lunes, 31 de octubre de 2022

Charles Van Zeller, Guerra civil en España. Esbozos y recuerdos

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«Durante la Primera Guerra Carlista un buen número de ingleses visitó España, unos como simples viajeros o aventureros y otros como corresponsales de guerra o combatientes en uno u otro bando. España, sus paisajes, monumentos, tipos y costumbres, y también la Causa por la que se desangraba –la legitimidad o el liberalismo- tenían un atractivo irresistible para aquellos viajeros o militares románticos. Algunos de ellos, dotados de un mayor o menor talento artístico, pero haciendo siempre gala de sus dotes de observación, plasmaron con el lápiz o el pincel sus impresiones del país y también de la guerra que lo devoraba.» Javier María Pérez-Roldán ha publicado recientemente en el blog del Museo Carlista de Madrid un interesante estudio sobre el joven luso-británico Charles Van Zeller (1811-1837), a pesar de su juventud participante en las dos guerras civiles, portuguesa y española, y del que entresacamos algunos párrafos.

«Carlos van Zeller (también escrito como Vanzeller), nació en Londres, el 31 de julio de 1811. Fue bautizado el 1 de agosto de 1811 en la Real Capilla Portuguesa de Londres... A pesar de su nacimiento, fue siempre ciudadano portugués. Su familia era natural de Rotterdam (Países Bajos), eran católicos, y alcanzaron gran influencia social en la vida portuguesa del siglo XVIII.»

«En 1831, ilusionado con la proyectada expedición de don Pedro I de Brasil y IV de Portugal y la formación de un batallón de extranjeros, decide participar en la guerra civil portuguesa… Asciende a alférez, y el 1 de diciembre a teniente. El 21 de diciembre embarcó para las Azores, y el 8 de julio de 1832 participó en del desembarco de Mindelo (en el que intervinieron 60 navíos y 7.500 hombres) que permitió la toma de Oporto el 9 de julio de 1832, pasando a soportar el asalto a la ciudad por las tropas miguelistas el 29 de septiembre de 1832 y el subsiguiente asedio… El 5 de septiembre de 1833 nuestro biografiado se distingue en las líneas de Lisboa. El 11 de enero de 1834 pasa al Regimiento de Granaderos británicos al mando del coronel Daniel Dodgin, y allí, el 28 de mayo de 1834, asciende a major-graduado.»

«Por Orden del día nº 28, de 29 de junio de 1835, obtiene licencia de dos meses para pasar a Gibraltar con objeto de incorporarse a la División Auxiliar de España, y el 2 de septiembre de 1835 el Estado Mayor General le concede licencia ilimitada para servir en España a las órdenes del teniente coronel Joaquim Antonio Vélez Barreiros. Se unió a su nueva unidad en octubre de 1835, presentándose en Burgos. Desde entonces estuvo adscrito al Cuartel General, a las órdenes de Barreiros, al que acompañó en expediciones extraordinarias. Se encargó de hacer copias en inglés de múltiples oficios y de observar de cerca los movimientos de tropas en los días de combate. El 19 de mayo de 1836 Barreiros recibió la orden de hacer regresar a nuestro biografiado a Lisboa.

»No obstante Carlos van Zeller dilató la vuelta a Lisboa hasta después de las acciones de Arlabán del 21 al 24 de mayo, en la que fue herido Barreiros, y en la que nuestro biografiado recibió, por su conducta, la Cruz de Primera Clase de San Fernando. Finalmente está de regreso en Lisboa el 19 de julio de 1836... y luego volvió a España, visitando Murcia, Zamora, Valladolid, Burgos, Miranda y Vitoria. El 4 de marzo de 1837 solicita licencia por dos años. En ese mismo año parte para Mesopotamia, y desde el 25 de noviembre del año 1837 pasa a residir en Mosul, en la casa del Arzobispo Católico de Siria, Gregorio Flisa. Falleció en Mosul, el 4 de diciembre de 1837, en brazos del padre José Khandi, tras recibir los últimos sacramentos.»

