viernes, 24 de abril de 2020

Francisco de Quevedo, La rebelión de Barcelona ni es por el huevo ni por el fuero


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María Soledad Arredondo, en su Armas de papel. Quevedo y sus contemporáneos ante la guerra de Cataluña (1998), estudió y comparó varias obras publicadas como maniobra de propaganda, a raíz de la rebelión catalana de 1640, de las que ya hemos comunicado las especulares Proclamación católica de Gaspar Sala, y Aristarco de Francisco de Rioja. De todos ellos, escribe la autora citada, «La rebelión de Barcelona es el más conocido, tanto por la personalidad de su autor, como por sus características literarias (...) Por otra parte, la obra de Quevedo marca diferencias en cuanto a su gestación, porque se escribe desde la prisión de León, aunque el autor pretenda con ella situarse en el bando del régimen que lo ha encarcelado. La proximidad temporal de La rebelión de Barcelona con el Aristarco oficial, y con la Idea del principado del cronista real Pellicer, pone de relieve la singularidad del escrito quevediano, que sobresale aún más al compararlo con los de sus colegas: su obra pretende sumarse a la propaganda pro-castellana y pro-olivarista, pero desde fuera, porque Quevedo ya no forma parte del equipo bien entrenado por el valido en 1635. Por eso, frente a un Pellicer, con el que entonces coincidió y cuya respuesta cuenta con toda la documentación y las facilidades previsibles en su cargo, Quevedo ha de limitarse a glosar el Aristarco. Esta circunstancia puede explicar el tono estridente de su opúsculo, frente al persuasivo o argumentativo de los otros polemistas.»

Y más adelante: «Quevedo... se refiere al texto de Rioja al comienzo de La rebelión de Barcelona, y lo hace en términos más elogiosos aún que Pellicer. Lo alaba por su argumentación, por su erudición y por su estilo, y considera que la obra es definitiva para responder a los catalanes. No obstante, el texto proporciona a Quevedo la ocasión para participar en una polémica de la que estaba forzosamente apartado. Es muy probable que no conociera los textos más urgentes y locales que precedieron a la respuesta oficial, e, incluso, que las relaciones y noticias del curso de la guerra le llegaran con retraso; así que la difusión de una respuesta que bebía en las fuentes más próximas al poder le brindaba la oportunidad de manifestarse sin riesgos para su delicada situación personal. Como él mismo dice, nada tiene que añadir; su propósito es sólo acompañar al Aristarco, desde su relegada posición, para que los catalanes, que no obedecieron al docto, padezcan al ignorante. Puede que la captatio benevolentiae no sea, en este caso, falsa: Quevedo debía de ignorar detalles de la guerra, no poseía argumentos nuevos que aportar a la polémica y por eso ha de limitarse a infligir padecimientos a los catalanes, en un texto insultante, burlesco en ocasiones, cuyas precisiones proceden casi siempre del pasado, antes de su encarcelamiento en 1639: los hechos de armas de Leucate (1637) y Fuenterrabía (1638), la presión continuada de Francia, las desdichadas Cortes de 1626 en Barcelona o la anécdota del catalán Ferrer, cuya herejía (de 1624) extrapola en La rebelión de Barcelona a la totalidad de los catalanes.»

Y termina afirmando que «La rebelión de Barcelona es el más literario de los seis textos [estudiados], porque su autor no participa en la guerra ni desde el frente de batalla, ni desde la oficina de propaganda. Comparado con los textos contemporáneos ―memorial, tratado, diálogo o relación― el de Quevedo es la manipulación de un refrán; no suministra datos, sino que intensifica consignas para congraciarse con el poder, gracias a su pericia literaria. En conclusión, las armas de papel, que de poco sirvieron en una guerra larga y dolorosa, son, en cambio, muy elocuentes para descubrir matices personales de una ideología común. Con la perspectiva del tiempo, la belleza de las palabras y el ingenio de los autores que supieron domeñarlas representan la contribución de la literatura a la política de su época. En 1640 se aprecia el declive de una hegemonía española, que todavía contaba con brillantes autores para defenderla.»

viernes, 17 de abril de 2020

Francisco de Rioja, Aristarco o censura de la Proclamación católica de los catalanes

Supuesto retrato, por Velázquez

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Ante el primer escrito en defensa de la sublevación catalana de 1640, que comunicamos la pasada semana, y para darle oportuna respuesta, parece ser que el conde-duque de Olivares acudió su bibliotecario, erudito y poeta, amigo desde antiguo, y su confidente más íntimo, Francisco de Rioja (1583-1659). Éste analizará, comentará y descalificará la Proclamación católica, poniendo de relieve errores históricos, inconsistencias jurídicas, intenciones torcidas cuando no directamente aviesas y, sobre todo, traiciones manifiestas. Y aunque destaca oportunamente la lealtad al rey de numerosos personajes catalanes (que además se incrementará progresivamente con la dominación francesa) no deja de transmitir una cierta descalificación global de Cataluña, en el pasado y en el presente. La obra fue publicada de forma anónima, como había hecho Gaspar Sala, e incluso sin autorizaciones, fecha ni lugar de impresión, lo que no oculta su carácter de respuesta oficial del valido. J. H. Elliott, en su El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, sintetiza así la cuestión:

