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lunes, 28 de octubre de 2024

Lorenzo Zavala, Viaje a los Estados Unidos del Norte de América en 1830

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Frances Trollope, en su Costumbres familiares de los norteamericanos, nos proporcionó una visión eminentemente negativa y conservadora de los Estados Unidos. El mejicano Lorenzo Zavala (1788-1836) nos ofrece ahora la suya, laudatoria y progresista: «Al echar una ojeada rápida sobre esa nación gigantesca, que nació ayer y que hoy extiende sus brazos desde el Atlántico hasta el Pacífico y mar de la China, el observador queda absorto y naturalmente se hace la cuestión, de cuál será el término de su grandeza y prosperidad… A la vista de este fenómeno político, los hombres de estado de todos los países, los filósofos, los economistas se han detenido a contemplar la marcha rápida de este portentoso pueblo, y conviniendo unánimes en la nunca vista prosperidad de sus habitantes al lado de la sobriedad, del amor al trabajo, de la libertad más indefinida, de las virtudes domésticas, de una actividad creadora y de una religiosidad casi fanática, se han esforzado a explicar las causas de estos grandes resultados.»

Naturalmente, estas alabanzas generalizadas en ocasiones se interrumpen y el autor deplora momentáneamente ciertas lacras, como la esclavitud y la general proscripción social (es la expresión que emplea) de los africanos y sus descendientes, libres o esclavos «que la excluye de todos los derechos políticos, y aun del comercio común con los demás, viviendo en cierta manera como excomulgados.» Sin embargo, el radical Zavala parece proponer como solución, no la integración, que considera exigiría un proceso prolongado y conflictivo, sino la deportación de la población negra a África, a la que en realidad era una colonia norteamericana, Liberia.

Otros aspectos vidriosos, como el expansionismo territorial, son en cambio ensalzados por el autor. «Diez mil ciudadanos de los Estados Unidos se establecen anualmente en el territorio de la república mejicana, especialmente en los Estados de Chihuahua, Coahuila y Tejas, Tamaulipas, Nuevo-León, San Luis Potosí, Durango, Zacatecas, Sonora, Sinaloa y Territorios de Nuevo Méjico y Californias. Estos colonos y negociantes llevan con su industria los hábitos de libertad, de economía, de trabajo; sus costumbres austeras y religiosas, su independencia individual y su republicanismo. ¿Qué cambio no deberán hacer en la existencia moral y material de los antiguos habitantes estos huéspedes emprendedores?... La república mejicana vendrá pues dentro de algunos años a ser amoldada sobre un régimen combinado del sistema americano con las costumbres y tradiciones españolas.» Sin embargo, Zavala decidirá no aguardar: participará en la secesión de Tejas, donde poseía múltiples intereses, y aceptará el cargo de vicepresidente del gobierno promovido por Estados Unidos.

Lucas Alamán, que coincidió y se enfrentó repetidas veces con Zavala, lo retrata así en su monumental Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente: «D. Lorenzo de Zavala, natural de Yucatán, por cuya provincia había sido diputado en las Cortes. Era Zavala hombre de obscuro origen y en sus principios se dedicó a la medicina: entregóse al mismo tiempo a la lectura de los filósofos del siglo pasado, estudio más a propósito para corromper el corazón que para ilustrar el espíritu, y esto le hizo aspirar a engrandecerse entrando en la carrera de las revoluciones, para lo que le abría camino el estado de cosas de España y el efecto que éste producía en América; sus primeros pasos no fueron sin embargo felices y fuese por algún conato sedicioso, o por facilidad en hablar y escribir, fue mandado preso por orden del capitán general de Yucatán al castillo de San Juan de Ulúa. Salió de éste para ser nombrado diputado, y en España se alistó entre los más exaltados, mas habiendo querido establecer en Madrid una nueva secta masónica, fue expelido de la que lo había admitido y su nombre se fijó en las columnas del templo. La revolución de Méjico presentó nuevo y más espacioso campo a su ambición, y sin esperar a que terminasen las Cortes sus sesiones extraordinarias, pasó a Francia con el fin de volver a su país. Para Zavala como para otros muchos, los empleos e influencia política a que aspiraba, no eran más que un escalón para llegar a la riqueza, considerando el poder tan sólo como instrumento de hacer dinero y no teniendo por reprobado ningún medio de adquirirlo.»