Meritorio pintor, aunque se presente a sí mismo sólo como aficionado, publicó en enero de 1837 en Londres doce litografías realizadas por James William Giles y W. R. D., e iluminadas por J. Graf, a partir de algunos de sus dibujos y acuarelas de la guerra carlista. El título es expresivo: Civil War in Spain. Characteristic sketches of the different troops, regular and irregular, native and foreign, composing the armies of Don Carlos and Queen Isabella, also various scenes of military operations, and costumes of the spanish peasantry, by Major C. V. Z. attached to the Staff of the Queen’s Army. Y en ese mismo año, último de su vida, se publica en París otra colección de sus estampas: Sketches and remembrance of the Carlist Army / by Major Charles Vanzeller = Esquisses et souvenirs de l'Armée Carliste / par le Major Charles Vanzeller.

«Tanto va ser faccioso como cristino. Don Carlos no pierde,
la Reina no gana, nosotros comemos, y el pueblo lo paga.»

lunes, 24 de octubre de 2022

Antonio Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista

Tomo I  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo IV  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo V  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
 Tomo VI  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

España entra definitivamente en la edad contemporánea en 1808 con el motín de Aranjuez, el primero de los numerosísimos golpes de estado que ―exitosos o fallidos― van a repetirse durante dos siglos, hasta el reciente de 2017. En resumidas cuentas, todos persiguen lo mismo: la sustitución de un sistema de administración y gobierno del estado por otro distinto, con mayor o menor violencia, pero siempre conculcando la constitución, leyes y valores existentes. Las justificaciones serán múltiples, al igual que los proyectos que se trazan, pero todos son deudores del dominio de las ideologías todavía hoy patente. Sus respectivos autores están convencidos de que verdaderamente representan al pueblo, a la nación, al bien más elevado, y por ello tienen derecho (y obligación) a imponerse por la fuerza a los refractarios, que por serlo merecen el destino que se les reserva.

Tras la guerra de la Independencia, con su doble revolución nacionalista-tradicional por un lado y liberal-secularizadora por otro, y los desgarradores bandazos del reinado de Fernando VII, el enfrentamiento y fractura de estos mimbres se hace total durante la minoría de edad de Isabel II, con la primera guerra carlista y la definitiva revolución liberal. A partir de entonces cristalizará una violencia dominante, patente o subterránea, que lleva a Julián Marías (España inteligible. Razón histórica de las Españas, Madrid 1985) a sostener que «en el fondo del alma de los españoles empieza a germinar la sospecha de que su país esté hecho de una sustancia explosiva, pronta a estallar en violencia. Los que no se sienten inclinados a ella sienten temor y, lo que es más grave, cierta repugnancia. Por un mecanismo que es muy parecido al inspirador de la leyenda negra, esta impresión se generaliza: más allá de los hechos concretos que podrían justificarla, se extiende a toda la realidad española. Se empieza a pensar que España es eso, violencia, siempre dispuesta a desatarse (…) Las máximas violencias del reinado de Fernando VII, tanto contra los liberales desde 1814 como contra los realistas desde 1820 y nuevamente contra los liberales después de 1823; la matanza de los frailes en Madrid en 1834, las ferocidades de la guerra carlista, son a la vez planeadas y explosivas. Es decir, revelan una posibilidad de manipulación que, una vez desatada, no se puede refrenar. Esto es lo que determina una actitud de temor en la sociedad española —independiente de la frecuente valentía de sus individuos—, que es el factor negativo más importante de la historia contemporánea.»

