lunes, 14 de octubre de 2024

Frances Trollope, Costumbres familiares de los norteamericanos

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«Es imposible que una persona honrada no se exaspere al ver la diferencia enorme que separa la conducta y los principios de los norteamericanos. Ellos condenan los gobiernos de Europa, porque, según dicen, favorecen al poderoso y oprimen el débil. Contra esto oiréis declamar en el Congreso, gritar en las tabernas, argumentar en todos los salones, disparar sus burlas el teatro, y hasta lanzar desde el púlpito sus anatemas; escuchad, y observad después la conducta de los hombres que tanto declaman; los veréis levantando con una mano el gorro de la libertad y con otra azotando a sus esclavos; los veréis una hora explicando a su populacho los derechos imprescriptibles del hombre, y a continuación arrojando de su asilo a los hijos del suelo, a quien han jurado protección y amistad con tratados solemnes.»

La que escribe lo anterior es la británica Frances Trollope (1780-1863). Durante unos cuatro años de estancia con su familia en los Estados Unidos, sobre todo en Cincinnati, ha intentado emprender diversas actividades lucrativas, sin éxito. A su regreso a Inglaterra, en 1832, hace balance de su experiencia e inicia la que va a ser una abundante producción literaria. Su juicio es duro: «Sospecho que lo ya escrito probará hasta la evidencia que no me gusta la América… hablo de la población en general, tal cual se encuentra en la ciudad y en el campo, como se ve entre el rico y el pobre, en los estados donde hay esclavos y en los estados donde no los hay. De esa generalidad digo que no me gusta. No me gustan sus principios, no me gustan sus costumbres, no me gustan sus opiniones.»

Sin embargo, estas características tan extremadamente negativas que atribuye a los norteamericanos (mal educados, irrespetuosos, avariciosos...) constituyen en buena medida la visión estereotipada con la que los consideran las clases elevadas británicas: varones que fuman, escupen y cuyo único afán es enriquecerse; mujeres recluidas en casa y abducidas por fanatismos religiosos. Y al mismo tiempo, la autora no deja de ofenderse por la visión igualmente estereotipada, con la que los norteamericanos la perciben como inglesa. Se cumple en esta obra la que podríamos considerar la maldición de los libros de viajes: en buena medida el país imaginario que lleva el autor en su equipaje, las expectativas que le han llevado a emprender el viaje, se sobrepone e incluso sustituye al país real. Ya hemos incluido numerosos ejemplos en Clásicos de Historia

Trollope, sin embargo admira mucho de los Estados Unidos. Además de reconocer la abundancia de avances técnicos y mécanicos, el uso del vapor en la navegación fluvial, la general calidad de sus establecimientos hoteleros, el tono más civilizado de Nueva York, la autora se extasía con los variados paisajes naturales norteamericanos. Los valles fluviales, las montañas, la portentosa vegetación, y especialmente las cataratas de la región de los grandes lagos, le sobrecogen y son descritos de forma muy atractiva, con talante plenamente romántico. El resultado final de la obra puede considerarse contradictorio: Trollope se reconoce conservadora, y sin embargo deplora la esclavitud (aunque considera mejor el servicio doméstico esclavo al libre.) Defiende un mayor papel social de las mujeres (como el que ella lleva a cabo), y rechaza el mismo concepto de igualdad democrática que impregna con fuerza todo el país.

Domestic Manners of the Americans resultó un éxito editorial. Reimpreso y traducido a las principales lenguas con rapidez, fue objeto de considerable polémica. En los Estados Unidos se publicó, sin permiso de la autora, el mismo año de su salida a luz; aunque se edita fielmente el texto, se le antecede con un prólogo denigratorio, que hemos incluido como apéndice en esta edición digital. En la Europa sumida en los enfrentamientos entre liberales moderados y radicales, la obra fue mejor recibida por los primeros que por los segundos. Un ejemplo de ello lo tenemos en las notas del traductor español Juan Florán, emigrado muy joven con la caída del Trienio, a la sazón liberal exaltado (aunque más tarde se moderará considerablemente).

Cincinnati en 1840

lunes, 30 de septiembre de 2024

Jesse Ames Spencer, Historia de los Estados Unidos desde su primer período hasta la administración de Jacobo Buchanan

Desconocido.
Daguerrotipo norteamericano

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Tomo II |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

Jesse Ames Spencer (1816-1898) fue un clérigo episcopaliano natural de Nueva York, al que ciertos problemas de salud le apartaron todavía joven de un ejercicio convencional de su ministerio parroquial. Por ello, y tras un viaje por Europa, Egipto y Palestina (sobre el que publicó más tarde el correspondiente libro), se centró en tareas docentes y literarias en las que acabaría destacando. A lo largo de su vida publicó numerosas obras, sobre todo de temática clásica (editó numerosos textos), religiosa, e histórica. Sin embargo, le fue bastante difícil en un principio su dedicación en exclusiva a tareas intelectuales.

