lunes, 29 de abril de 2024

Andrés Nin, Las dictaduras de nuestros tiempos

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Andrés Nin (1892-1937) nos presenta así su obra desde Moscú, donde reside a la sazón (aunque a punto de ser expulsado por la limpieza que lleva a cabo Stalin entre los revolucionarios por entonces): «Tres motivos principales nos han movido a escribir estas páginas en respuesta al libro del Sr. Cambó (Las dictaduras): primero, el deseo de contribuir a la aireación de la casa abriendo las ventanas que dan al mundo; segundo, oponer al punta de vista de uno de los hombres más representativos de nuestra burguesía el punto de vista del sector más avanzado del proletariado; tercero, demostrar que la idea fundamental del Sr. Cambó consiste en asegurar, en una u otra forma, la dictadura de la clase capitalista.»

Y es que, desde la estricta ortodoxia marxista del autor, la única realidad política es la lucha de clases, esto es, la incuestionada fe en la existencia de las clases, esas poderosas entidades sociales, que con necesidad fatal engloban, determinan y predestinan a los individuos, meras células de aquellos organismos, plenamente supeditadas a ellos. (Otros cambian clases por razas, naciones y géneros siempre escogidos.) Derechos humanos, asociacionismo libre, elecciones, autodeterminación, sólo son respetables en la medida en que resulten instrumentos útiles para la derrota del enemigo social. La clase que inevitablemente ha de triunfar es la proletaria, compuesta básicamente por obreros industriales y mineros; pero como buen leninista, subraya la necesidad de una élite —el partido— que encabece y dirija la lucha, y que recoja la justa admiración, el respeto y la obediencia de aquellos.

El problema de la democracia, por tanto, es sencillo: la democracia no existe: es sólo un disfraz del dominio de la clase capitalista: «La dictadura burguesa, incluso en sus formas más democráticas, es un poder político ejercido por una minoría al servicio de una minoría, la dictadura proletaria es un poder ejercido de hecho por la mayoría al servicio de la mayoría.» Y aquí radica el craso pecado que, aparentemente escandalizado y ofendido, Nin reprocha a Cambó: «Al enfocar el problema, el Sr. Cambó comete un error fundamental: el de considerar la dictadura en los países burgueses como un fenómeno idéntico a la dictadura en el país de la revolución proletaria triunfante.» La cuestión no es ya que Cambó defienda el sistema democrático, sino que expresa numerosas coincidencias entre la dictadura comunista rusa y la dictadura fascista italiana, coincidencias que las separa a su vez de otras dictaduras más bien tradicionales.

Juan Avilés Farré, en La fe que vino de Rusia. La revolución bolchevique y los españoles (Madrid 1999), nos presentaba así a nuestro autor «Nin era [hacia 1920] un joven maestro y periodista catalán, que había iniciado su actividad política en las filas republicanas y se había afiliado más tarde al PSOE, para abandonarlo decepcionado después de que en diciembre de 1919 éste rechazara por primera vez su incorporación a la Internacional Comunista. En esas mismas fechas… la CNT celebraba en Madrid el congreso en que decidió incorporarse a aquella y Nin aprovechó la ocasión para informar a los congresistas que él se consideraba un fanático de la acción, era partidario de la III Internacional porque ésta representaba por encima de las ideologías un principio de acción y se había dado de baja en el PSOE para luchar incondicionalmente con la CNT en el puro terreno de la lucha de clases. Poco más de un año después, cuando el 2 de marzo de 1921 fue detenido el secretario general de la CNT Evelio Boal, quien meses después sería asesinado, por la policía o con la complicidad de ésta, asumió sus funciones Nin, quien entonces era ya secretario de la confederación regional catalana y a su vez había salido indemne de un atentado en noviembre de 1920.»

Formó parte junto con Ángel Pestaña de la delegación de la CNT que viajó a Moscú en 1921, defendiendo desde entonces la incorporación de los anarcosindicalistas a la Internacional comunista. Y a diferencia de Pestaña, fue uno de los conversos al comunismo ruso, aunque pocos años después el enfrentamiento entre Trotsky y Stalin le hará volver a España, donde acabará por crear en 1935, junto con Joaquín Maurín, el minoritario POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, con cierto protagonismo en la Cataluña de principios de la guerra civil, y abundante fama en buena medida gracias a la que le dio Orwell. Finalmente en las jornadas de mayo de 1937 —una guerra civil dentro de la guerra civil— el POUM será violentamente disuelto por imposición del gobierno soviético, y su máximo dirigente asesinado en fecha y lugar desconocidos.

Vladimir Serov, Lenin en Smolny (1952)

lunes, 15 de abril de 2024

Francisco Cambó, Las dictaduras

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      Resulta llamativo cómo mucha gente ensalza las revoluciones y deplora las dictaduras, cuando las segundas suelen ser hijas de las primeras.