Pues bien, a mediados del siglo XIX Antonio Pirala (1824-1903) publica esta exhaustiva obra, de indiscutible valor, sobre la primera guerra carlista. Persigue el rigor y la imparcialidad: el primero incluyendo la ingente documentación que ha coleccionado (actualmente en la Real Academia de Historia); la segunda con un propósito explícito: «Sin pasiones políticas, sin odio en nuestro corazón, sólo amamos a nuestra patria y aborrecemos el crimen, con el que jamás transigiremos. Sin compromisos políticos, sólo la razón guiará nuestra pluma. Todos los hombres son iguales para nosotros, y ante nuestro criterio pasarán, no como las figuras de una linterna mágica, cuya óptica les engrandece, sino como los actores que, en pleno día, y a la brillante luz del sol, se presentan en la escena pública, a revelar por sí mismos sus más íntimos sentimientos.» Ahora bien, a pesar de sus intenciones, la Historia de la guerra civil es una obra de parte, aunque no de partido, en la que se asume como punto de partida una determinada ideología. Es interesante observar los cambios de tono a la hora de narrar los constantes desmanes que se llevan a cabo en los dos bandos; cómo se justifican, aunque se lamenten, determinados crímenes, excesos y discriminaciones; cómo se asume como inevitable un resultado de los acontecimientos acorde con la evolución del espíritu de los tiempos.

Pedro Rújula en El historiador y la guerra civil. Antonio Pirala (Ayer 55/2004: 61-81) pone de manifiesto que «Antonio Pirala... era un joven que se movía en los ambientes del partido progresista y que participaba con entusiasmo de la cultura del liberalismo, de ahí que todo ello apareciera convenientemente integrado entre las preocupaciones, los temas y la retórica propios de los liberales del momento (...) Pirala participaba de los presupuestos del liberalismo de su época e incluso, afín a los círculos del progresismo, era un defensor de la revolución como instrumento para el avance de los pueblos. Nosotros asentaremos ―afirmaba―, con perdón de los pesimistas, que las revoluciones han sido siempre el preludio de la ilustración de los pueblos: ellas les han precedido en su marcha regeneradora, y aunque parecían ser seguidas de principios disolventes, no lo eran sino de medios creadores para conseguir el fin a que aspira la sociedad.»

Recalca «su voluntad de abordar la guerra civil desde la perspectiva del liberalismo triunfante. La de Pirala era una interpretación del conflicto plenamente coherente con el régimen isabelino configurado en torno a la Constitución de 1846. El autor había manifestado la voluntad de situarse alejado de cualquier partidismo, pero no en el contexto de la guerra, que hubiera implicado buscar un punto de equilibrio entre el liberalismo y el carlismo, sino en el momento en el que se disponía a escribirla. Desde esta perspectiva podía considerar la revolución liberal como un elemento determinante y positivo, en el desarrollo de la nación española, sin equipararla en ningún caso a la defensa del absolutismo. Con la misma coherencia, el carlismo que aceptó la transacción en Vergara era tratado de manera condescendiente y comprensiva, puesto que terminaría por reconocer el orden isabelino fundiéndose así en el conjunto de la nación que pretendía construir el liberalismo. No sucedía lo mismo con la facción carlista seguidora de don Carlos que rechazó el acuerdo; ésta será censurada y expuestos todos sus defectos, generando así el efecto de aparecer como la depositaria de todas las perversiones. Su derrota no sólo significaría el fin del la guerra, sino la extinción del error, abriéndose con ello el camino para el entendimiento en el contexto del liberalismo moderado.»

Fusilamiento de la madre del general Cabrera, narrado en el tomo III.