Gregory M. Pfitzer, en su Jesse Spencer as Historian, señala cómo «resultó complicado dar con un trabajo intelectual serio que le proporcionara un salario digno. En 1854 entró en un período que él mismo describe como días oscuros durante el cual se vio obligado a escribir anuncios para artículos tales como betún para el calzado, imperdibles o cerveza de jengibre. Aunque desanimado por este infra dignitate, dependía, no obstante, de su escasa remuneración. Y añadió: En aquella situación, me vi necesariamente obligado a dirigir mi atención hacia otros terrenos... Junto con varias ocupaciones literarias diversas, comencé, en 1854-1855, la preparación de una obra extensa y laboriosa, a saber, la Historia de los Estados Unidos, desde el período más antiguo hasta el presente, que se publicará por entregas, con finos grabados en acero…

»Spencer creía que los historiadores norteamericanos tenían la obligación de adoptar un enfoque activo hacia el pasado. Consideró que debía recordar a los lectores la responsabilidad que conllevaba vivir su destino como norteamericanos en la década de 1850. Creía que la Providencia había trazado un rumbo especial para los norteamericanos, pero disponer de dicho plan no significaba tenerlo seguro. Los norteamericanos no podían sencillamente quedarse sentados, pasivos, como si una ignotas fuerzas controlaran su futuro; debían actuar basándose en sus convicciones morales para que no se desviarse del camino correcto. Por tanto, los historiadores no sólo habían de preservar la memoria del pasado; tenían que utilizar el pasado para mover a los ciudadanos a actuar en el presente y en el futuro.»

Esta Historia de los Estados Unidos es, naturalmente, obra de su tiempo: se centra fundamentalmente en los asuntos políticos y bélicos, tanto en su pasado colonial como en su vida independiente. Abundan las referencias a leyes y reglamentos, a disputas jurídicas, a reivindicaciones y derechos, operaciones militares y matanzas varias. Sin embargo no faltan algunos interesantes episodios en los que se incrementa lo puramente narrativo. Por ejemplo, la historias de Pocahontas, las brujas de Salem, el complot negro de Nueva York…

El autor se limita a afirmar en el arranque de la obra que «el único gran objetivo que me he propuesto ha sido presentar una narración veraz, imparcial y accesible sobre el origen, crecimiento y progreso de esta poderosa República que ahora ya se extiende de océano a océano, y que avanza, año tras año, a pasos agigantados, hacia un mayor poder e influencia entre la familia de naciones.» Pero naturalmente, es una obra cumplida, inadvertidamente nacionalista, cuyo planteamiento deriva evidentemente del Destino manifiesto del pueblo norteamericano, que justifica tanto la expulsión de los habitantes que quieren seguir siendo súbditos del rey de Inglaterra, las matanzas y deportaciones de la población india, el sistema esclavista y la discriminación de la población libre de color, las enormes ganancias territoriales por acuerdos políticos que dejan de lado a sus habitantes (Luisiana, Oregón) o directamente por la fuerza (Florida, Tejas, Nuevo Méjico, California).

Publicada esta Historia con anterioridad al estallido de la guerra civil, recoge perfectamente el conflicto latente entre el Norte y el Sur, y no sólo a causa de la esclavitud. Lógicamente, las ediciones posteriores de esta obra la amplían con la presidencia de Abraham Lincoln, la guerra, la abolición de la esclavitud y la presidencia de Johson. En cambio, la traducción española de 1873 agrega un interesante texto del ilustre periodista y editor Horace Greeley, que dirigió el New York Tribune, y que publicó asimismo The American conflict: a history of the Great rebellion in the United States of America, en dos volúmenes. Esperamos incluirlo en algún momento en Clásicos de Historia.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Benjamín Franklin, Esclavos y razas (Textos 1751-1790)

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Benjamín Franklin (1706-1790) fue uno de los más influyentes ilustrados de las trece colonias británicas de América, y luego de los Estados Unidos. En su día José Luis Comellas lo caracterizó como «científico, revolucionario y patriota norteamericano. Activo miembro de las logias masónicas, recibido triunfalmente en París poco antes de la Revolución, es uno de los símbolos de la llamada Revolución Atlántica, o vinculación existente entre los procesos de transición al Nuevo Régimen en América y Europa. Con su aire pueblerino y sus gustos sencillos, Franklin causó sensación en la Francia de fines del XVIII, y fue considerado como el prototipo del hombre natural roussoniano.»

