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lunes, 10 de febrero de 2025

Juan Ximénez Cerdán, Letra intimada al Justicia de Aragón


Blasón del autor

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El pasado 20 de diciembre se celebró, como todos los años, una de las numerosas fiestas que se han generalizado con la prevalencia del expansivo santoral laico sobre el tradicional cristiano. Me refiero al día del Justicia y de los derechos y libertades de Aragón, que conmemora la ejecución de Juan de Lanuza V tal día de 1591. El profesor Jesús Morales Arrizabalaga le dedicó un interesante artículo en el Heraldo de Aragón de ese día, en el que reflexionaba sobre la multiplicidad de significados y connotaciones de la peculiar institución aragonesa del Justiciazgo.

La justicia es una de las funciones imprescindibles en cualquier sociedad de cualquier tiempo, y por tanto atributo inexcusable del poder soberano. La Cristiandad medieval y moderna (lo que ahora llamamos Europa), acuñó muchas soluciones diferentes a partir de las de la Antigüedad tardía, de las variopintas tradiciones y costumbres de los diversos pueblos que la constituyeron, y de la recuperación del derecho romano a partir de cierto momento. Pero en todas ellas coexiste una diversidad de magistrados, tribunales y jurisdicciones.

En el Aragón del siglo XIV, y como consecuencia del proceso de afirmación del rey sobre los poderosos ricoshombres de la alta nobleza, uno de estos jueces alcanza grandes atribuciones en defensa del orden foral y las libertades del reino: la firma de derecho, en el que el procesado en cualquier tribunal reclama la intervención del Justicia, que vigilará o revisará aquel; la manifestación de un procesado, que voluntariamente pasa de la jurisdicción de un tribunal a la del Justicia; el contrafuero, en oposición de una acción, decisión o nombramiento de cualquier autoridad, incluyendo al rey. Y el Justicia sólo responde ante las Cortes de los cuatro brazos: alta y baja nobleza, eclesiásticos y ciudadanos honrados. La institución se conservará hasta 1711.

Ahora bien, como señalaba el profesor Morales, «luego está el Justicia imaginario, el mito, el héroe defensor de la libertad. Arranca en páginas editadas en 1435 por Juan Jiménez Cerdán [que presentamos en esta entrega]. Esta primera semilla de la leyenda de los Fueros de Sobrarbe será amplificada por cronistas del siglo XV, y llevada al paroxismo triunfante por Jerónimo de Blancas. En el reinado de Felipe II, Antonio Pérez interviene decisivamente en el éxito de la deformación. Antonio Pérez, desleal, mala persona, y probablemente autor de delitos graves, que aprovecha maliciosamente su pertenencia a familia aragonesa y que maneja ideas fuerza de las élites aragonesas del siglo XVI, consiguiendo que el bisoño Juan de Lanuza V interpusiera el escudo de los Fueros de Aragón contra la acción del rey y del Santo Oficio de la Inquisición (…)

»Las libertades que defendía el Justicia eran privilegios de la aristocracia y los poderosos… ¿Qué ventajas objetivables habían obtenido la baja nobleza, los ciudadanos honrados… por el régimen de Fueros? La evocación de pasados heroicos, sobre todo los mitificados, debe ser administrada con extrema cautela. Una dosis excesiva de restitución de glorias imperiales pasadas produce a los Mussolini, Hitler… y tantos neoemperadores.»

* * *

En 1435, Martín Díez de Aux, entonces Justicia de Aragón, solicita a su antecesor en el cargo, Juan Ximénez Cerdán, de ochenta años de edad, un informe sobre el origen y evolución del Justiciazgo, y sobre su prolongado desempeño del mismo. Éste redactará en su señorío de Agón la Letra intimada (esto es, carta dada a conocer), autentificada por un notario ante testigos, y remitida no sólo al Justicia, sino a las principales autoridades del reino: diputados, arzobispo y jurados de Zaragoza. Tuvo por tanto desde el principio un carácter semioficial, que se incrementará cuando su promotor el Justicia la incluya en las Observancias del reino de Aragón, y aun más con su impresión en el incunable de 1496 de los Fueros y Observancias de Aragón.

Naturalmente predomina en la Letra intimada la justificación y encomio de su autor y de su padre, que le antecedió en el cargo. Sus acciones siempre triunfan, aunque tenga que enfrentarse a nobles y reyes. Su papel en la resolución de la crisis sucesoria mediante el compromiso de Caspe, es decisivo. Legista y forista, vierte los texto legales al latín. El mismo papa Benedicto XIII lo considera «el más elevado cargo secular del mundo». Pero a pesar de su visión de parte, la obra posee gran interés por lo que nos cuenta y cómo nos lo cuenta, y a través de ella percibimos un animado cuadro del otoño de la edad media, como lo denominó Huizinga.

Presentamos la versión original en aragonés, y una traducción propia. También hemos incluido dos breves textos de Andrés Giménez Soler (de quien ya hemos comunicado otros varios en Clásicos de Historia). El primero nos informará sobre la administración de la justicia en el Aragón medieval, y el segundo nos proporcionará abundante información sobre la gestión de Ximénez Cerdán, datos que completarán con algunas sombras las exclusivas luces relatadas por el autor. Especialmente clarificador resulta lo relacionado con su cese como Justicia, en el que el enfrentamiento con el rey alcanzó grandes proporciones, y que se omite por completo en la Letra intimada.

Del considerado manuscrito original.

martes, 24 de diciembre de 2024

Feliz Navidad

Antonio Bisquert, Anunciación a los pastores. Mediados del siglo XVII. Museo diocesano Teruel


ALBADA AL NACIMIENTO

Media noche era por filos,
las doce dava el reloch,
quando ha nagido en Belén
vn mozardet como vn sol.

Nació de vna hermosa Niña,
virgen adú que parió,
y diz que dexó lo cielo
por este mundo traydor.

Buena gana na tenido
pues no len agradejón
aquellas por qui lo fizo
y bien craro lo veyó.

En fin, nació en vn pesebre,
como Llucas lo dizió,
no se enulle si le dizen
que en las pallas lo trobón.

Dízenlo Pasqual y Bato,
Bras y Chil y Mingarrón
y lo mayoral Turibio
que ellos primero lo bión.

Buena será la parbada
que aquege Grano escondió,
que en denpues de bien molido,
fará vn rico pan de flor.

Contaron que vnos moçardos
con vna anchélica voz,
groria y paz iban cantando,
dándole al mundo alegrón.

Llevarónle os pastores
de crabito y naterón
dos mil milenta de aquellas
de que el Niño se folgó.

Dixon que en trapos su madre,
contenta lo embollicó
y que estava hermosa y linda,
como vn alma que es de Dios.

Entre vn buey y entre vna azenbla
con muyto goyo nació;
aunque de ver tal socesso
diz que Ababuc se espantó.

El santo viello Chusepe
contento estava, por Dios,
adú que antes estió triste,
porque no trobó mesón.

Endepués no sintió cosa,
que su Fillo lo ordenó,
que sin ser bispe ni Papa
ye muy grande ordenador.

Lo sabroso y lindo Niño,
aunque plora ya ridió;
plora quando no lo quieren
y ride a quien le quirió.