lunes, 17 de octubre de 2022

Plinio el Viejo, Hispania antigua en la Naturalis Historia

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En el tomo VII de las Fontes Hispaniae Antiquae (Barcelona 1987) escribía Virgilio Bejarano: «Gayo Plinio Segundo (23-79 d. C.) nació en Novo, municipio de Como en la Galia Cisalpina, en el seno de una hacendada familia del orden ecuestre. Estudió en Roma. Hizo el servicio militar en las dos Germanias. Después, durante bastantes años, simultaneó su dedicación a los estudios con la actividad forense y con la enseñanza privada como gramático y rétor. En los últimos años del reinado de Nerón se encontraba en Judea con un alto cargo en el ejército y, en 68-69, fue subgobernador de Siria. En los años siguientes desempeñó una serie de ‘procuraciones continuas’ en la Galia Narbonense, en África, en la Hispania Tarraconense y en la Galia Bélgica. Luego, en Roma, estuvo un poco de tiempo al frente de uno de los ‘oficios’ del gabinete imperial. Nombrado prefecto de la flota de Miseno, le sorprendió en este cargo la terrible erupción del Vesubio del año 79 y, por haberse acercado demasiado al volcán con el doble objeto de prestar ayuda y de contemplar de cerca la erupción y así poder estudiarla mejor, encontró la muerte, causada probablemente por un ataque al corazón y no por asfixia, el 24 de agosto, día de su cumpleaños, en Estabias, cerca de la villa de Pomponiano. Los detalles de la muerte de Plinio el Viejo son bien conocidos gracias a una carta de su sobrino Plinio el Joven (Epist. VI 16) dirigida al historiador Tácito.

»Plinio el Viejo, en medio de su ininterrumpida actividad como funcionario militar y civil y como abogado y maestro, según las circunstancias, encontró siempre tiempo para la dedicación a todo tipo de estudios: su deseo de saber era insaciable, sus lecturas muy amplias y la documentación acopiada riquísima. Plinio el Joven, en una carta a Bebio Magro (Epist. III 5), bosquejó el catálogo de las obras de su tío, casi todas ellas extensas y de gran empeño. Tres de estas obras, desgraciadamente perdidas, eran de carácter técnico y, a la vez, exponentes de la variedad de conocimientos teóricos y prácticos de su autor. El De iaculatione equestri liber era un tratado sobre el lanzamiento de la jabalina por el soldado de caballería escrito cuando Plinio era muy joven; los Studiosi libri III eran una introducción muy erudita a los estudios retóricos, y los Dubii sermonis libri VIII consistían en un copioso repertorio de palabras de difícil y discutida morfología u ortografía. Más lamentable todavía, si cabe, es la pérdida de dos grandes obras históricas de Plinio: los Bellorum Germaniae libri XX, inencontrables ya en tiempos de Símmaco, y los A fine Aufidi Bassi libri XXX, relato histórico de la treintena de años precedente a la muerte de Vespasiano, ocurrida también en el año 79.

»Por suerte, han llegado hasta nosotros los Naturalis Historiae libri XXXVII de Plinio el Viejo, que son sin duda el más voluminoso, completo y sistemático resumen del conjunto de saberes útiles y científicos de la Antigüedad. En efecto, en la Historia Natural están extractadas todas estas disciplinas: la Cosmología (libro II), la Geografía (libros III-VI), la Antropología (libro VII), la Zoología (libros VIII-XI), la Botánica (libros XII-XIX), la Medicina y la Farmacología (libros XX-XXXII), y la Metalurgia, la Mineralogía y la Historia del Arte (libros XXXIII-XXXVII). El libro I, precedido de una carta dedicatoria al emperador Tito, presenta, desglosado en los epígrafes de los correspondientes capítulos, el contenido de cada uno de los treinta y seis libros siguientes y la lista de los autores griegos y romanos de los que Plinio había obtenido su información.

»Los libros III-VI de la Historia Natural constituyen la Geografía romana más extensa y detallada. En el fondo se trata de una Corografía en cuya base, como en la de la obra de Pomponio Mela, está un periplo, aunque éste no es el mismo que el utilizado por Mela, ya que la descripción pliniana de la ecúmene antigua sigue un recorrido zigzagueante que forma cuatro bucles y, en cambio, la descripción pomponiana avanza formando dos círculos, el segundo envolvente del primero. La descripción de las tierras del mundo se hace en la Historia Natural por este orden: Hispania, Galia Narbonense, Italia y el Ilírico (libro III); Acaya, Tracia, Dacia, Germania y partes atlánticas de Galia y de Hispania (libro IV); Mauretania, África, Egipto, Arabia y Siria (libro V); Asia, el Ponto, Armenia, el Mar Caspio, Media, Carmania, la India, Mesopotamia y Etiopía Troglodítica (libro VI).