Y más adelante: «Las concesiones (de tierras en Tejas) se multiplicaron más allá de toda consideración de prudencia, y como los que las obtenían eran aventureros extranjeros o especuladores mejicanos que no tenían medios de hacerlas valer, las fueron enajenando a ciudadanos de los Estados Unidos, hasta establecerse en Nueva York un banco para la venta de tierras en Tejas, que era el punto que llamaba entonces la atención, en que tuvo no pequeña parte D. Lorenzo de Zavala, por las concesiones que se le habían hecho. Para evitar el mal que de aquí debía resultar, el gobierno en 1830, apenas establecida la administración del general Bustamante, considerando éste como el negocio más grave de la república, hizo uso de la facultad que le reservó la ley de colonización y prohibió que se avecindasen dentro de ciertos límites los nativos de la nación limítrofe... Las ventas de tierras cesaron por efecto de estas providencias, que fueron uno de los motivos de la revolución contra el gobierno de Bustamante en 1832, no disimulando Zavala su despecho y deseo de venganza contra los que le habían cerrado este camino de hacer fortuna… (Y) es bien sabido cómo los colonos intentaron hacerse independientes, haciendo causa común con ellos Zavala, quien infiel a su patria, murió entre los enemigos de ésta.»

La Casa Blanca en 1830

lunes, 14 de octubre de 2024

Frances Trollope, Costumbres familiares de los norteamericanos

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«Es imposible que una persona honrada no se exaspere al ver la diferencia enorme que separa la conducta y los principios de los norteamericanos. Ellos condenan los gobiernos de Europa, porque, según dicen, favorecen al poderoso y oprimen el débil. Contra esto oiréis declamar en el Congreso, gritar en las tabernas, argumentar en todos los salones, disparar sus burlas el teatro, y hasta lanzar desde el púlpito sus anatemas; escuchad, y observad después la conducta de los hombres que tanto declaman; los veréis levantando con una mano el gorro de la libertad y con otra azotando a sus esclavos; los veréis una hora explicando a su populacho los derechos imprescriptibles del hombre, y a continuación arrojando de su asilo a los hijos del suelo, a quien han jurado protección y amistad con tratados solemnes.»

La que escribe lo anterior es la británica Frances Trollope (1780-1863). Durante unos cuatro años de estancia con su familia en los Estados Unidos, sobre todo en Cincinnati, ha intentado emprender diversas actividades lucrativas, sin éxito. A su regreso a Inglaterra, en 1832, hace balance de su experiencia e inicia la que va a ser una abundante producción literaria. Su juicio es duro: «Sospecho que lo ya escrito probará hasta la evidencia que no me gusta la América… hablo de la población en general, tal cual se encuentra en la ciudad y en el campo, como se ve entre el rico y el pobre, en los estados donde hay esclavos y en los estados donde no los hay. De esa generalidad digo que no me gusta. No me gustan sus principios, no me gustan sus costumbres, no me gustan sus opiniones.»

Sin embargo, estas características tan extremadamente negativas que atribuye a los norteamericanos (mal educados, irrespetuosos, avariciosos...) constituyen en buena medida la visión estereotipada con la que los consideran las clases elevadas británicas: varones que fuman, escupen y cuyo único afán es enriquecerse; mujeres recluidas en casa y abducidas por fanatismos religiosos. Y al mismo tiempo, la autora no deja de ofenderse por la visión igualmente estereotipada, con la que los norteamericanos la perciben como inglesa. Se cumple en esta obra la que podríamos considerar la maldición de los libros de viajes: en buena medida el país imaginario que lleva el autor en su equipaje, las expectativas que le han llevado a emprender el viaje, se sobrepone e incluso sustituye al país real. Ya hemos incluido numerosos ejemplos en Clásicos de Historia

Trollope, sin embargo admira mucho de los Estados Unidos. Además de reconocer la abundancia de avances técnicos y mécanicos, el uso del vapor en la navegación fluvial, la general calidad de sus establecimientos hoteleros, el tono más civilizado de Nueva York, la autora se extasía con los variados paisajes naturales norteamericanos. Los valles fluviales, las montañas, la portentosa vegetación, y especialmente las cataratas de la región de los grandes lagos, le sobrecogen y son descritos de forma muy atractiva, con talante plenamente romántico. El resultado final de la obra puede considerarse contradictorio: Trollope se reconoce conservadora, y sin embargo deplora la esclavitud (aunque considera mejor el servicio doméstico esclavo al libre.) Defiende un mayor papel social de las mujeres (como el que ella lleva a cabo), y rechaza el mismo concepto de igualdad democrática que impregna con fuerza todo el país.

Domestic Manners of the Americans resultó un éxito editorial. Reimpreso y traducido a las principales lenguas con rapidez, fue objeto de considerable polémica. En los Estados Unidos se publicó, sin permiso de la autora, el mismo año de su salida a luz; aunque se edita fielmente el texto, se le antecede con un prólogo denigratorio, que hemos incluido como apéndice en esta edición digital. En la Europa sumida en los enfrentamientos entre liberales moderados y radicales, la obra fue mejor recibida por los primeros que por los segundos. Un ejemplo de ello lo tenemos en las notas del traductor español Juan Florán, emigrado muy joven con la caída del Trienio, a la sazón liberal exaltado (aunque más tarde se moderará considerablemente).

Cincinnati en 1840