domingo, 25 de enero de 2015

Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista

Marx en 1861
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El siglo XX ha estado marcado por la competencia de tres amplias teorías seculares de la política, cuyo origen compartido se puede llevar al rico magma de la Ilustración. En su aplicación práctica, dos de ellas ya han alcanzado hasta cierto punto unos espectaculares finales wagnerianos, en 1945 y en 1989. Sin embargo, ambas conservan actualmente sus cortejos de seguidores, entre añorantes y reivindicadores, y han logrado en ocasiones conservarse dominantes en ciertos países. A pesar de ello, su ciclo histórico parece, hoy por hoy, finalizado. Pero resulta llamativo que la percepción de estas dos ideologías en las sociedades occidentales es muy diferente: a la execración generalizada de los fascismos se corresponde una condena mucho más matizada de los comunismos. 

Para explicarlo, François Furet atribuye la superioridad del marxismo-lenismo «para empezar, al hecho de que enarbola en su estandarte el nombre del más poderoso y sintético filósofo de la historia que haya surgido en el siglo XIX. En materia de demostración de las leyes de la historia, Marx es inigualable. Ofrece con qué complacer tanto a los espíritus doctos como a los más simples, según que se lea el Capital o el Manifiesto. Parece revelarles a todos el secreto de la divinidad del hombre, que sucede a la de Dios: actuar en la historia sin las incertidumbres de la historia, puesto que la acción revolucionaria revela y realiza las leyes del desarrollo. Una vez juntas, la libertad y la ciencia de esta libertad, no hay bebida más embriagante para el hombre moderno, privado de Dios. Frente a esto, ¿qué valen la especie de postdarwinismo hitleriano o hasta la exaltación de la idea nacional?» (François Furet, El pasado de una ilusión.)

Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) concluyeron en 1848 este Manifiesto del partido comunista, en los prolegómenos del gran estallido revolucionario europeo de ese año. Sus planteamientos e influencia son todavía muy limitados, y para que cobren peso habrá que esperar a las polémicas con Proudhon y a la creación de la Asociación Internacional de los trabajadores.


Portada de la primera edición del Manifiesto del partido comunista

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