sábado, 20 de septiembre de 2014

Flavio Josefo, Las guerras de los judíos

Supuesto retrato
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José hijo de Matías (ca. 37-100 d.C.), conocido en Roma como Flavio Josefo fue un escritor judío del siglo I. Educado en los círculos sacerdotales de su pueblo, todavía joven realizará un viejo a Roma para interceder por un grupo de rehenes. Poco después estallará la primera gran guerra judeo-romana, en la que desempeñará destacados puestos militares, como la defensa del enclave de Jotapata. Hecho prisionero por Vespasiano, se convierte en cliente de éste y luego de su hijo Tito, antes de su elevación consecutiva a la púrpura imperial. Asiste, pues, desde el ejército romano al final de la rebelión, con la toma de Jerusalén y la destrucción del Templo. Se justificará más tarde indicando que desde el principio había pronosticado el fracaso de la insurrección, aunque se había esforzado por cumplir las tareas que le habían encomendado las autoridades judías.

Ciudadano romano, pensionado y establecido en Roma desde el año 71, dedicará el resto de su vida a tareas literarias, para las que utilizará la entonces lengua internacional de la cultura, el griego, aunque se piensa que la primera redacción de la obra que proponemos fue realizada en su nativo arameo. Escribe Las guerras de los judíos, las Antigüedades judías, Contra Apión, y una apología de su vida que incluimos aquí como apéndice. Todas ellas obedecen a un mismo objetivo, la defensa de su pueblo de origen (de su historia, de su cultura, de su religión...) ante el mundo romano, que lo minusvalora cuando no lo desprecia. Pero lo hace desde la aceptación del universalismo helenístico y romano que ha triunfado, parece que definitivamente, en el mundo mediterráneo.

La repercusión de estas obras es considerable, y pronto serán traducidas al latín. Puesto que no se dirigen a los lectores judíos, no parece que éstos se interesen especialmente por ellas. Sin embargo las escasa referencias al naciente cristianismo (hoy todavía se discute en qué medida son originales o añadidos de copistas posteriores), asegurará su pervivencia entre los intelectuales de la naciente religión y sus sucesores, a través de numerosísimas copias. Como Josefo se documentó a fondo para redactar sus libros, utilizando todas las fuentes que le resultaron accesibles, se han conservado múltiples referencias e informaciones sobre la cultura judía, al margen de los libros canónicos de la Biblia, sobre los complejos equilibrios de poder en el Próximo Oriente, y sobre la conquista romana.

Robert Davis, Jerusalén bajo el fuego (XIX, litografía)

martes, 16 de septiembre de 2014

Lupercio Leonardo de Argensola, Información de los sucesos del reino de Aragón en los años 1590 y 1591

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En el Sumario de lo que aconteció los años adelante, Juan de Mariana resume así los acontecimientos de que se ocupa el libro que presentamos:

«Antonio Pérez, secretario que fue del rey, y que en algún tiempo tuvo mano y cabida en la casa real, después que estuvo preso por espacio de más de doce años, se huyó de la cárcel, donde le tenían en Madrid por el mes de abril del año pasado. Pasó a Aragón para presentarse delante el justicia de Aragón y dar razón de la muerte que hizo dar al secretario Escobedo una noche al salir de palacio, junto con otras cosas que le achacaban. La alegría que con su llegada y huida recibieron algunos inquietos, en breve la trocaron en tristeza y en lágrimas. Tales son las cosas humanas. Fue así, que a 24 de mayo de este año de (15)91, de la cárcel del justicia de Aragón pasaron el preso a la de los inquisidores. El pueblo tomando las armas y apellidando libertad acometieron las casas donde estaba don Íñigo de Mendoza, marqués de Almenara, ministro por el rey; teníanle antes de esto sobre ojos, y así no pararon hasta que le dieron la muerte. Después de esto, con el mismo furor y rabia acudieron a la Inquisición con intento de quebrantar aquella cárcel, sin desistir hasta tanto que Antonio Pérez fue vuelto a la primera donde estaba. Lo que resultó fue que a 24 de septiembre se levantó otra vez el pueblo porque querían volver el preso a la Inquisición, y quebrantada la cárcel de la manifestación, le pusieron en libertad; hubo en esta revuelta algunos muertos y huidos. Antonio Pérez poco después se huyó a Francia, donde murió pasados algunos años.