      «—¡Vaya! —exclamó irritado Syme—, ¿qué tiene de poética la rebelión? También se podría decir que es poético estar mareado. La enfermedad es una revuelta. Tanto enfermar como rebelarse puede ser el único remedio posible en ciertas ocasiones desesperadas; pero que me cuelguen si tienen algo de poético. La revuelta en abstracto es... repugnante. Sólo es un vómito.
      La chica hizo una mueca por un instante ante la desagradable palabra, pero Syme estaba demasiado acalorado para prestarle atención.
      —El que las cosas vayan bien —exclamó—, ¡eso es poético! Que nuestra digestión, por ejemplo, discurra sagrada y silenciosamente, ése es el fundamento de toda poesía. Sí, lo más poético, más poético que las flores, más poético que las estrellas… lo más poético del mundo es no estar enfermo.
      —De verdad —dijo Gregory, desdeñosamente—, los ejemplos que elije usted…
      —Le pido perdón —dijo Syme con gravedad—, olvidé que habíamos abolido todas las convenciones.»

Esto que Chesterton nos cuenta en El hombre que fue Jueves se puede aplicar a la opinión sobre las dictaduras que tiene Francisco Cambó (1876-1947). Éste publica la obra que comunicamos en 1929, veinte años después de la premonitoria novela del escritor inglés, cuando, tras «el reverdecimiento de la democracia» al concluir la Gran Guerra, proliferan los regímenes dictatoriales en Europa y América. «Hoy en Europa viven en régimen francamente dictatorial: Rusia, Italia, España, Portugal, Turquía, Lituania, Yugoeslavia y Albania. Polonia alterna los períodos de libertad con los de dictadura, según los estados de humor y de fatiga del mariscal Pilsudski. Grecia, Bulgaria y Hungría han pasado por el régimen dictatorial, y en cuanto a las dos últimas es difícil decir si en ellas la dictadura ha cesado...». Eso sí, afirma, las dictaduras se establecen en los países atrasados, con poco desarrollo económico y un bajo nivel cultural… ¡Es imposible que eso ocurra en Alemania, por ejemplo!

Las dictaduras se originan «en un acto de violencia: revolución civil, sublevación militar o acaparamiento ilegítimo, por una persona investida de autoridad, de facultades que no le eran propias. Significa en todas las ocasiones un golpe de Estado en que la fuerza se impone y el derecho es atropellado y vencido. En su funcionamiento estas dictaduras dan a quienes las ejercen una autoridad que no tiene, ni en las leyes ni en las instituciones, ninguna limitación. La razón de interés público, definida y apreciada por el dictador, es la suprema legitimación de sus actos. Los derechos de las personas individuales y colectivas son a veces abolidos explícitamente; pero cuando no son abolidos, resultan inexistentes por haber desaparecido las instituciones que los protegían. El fin de estas dictaduras suele ir acompañado de la violencia que ha presidido su nacimiento.»

Para Cambó, como para Chesterton, las sublevaciones que dan lugar a las dictaduras son intentos de solucionar graves problemas, aparentemente irresolubles por medios ordinarios y constitucionales. Y puede parecer que los soluciona con la concentración de autoridad, de medios y de recursos. Sin embargo, el remedio es siempre peor que la enfermedad, ya que desactiva entre la población ese civismo básico que lleva a interesarse y participar en la gestión de la comunidad, y que ahora desaparece ante la represión del régimen. La demagogia, el nacionalismo, el personalismo, son características propias de cualquier dictadura. Y sus consecuencias perdurarán y dificultarán la marcha del país una vez caída aquella.

Cambó analiza sobre todo las tres dictaduras «que presentan características esenciales y dignas de ser consideradas particularmente. La de Rusia, la de Italia y la de Turquía… Encarnan, en primer lugar y ante todo, no un simple golpe de Estado, sino una verdadera revolución… Una revolución puede comenzar, tan sólo, por un golpe de Estado; pero no llega a ser revolución hasta que tiene un alma, una idea que la forja y que la inspira. Un golpe de Estado es un mero acto de fuerza que puede, en determinados casos, salvar a un país de la crisis por que atraviese; hasta es posible que pueda ser pródigo en ventajas. Una revolución, iniciada también por un acto de fuerza, tiene un impulso y una orientación ideológica salvadora o catastrófica, propia de ángeles o propia de diablos, y en su trayectoria esparce el bien abundantemente… o es una nueva caja de Pandora.» No utiliza, aunque por entonces ya se ha acuñado, el término totalitarismo.

Cambó publicó Las dictaduras en España, en castellano y en catalán, durante el último año de la dictadura de Primo de Rivera (soy «ciudadano de un país que vive en régimen de dictadura y que ésta, con su actuación, ha ofendido mis sentimientos más arraigados y más íntimos.») Tuvo una considerable difusión, se tradujo a otros idiomas, y dio lugar a una interesante polémica, como veremos próximamente. En Clásicos de Historia ya hemos comunicado una selección de conferencias, discursos parlamentarios, folletos y artículos de Cambó que hemos titulado Un catalanismo de orden; textos 1907-1937.