A diferencia de otros famosos ilustrados, Franklin no se limitó al terreno intelectual: su vida presenta una poderosa vertiente práctica con la que toma parte activa de los acontecimientos, tanto en su faceta de exitoso editor y periodista, como mediante el desempeño de diversos cargos: concejal, juez de paz, miembro de la asamblea de Pensilvania, director de correos, representante de las colonias ante la corte de Londres a lo largo de veinte años, embajador en Francia tras la independencia durante casi diez años, gobernador de Pensilvania… Su fama internacional fue enorme, y se tradujeron a los principales idiomas europeos muchas de sus obras; pero en los Estados Unidos su reconocimiento público adquirió un nivel extraordinario, prácticamente al nivel de George Washington. Su firma aparece tanto en la Declaración de Independencia, en la Paz con Inglaterra y en la definitiva Constitución.

Pero en esta entrega de Clásicos de Historia nos limitaremos a recoger unos pocos pero representativos textos sobre la abolición de la esclavitud. Aunque Franklin fue propietario de esclavos a lo largo de su vida, y sus periódicos publicitaron anuncios de ventas de negros y avisos de fugas de esclavos, su actitud en este aspecto evolucionó progresivamente, y se interesó por iniciativas para la educación de los esclavos y de los negros libres, y por la mejora de sus condiciones. En sus últimos años se posicionó radicalmente en contra de la esclavitud y fue elegido presidente de la Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery and for the Relief of Free Negroes Unlawfully Held in Bondage.

El primer texto que comunicamos es de 1751 y se titula Observaciones sobre el crecimiento de la humanidad y el poblamiento de los países. Tuvo una gran difusión y sus planteamientos influyeron en Adam Smith, en Malthus, y a través de éste en Darwin. Podemos observar la valoración negativa de la esclavitud pero principalmente por considerarla poco rentable, ya que comporta un coste superior al de los trabajadores libres. Y asimismo, se pueden observar en el documento las ideas de Franklin sobre las razas.

Otros textos posteriores hacen referencia a las tareas y manifiestos de la sociedad abolicionista antes mencionada. Resulta interesante el Proyecto para mejorar la condición de los negros libres, con admirables propósitos filantrópicos… pero con un talante que en el mejor de los casos podemos considerar paternalista.

El último artículo que publicó Franklin, a menos de un mes de su muerte resulta especialmente atractivo. Habiéndose presentado una petición en la Cámara de Representantes del Congreso en contra del tráfico de esclavos, intervinieron en los correspondientes debates diversos defensores de la esclavitud y de la trata. Franklin los parodia fingiendo el discurso de un gobernante argelino a favor de la piratería y la esclavitud ejercidas en perjuicio de los europeos, con los mismos argumentos con los que se justificaba en el Congreso la realizada contra la población africana.

Hemos incluido también unas Observaciones sobre los salvajes de la América del Norte, en las que se critica algunas de las condiciones a las que se somete a la población india.

Emblema de la Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery, hacia 1789, con el llamativo lema "Trabaja y sé feliz".

lunes, 2 de septiembre de 2024

Alejandro Manzoni, Historia de la columna infame

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Friedrich Spee von Langenfeld (1591-1635), jesuita alemán, fue uno de los primeros intelectuales que condenaron la tortura en los procedimientos judiciales, en una época en que su uso era común en la mayor parte de Europa. En su Cautio criminalis circa processus contra sagas (1631) escribió el siguiente párrafo, luego muy difundido en los territorios hispánicos, gracias a su inclusión por Benito Jerónimo Feijoo en el tomo sexto de su Teatro crítico universal (1734):

«¿Para qué fatigarse en buscar con tanta solicitud a los hechiceros? Yo os mostraré dónde se encuentran. Prended a los capuchinos, a los jesuitas, a todos los religiosos; sometedlos a cuestión de tormento, y veréis cómo confiesan que han incurrido en el crimen de hechicería. Si algunos negaren, reiterad el tormento tres y cuatro veces, que al fin confesarán. Raedles el pelo, exorcitadlos, repetid la ordinaria cantinela de que el demonio los endurece; proceded siempre inflexibles sobre este supuesto y veréis cómo no queda uno solo que no se rinda. Hartos hechiceros tenéis ya; pero si queréis más, prended a los obispos, canónigos y doctores: con la misma diligencia lograréis que confiesen ser hechiceros; porque ¿cómo podría resistir la tortura esta gente delicada? Si todavía deseáis más, venid acá, yo os pondré a vosotros mismos en el tormento y confesaréis lo mismo que aquéllos. Atormentadme luego vosotros a mí, y no hay duda que resultaré también reo del mismo delito por confesión propia. De este modo todos somos hechiceros y magos.»

