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miércoles, 28 de mayo de 2014

Charles Fourier, El Falansterio

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Las sociedades tradicionales disponían con frecuencia de instituciones y valores comunitarios: concejos, gremios, trabajos colectivos en el campo, cofradías de todo tipo... hasta las auténticas repúblicas colectivistas que eran monasterios y conventos. Pero las transformaciones sociales, económicas y de pensamiento que culminaron en la revolución industrial y en el liberalismo, pusieron el acento en el individuo, al que se intentó desvincular de aquellas agrupaciones próximas que eran vistas como reaccionarias. Las identidades colectivas se hicieron más abstractas (la nación, el pueblo, la humanidad), y promovieron una participación más sentimental que real y, por tanto, quedaron vital y prácticamente más alejadas de las personas.

Los que rechazaron este nuevo estado de cosas condenaban su individualismo desde dos posturas opuestas: un tradicionalismo a ultranza que idealizaba el viejo mundo en trance de desaparecer, y un socialismo que quería crear un mundo nuevo. Estos primeros socialistas eran empresarios, intelectuales y políticos que proponían soluciones dispares para superar los abundantes ángulos oscuros de la boyante sociedad capitalista. Más tarde, y de modo despectivo, Marx los motejará de utópicos para así descalificarlos.

Entre todos ellos destacó el francés Charles Fourier (1772-1837). Agente de comercio (un trabajo que no le resultaba grato), dedicó un ingente esfuerzo a analizar la sociedad desde presupuestos ilustrados. Rechazaba el industrialismo, el crecimiento urbano y de la población, y el capitalismo comercial, y propuso la que consideró una solución armoniosa: el falansterio. Es una colectividad no excesivamente grande, erigida en en el campo y autosuficiente, que englobaría todas las actividades productivas: agricultura, industria... Ahora bien, lo verdaderamente peculiar es el rechazo absoluto a la especialización, que desde su punto de vista provocaba el hastío ante trabajos deshumanizadores, y hacía inevitable la aparición de clases sociales y jerarquías. Para evitarlo, todos los miembros del falansterio deberían dedicar no más de una hora y media seguida a cada una de las treinta o cuarenta tareas diferenciadas en las que deberían rotar.

Fourier detalló hasta un grado de precisión llamativo los más nimios detalles de su falansterio: su arquitectura y decoración, el número y horario de las comidas, los repartos de beneficios y remuneraciones (que nunca son por el trabajo concreto hecho, sino como miembros de la comunidad), hasta las cinco horas de sueño para los pobres, y cinco y media para los ricos (pues ambos subsisten, aunque tiendan a homogeneizarse)... Es posible que nos llame la atención saber que los zapatos durarán diez años, que el trabajo será gratificante, que el comedor colectivo servirá mejores platos que los mejores restaurantes de su tiempo, y que la sana emulación entre los distintos equipos de trabajo será suficiente para lograr la eficiencia. Ahora bien, cuando descubrimos las tareas que les serán encomendadas a los niños, quizás nos preguntemos si, en lugar de una Utopía nos encontramos ante el anuncio de las Distopías que el siglo XX va a llevar a la práctica...


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