»La ‘teoría de las tres fuentes’ (Varrón, Agripa y Augusto) de los libros geográficos de la Historia Natural, formulada hace más de cien años y reafirmada a principios de nuestro siglo, pese a haber sufrido cierto eclipse durante algún tiempo, ha recobrado verosimilitud en la actualidad. Con todo, para determinadas cuestiones concretas, Plinio recurrió a otros autores tanto griegos como romanos, en ocasiones mencionándolos expresamente. Además, por haber estado en muy diversos lugares del Imperio Romano, en misiones militares y políticas, Plinio también se sirve de sus propios conocimientos y experiencias personales.

»El gran interés suscitado en la Antigüedad tardía, en la Edad Media y hasta en el mismo Renacimiento por la Historia Natural de Plinio el Viejo, por ser una inagotable cantera de conocimientos humanos de toda clase, se refleja en los aproximadamente doscientos manuscritos ―algunos, aunque incompletos, muy antiguos― en que se nos ha transmitido y en la media docena de ediciones impresas publicadas en los siglos XV y XVI después de la edición príncipe de F. Beroaldo (Parma 1476).

»Las noticias sobre Hispania Antigua que proporciona la Historia Natural de Plinio, unas, las de los libros geográficos, se presentan sistemáticamente organizadas, mientras que otras, las de los libros restantes, aunque casi siempre son interesantísimas, son más bien curiosidades desperdigadas a través de ellos. En todo caso, todas ellas se ofrecen aquí en un contexto lo suficientemente amplio para que resulte cada una de ellas inteligible por sí misma.»

lunes, 10 de octubre de 2022

Benvenuto Cellini, Su vida escrita por él mismo en Florencia

Autorretrato
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E. H. Gombrich, en su espléndida La Historia del Arte (numerosas ediciones desde 1950), nos presenta así a nuestro protagonista de esta semana: «Un artista típico de este período fue el escultor y orfebre florentino Benvenuto Cellini (1500-1571). Cellini relató su propia vida en un libro famoso que ofrece un retrato vívido y lleno de color de su época. Fue jactancioso, pendenciero y lleno de vanidad, pero no podemos tomárselo a mal, porque narra la historia  de sus aventuras y hazañas con tanto ingenio que se diría, al leerlas, que se trata de una novela de Dumas. Por su vanidad y amor propio, así como por la inquietud que le llevó de ciudad en ciudad y de corte en corte, provocando querellas y conquistando laureles, Cellini es un auténtico producto de su tiempo. Para él, ser artista no consistía ya en constituirse en respetable y sedentario dueño de un taller, sino en un virtuoso por cuyo favor debían competir príncipes y cardenales.

»Una de las escasas obras suyas que han llegado hasta nosotros es un salero de oro que hizo para el rey de Francia, en 1543. Cellini nos lo cuenta con gran lujo de detalles. Vemos como desairó a dos famosos eruditos que se aventuraron a sugerirle un tema, y cómo realizó un modelo en yeso de su propia creación que representa a la tierra y el mar. Para que se viera que uno y otro se compenetran, entrelazó las piernas de las dos figuras: El mar en forma de hombre sostiene un barco finamente labrado que puede contener bastante sal; debajo puse cuatro caballos marinos, y a la figura le di un tridente. La tierra en forma de una hermosa mujer, tan graciosa como me fue posible. A su lado coloqué un templo ricamente adornado para poner la pimienta.