Aunque Spee se refiere a la inicua persecución contra la brujería que obsesionaba a buena parte de la Cristiandad desde hacía algo más de un siglo, su crítica era generalizable a otros muchos casos, ya que los tormentos eran usuales en muchos procedimientos judiciales. De todos modos, existía una considerable diferencia en su aplicación según países, jurisdicciones, costumbres legales, y las mismas circunstancias concretas en que se debían aplicar.

Por la misma época en que se publicaba la obra del jesuita alemán, el Milanesado estaba azotado por una gravísima epidemia de peste, con incontables muertes y la consiguiente alarma social. Para calmar la agitación, las autoridades se sintieron impelidas a descubrir y condenar unos supuestos responsables, acusados de provocar la peste mediante malignos ungüentos que, impregnando calles y casas, habrían extendido el contagio a toda la población. Sospechas y acusaciones sin fundamento llevarán ante la justicia a un cabeza de turco, uno de los muchos comisionados de sanidad reclutados con urgencia por la epidemia. Y el uso indiscriminado, e incluso ilegal, de la tortura en los consiguientes interrogatorios, en busca de cómplices, le hará implicar a más inocentes: un barbero como responsable de la fabricación de los untos, conocidos varios, hasta alcanzar a un capitán hijo del castellano de Milán…

Pues bien, Alejandro Manzoni que desarrolla parte de la trama de su famosa novela Los Novios durante la epidemia, preparó este ensayo histórico sobre dicho escandaloso proceso, que incorporará como apéndice a su novela a partir de la edición corregida de 1842. La titula La Columna Infame, en referencia a la que se erigió, para perpetua memoria, en el solar en el que se alzaba la casa del barbero citado, derruida por sentencia judicial. Una lápida recordaba los delitos y las atroces condenas impuestas a los acusados. El monumento fue eliminado en 1778.

Los vergonzosos métodos de indagación judicial que aquí se recogen no son, sin embargo, excepcionales en la historia. Hemos visto casos semejantes en Seis renegados ante la Inquisición, de Bartolomé y Lucile Bennassar, y en el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire. Y podríamos señalar paralelos con los juicios de Salem (1692) o los del complot negro de Nueva York (1741), a los que tendremos que volver en alguna ocasión.

Grabado de la época

lunes, 19 de agosto de 2024

Alejandro Manzoni, Los novios. Historia milanesa del siglo XVII

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En sintonía con la anterior entrega, proseguimos en estos días veraniegos con otra novela romántica ambientada en unos dramáticos acontecimientos históricos. I promessi sposi (1827) es la obra cumbre de Alejandro Manzoni (1785-1873), y una de la más destacadas de la narrativa decimonónica en cualquier idioma.

La obra transcurre durante la guerra de los Treinta Años, en el Milanesado hispánico (del lago de Como a la capital), durante el problemático episodio de la sucesión del ducado de Monferrato, disputado por franceses, saboyanos y españoles. El argumento desarrolla las sucesivas adversidades que sufrirán los enamorados del título, malévolamente perseguidos y separados durante casi dos años. Manzoni incluye y hace participar de la acción a distintos personajes históricos, pero el verdadero protagonismo recae en las calamidades y acontecimientos de esa época. Hambre, guerra, peste y muerte —los cuatro jinetes del apocalipsis— intervienen sucesivamente en el devenir de la novela.

Marcelino Menéndez Pelayo (Estudios y discursos de crítica histórica y literaria) valoró así esta obra: «Universal aplauso ha valido a Manzoni su novela I Promessi Sposi, uno de los dos libros italianos más leídos en este siglo. A decir verdad, Manzoni, que era ante todo un lírico, no parecía nacido para el género de Walter Scott. La acción de I Promessi Sposi es un poco lánguida, y los personajes principales no interesan grandemente; pero si la obra no es un dechado de novela, como algunos (con error, a mi juicio) pretenden, es a lo menos un libro elocuente y conmovedor, de los que hablan al corazón y al entendimiento. Notaré, sobre todo, cuatro episodios, el de la monja de Monza, modelo de análisis psicológico, el de la conversión del Innominado, el del tumulto de Milán y el de la peste. En muy pocos libros de esta centuria pueden encontrarse páginas que se acerquen a las citadas.»

Las abundantes versiones al español enumeradas por el Diccionario Histórico de la Traducción en España nos hablan del éxito persistente de la obra: «El clérigo Félix Enciso Castrillón fue el primero en castellanizar la obra con el título Lorenzo, o Los prometidos esposos. Suceso de la historia de Milán del siglo XVII (Madrid, Cuesta, 1833), pero su total falta de respeto al original, parafraseado y censurado sistemáticamente, la despojan de valor; le siguió la versión mucho más fiel del liberal Juan Nicasio Gallego (Barcelona, Bergnes de las Casas, 1836-1837), realizada a instancias de Aribau, y cuya larga fortuna —debida a la agilidad y elegancia del estilo— se prolongó hasta todo el siglo XX, a menudo bajo forma de plagio (a este último tipo pertenece, entre otras, la firmada por Javier Olondriz en 1956, mientras que son meras reelaboraciones suyas las de Florencio S. Yarza y Javier Costa Clavell, respectivamente de 1931 y 1972).