Listos andan los ancheles,
del cielo al suelo vajón
cantando: «groria en los cielos
y paz en la tierra a toz».

La comarca de Belén
buena fiesta se gozó,
mas ella fue una coytada,
que guardarla no sabió.

Toz la claman buena noche,
dirálo la colación
y lo tizón de Nadal
que ye nombrado tizón.

Diránlo los villancicos
y diránlo los cantors,
dirélo yo que me enfuelgo
de repiquetiar a voz.

Ya que sabéz do está el Niño,
procurar veyerlo toz,
que aquel que no lo veyere
mal la cuenta le salió.

A su madre y a Chusepe,
pus lo merecen los dos,
darezle la norabuena
deste fillo que tenión.

Todos el pie le besemos,
que es nuestro Dios y Señor,
pidiendo faga pesebre
del christiano coraçón.

Ana Abarca de Bolea, Abadesa del Monasterio de Santa María de Casbas
Vigilia y Octavario de San Juan Baptista, Zaragoza 1679.

Manuel Alvar, Estudios sobre el "Octavario" de doña Ana Abarca de Bolea.
Archivo de Filología Aragonesa, serie A, II, Zaragoza 1945.

lunes, 24 de junio de 2024

Conde de Robres, Historia de las guerras civiles de España desde 1700 hasta 1708

Armas del autor

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Agustín López de Mendoza y Pons (1662-1721), marqués de Vilanant, conde de Robres y de Montagut, y señor de Sangarrén y de otras baronías aragonesas y catalanas, de ilustres ascendientes y descendientes (entre ellos el famoso conde de Aranda), ha nacido en Barcelona, aunque se identifica repetidas veces como aragonés en la obra que presentamos esta semana. Ha vivido con preocupación la división creciente, con tomas de postura enfrentadas, que se genera con la problemática sucesión de Carlos II: «Y respondiendo a las sátiras con otras sátiras que también eran reciprocadas con igual amargura, se empezó ya desde este tiempo a encenderse una guerra civil de plumas, que debía ser preliminar de otra más sangrienta. Estas consecuencias las conocían los que menos penetraban, con que fue tanto más de extrañar que los ministros en vez de atajarlas las fomentasen.»

Y la guerra llega, y teme «que faltando a la posteridad una verdadera relación de las causas y progresos de tan gran mal, falte también la instrucción conveniente para evitarle en adelante.» Pero «es peligroso desplegar al público con la pluma la verdad, porque se ha hecho ya carácter de entrambos partidos el esforzar la mentira, y fuera de eso, dominando enteramente a la razón la voluntad, nos vemos miserablemente reducidos en un caos por todas partes inaccesible… Por eso desearía poder trasmitir a mis sucesores una Historia de nuestra infelice era, que reservada en lo muy secreto de una gaveta, pudiese en tiempos menos peligrosos aprovecharles, y al público.» 

Las Memorias para la historia de las guerras civiles de España permanecerán inéditas hasta su publicación en Zaragoza en 1882. Resulta una obra sorprendente en muchos sentidos, pero principalmente por su independencia de criterio: aunque el conde de Robres optó por los Borbones en lugar de los Austrias, mantiene un patente esfuerzo en pro de la imparcialidad al narrar acontecimientos y enjuiciar personajes de la guerra de sucesión. Se documenta, en la medida de lo posible, respecto a los diferentes derechos dinásticos de los competidores por el trono. Compara, con perspicacia, las semejanzas y diferencias del proceso homogeneizador de la monarquía por parte de Felipe V, con el fenómeno paralelo que está teniendo lugar en Gran Bretaña (a la que denomina así). Critica y deplora, en fin, los decretos de nueva planta para Aragón y Valencia, consecuencia de la Batalla de Almansa...

José María Iñurritegui, inicia así su estudio de Las Memorias del Conde de Robres: la nueva planta y la narrativa de la guerra civil: «En las entrañas de la traumática contienda civil del amanecer del Setecientos hispano el Conde de Robres, Agustín López de Mendoza y Pons, encuentra el momento adecuado para el sutil y delicado cultivo de la memoria histórica. La participación política activa de un noble aragonés de filiación borbónica en el certamen sucesorio desemboca en la primavera de 1708 en la composición de unas atípicas Memorias que elocuentemente se dicen para servir a la historia de las guerras civiles de España. La propia operatividad pretendida por el autor para su texto, y la profunda reformulación del sentido moral y político del valor didáctico de la historia que destila, convierten esas páginas en una pieza ciertamente singular en el complejo panorama de la narrativa de la guerra civil. Frente al uso político común de la historiografía en el turbulento teatro de la confrontación dinástica y civil, la glosa laudatoria de las glorias del monarca, las Memorias asumían ya por principio el inusual empeño de arrojar luz y levantar acta sobre las causas de fondo que motivan el desastre del encuentro doméstico. Apegadas en todo momento a la más pura y feroz dimensión civil del combate y a su más honda esencia política, siempre fieles al preciso estímulo al que responde la opción misma de la escritura, las Memorias forjan sobre esa peculiar mirada una acusada personalidad narrativa y política con novedades de subido valor en su género y en su contexto.»

Archivo Histórico Provincial de Zaragoza

lunes, 27 de mayo de 2024

Ángel Salcedo Ruiz, Contra el regionalismo aragonés

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El nacionalismo moderno, con potentes fundamentos desde la afirmación de las monarquías autoritarias y con el aporte ideológico decisivo de la Ilustración y el romanticismo, se generaliza en España con la guerra de Independencia, tanto entre los partidarios del liberalismo como entre los de la tradición. Coincide en el tiempo, por tanto, con el acelerado declive del reino, que le apea del estatus de gran potencia a causa de su prolongada inestabilidad política y de la pérdida de su imperio.

Sólo más tarde, en el último cuarto del siglo XIX, nacerán y se difundirán los nacionalismos particularistas, primero en Barcelona, luego en Bilbao y finalmente en otras regiones. En cierta medida, y a pesar de que persigan la distinción o ruptura con España, estos nacionalismos alternativos son reflejos especulares del nacionalismo español, con múltiples coincidencias. A aquellos y a éste se les puede aplicar por igual conocidas expresiones que han dado título a algunos libros imprescindibles: la nación siempre es una Mater dolorosa cuyo dificultoso servicio supone a su adorador el ingreso en un bucle melancólico.

Pues bien, el aragonesismo político también surge en ese ambiente finisecular, y aunque con menos resultados que el catalanismo y el vasquismo, dará lugar a un movimiento minoritario que perdurará en el tiempo. Uno de sus representantes fue Juan Moneva y Puyol, de quien comunicamos algunos de sus artículos aragonesistas en Cuestiones políticas (republicanas y regionalistas). Los dos centros principales del nacionalismo aragonés fueron Zaragoza y Barcelona, esta última a causa de la abundancia de inmigrantes (en ese tiempo proceden del valle del Ebro y del Levante mediterráneo) que capta su poderosa industrialización. Habrá una relación difícil entre los nacionalismos catalán y aragonés, en la que se alterna atracción y repulsión.