»Pero toda esta sutil invención resulta menos interesante de leer que la historia de cuando transportó el oro que le dio el tesorero del Rey y fue atacado por cuatro bandidos a los que él solo hizo huir. [O cuando se le aparecieron una miríada de demonios en el Coliseo romano, o cuando causó la muerte del condestable de Borbón durante el saco de Roma, añadimos por nuestra parte.] A algunos de nosotros, la elegancia suave de las figuras de Cellini puede parecernos un tanto afectada y artificiosa. Tal vez sea un consuelo saber que su autor poseyó toda la saludable robustez que parece faltarle a su obra. El punto de vista de Cellini es típico de los intentos infatigables y agotadores de crear algo más interesante y poco frecuente que lo realizado por la generación anterior.»

Respecto a la confección de su Vida, Cellini la justifica así en el párrafo con el que la inicia: «Todos los hombres de cualquiera condición que han hecho alguna cosa meritoria, o con tanta verdad que se asemeje al mérito, debieran escribir de su propia mano su vida, siendo verídicos y rectos; pero tan laudable empresa no debería comenzarse antes de haber transcurrido la edad de cuarenta años. Advertido de ello, ahora que ando por la edad de los cincuenta y ocho cumplidos y estando en Florencia, mi patria, acordándome de muchas adversidades que ocurren a quien vive, hallándome con menos de esos males que hasta tal edad haya tenido (aún me parece estar más contento de ánimo y sano de cuerpo que de aquí atrás); y recordando algunos placenteros bienes y algunos inestimables males, que, cuando los considero, maravíllome de asombro de haber alcanzado esta edad de cincuenta y ocho años, con la cual por la gracia de Dios, tan felizmente sigo adelante mi camino...»

Benvenuto Cellini, Salero, 1543. Oro cincelado y esmalte sobre
base de marfil, 33,5 cm de largo; Museo de Arte Histórico, Viena.

lunes, 3 de octubre de 2022

Propaganda y doctrina. Editoriales y otros textos de la revista Escorial (1940-42)

Dionisio Ridruejo

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El destacado historiador Fernando García de Cortázar, recientemente fallecido, publicaba en el diario ABC del 27 de febrero de 2016 el siguiente artículo, con el título La revista Escorial:

A fines de 1940, arrancaba una de las revistas imprescindibles de la inmediata posguerra, publicada por un grupo de intelectuales falangistas liderado por Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo. Llegaron a editarse algo más de sesenta números, con periodicidad mensual. Pero corresponde a los primeros su mayor expresividad al servicio del rescate y renovación de la cultura española. En ese instante trágico de Europa, Falange promovía con «Escorial» una empresa de dudosa pulcritud política, aunque de irreprochable consistencia moral. Para sus editores, el falangismo devolvería a la nación en ruinas la prestancia de una profunda regeneración. Y esa tarea había de emprenderse en el campo intelectual, que Ridruejo o Laín asumían como continuidad de lo que la violencia decidió en la guerra civil, como encuentro de las armas y las letras. A otras publicaciones, en especial a la «Revista de Estudios Políticos», había de corresponder la elaboración y difusión del mensaje ideológico del nuevo Estado. Otras instancias se encargarían de labores de propaganda. Pero «Escorial» aspiraba a algo que nunca logró: hacer de ese campo del espíritu un indispensable primer territorio de reconciliación de quienes se sintieran españoles.

«El primer objetivo de nuestra Revolución es rehacer la comunidad española, realizar la unidad de la Patria y poner a esa unidad ―de modo trascendente― al servicio de un destino universal y propio». Para ello, se deseaba escapar de una visión partidista, aun cuando la guerra civil hubiera sido una necesaria toma de partido, para evitar la disolución nacional en manos de intereses foráneos. Llegada la hora de la victoria, «convocamos aquí, bajo la norma segura y generosa de la nueva generación, a todos los valores españoles que no hayan dimitido por entero de tal condición». Que esta gavilla de falangistas pretendiera que el ideario y el régimen del 18 de julio de 1936 representaran el único cauce para continuar siendo español, muestra el reverso del «liberalismo» que a veces se les ha achacado.

