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lunes, 14 de octubre de 2024

Frances Trollope, Costumbres familiares de los norteamericanos

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«Es imposible que una persona honrada no se exaspere al ver la diferencia enorme que separa la conducta y los principios de los norteamericanos. Ellos condenan los gobiernos de Europa, porque, según dicen, favorecen al poderoso y oprimen el débil. Contra esto oiréis declamar en el Congreso, gritar en las tabernas, argumentar en todos los salones, disparar sus burlas el teatro, y hasta lanzar desde el púlpito sus anatemas; escuchad, y observad después la conducta de los hombres que tanto declaman; los veréis levantando con una mano el gorro de la libertad y con otra azotando a sus esclavos; los veréis una hora explicando a su populacho los derechos imprescriptibles del hombre, y a continuación arrojando de su asilo a los hijos del suelo, a quien han jurado protección y amistad con tratados solemnes.»

La que escribe lo anterior es la británica Frances Trollope (1780-1863). Durante unos cuatro años de estancia con su familia en los Estados Unidos, sobre todo en Cincinnati, ha intentado emprender diversas actividades lucrativas, sin éxito. A su regreso a Inglaterra, en 1832, hace balance de su experiencia e inicia la que va a ser una abundante producción literaria. Su juicio es duro: «Sospecho que lo ya escrito probará hasta la evidencia que no me gusta la América… hablo de la población en general, tal cual se encuentra en la ciudad y en el campo, como se ve entre el rico y el pobre, en los estados donde hay esclavos y en los estados donde no los hay. De esa generalidad digo que no me gusta. No me gustan sus principios, no me gustan sus costumbres, no me gustan sus opiniones.»

Sin embargo, estas características tan extremadamente negativas que atribuye a los norteamericanos (mal educados, irrespetuosos, avariciosos...) constituyen en buena medida la visión estereotipada con la que los consideran las clases elevadas británicas: varones que fuman, escupen y cuyo único afán es enriquecerse; mujeres recluidas en casa y abducidas por fanatismos religiosos. Y al mismo tiempo, la autora no deja de ofenderse por la visión igualmente estereotipada, con la que los norteamericanos la perciben como inglesa. Se cumple en esta obra la que podríamos considerar la maldición de los libros de viajes: en buena medida el país imaginario que lleva el autor en su equipaje, las expectativas que le han llevado a emprender el viaje, se sobrepone e incluso sustituye al país real. Ya hemos incluido numerosos ejemplos en Clásicos de Historia

Trollope, sin embargo admira mucho de los Estados Unidos. Además de reconocer la abundancia de avances técnicos y mécanicos, el uso del vapor en la navegación fluvial, la general calidad de sus establecimientos hoteleros, el tono más civilizado de Nueva York, la autora se extasía con los variados paisajes naturales norteamericanos. Los valles fluviales, las montañas, la portentosa vegetación, y especialmente las cataratas de la región de los grandes lagos, le sobrecogen y son descritos de forma muy atractiva, con talante plenamente romántico. El resultado final de la obra puede considerarse contradictorio: Trollope se reconoce conservadora, y sin embargo deplora la esclavitud (aunque considera mejor el servicio doméstico esclavo al libre.) Defiende un mayor papel social de las mujeres (como el que ella lleva a cabo), y rechaza el mismo concepto de igualdad democrática que impregna con fuerza todo el país.

Domestic Manners of the Americans resultó un éxito editorial. Reimpreso y traducido a las principales lenguas con rapidez, fue objeto de considerable polémica. En los Estados Unidos se publicó, sin permiso de la autora, el mismo año de su salida a luz; aunque se edita fielmente el texto, se le antecede con un prólogo denigratorio, que hemos incluido como apéndice en esta edición digital. En la Europa sumida en los enfrentamientos entre liberales moderados y radicales, la obra fue mejor recibida por los primeros que por los segundos. Un ejemplo de ello lo tenemos en las notas del traductor español Juan Florán, emigrado muy joven con la caída del Trienio, a la sazón liberal exaltado (aunque más tarde se moderará considerablemente).

Cincinnati en 1840

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