Presentamos hoy un serie de artículos que un observador ajeno (que podríamos considerar nacionalista español) consagra a este regionalismo aragonés. Los publica entre 1918 y 1920 en el venerable Diario de Barcelona, ciudad en la que reside tras una estancia anterior de más de un año en Zaragoza. El gaditano Ángel Salcedo Ruiz (1859-1921) fue un abogado, jurídico militar, intelectual y político, de abundante obra publicada. En julio de 1918 fue nombrado Auditor de la capitanía General de la 5.ª Región Militar, con destino en Zaragoza, donde permaneció hasta septiembre de 1919, cuando se trasladó a Barcelona, desempeñando el mismo cargo en la 4.ª Región hasta marzo de 1920.

La postura del autor es clara: «Recién llegado a Zaragoza me apresuré a manifestar en el Diario mi primera impresión sobre el regionalismo aragonés; y... escribí que, a mi juicio, hay en Aragón mucho afecto a la tierra natal; sentimiento de solidaridad regional en cuanto que los aragoneses todos se sienten un pueblo, o, quizá mejor, una gran ciudad campesina cuyo barrio central y verdaderamente urbano es Zaragoza, en la clase culta entusiasmo por el pasado glorioso, y en todos vivo deseo de fomentar los intereses económicos de la región, singularmente los agrícolas, cifrados hoy en las obras hidráulicas; que, fuera de esto, en ninguna ciudad española es el natural de otras regiones menos forastero que aquí; y, finalmente, que el regionalismo a la catalana, sostenido por algunos intelectuales, no encuentra eco en la opinión, sino una resistencia formidable, porque es la de todos, y más que airada, pasiva y zumbona, propia del intenso temperamento satírico de un pueblo como el aragonés.»

Hemos agregado en anexo varios artículos citados por Salcedo y otros de sus contradictores, a favor o en contra de Aragón y el aragonesismo.

lunes, 13 de mayo de 2024

Juan Moneva y Puyol, Disertaciones políticas (republicanas y regionalistas)

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Hace unos meses presentábamos Política de represión y otros textos del interesante personaje que fue el catedrático, abogado y publicista Juan Moneva y Puyol (1871-1951). Ahora traemos una selección de los artículos que publicó entre 1930 y 1933 en el diario zaragozano La Voz de Aragón, muchos de ellos con el epígrafe común de Disertaciones políticas. Aunque siempre había estado interesado en estas cuestiones, e incluso había desempeñado una dirección general durante varios meses en un gobierno Maura, es ahora, tras el fin de la dictadura de Primo de Rivera en la que había sido procesado por un tribunal militar, cuando sus constantes y abundantes colaboraciones periodísticas se centran más en las cuestiones políticas.

Consciente de los desaciertos de los gobiernos Berenguer y Aznar, recibe esperanzado la proclamación de la república. Juzga así las elecciones municipales que la trajeron: «El acierto de la elección del 12 abril 1931, aun afectada como está la incongruencia de no atender a su finalidad mas a otra diversa, finca en que corresponde exactamente a la opinión pública; la gente sentía al igual de lo que expresaron los escrutinios; la gente se hallaba conforme con dar a los sufragios una aplicación diferente de la legalmente confesada, que era elegir concejales.»

Y pocos días después: «Afirmo... ser lo que llaman la derecha... sostenemos el derecho a ser cristianos católicos y el de inspirar en eso toda nuestra actuación de las cosas humanas… Nos queda solamente la República; ni aun podemos decir que nos han quitado la Monarquía y el Monarca que preferíamos; había, respecto de eso, en las derechas, muchos descontentos; todos los que detestábamos la Dictadura; todos los que consideramos primer tesoro político la libertad ciudadana. Por eso... porque la República no repugna a nuestra conciencia ni es incompatible con nuestro programa de fondo, opino que todo político de derecha debe avenirse llanamente, sinceramente, cuanto antes, a la República, laborar en ella y formar en sus partidos o, si ninguno de ellos satisface a nuestras ideas, formar otro de sus partidos.»

Moneva se definirá, pues, como liberal, católico, de derechas y aragonesista. Pero su talante crítico le llevó pronto a reprochar algunas actuaciones de la naciente república, si al principio menores e incluso disculpables y disculpadas, pronto de mayor gravedad, como el tan desacertado como interesado sistema electoral impuesto, que mantenía fuera del censo a las mujeres, que sí había incluido la pasada dictadura, y que conjugaba el sistema mayoritario con el predominio de distritos electorales provinciales, favoreciendo así el monopolio del poder de la coalición gobernante:

«Pero los hombres del Nuevo Régimen, cuyo único título, para comenzar a imperar y para seguir imperando, es llevar la representación del Pueblo, no quisieron exponerse a que el Pueblo pudiera votar con criterio político, eligiendo en listas homogéneas; fue conservado el sistema antiguo, invitatorio a la promiscuidad, que hace imposible conocer el criterio político del País. Y hubo promiscuidad en las candidaturas; a veces, más candidaturas promiscuas que de las otras; de las otras; no sé caracterizarlas de otro modo, pues la más extendida, por ser la ministerial, era promiscua; la formaban, como queda ya dicho, representantes de políticas incompatibles entre sí; y esto, cuando más interesaba definir la actitud política de cada cual, pues la labor de las Cortes elegidas había de ser Constituyente; más política, pues, que la de otras Cortes cualesquiera.»

Posteriormente sus críticas aumentarán a causa de la política represiva del gobierno, por su talante cada vez más anticatólico, y por su descomunal ocupación del Estado, repartido como un botín: «botín, premio útil de la victoria, no ganado por el esfuerzo laborioso, son los haberes, únicos pocas veces, múltiples las más; las comisiones retribuidas; la acumulación de favores; tales puestos dados graciosamente, sin que en el nombrado preceda la prueba de un concurso, o de aquel esfuerzo y sobresalto que es una oposición; ingreso en carreras por lo alto de sus escalafones; dispensa de servir un cargo, sin disminución de sus ventajas. Y botín, para otro estamento, es el nuevo régimen agrario… y botín —enorme paradoja—, todo el régimen administrativo del Trabajo, iniciado, no ya sólo en tiempo de Monarquía, mas en tiempo de Dictadura… (cuando) en el Ministerio del Trabajo imperó la Unión General de Trabajadores tanto como ahora.»

Además, y en paralelo, buena parte de estos artículos se ocuparán de la promoción del nacionalismo o regionalismo aragonés (que Moneva considera lo mismo) y su rechazo del centralismo estatal. Aunque partícipe en Acción Popular, su influencia en este sentido fue muy limitada o nula, porque las «derechas detestan el Regionalismo, a no ser lo que ellas dicen un Regionalismo sano, lo cual quiere decir cantador de loores, en primer lugar, a la omnipotencia del Estado; un Regionalismo con la bandera estatal en lugar preferente; después de lo cual aun alguna vez se atreven a izar la bandera de la Región; pero nunca osan ensalzar la Región sin dar, oficiosas, la excusa no pedida de sin perjuicio de la supremacía de la Patria u otro giro análogo.» Con impotencia, considera su incapacidad para cambiar la situación como su último fracaso político.