»Aquellos ciudadanos revoltosos en breve pagaron el alboroto que levantaron, porque un buen ejército fue a Zaragoza, por general don Alonso de Vargas, soldado viejo y de muy gran valor, muy ejercitado en las guerras de Flandes y de gran renombre, por cuya diligencia el atrevimiento de aquellos ciudadanos fue reprimido; muchos perdieron las vidas; entre otros el mismo justicia de Aragón don Juan de Lanuza fue el primero que pagó con la cabeza por salir, como salió, con gente contra el estandarte real. También cortaron las cabezas a don Diego de Heredia y don Juan de Luna, que fueron los principales atizadores de aquel alboroto, sin otro buen número de personas justiciadas. El duque de Villahermosa y el conde de Aranda fueron presos y enviados a Castilla, donde en breve fallecieron en la prisión; mas después los dieron por libres de traición. Para asentar las cosas de aquel reino se juntaron Cortes en la ciudad de Tarazona, y por presidente don Andrés de Bovadilla, arzobispo de Zaragoza. El mismo rey, tomando el camino de Valladolid, de Burgos y de Pamplona, últimamente al fin del año 1592 llegó a la dicha ciudad; iban en su compañía la infanta doña Isabel y su hermano el príncipe don Felipe, al cual en Pamplona y Tarazona juraron por heredero de aquellos estados. Por esta manera, casi pasados dos años después que las revueltas de Aragón comenzaron, castigados los culpados y puestas guarniciones en Zaragoza y en otros lugares, concluidas las Cortes de Tarazona, los alborotados últimamente se sosegaron, avisados por la experiencia y por su daño, que si los ímpetus de la muchedumbre son grandes, las fuerzas del rey son mayores; que el atrevimiento sin fuerzas es vano, y las más veces el pueblo se alborota para su mal.»

La insurrección zaragozana tuvo una gran repercusión, dentro y fuera de España, pero en el debate posterior se mezclaban por un lado desde la defensa de la monarquía hispánica, la condena al particularismo aragonés por la resistencia hecha al rey y los atentados a sus representantes, y por otro lado la crítica al autoritarismo tiránico de Felipe II (desde la naciente leyenda negra, en buena medida propiciada por los escritos del mismo Antonio Pérez). En 1604, y entre ambas posturas, los diputados de Aragón (buena representación de sus élites) encargaron al ilustre Lupercio Leonardo de Argensola, a la sazón cronista del rey en Aragón, la composición de un escrito que defendiera tanto la lealtad mayoritaria de los aragoneses a su soberano, como la excelencia del sistema foral del viejo reino. El barbastrense lo redactó, nos cuenta, en apenas quince días. Sin embargo, tardará dos siglos en imprimirse, al rechazar el autor las modificaciones que quiere imponer el regente de la cancillería, doctor Torralba. Recupera, por tanto, el original y se niega a publicarlo, aunque circularán profusamente copias manuscritas.

Manuel Ferrán Bayona, Antonio Pérez liberado por el pueblo aragonés en 1591 (1860)

martes, 9 de septiembre de 2014

Cayo Cornelio Tácito, Anales

Retrato imaginario
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Cayo (o Publio) Cornelio Tácito es una de las cumbres de la historiografía romana. Nació a mediados del siglo I de nuestra era, fue un destacado orador y desempeñó importantes cargos en la administración imperial. Perteneciente al orden ecuestre, y yerno de Julio Agrícola, el auténtico creador de la Britania romana (del que relatará su vida), siempre se manifestó como defensor de las viejas tradiciones republicanas, en oposición a la monarquía augústea que había triunfado en Roma desde Octavio.

Su gran obra literaria consistirá en relatar las abundantes infamias de los emperadores, desde la muerte de Augusto en el año 14 de nuestra era, hasta la de Domiciano, en el 96. Compuesta de treinta libros, sin embargo la dividió en dos partes, de acuerdo con los planteamientos de la época: la que se ocupa del período anterior a su generación recibe el nombre de Anales, mientras que la contemporánea, de la que él mismo ha sido observador, se denomina Historias. Sólo una pequeña parte de ambas ha llegado a nuestros días.

Se documentó a fondo, aunque en buena medida los acontecimientos son medios para caracterizar psicológica y moralmente a los personajes. Se propuso mantener a fondo su imparcialidad: su obra será sine ira et studio, sin odio ni afición. Sin embargo constantemente se advierten las preferencias del autor por los tiempos pasados y por las viejas clases privilegiadas ecuestre y senatorial. Luis Suárez caracteriza así a nuestra autor:

«Tácito..., magnífico estilista, nos hace dudar, sin embargo, de que sea un verdadero historiador. Encerrado en Roma, apenas se interesa por el mundo mediterráneo; añorando los viejos tiempos de la Res publica, considera sin embargo imposible el restablecimiento de la libertad. Su pesimismo es formal —los bárbaros poseen más virtudes que los romanos— y no se refiere a ningún pensamiento objetivo; se apoya, pues en la conciencia de que el Imperio está en decadencia. Afirma el valor pragmático de la Historia, pero la reduce a un choque entre buenos y malos caracteres. La descripción de éstos le ha dado justa fama, si bien su actitud es la del moralista: considerados arquetipos de virtud, trata de ajustar a ellos sus personajes.»

Anales de Tácito. Códice Mediceus prior (s. IX)