»La primera traducción basada en el texto definitivo de 1840 fue la de José Alegret de Mesa (Los prometidos esposos), que incluyó también la Historia de la Columna Infame (Madrid, Cabello y Hermano, 1850), aunque, al igual que las anteriores, omitió la Introducción ideada por Manzoni para presentar la obra como reescritura personal de una crónica anónima. Su excesiva literalidad impidió que tuviera nuevas ediciones (salvo dos plagios aparecidos anónimamente en París, en 1852, y en Sevilla, en 1876), cosa distinta a lo ocurrido con otra versión, castiza y parafrástica, de Gabino Tejado, aparecida en 1859 (Los novios; Valencia, Imprenta Católica de Piles), y objeto de reediciones hasta los años 60 del siglo XX bajo el patrocinio de la Iglesia (Viada i Lluch refundió el texto para la editorial barcelonesa La Hormiga de Oro en 1933).

»En el año de la muerte del escritor, Manuel Aranda y Sanjuán tradujo nuevamente la novela, incluyendo por vez primera la Introducción y añadiendo grabados de diversos artistas (Los novios; Barcelona, La Ilustración, 1873-1874); sin embargo, pese a su pulcritud, nunca llegó a reimprimirse, y otro tanto ocurrió en el siglo XX con dos nuevas versiones ligadas a la letra original, la de Ramón Sangenís (Los novios; Barcelona, Fama, 1952) y la de Amando Lázaro Ros (Los novios; Madrid, Aguilar, 1961; editorial que había venido reimprimiendo la versión de Gallego).

»Las primeras décadas del siglo XX, en cambio, habían visto aparecer la única y excelente traducción catalana de la obra debida a Maria Antònia Salvà (Els promesos. Història milanesa del segle XVII; Barcelona, Editorial Catalana, 1923-1924, revisada por Francesc Vallverdú en 1981), mientras que las últimas aportaron dos nuevas traducciones en castellano atentas al estilo y al ritmo de la prosa original, la de Esther Benítez (Madrid, Alfaguara, 1978) y la de Nieves Muñiz (Madrid, Cátedra, 1985), ésta acompañada por amplio estudio introductorio y aparato de notas. A ellas se ha sumado en 1996 la versión gallega de Xavier Rodríguez Baixeras (Vigo, Galaxia), mientras que falta aún una traducción al euskera.»

Hemos escogido la traducción de Juan Nicasio Gallego (1777-1853), de 1836, aunque hemos utilizado su reedición en la benemérita Biblioteca Clásica (1880). Esta versión de Gallego se realizó por iniciativa de Buenaventura Carlos Aribau (1798-1862), admirador de Los novios desde años atrás, como se observa en el arranque de su más conocida obra, la Oda a la patria (1833): «A Déu siau, turóns, per sempre á Déu siau; / O serras desiguals, que allí en la patria mia...», evidentemente inspirado en la sentida despedida cuando los protagonistas se ven obligados a abandonar su pueblo natal, en el capítulo VIII de la novela.

Ercole Calvi, Familia de pescadores de Lecco, en el lago de Como

lunes, 5 de agosto de 2024

Fernando Patxot, Las ruinas de mi convento

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Hace un tiempo dedicamos varias entregas de Clásicos de Historia a las conocidas bullangas de Barcelona, en los inicios del triunfo definitivo del liberalismo en España. Comunicamos varias obras de algunos de los autores y testigos de esos acontecimientos (Francisco Raull, Joaquín del Castillo y Mayone, Ramón Xaudaró, Eugenio de Aviraneta y Tomás Bertrán Soler…, así como el pormenorizado estudio posterior de Cayetano Barraquer, que recogió una extensa y variada colección de testimonios y documentos de la época. Pues bien, aportamos ahora una obra que novelizó estos hechos con un éxito en su difusión considerable y persistente, pocos años después de que ocurrieran. Las ruinas de mi convento se publicó en 1851, sin mención del autor quizás como recurso para atribuirla a Manuel, su protagonista, que la narra en primera persona. Si El Señor de Bembibre, de Gil y Carrasco, publicada en 1844 pasa por ser la mejor novela histórica del romanticismo español, la que hoy nos ocupa podría considerarse como una de las más destacadas entre las de tema contemporáneo.