El viejo sistema de la Restauración había garantizado medio siglo de funcionamiento ordinario del sistema liberal, de enorme inestabilidad hasta entonces, por medio de una alternancia política pacífica, y con la aceptación e inclusión de aquellos que rechazaban el propio sistema: tradicionalistas, republicanos, nacionalistas, socialistas… Pero con el fracaso de los esfuerzos modernizadores (Maura, Canalejas…), en 1923 se entraba definitivamente en lo que en otras ocasiones he llamado la etapa autoritaria de la España contemporánea, que se prolongará hasta la transición a la democracia. Cada ideología se reafirma y se hace más intolerante, rechazando cualquier componenda con aquellas otras que se le oponen. El poder se ocupa, y ya no se está dispuesto a compartirlo: todo lo más, a llegar a acuerdos oportunistas en los que cada parte quiere prevalecer.

Este conjunto de artículos de Moneva nos muestra su percepción muy personal sobre el devenir de la segunda república, con múltiples facetas y matices. Pero, además, muchas de sus reflexiones pueden ser confrontadas con acontecimientos actuales. Por ejemplo, la incidental que escribe el 15 de mayo de 1930: Sánchez-Guerra «quiso procesarme, año de 1914, por un artículo en el cual acusé de insinceras aquellas elecciones en las que fueron usados contra Maura y los mauristas papel sellado, talegos y trabucos. Me libró de aquella molestia una amnistía que dio aquel Gobierno; las amnistías son siempre modos que usa una situación política, no primordialmente para perdonar algo malo que otros han hecho, mas para hacerse perdonar algo malo que ha hecho ella.»

Plaza de la Constitución de Zaragoza, 14 de abril de 1931

lunes, 5 de febrero de 2024

Juan Moneva y Puyol, Política de represión y otros textos

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Julián Marías, en su siempre sugestiva España inteligible, caracterizaba así las circunstancias a las que nos acercamos esta semana: «A medida que la modernización de España se va consiguiendo, que la industrialización va teniendo más peso en la economía y la sociedad, el problema obrero se hace más apremiante. Y a esto se añade que los movimientos de resistencia, o francamente subversivos como el anarquismo, se extienden al campo, donde las condiciones de vida son precarias... Las organizaciones son más poderosas, más capaces de presión; se reacciona a ello con temor o coacción, más que con esfuerzos de plantear inteligentemente los problemas; las tensiones aumentan. Esta situación es aprovechada con fines estrictamente políticos, en ambos sentidos; no se buscan, o demasiado poco, soluciones técnicas que procuren el aumento de la riqueza, muy escasa, y una distribución más justa de ella… Acontecimientos como la Semana Trágica en Barcelona (1909) o la huelga general de 1917 agravan la situación. Cada vez más van tomando cuerpo la subversión y la represión, actitudes que hacen imposible el diálogo, y más aún el tratamiento razonable de los problemas reales… Finalmente, sobre todo en Cataluña y en su tendencia anarquista, se producirá una oleada de terrorismo obrerista, combatido en ocasiones por otro de signo contrario, y las tensiones llegarán a tener suma gravedad.»

Son los años de plomo, una época de luchas sociales en progresión constante. Y es en 1921 cuando el abogado y catedrático de Derecho Juan Moneva y Puyol pronuncia la interesante conferencia que presentamos, en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid. En ella parte de la evidencia todavía negada por muchos: existe una auténtica guerra social, con los mismos modos y procedimientos y justificaciones de la guerra militar. Ambas son equiparables. Ahora bien, con esta afirmación no quiere dignificar la guerra social: le niega cualquier tipo de gloria al igual que hace con la guerra militar. «Los intelectuales, los hombres de paz, y más que todo eso, los cristianos, no tenemos para qué distinguir especies de guerra; todas las guerras, toda clase de guerras, son catálogos de hechos tales que cada uno, en sí, es crimen patente.»

Clases acomodada y proletaria se encuentran enfrentadas, ambas defendiendo su derecho al bienestar. Y hoy por hoy no existe un superior dirimente que haga justicia, que reconozca a cada una lo que corresponde. Al contrario, los gobiernos toman partido por los fuertes, los acomodados, y quieren solucionar el enfrentamiento mediante la aplicación de la ley, mediante la represión. Y hay un error de fondo en ello, el de caracterizar como delitos tan sólo a los crímenes de la otra clase, mientras se toleran, se disimulan o se embellecen los de la propia. Todo el rigor se reserva para el enemigo: «ha habido represión; está habiendo represión; no es calculable el término de ella, y en cada disposición represiva no es tan de temer el rigor de una Autoridad, sanguinaria que fuese, como la inevitable abdicación de esa Autoridad en el criterio de sus informadores», esto es, de la arbitrariedad. Y refiere listas de proscripciones, torturas, ley de fugas…

Pero Moneva no atribuye el mal sólo a gobernantes y acomodados, sino a la violencia que caracteriza a la sociedad española. «El pueblo español es sanguinario… desde niños aprenden la violencia, padecida de todo mayor con quien topan; a veces también les es enseñada la crueldad como virtud en las figuras de los grandes atormentadores de individuos y pueblos; Cortés y Pizarro son más glorificados en las escuelas de primera enseñanza que San Francisco de Asís y que Newton.» Y, con ribetes de profecía, se lamenta: «es la revelación de una conciencia colectiva, y también un augurio de cómo será cada generación así formada.» Y concluye: «la Justicia no ha de venir de superponer una mano a otra mano en señal de triunfo y de dominio, sino de juntar una mano a otra mano en alianza de amor; y esto sin ilusiones de una Arcadia inactual, utópica y fantástica, mas en realidad social plena de Paz lograda por el sacrificio de todos, principalmente por el sacrificio de quien tiene muchas ventajas que sacrificar.»

Completamos el texto de esta conferencia con varios artículos de prensa en los que Moneva se refiere a concretos conflictos sociales y políticos, y a la represión que provocan. Podríamos considerarlo aplicaciones prácticas de lo anterior. Los tres primeros se refieren a unos asesinatos en el marco de un duro conflicto laboral en la Zaragoza de 1920. Otro, de 1931, se refiere al revanchismo y represión que ha emprendido la nueva clase dirigente contra los considerados enemigos políticos de la naciente república. La crítica en este sentido se agudiza al año siguiente, y le lleva a recordar la conferencia de 1921; y en otro artículo posterior a la sublevación de Sanjurjo insiste en la necesidad de reconciliación. Los acontecimientos, como sabemos, evolucionaron en sentido contrario, y cuando en 1936 España llegue a la senderiana «orilla donde sonríen los locos», todavía levantará públicamente la voz en el último artículo que publicamos, con un transparente llamamiento al cese de fusilamientos y represión desaforada que se ha generalizado.

Moneva, desde su arraigado talante moral que le había impuesto enfrentamientos y denuncias de diversas autoridades en tiempos de la monarquía, de la dictadura de Primo de Rivera y de la República, aprovechará ahora su prestigio y relaciones, y multiplicará las gestiones en este sentido. Naturalmente esta actitud le saldrá cara: temporalmente suspendido de empleo y sueldo, multado y sometido a proceso por parte primero de la Comisión Depuradora de Universidades, y después por el Tribunal de Responsabilidades políticas. De todos ellos, sin embargo, saldrá bien parado. Incluimos en esta entrega los dos escritos con los que se defiende de los cargos que se le imputan, así como algunos de los informes que se presentaron. 