En 1940, ni siquiera esta pequeña vanguardia de intelectuales negaba su afán totalitario, su deseo de ver todas las maneras de sentir España bajo las alas del proyecto falangista. Resulta imposible separar las rectas intenciones de tan selecto grupo de su consciente compromiso con el fascismo. Incluso los más honestos solo podían comprender el horizonte de nacionalización de la cultura a través de una doble tarea de integración y depuración.

Buena muestra de ello fue el primer número de la revista. Menéndez Pidal colaboró con su enérgica defensa de los valores de servicio a la monarquía y de voluntad evangelizadora de la conquista de América. José Corts Grau identificó las reflexiones renacentistas de Luis Vives con el sentido imperial del nuevo régimen. Eugenio Montes salió al paso de la deshumanización provocada por la autonomía de la técnica en la sociedad industrial. El marqués de Lozoya escribió una furiosa y burlona caricatura de Erasmo. Laín comenzó sus reflexiones sobre la singularidad cristiana de la medicina. Poemas de Adriano del Valle, Juan Panero y José María Alfaro llenaron, con desigual fortuna, las páginas dedicadas a la lírica.

Sin embargo, el artículo que había de señalar con más claridad el filo de la navaja moral sobre el que caminaban las intenciones nacionalizadoras de «Escorial» fue el texto de Ridruejo dedicado a Antonio Machado: «El poeta rescatado». La mezcla de amor y resentimiento, de reproche y alabanza, de injuria a la causa política de los vencidos y compasión por el drama personal de los derrotados, expresaba la severidad de una conciencia revolucionaria que solo entendía la reconciliación de los españoles mediante la más dura legitimación del 18 de julio. Que fuera imposible entenderlo de otro modo a la altura de 1940 nadie puede negarlo. Pero nadie puede negar tampoco que ese anhelo de construir la cultura de los españoles sin privilegio alguno de bando escogido resultara una ilusión ingenua y candorosa. Ridruejo parecía preguntarse cómo era posible que un español honrado hubiera podido oponerse a algo tan obviamente justo como Falange . En su actitud latían aún aquellas angustiosas palabras de José Antonio en su testamento, cuando manifestaba que una de las causas fundamentales de la guerra civil residía en que los buenos españoles no hubieran querido escuchar el mensaje falangista.

El elogio de Machado, considerado por Ridruejo el mejor poeta español desde el siglo XVII, se convertía en algo menos generoso al retratarlo, por sus ideas políticas, como un hombre ingenuo, incapaz de comprender la complejidad social que le rodeaba. Un individuo cuyo distraído deambular de sabio y su bondadosa credulidad hacían de él uno «de esos secuestrados morales», víctima propiciatoria por »la senilidad, el hábito de la incomunicación y una cierta incapacidad para el entendimiento del mundo real». En el momento de ruptura de España, personas como Machado habían sido objeto de instrumentalización indecorosa, de «negocio» ideológico a manos de «una minoría rencorosa, abyecta, desarraigada, cuyo designio último puede explicarse por la patología o por el oro». Frente a ellos, se alzó la «verdadera, recta y limpia violencia nacional» de quienes deseaban reparar las injusticias sociales sin destruir el espíritu de la nación . A esa generación salida del combate pertenecía, según Ridruejo, el poeta que erró en sus decisiones políticas, con tanta fuerza como acertó en la construcción lírica de la reivindicación del ser español. La terca melancolía regeneracionista de un hombre del 98 podía cancelarse en el tiempo de la posguerra, cuando amanecía una España «que va a merecer el alma de su verso como la fortaleza merece la caricia».

Con estos mimbres que sus propios gestores modificarían años después, iniciaba su andadura «Escorial». Sus contradicciones, su voluntad de sumar, su frustración ante la imposibilidad de hacerlo con tan enérgica línea de discriminación, forman parte esencial de los esfuerzos por levantar, sobre tanta sangre derramada, sobre tanta ilusión depuesta, sobre tanta carne diezmada de la patria, una idea generosa y reconciliada de España.