Naturalmente presenta las características y tópicos del romanticismo: exuberancia de sentimientos y emociones, un idílico e inocente amor contrariado, en el que los enamorados se comunican con el lenguaje de las flores que ellos mismos idean, un supuesto intento de suicidio que no es tal, la poderosa presencia de la naturaleza, en ocasiones desatada, la epidemia de fiebre amarilla de 1821 en Barcelona, hasta desembocar en la mayor catástrofe de la novela, la quema de los conventos y la matanza de frailes de 1835, que sin embargo provocará el momentáneo reencuentro de los dos antiguos enamorados, separados tanto años atrás, en el momento de la muerte de ella. Naturalmente, es una novela de ideas, de tesis, que defiende una visión cristiana de la vida con las herramientas que le proporcionan los valores, moda y estética de su tiempo. Puede resultar interesante comparar esta obra con su contemporánea Viaje por Icaria (1841) de Cabet, ejemplo logrado de novela utópica de carácter socialista. La oposición absoluta en lo ideológico no puede ocultar las múltiples coincidencias de planteamientos y actitudes, especialmente en el devenir de sus amores contrariados de sus respectivos protagonistas.

Las ruinas de mi convento fue un rápido éxito editorial: publicada en 1851, se reimprimió en vida del autor en 1856, en 1858 y en 1859. Después, en 1861, 1871, 1874, 1876… y con un ritmo similar prosiguieron las impresiones hasta mediados del siglo XX. Fue inmediatamente traducida al alemán (1852), al francés (1855 y 1857) y al italiano (1857). El interés general que despertó llevó a Fernando Patxot a continuarla en 1856 con Mi claustro: por sor Adela, en la que el protagonismo pasa a la partenaire de la obra original, lo que nos permite observar la misma época y acontecimientos de Las ruinas, desde otro punto de vista. Y en 1858 concluye la trilogía con Las delicias del claustro y mis últimos momentos en su seno, en la que se continúa la vida de Manuel, su inicial protagonista, Tras la matanza de frailes de 1835, su encierro en la Ciudadela de Barcelona le permite narrar el asalto y asesinato de los prisioneros carlistas. Hay además varias digresiones históricas, abundantes aventuras, y un último refugio en Montserrat. Estas dos continuaciones también gozaron de considerable fama, y fueron habitualmente editadas de forma conjunta.

Fernando Patxot nació accidentalmente en Mahón en 1812 como consecuencia de la guerra de la Independencia. Pronto su familia regresó a Barcelona, de donde procedía. Durante su infancia y juventud en esta ciudad pudo observar y sufrir acontecimientos que luego incluirá en la obra que comunicamos. Abogado, fue ante todo un prolífico escritor y periodista, especialmente interesado en la historia de España, a la que dedicó numerosas y extensas obras: Las glorias nacionales. Grande historia universal de todos los reinos, provincias, islas y colonias de la monarquía española desde los tiempos primitivos hasta el año de 1852 (6 tomos), Anales de España desde sus orígenes hasta el tiempo presente (10 tomos), y muchas otras más. Fundó y dirigió el periódico barcelonés El Telégrafo, aunque brevemente, ya que tras padecer algunos fracasos económicos y ciertas desgracias familiares, murió —intencionada o accidentalmente— en agosto de 1859, todavía joven.

Fue un nacionalista español, aunque defensor de la periferia, en sintonía en este sentido con el pensamiento de Balmes. Concluimos con este párrafo del prólogo de sus Anales: «Doloroso es ver que los hombres dedicados a historiar las glorias y los desastres de un pueblo grande no hayan sabido despojarse de los hábitos de provincialismo, elevarse en el pensamiento, recorrer con una mirada la península, y convencerse de que no en vano nuestros príncipes, al juntar en uno los más poderosos reinos de nuestra patria, ya no se llamaron señores de Aragón, Navarra, León o Castilla solamente, sino reyes de España. Pero, así como en la Gaceta no se ven otras armas de España que los leones y los castillos, y al salir triunfante el honor nacional defendido con sangre española, no se mienta comúnmente la España, sino los pendones castellanos; y al hablarse en la Guía nacional de nuestros antiguos reyes, hasta los de Aragón y los de Navarra son reputados indignos de estar en lista: de la misma manera que esto pasa en el centro de la península por un efecto de las pequeñeces humanas, no de otra suerte para nuestros historiadores generales Castilla es España. Las equivocaciones, los errores, los descuidos, no son lunares como no recaigan en cosas de Castilla.»