Juan Moneva y Puyol (1871-1951) fue un destacado intelectual aragonés. Su carácter tan personal, su independencia de criterio, su tendencia a la contradicción, hicieron de él un personaje popular fuente de continuas anécdotas en la Zaragoza de la primera mitad del siglo XX. Se licenció en Química y en Derecho, fue abogado ejerciente y catedrático de Derecho canónico. Pero sus intereses superaron su dedicación oficial, al igual que ocurre con el catedrático de griego que fue Unamuno. Durante gran parte de su vida fue un fecundísimo colaborador de la prensa. Se ocupó de gran variedad de temas, pero entre todos ellos destacan los aragonesistas (un tanto al modo de Cambó), los pedagógicos (centrados en la enseñanza universitaria, lo que le depara algunos enfrentamientos con sus compañeros y algún expediente), los políticos (especialmente en tiempos de la segunda república), y siempre los moralistas. Aunque se han publicado diversas selecciones de sus artículos, muchos quedan todavía enterrados en las hemerotecas...

Jesús Bogarín Díaz, en su contribución a La memoria del jurista español (2019) lo califica así: «además de destacar su mérito en la ciencia canonística que oficialmente profesó, podríamos describir a don Juan Moneva Puyol, siquiera de modo impresionista, llamándolo de estirpe zaragozana, hombre de gran personalidad, docente práctico, erudito investigador del derecho histórico aragonés, defensor y promotor del derecho foral, apasionado aragonesista, exiliado canónico en Huesca, amigo no separatista de Cataluña, examinador multilingüe, innovador en el mundo de la fotografía, reconocido lingüista y, en particular, lexicógrafo, pionero laboralista, político escasamente militante, literato cabal, crítico literario y tertuliano… a man for all seasons

E indudablemente, un Quijote.

lunes, 26 de junio de 2023

Romualdo Nogués, Aventuras y desventuras de un soldado viejo natural de Borja

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Hay épocas, más o menos largas, en las que las sociedades aparentemente tienden a polarizarse en torno a dos o más posiciones enfrentadas, por motivos económicos o culturales (ideológicos, políticos, religiosos...). Son etapas de conflicto, de tensiones manifiestas, y en ocasiones de guerra civil. En ellas el protagonismo está en los extremos militantes que aun siendo por lo general minorías escuetas, con su agitación, propaganda y violencia, quieren movilizar y absorber a las mayorías templadas y pacíficas centradas en su vida privada: se les quiere obligar a tomar partido. Para ello los activistas se cargan de razones: el mero interés propio se reviste de ropajes morales que les justifican, y que al mismo tiempo demonizan hasta el extremo al contrario, y niegan la posibilidad de cualquier equidistancia, tan nociva o más como el enemigo… Y sin embargo, a estos tiempos de espasmo tienden a agotarse en sí mismos, y suelen continuarse en otros de marasmo (por utilizar las expresiones de Julián Marías.)

Romualdo Nogués, una vez concluida su carrera militar, y durante el marasmo de la Restauración, rememora su vida bajo el espasmo liberal. Vive de muchacho la primera guerra carlista (presencia la cincomarzada zaragozana) y participa como militar en la segunda (la guerra dels matiners) y la tercera. Y también en la de África, tomando parte en la batalla de Wad-Ras. Los continuos pronunciamientos y conflictos entre carlistas, moderados, progresistas, unionistas, demócratas y republicanos le producen un profundo rechazo de todos ellos, al considerarlos responsables del profundo deterioro de la sociedad española de su tiempo, y de la decadencia de la nación. En todos estos acontecimientos históricos su participación fue secundaria y tangencial: es uno más de la inmensa mayoría de españoles llevados de aquí para allá, en el flujo y reflujo de las luchas políticas. 

Sus memorias por tanto no son de esas que gustan dictar las primeras figuras de la vida política ―lo que yo dije, lo que hice, lo que yo ¡ay! pretendí...―, con las que buscan asegurarse un puesto soleado y amable en la historia, o por lo menos justificarse. Nogués no ha realizado grandes hechos, sus actuaciones, en la guerra y en la paz, no han influido bajo ningún concepto en el discurrir de los acontecimientos… Por ello nos cuenta meramente lo que ha visto como el espectador que ha sido; eso sí tamizado por su propio rechazo y desencanto ante tanta grandilocuencia, intereses egoístas y deshumanización. No esperamos profundas reflexiones. El soldado viejo se autopercibe, aunque sea irónicamente, como reaccionario, y su estilo parece querer ser, conscientemente, popular e incluso cuartelero. Sus memorias parecen ser una sucesión de anécdotas, chistes, chascarrillos, y cuentecillos baturros, pero que nos recrea la vida misma, tal como el autor la vivió o la recuerda.

En enero de 1894, poco antes de la publicación de estas memorias en la revista madrileña La España Moderna, otra revista, la zaragozana España Ilustrada, publicó una reseña de sus colaboradores, en la que se refería así a nuestro autor (posiblemente la nota fue redactada por el propio Nogués):

«Nacido en Borja en 1824, fue cadete y alférez de voluntarios de Aragón, teniente del Regimiento de Zaragoza, y en las que el general Nogués llama borricadas de Madrid de 1854, siendo capitán del Batallón de la Constitución, en la calle de la Libertad, un patriotero escondido noblemente y sin que nadie le hostilizara, con una sola bala le agujereó cuatro veces el pellejo inutilizándole la mano derecha, a la que desde entonces él, con suma seriedad, llama la mano de la libertad. Ha tomado parte en todas las guerras que ha habido en España, en la de África, en dos sitios y revoluciones, siempre sirviendo al gobierno constituido, y siempre siendo postergado en las recompensas o alabanzas, porque como no fue adulador ni conspirador, sólo le dieron aquello que no podían quitarle. Jamás ostenta condecoraciones ganadas en luchas civiles. Como buen patriota ama a España, pero odia a blancos y a negros. Es siempre del partido opuesto a la persona con quien habla.

»Su nota como escritor data de haber dudado una persona que no servía para la literatura, y ahí tenemos sus preciosos folletos Cuentos para gente menuda 1.ª, 2.ª y la 3.ª serie publicada en folletín en España Ilustrada; Cuentos aragoneses (1.ª y 2.ª serie), y el que tanta polvareda levantó en la villa y corte de Madrid Ropavejeros y anticuarios, libro en que se retrata perfectamente el estilo satírico y caustico del señor Nogués, más conocido con el sobrenombre de El soldado viejo natural de Borja

lunes, 29 de mayo de 2023

Gustavo Adolfo Bécquer, Desde mi celda. Veruela. Costumbres de Aragón

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Continuamos esta semana con otro viaje literario, aunque una generación posterior al de Washington Irving. En 1863 Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), enfermo y con necesidad de reposo, abandona el tráfago del Madrid moderno en un trayecto real y simbólico que le obliga a pasar del camino de hierro al camino de rueda, y de éste al de herradura. Su destino es el desamortizado monasterio de Veruela, al pie del Moncayo, coronada de nieve la alta frente. Allí se instala con su hermano Valeriano, y durante varios meses ambos recorren la comarca, observan y preguntan, escriben y dibujan… y naturalmente descubren un mundo a la vez más puro y más brutal que el de la ciudad liberal, pero en cualquier caso más poético. El primer resultado lo constituyen las nueve largas cartas que publica a lo largo de 1864 en el periódico El Contemporáneo de Madrid. Las cartas Desde mi celda acabarán siendo consideradas una de las cumbres del romanticismo español, aunque ya tardío y teñido de realismo. La percepción del paisaje, las leyendas, la brujería, los cuadros de costumbre se amalgaman espléndidamente.

