiador de un pueblo. Por esto el loor isidoriano se aparta de toda la serie de loores de España que produjo la literatura latina. No es el postrero en la serie de ellos; no es, como se ha dicho, el canto del cisne de la provincia romana, sino, al contrario, es el canto auroral de la alondra que acompaña a los desposorios de España con el pueblo godo y anuncia el advenimiento de la nueva nación. El nuevo loor lo dice; por eso Isidoro, que sabe bien lo que en la nueva edad del Occidente significa el germanismo, confunde la historia de España con la del antiquísimo pueblo emigrante introducido en ella por Ataúlfo.

»Esa concepción de San Isidoro era participada por todos. La patria y los godos son dos cosas inseparables; Gothorum gens ac patria es la expresión corriente, lo mismo en las leyes que en los cánones, para significar el interés general del Estado.

»En esta edad germanorromana el universalismo imperial desaparece, quedando sólo representado por el universalismo eclesiástico, y surge un sentimiento contrario: el nacionalismo político y cultural. Los germanos son los que suelen dar nombre a estos círculos nacionales nuevos: Anglia, Francia, Burgundia, Lombardía…; España está a punto de ser una Gotia si no es porque Ataúlfo dijo que no quería que eso sucediera; pero aunque el rasgo fisonómico más saliente de los nuevos países es germánico, el sentimiento nacional es una creación románica. Lo vimos, como escabulléndose del universalismo agustiniano, surgir de la provincialización del Imperio en Paulo Orosio. Isidoro nos lo da ya perfecto, en cuanto a lo político, en el loor de España; y en cuanto a lo cultural, nos lo formula el concilio IV por él presidido, proclamando la unificación de la Iglesia en toda España (téngase presente que en esta época la cultura es exclusivamente eclesiástica): una misma disciplina, una liturgia, unos mismos himnos para todos los que vivimos —dice el concilio— abrazados por una misma fe y un mismo reino, qui una fide complectimur et regno. Al lado del Estado nacional se crea, no digamos una Iglesia nacional en el sentido propio de la frase, pero sí una Iglesia nacionalizada y coherente, bajo la supremacía de Toledo, Iglesia unificada por una liturgia especial, que fue llamada isidoriana, la cual no dejará de existir sino en el siglo XI por tenaz empeño de Gregorio VII.

»A pesar de la desaparición del Estado godo, las posteriores historias de España se llamaron frecuentemente Historia de los godos, imitando a la de Isidoro; y la autoridad del gran polígrafo hizo que la Laus Spaniæ, el himno natalicio del pueblo hispanogodo, quedase entre los connacionales del obispo hispalense como el credo nacionalista profesado durante muchos siglos, reiterado y refundido en múltiples formas, lo mismo en tiempos muy críticos para el amor patrio que en épocas de nueva exaltación optimista.»

Presentamos el texto original del año 624, ampliación de otra versión anterior más reducida, y una traducción propia. También hemos agregado unos pocos pasajes de las Etimologías —la gran obra de Isidoro y la de mayor difusión a lo largo de los siglos—, referentes a su concepción de la Historia, a los pueblos godos, vándalos, suevos e hispanos, y a la propia Hispania. En su día ya comunicamos su Crónica Universal.

El inicio de la Historia Vandalorum en un códice de los siglos XI o XII.