La fiebre amarilla. Grabado de Nicolas-Eustache Maurin

lunes, 22 de julio de 2024

Marqués de Ayerbe, Memoria sobre la estancia de D. Fernando VII en Valençay y el principio de la Guerra de la Independencia

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En 1815 Benito Fernández Navarrete, rector de la Universidad de Zaragoza y hermano del eximio marino e historiador Juan Fernández Navarrete, pronuncia una Oración fúnebre en las solemnes exequias que, cinco años después de su muerte, se celebran en honor de «D. Pedro María Urries, Marques de Ayerve, de Lierta, de Rubi, Grande de España, Rico-Home por Naturaleza, Caballero Mesnadero del Reyno de Aragón, Senescal en el de Navarra, Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III, Gentil-Hombre de Cámara con exercicio. Mayordomo mayor de S. M. &c. asesinado por los enemigos del Rey y de la Pátria, en el desempeño de la mas útil é importante empresa que pudo concebirse para salvar el Estado, y para que mostrase los subidos quilates de su lealtad y patriotismo.» Formando parte de la Corte, en 1807 había tomado partido por la causa del príncipe heredero Fernando, contra la de los reyes y Godoy. Por lo que fue encausado y desterrado. Pero el éxito de ese primer golpe de estado contemporáneo que fue el motín de Aranjuez, le devolvió a su elevada posición junto al nuevo rey. Pero escuchemos al fúnebre orador:

«Pero su amor y lealtad van á ser expuestos á mayores y mas terribles pruebas. Un enemigo pérfido había ya ocupado las principales fortalezas de la Península, é introducido legiones numerosas y aguerridas hasta el corazón de nuestro Reyno. Este monstruo coronado, que Dios envió en el dia de su cólera para castigar á los Monarcas de Europa, adormecidos con el prestigio de una loca é impía filosofía, pensaba extender su colosal poder de uno á otro ángulo de la tierra, para degradar la especie humana y burlarse del Omnipotente, cuyos atributos usurpa sacrílego (…)

»La Casa de España á quien debía tan grandes, como no merecidos favores: la Corte de Madrid, que participando del contagio de temor y amilanamiento común á las demás de Europa, en fuerza de vergonzosas condescendencias habia puesto en manos de su fingido aliado sus tesoros, sus esquadras y la flor de sus Exércitos, esto no obstante se halla comprehendida en su proscripción irrevocable. Valiéndose de su política peculiar ha sembrado en aquella la división y la discordia; y á pretexto de esta y de su leonina alianza, finge tomar parte como pacificador y auxiliador, para cubrir con tan artificioso velo la negra usurpación que proyectaba. El Pueblo Español demasiado ilustrado trastorna sus maquiabélicos planes; mas mudando los medios, no desiste de su empresa, y en fuerza de mañosos y pérfidos manejos arrastra á sus dominios todos los individuos de la Real Familia.

»El Rey animado de un espíritu de paz, queriendo evitar los peligros y la efusión de la preciosísima sangre de sus amados vasallos; no abrigando por otra parte en su recto corazón sospechas sobre atentados tan inauditos como los que le preparaba el execrable Antioco de nuestro tiempo, dá la última prueba de su buena fé, poniéndose en sus manos: yá no hay remedio. El Tirano de la Europa, el Soberano mas inmoral que se ha sentado sobre Trono alguno, arranca de manos de Fernando el cetro que en ellas habian puesto la naturaleza y el voto de los pueblos (…) ¿Y qué partido tomará el Marques de Ayerve cargado de familia, viéndose precisado, si ha de seguir al Rey en su desgracia, á abandonar una Esposa amable, la educación de sus hijos y el cuidado de sus negocios domésticos? Yo bien sé que su amor y lealtad al Rey, aunque destronado, le hará ser consecuente en sus principios, y lo decidirá á acompañarlo hasta el ultimo trance de su vida (…)

»Pero todavía manifestará su lealtad mayor brillo en las difíciles circunstancias y delicada situación, á que se verá reducido en el cautiverio de Valencey. No contento el tirano con la seguridad de su presa, no perdona medio de quantos le dicta su inmoralidad para degradar el carácter de unos Jóvenes, á quienes juzgaba menos arraigados en las virtudes y en la Religión que él desconoce. Ayerve que prevee los lazos que se les arman, no omite diligencia alguna para evitarlos; y tan celoso de la vida de sus Amos, como de la conservación de su inocencia y buena fama, encuentra recursos para impedir los funestos efectos de las tramas urdidas con tan siniestros fines. Su corazón se llena de consuelo, quando alivia las penas del Monarca con las reflexiones y oportunos oficios que le proporcionan sus desvelos.