Manuel Alvar, en su Aragón. Literatura y ser histórico (1976), señalaba que «son precisamente los extraños quienes vinieron a descubrir el mundo romántico que Aragón encierra (…) Mucho más sorprendente es que fuera Bécquer ―no ningún aragonés― quien acertara con aquella veta romántica que son las historias que narra en las Cartas desde mi celda. El gran poeta ha descubierto en Veruela este valle, cuya melancólica belleza impresiona profundamente, cuyo eterno silencio agrada y sobrecoge a la vez, diríase, por el contrario, que los montes que lo cierran como un valladar inaccesible, nos separan por completo del mundo. Y en el ambiente recién encontrado está el germen de todas sus visiones: reales unas, legendarias otras. Bécquer ha sabido ver: con ojos de pintor ha ido creando una escenografía sobre la cual se va a proyectar la historia. La ruinosa abadía, los altos chopos, el viento al atardecer y ―ya― exaltada la imaginación, las blancas estameñas conventuales, la muchacha con su lirio azul y el suspiro al aire. Sí, escenas sueltas de no sé qué historias que yo he oído o que inventaré algún día. Sin embargo, las historias ―vivas― estaban ahí, en las mismas hierbas que el poeta abatía con su planta, sobre las piedras que le comunicaban su frialdad.»

La estancia en el somontano del Moncayo fue fructífera también para Valeriano Bécquer (1833-1870), que traza numerosos apuntes y esbozos que se convertirán más tarde en cuadros y grabados. En los años siguientes publicará cuatro dibujos del monasterio de Veruela y trece de tema aragonés, acompañados por textos ―breves por lo general― de Gustavo Adolfo. Casi todos lo hacen en el prestigioso semanario El Museo Universal de Madrid. Los tipos y costumbres de Aragón son naturalmente, populares y variados: El hogar, La misa del alba, Las jugadoras, El tiro de barra, La pastora, El pregonero, La vuelta del campo, El alcalde, La corrida de toros, Los dos compadres, La rondalla y Las segadoras. A su calidad artística se le añade un cierto respeto por lo retratado, que lo distancia agradablemente de los baturrismos que proliferarán y dominarán en la literatura, el arte y la música de los tiempos de la ya próxima Restauración. En conjunto estas obras aparentemente menores de los hermanos Bécquer suponen un complemento muy atractivo y necesario de las Cartas, por lo que se las hemos agregado en esta edición digital.

Valeriano Bécquer, Monasterio de Veruela

lunes, 10 de abril de 2023

Juan Fernández de Heredia, Libro de los fechos et conquistas de la Morea

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La obra de esta semana nos muestra la facilidad con la que se puede deteriorar un buen propósito. Jufre de Villardoyn, mariscal del condado de Champaña, promueve una nueva campaña en defensa de los cristianos orientales y por la recuperación de Tierra Santa. Son muchos los intereses que hay que aunar (franceses, alemanes, venecianos, el papado…), y la expedición resultará conflictiva desde su arranque y nunca llegará a Palestina. Trocará sus objetivos idealistas por los más seculares de proporcionarse poder y riqueza en la Romania, el viejo imperio romano de oriente. Tendrán éxito, aunque un éxito trufado de luchas, conflictos y traiciones que devorará a sus protagonistas y sus descendientes durante dos siglos.

La clásica Historia de Imperio Bizantino, de Alexander A. Vasiliev nos sitúa así en el tiempo y lugar: «La cuarta Cruzada es un fenómeno histórico de extrema complejidad, y donde se hallan intereses y sentimientos de variedad máxima. Tales son: un noble impulso religioso, la esperanza de recompensas en la vida futura, el deseo de cumplir proezas morales y la fidelidad a los compromisos contraídos con la Cruzada, todo ello mezclándose a un deseo de aventuras y lucro, a la pasión de los viajes y a la costumbre feudal del combate perpetuo. Pero en la cuarta Cruzada se advierte un rasgo original que, en rigor, ya se había manifestado en las expediciones precedentes: los intereses materiales y los sentimientos profanos tuvieron mucha preponderancia sobre los impulsos religiosos y morales, lo que demostró de manera rotunda la toma de Constantinopla por los cruzados y la fundación del Imperio latino.»

Y más adelante: «La cuarta Cruzada... tuvo como resultado el fraccionamiento del Imperio bizantino y la fundación en su territorio de varios Estados, unos latinos y otros griegos. Los primeros recibieron la organización feudal imperante en el occidente de Europa (…) Todo el siglo XIII transcurrió en continuas lucha de dichos Estados, que efectuaron entre sí las más dispares combinaciones. Ora lucharon los griegos contra los usurpadores francos, turcos y búlgaros; ora unos griegos pelearon con otros griegos, introduciendo nuevos elementos de discordia en la perturbada vida interna bizantina; ora los francos se batieron contra los búlgaros, y así sucesivamente. A estos choques militares seguían alianzas y pactos diversos, en general quebrantados con tanta facilidad como convenidos (...) Un historiador (Neumann) dice: “Todos esos Estados feudales del Occidente, separados unos de otros, no hicieron obra constructiva, sino más bien destructora, y así fueron destruidos ellos mismos. Oriente quedó dueño de la situación en Oriente”.»

Entre las diversas obras a que dio lugar estos conflictivos acontecimientos (el mismo Geoffrey de Villehardouin que hemos citado escribió una crónica de sus hechos), comunicamos en Clásicos de Historia la aragonesa compilada o meramente copiada por Bernardo de Jaca a iniciativa de Johan Ferrandez de Heredia (1310-1396), el gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén (Hospitalarios o caballeros de Rodas), que jugó un importante papel en la vida política y militar de la Cristiandad del siglo XIV. Y que también contribuyó poderosamente al desarrollo de la cultura occidental con la creación un fecundo scriptorium, en el que se traducen autores clásicos como Plutarco y Tucídides (directamente del griego) y otros latinos, autores modernos como Marco Polo, y se elaboran y compilan otras obras, como la Grant Cronica de Espania y la Crónica de los Conquiridores. Estamos en el siglo XIV, la época en la que entra en su crisis definitiva la Europa medieval, repleta de guerras, epidemias, hambrunas y muerte ―los jinetes del Apocalipsis―, pero en la que entre el desastre general comienzan a germinar las simientes de lo que con el tiempo será el renacimiento.

Un autor anónimo, posiblemente francés helenizado o griego, escribió a principios del siglo XIV una crónica centrada en la historia de los principados latinos de la península de Morea, el antiguo Peloponeso, durante el siglo anterior. Se conservan cuatro versiones diferentes, en griego (es la única versificada), en francés, en italiano, y la que presentamos, redactada en el aragonés literario y cancilleresco de la corte de Aragón, fácilmente comprensible. Esta última es la más extensa ya que mientras que las otras concluyen en 1292 o 1303, ésta prolonga la narración de los acontecimientos hasta 1377, con la cesión temporal de la Morea a la Orden del Hospital, e incluye información sobre las intervenciones de los súbditos de los reyes de Aragón y de Mallorca.