Giacomo Balla, Marcia su Roma, 1930

lunes, 1 de abril de 2024

Manuel Chaves Nogales, La vuelta a Europa en avión (los reportajes del Heraldo)

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Manuel Chaves Nogales (1897-1944) fue un prestigioso periodista y escritor, doblemente exiliado de los dos bandos de la guerra civil, como tantos otros intelectuales de esos años. En los años veinte fue redactor jefe del Heraldo de Madrid, periódico madrileño de gran tirada, y en los treinta subdirector del nuevo diario Ahora, muy influyente durante la segunda república. Despertaron gran interés sus reportajes y entrevistas, aunque hoy día se le recuerde sobre todo por su A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, colección de relatos ambientados en la guerra civil escritos en 1937, y publicados en periódicos de diferentes países, y como libro en Santiago de Chile ese mismo año. De este autor comunicamos en su día sus Crónicas de la Revolución de Asturias.

En 1928, en los últimos tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, Chaves Nogales lleva a cabo un recorrido periodístico por buena parte de Europa, y entre agosto y noviembre publica en el Heraldo un conjunto de crónicas que arrancan en Madrid, y se desplazan a Francia, Suiza, Alemania y sobre todo Rusia, el verdadero objetivo del viaje: se ocupa de ella en diecinueve de los veintiocho artículos que componen la serie. Recorre durante varias semanas buena parte de Rusia: Smolensk, Moscú, el Cáucaso (con Bakú) y Leningrado:

«Yo he recorrido Rusia de punta a punta, he andado a mi placer por ciudades importantes y por aldeas, he viajado solo, siempre solo, sin decir a nadie a dónde iba ni con qué objeto, en avión, en ferrocarril, en auto y hasta en carro. Nadie me ha molestado nunca, ni me ha pedido un documento, ni me ha puesto la menor dificultad. Tengo, sin embargo, la impresión de que se me han seguido los pasos y de que se ha sabido en todo momento adonde iba y con quién me entrevistaba. Sería cándido suponer lo contrario. Pero no me ha ocasionado ni la más mínima molestia; como si yo fuese el amo de Rusia. Por eso afirmo que la Policía soviética es la mejor del mundo… como policía política.»

Unos meses después, ya en 1929, corregirá y ampliará considerablemente los artículos anteriores, y los publicará en libro con el título La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, cuando todavía perdura la dictadura en España. Tiene cierto interés observar las diferencias entre los artículos y el libro posterior, por lo que hemos incluido algunas notas y, como anexo, algunos pasajes relativos a la estancia del autor en Rusia, no incluidos en las crónicas periodísticas de su viaje.

Puede resultar llamativo el grado de libertad de expresión existente durante la dictadura de Primo de Rivera, a pesar de la existencia de la represión y de la censura previa: Chaves alaba los sistemas democráticos europeos y numerosos aspectos del régimen comunista ruso, y critica otros del español. Generalmente se califica la primera dictadura española del siglo XX como un régimen militar, autoritario y conservador. Y verdaderamente es así, pero al mismo tiempo fue también un régimen reformista que reconoció el voto femenino, que por primera vez nombró a mujeres para cargos públicos (desde concejales hasta parlamentarias), y que gozó del apoyo y colaboración de socialistas y ugetistas como Largo Caballero y de la propia organización…

Otra cuestión interesante es el plantearnos si podemos incluir a Chaves entre los abundantes intelectuales compañeros de viaje de los soviéticos en los años veinte y treinta. Se puede constatar su admiración sincera por muchas de las realizaciones que han llevado a cabo los comunistas, su creencia en que verdaderamente son los proletarios (esto es, los trabajadores industriales) los que ejercen y disfrutan el poder, su certidumbre de la pureza de motivaciones de los bolcheviques, su convicción en el apoyo absoluto de la población a los comunistas…

Pero Chaves también certifica la carencia absoluta de libertad de expresión, así como el talante represivo, militarista, burocrático y policíaco del régimen, y exclama: «Los bolcheviques no han conseguido sino aquello que los socialistas van logrando en los países capitalistas por medio de un procedimiento evolutivo. ¡Y para conseguir tan poco han sido necesarias esas infamias, esos crímenes de la Checa, las matanzas de Arkángel, el hambre, la guerra civil, el bloqueo, los niños abandonados y el Ejército Rojo!»

¿En qué quedamos? Quizás la explicación de esta ambivalencia nos la proporciona el mismo Chaves Nogales en las líneas primeras de su libro: «Para ponerse a escribir en los periódicos hay que disculparse previamente por la petulancia que esto supone, y la única disculpa válida es la de contar, relatar, reseñar. Contar y andar es la función del periodista (...), que no reclama la atención del lector si no es con un motivo: contarle algo, informarle de algo. Claro es que ésta no es la única misión del periodista, ni siquiera la más importante. Pero es la única que puede uno proponerse si no quiere sentar plaza de mixtificador.»

Y luego: «No aspiro a que cuanto digo tenga autoridad de ninguna clase. Interpreto, según mi temperamento, el panorama espiritual de las tierras que he cruzado, montado en un avión, describo paisajes, reseño entrevistas y cuento anécdotas que es posible que tengan algún valor categórico, pero que desde luego yo no les doy. Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica —la periodística— no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio.»