»Mas las tribulaciones crecen, y el Rey expuesto á carecer de lo mas preciso para su subsistencia (pues aun esto se le negaba) se vé en la necesidad de comisionar parte de su familia, para agenciar el cumplimiento de lo tratado acerca de sus alimentos. En tan critica sazón queda por su Mayordomo mayor el Marques de Ayerve (…) ¡Qué de sentimientos y de angustias tubo que tolerar en aquellos siete meses, al ver la mezquindad y grosería con que se iba estrechando la suerte de los Príncipes! ¡Qué de precauciones y medidas les propuso, y qué de elogios les mereció, hasta ver á su propio Rey tomar la defensa de su conducta acriminada por uno de los satélites del Tirano, que día y noche los acechaba! Ni las reclamaciones del Ministerio de Policía, ni sus temibles amenazas sirven para arredrarlo de quanto executa en beneficio de su Soberano.

»Mas aun restan nuevos disgustos que sufrir, y nuevas amarguras que apurar (… y) entre lágrimas y muestras las más tiernas de sentimiento, es separado Ayerve de la compañía de un Soberano, á quien amaba de corazón, y á quien pensaba acompañar mientras viviese. Ni la memoria, ni las pruebas de amor y gratitud que debe al Rey nuestro Señor después de su partida, ni la proporción de reunirse á su familia, pueden aliviar su dolor en tan cruel separación; y así devorado por el deseo de contribuir á su libertad, después de despreciar generosamente las fementidas promesas y ventajosos partidos que se le proponen por el Usurpador, huye con peligro de su vida para presentarse al Gobierno legítimo, y acordar con él su atrevido plan de libertar al Rey de su cautiverio (…)

»A pesar de ver inundada la Península de tropas del Usurpador; sin embargo de constarle, que todos los rincones de la España ocupados por el enemigo, se hallaban sembrados de espías ó emisarios de una sombría y abominable Policía, á cuyos inhumanos manejos se había confiado la extensión y seguridad del Imperio del Tirano; sin temer ni sus fuerzas ni sus ardides, resuelve aventurarse á tantos y tan complicados peligros por la salvación de su Rey y de su Patria. ¡Qué espectáculo, Señores! Un Grande, á quien sobraban conveniencias, á quien llamaba, con los mas poderosos estímulos, la compañía de una Esposa y de una familia llena de atractivos; que podía sin mengua de su opinión y lealtad disfrutar de algún descanso, con mejora de la suerte de sus amadas prendas; insensible á ellos lo desprecia todo, y se arriesga disfrazado á viajar sin comodidad, acompañado solo del malogrado joven Wanestron, hallando un tropiezo á cada paso y un peligro cada momento, por procurar la libertad á su Rey, y el reposo á su afligida Patria (…)

»Pero quán vanos son los juicios de los hombres, y quán quebradizos sus proyectados planes! No te será dado, Ilustre Ayerve, librar á tu Rey de su cautiverio: destinado estabas para acompañarlo en sus tribulaciones sin participar de sus felicidades. ¡Y quien sabe si éstas se hubieran trastornado! El Marques con su digno compañero atraviesa Provincias, vence peligros; y quando parecía aproximarse el cumplimiento de sus deseos, una mano pérfida ataja sus pasos, y priva á la España de las mas lisongeras esperanzas. ¡Campos de Lerin, si durante la pasada lucha habéis sido por dos veces teátro del honor, donde ha brillado con gloria el valor de los Españoles, también sois manchados con la inocente sangre de dos fieles servidores del Rey y de la Patria!»

Y en nota, ya sin trenos funerarios, narra la muerte del marqués: «En la mañana del Lunes 1.° de Octubre de 1810 salieron el Marques y su compañero el Capitán Wanestron de la Villa de Mendavia, y fueron detenidos por dos Soldados montados que preguntaron á donde iban, y pidieron los pasaportes, que no tubieron reparo en mostrarles; y satisfechos al parecer los dexaron continuar su camino: habiendo andado como un quarto de legua, advirtieron que dichos Soldados, corriendo con sus caballos, volvían para ellos, y llegando á donde estaban los detubieron; y á pretexto de que necesitaban llevarlos á presencia de su Comandante que dixeron se hallaba en Calahorra, los introduxeron en un Corral, en el que les robaron el dinero que llevaban en los bolsillos; luego saliendo de él los hicieron atravesar la Sierra del Pinar basta otro Corral llamado de Cabrera, término y jurisdicción de la Villa de Lerin; en donde después de asesinarlos á sablazos, envolvieron sus cadáveres en un monton de estiercol, de donde fueron extraídos el día 24 del mismo Octubre por la Justicia de Lerin, ignorando la calidad de las Personas, y dándoles sepultura en la inmediación del mismo.»

Presentamos las breves memorias que redactó el marqués de Ayerbe sobre estos acontecimientos durante el último año de su vida. Conservadas por su familia, las ordenó y publicó en 1893 Juan Jordán de Urriés y Ruiz de Arana, bisnieto del autor y heredero del título.