Su lectura nos abruma considerablemente por la reiteración de combates, asedios, reclamaciones y denuncias, rebeldías, envenenamientos, traiciones, y un amplio surtido de tortuosas maniobras para hacerse con el poder y mantenerse en él. Y todo ello relatado fríamente y con sencillez. Sirva como ejemplo el párrafo con el que justifica el abandono de los propósitos de cruzada: «...dixo las nuevas al legado del papa et al capitan de la huest et a los otros caballeros et senyores, como los griegos de Contastinoble habian muerto al emperador et no querian pagar la moneda ni yr en lur conpanya: porque él los pregaba que quisiessen vengar la muerte de los emperadores qui eran estados muertos, et que por la traycion que habian fecho, razonablemente podian tomar el imperio et ferlo lur, pues que los emperadores eran muertos.»

Página de inicio de la obra.

lunes, 3 de abril de 2023

Crónica del rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso

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Jaime Vicens Vives se refería así en 1944 a nuestro protagonista de esta semana: «En la historia del siglo XIV en la Península Hispánica el reinado de Pedro IV de Aragón es equivalente en cuanto a ambiente y en cuanto a propósitos, al de su contemporáneo Pedro I el Cruel de Castilla. Igual afán en ambos para doblegar a la nobleza y afirmar el poder real; igual política integradora y hegemónica; y, para colmo de semejanzas, igualdad de caracteres y de procedimientos. El reinado de Pedro IV fue sumamente borrascoso, y esto no sólo a causa de las circunstancias generales de la época, sino también debido a las peculiares reacciones de su temperamento. Pedro era uno de esos caracteres humanos que subliman todo a lo patético. Astuto, taimado, violento y dramático, se rodeó de un ambiente de tragedia. Para satisfacer su ambición y lograr sus fines, todos los procedimientos le parecieron buenos. Lejos de evitar los conflictos, se complació en envenenarlos y exacerbarlos. Sin embargo, a diferencia de Pedro I ―y esto le salvó de una catástrofe irremediable― tuvo la habilidad suficiente para jugar la carta más fuerte y revestir sus actos de una apariencia legal. Sucesivamente, fue aniquilando a sus enemigos, y al final de su reinado logró ver respetada su autoridad en sus reinos y ampliados sus dominios, que era lo que se proponía. Conocido con el sobrenombre del Ceremonioso, más le corresponde el catalán del Punyalet. Como el puñal fue agudo, implacable, mortífero y felón. No fue amado de sus vasallos ni de la Historia.»

Efectivamente, los historiadores le juzgaron desde antiguo con similar dureza. Así, Jerónimo Zurita: «Fue la condición del rey don Pedro y su naturaleza tan perversa e inclinada al mal, que en ninguna cosa se señaló tanto, ni puso mayor fuerza, como en perseguir su propia sangre. El comienzo de su reinado tuvo principio en desheredar a los infantes don Fernando y don Juan, sus hermanos, y a la reina doña Leonor, su madre, por una causa ni muy legítima ni tampoco honesta, y procuró cuanto pudo destruirlos: y cuando aquello no se pudo acabar por irle a la mano el rey de Castilla, que tomó a su cargo la defensa de la reina su hermana, y de sus sobrinos, y de sus estados, revolvió de tal manera contra el rey de Mallorca, que no paró, con serle tan deudo y su cuñado, hasta que aquel príncipe se perdió; y él incorporó el reino de Mallorca, y los condados de Rosellón y Cerdaña en su corona. Apenas había acabado de echar de Rosellón el rey de Mallorca, y ya trataba como pudiese volver a su antigua contienda de deshacer las donaciones que el rey su padre hizo a sus hermanos: y porque era peligroso negocio intentar lo comenzado contra los infantes don Fernando y don Juan, y era romper de nuevo guerra con el rey de Castilla, determinó de haberlas con el infante don Jaime, su hermano, y contra él se indignó, cuanto yo conjeturo por particular odio que contra él concibió, sospechando que se inclinaba a favorecer al rey de Mallorca: porque es cierto que ninguno creyó, ni aún de los que eran sus enemigos, que el rey usara de tanto rigor en desheredarle de su patrimonio tan inhumanamente; y finalmente, muertos sus hermanos, el uno con veneno y los otros a cuchillo, cuando se vio libre de otras guerras en lo postrero de su reinado, entendió en perseguir al conde de Urgel, su sobrino, al conde de Ampurias, su primo: y acabó la vida persiguiendo y procurando la muerte de su propio hijo, que era el primogénito.»

De igual modo, el imprescindible Juan de Mariana: «La insaciable y rabiosa sed de señorear le cegó y endureció su corazón para que los trabajos y desastres de un rey, su pariente, no le enterneciesen, ni considerase lo mal que parecía un hecho tan feo delante los ojos de Dios y de los hombres.» Jerónimo de Blancas se esfuerza en mejorar su imagen, pero concluye: «A no haberse manchado con la sangre de un hermano, a no haber sido el agente principal de tantas disensiones domésticas, de tantas guerras civiles, podría sin desventaja entrar en parangón con los mejores príncipes. Era ingenioso para excogitar recursos, sagaz en sus proyectos, incansable y resuelto en su ejecución, consumado general, de mucha prudencia, de gran corazón, práctico como el que más en las cosas de la guerra, y el más diestro en valerse de los hombres de su época. Pero tan duro, suspicaz y turbulento, tan singularmente despiadado, tan encarnizado perseguidor de su propia sangre, que aquella superior perspicacia, aquella fogosidad de carácter, parecieron haber producido, a manera de hierbas engañosas, inesperados frutos.» En realidad, es el signo de la época en que vivió, y ya advirtió Baltasar Gracián que «despiértanse unos a otros los reyes, y adormécense también, y, como los coronados pájaros domésticos, se provocan al canto o al silencio. Hasta en la crueldad se compitieron, así como en el nombre se equivocaron los tres Pedros en España.» Naturalmente, los reyes Pedro I de Portugal, Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón.

En cambio, desde sus valores liberales y románticos, y casi justificando los medios por los fines, Modesto Lafuente escribe: «Don Pedro IV de Aragón es uno de los monarcas a quienes hemos visto llegar por más tortuosos artificios a más provechosos fines. Cuando se piensa en los medios, no se le puede amar; cuando se piensa en los resultados, no puede menos de admirársele. Don Pedro el Ceremonioso fue un rey inmoral que tuvo grandes pensamientos y ejecutó cosas grandemente útiles. Fue una maldad fecunda en bienes, y sin estar dotado de un corazón noble, fue un político admirable y un monarca insigne.» Y ya en el siglo pasado, Andrés Giménez Soler: «Pedro IV enérgico, activísimo y vehemente, reinó durante más de medio siglo y desparramó su actividad sobre toda la Península y sobre las islas adyacentes; fue gran literato, lo mismo en aragonés que en catalán, y mandó componer la historia de su tiempo para dejar recuerdo de él.» «De aquellos cuatro reyes que gobernaron la Corona de Aragón desde 1327 a 1410, el más enérgico y de mayor sentido político fue el segundo, Pedro IV, aunque también, como hombre, el más malo.»

El mismo monarca parece que fue consciente de la mala imagen que arrastró durante su largo reinado, y que quiso contrarrestarla con la Crónica que presentamos, redactada en primera persona, en cuya confección es seguro que intervino personalmente, aunque utilizara a fondo los abundantes secretarios y escritores que siempre tuvo a su disposición, y con los que promovió obras tan destacadas como la Crónica de San Juan de la Peña, que terminaba en el reinado de su padre. Con él comienza la Crónica de su vida, narrando especialmente su expedición a Cerdeña, que parece considerar premonitorias de las que él mismo llevará a cabo en aras a recuperar para la Corona los territorios que considera injustamente perdidos: el reino de Mallorca, el Rosellón y la Cerdaña, las posesiones italianas… y las cedidas por su padre a distintos parientes. Y del mismo, los privilegios que han arrancado los nobles durante los anteriores reinados, y que dan lugar a duros enfrentamientos con el rey en Aragón y en Valencia, hasta su definitivo sometimiento. El último libro de la obra da la impresión de ser posterior, y se centra en la atroz guerra de los dos Pedros, entre Castilla y Aragón, en la que siempre llevó las de perder, hasta su triunfo final.

Ceremonial de la Coronación de Pedro IV. Versión aragonesa.

lunes, 13 de febrero de 2023

Lucio Marineo Sículo, Crónica de Aragón

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José Ramón Rivera Martín, en su tesis sobre nuestro autor, nos lo presenta así: «Lucio Marineo Sículo es la transcripción latina de Lucas di Marinis, su verdadero nombre. Poeta, escritor de cartas, filósofo, orador y por encima de todo historiador, Marineo fue un destacado representante dentro del movimiento humanista en España. Nació en torno a 1444 en Vizzini, (Catania)…  y murió en Valladolid en 1536.» Tras varios años dedicado a la enseñanza de la gramática latina en Palermo, en 1484 «llegó a España acompañando al almirante Fadrique Enríquez y a su esposa Ana Cabrera, condesa de Módica. En Salamanca visitó a don Fernando Enríquez, hermano del Almirante, quien lo presentó al Claustro de la Universidad y tales elogios hizo de él que inmediatamente le ofrecieron las cátedras de Poesía y Oratoria, aceptándolas Marineo de inmediato. Allí fue profesor desde 1486 a 1497 (…) Alfonso Segura, su discípulo predilecto, dirá que con las enseñanzas de Marineo no sólo fue eliminada la barbarie, sino que fue extirpada y arrancada de raíz para que no resurgiese de nuevo.

»Al igual que habían hecho los reyes de Inglaterra, Francia, Polonia y Hungría, llamando a sus cortes a humanistas italianos para redactar en buen latín la crónica de sus reinados, también los reyes de España acogieron con benevolencia a alguno de ellos, deseando que la historia de España se conociese en el extranjero. En 1497 los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, llamaron a la corte a Marineo, siendo nombrado Capellán Real e Historiador Oficial. Desde su nuevo cargo seguía impartiendo clases de latín a los cantores y demás miembros de la capilla y también a algunos nobles, y no por ello descuidó en ningún momento su producción literaria. En España se instaló con carácter definitivo asimilando profundamente nuestra cultura y sólo regresó a Italia en 1506, acompañando al rey Fernando en un viaje a Nápoles. Su actividad literaria perduró al menos hasta 1530, año en que publicó su De rebus Hispaniæ memorabilibus en veinticinco libros, obra que dedicó al nuevo monarca Carlos V y que justificaba su empleo de cronista.»

Por su parte, Sergio García Sierra en un interesante artículo, compara el original latino de 1509 De primis Aragoniæ regibus, y sus traducciones al castellano en 1524 con el título de Crónica d’Aragón por Juan de Molina, y al italiano en 1590 con el de La Croniche d’Aragona por Federico Rocca. Reproducimos algunos párrafos: «En una carta del 5 de abril de 1509, Lucio Marineo Sículo afirma que, siguiendo órdenes del rey Fernando, se había trasladado a Zaragoza en julio del año anterior para terminar la biografía de Juan II que el monarca le había encargado años atrás y para traducir del castellano al latín ciertos escritos sobre la genealogía de los primeros reyes de Aragón que se conservaban en una biblioteca de dicha ciudad. El fructífero resultado de su estancia en la capital del Ebro será la Vita Ioannis II y la crónica De primis Aragoniae regibus. De la primera obra sabemos por otra carta que fue concluida antes del 24 de noviembre de 1508 y que tras su lectura recibió el beneplácito del arzobispo Alfonso de Aragón (...)

»Fue seguramente el arzobispo Alfonso quien instó a su padre, el rey Fernando, para que Marineo fuera a Zaragoza a trabajar sobre la genealogía de los reyes aragoneses de común acuerdo con los diputados de Aragón, auténticos promotores materiales del proyecto. La crónica del siciliano se insertaba así en la serie de obras impresas, por lo general de carácter histórico y jurídico, que la Diputación del Reino editó durante los siglos XV y XVI con fines utilitarios basados fundamentalmente en la propaganda política de las instituciones aragonesas (…) Sin embargo parece que los servicios del humanista fueron en realidad requeridos para reelaborar ciertos manuscritos en latín y no, como dice él en la primera carta mencionada, para traducir del castellano a la lengua del Lacio. Así lo confirmarían los documentos conservados en el Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, que recogen las disposiciones concertadas por los diputados del reino, no para que Marineo traduzca, sino para que reconozca, corrija, complete y ponga en buen estilo y forma el árbol e descendencias, siquiere genealogía, de los reyes de Aragón que fizo Antich de Vages

No se conserva ninguna copia del árbol genealógico trazado por el destacado jurista aragonés, aunque sabemos que se presentó en pergamino y en papel. Pero su influjo ―añadimos por nuestra parte― se observa posiblemente en la propia estructura de la obra y, en lo formal, en la espléndida serie de grabados en madera con las efigies imaginarias de los reyes de Aragón y condes de Barcelona, así como escudos de armas y monedas. Estas ilustraciones recorren toda la obra, y poseen un gran protagonismo tanto en la edición príncipe obra del taller zaragozano de Jorge Coci, en latín, como en la edición castellana de Joan Jofré.

Marineo debió quedar satisfecho con la traducción al castellano de Juan de Molina, ya que la reproduce tal cual (sin citarlo) en su última gran obra, De las cosas memorables de España (Alcalá de Henares 1530), publicada al mismo tiempo en latín y en castellano. Reedita en ella numerosas obras anteriores, a las que agrega otras inéditas hasta entonces. Incluye De laudibilis Hispaniae, auténtica geografía antigua y moderna de España (libros I al IV), De los santos y mártires de España (libro V), De los primeros pobladores de España (libro VI), De la venida de los moros, en realidad una historia de los reyes de Asturias, León, Castilla y Portugal (libro VII), nuestra conocida De primis Aragoniæ regibus (libros VIII al XI), la Vida de Juan II (libros XII al XVIII), la de Fernando el Católico (libros XIX al XXI), y De los claros varones de España (libro XXII al XXV).