«El tema principal del panfleto de Gaspar Sala era que el conde-duque y el protonotario habían causado la ruina de la monarquía mediante sus desastrosas innovaciones y su política mal concebida. Olivares dio instrucciones a su bibliotecario, Francisco de Rioja, para responder al ataque. Su panfleto, el Aristarco, refutaba punto por punto todas las acusaciones que presentaban los catalanes. La política del conde-duque se veía justificada, como lo había sido ya durante los últimos años en los círculos ministeriales, por la doctrina de la necesidad, que podía resultar de lo más flexible siempre que conviniera. Según alegaba Rioja, cuando lo que amenazaba era la ruina, el rey tenía derecho a no respetar los privilegios sin tener que obtener una dispensa formal previa. El alojamiento de las tropas en Cataluña era un caso de clara necesidad, pues la propia defensa era algo que exigía la misma ley natural, y esta ley tenía preferencia sobre cualquier otra, incluso aquellas que se habían promulgado por mutuo acuerdo.

»No es lícito ―decía el Aristarcoque por la conveniencia o comodidad de pocos se pierda toda una monarquía. La actitud de Cataluña suponía una amenaza para el concepto de reciprocidad que era parte fundamental de la visión que tenía el conde-duque de la monarquía. Para los catalanes, dicha visión era de todo punto poco realista. Condenaban sus políticas imaginarias y platónicas, dirigidos no a vasallos de la corona de carne y hueso, sino a vasallos imaginarios, sueño o capricho del todopoderoso ministro. Pero para Olivares no se trataba de cómo debía ser la monarquía, sino de cómo tenía que ser para sobrevivir. Nunca insistiría tanto en la necesidad de que los premios y los sacrificios se repartieran equitativamente entre los distintos reinos de la monarquía como en aquel año terrible de 1640, en la que ésta había empezado a derrumbarse.»

viernes, 10 de abril de 2020

Gaspar Sala y Berart, Proclamación católica a la majestad piadosa de Felipe el Grande, rey de las Españas y emperador de las Indias, nuestro señor

Otro agustino del siglo XVII

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Discrepancias, enfrentamientos, conflictos y guerras (en suma, la política) constituyen ubérrimo campo para la proliferación de la propaganda. Volvamos pues la mirada al fecundo problema catalán, aunque ni al bronco nacionalismo de hace un siglo, ni al posmoderno ―con tintes de comedia― actual; en esta ocasión nos centraremos en el germinal del siglo XVII. En su día comunicamos la clásica, equilibrada y luminosa obra del hispano luso Francisco Manuel de Melo, Historia de los movimientos y separación de Cataluña. Pero ahora nuestra pretensión es otra: revisitar la abundante literatura de combate, en uno y otro campo, a que dio lugar la rebelión iniciada en 1640. Naturalmente, el entusiasmo sustituye a la reflexión. Los hechos, aducidos como armas, se consideran firmes como rocas: sólo la mala fe puede dudar de ellos. La pureza de intención se acapara en un bando, sin que reste ni un átomo para el contrario. Soy responsable de mis merecidos ―casi debidos― éxitos, mientras que no lo soy de mis fracasos, fruto de una tenebrosa conjunción de malicia, abuso y traición. En fin, resulta tentador aunque anacrónico, buscar paralelos con situaciones posteriores…

Debemos comenzar con la Proclamación católica de Gaspar Sala y Berart, autor al que tendremos que volver más adelante. Félix Torres Amat, en su Memorias para ayudar a formar un diccionario crítico de los escritores catalanes (Barcelona 1836) nos lo presenta así: «Nació de padres catalanes estando estos en Zaragoza [en 1605]. Entró en la religión de S. Agustín. Estudió filosofía y teología en Barcelona. En 1628 fue hecho lector y en 1635 el convento de Barcelona le adoptó por hijo con aprobación del capítulo provincial celebrado aquel año en Épila. Fue famoso predicador y profundo teólogo, de cuya facultad recibió el grado de doctor por la universidad de Barcelona en 1639 a 14 de noviembre, y en 1641 fue nombrado catedrático perpetuo de la misma facultad. Luis XIII rey de Francia en 1642 le hizo su predicador y cronista. Al año siguiente le nombró abad de S. Cugat del Vallés. Siendo rector en su colegio de S. Guillermo de Barcelona, en 1636 imprimió una obrita en catalán con este título: Govern politich de la ciutat de Barcelona pera sustentar los pobres y evitar vagamundos.—Otra en castellano intitulada: Noticia universal de Cataluña en amor, servicios y finezas admirables. Barcelona 1639*. N. A. p 447. Massot. Pag. 163 y 293.—Epitome dels principis y progresos de las guerras de Cataluña de los años 1640 y 1641: impreso en Barcelona por Pedro Lacaballería año 1641. Esta última obra se halla entre los prohibidos en el expurgatorio del Sto. Oficio, año 1707 tomo 1° pag. 478. Massot p. 293. El P. Sala siguió el partido de Luis XIII y en consecuencia procuró sostenerle con razones en la obra intitulada: Proclamación católica; aunque no la publicó en su nombre. Imprimióse en Barcelona en 1640 en un tomo en fol.—Llágrimas catalanas al enterro y exequias del Iltre. diputat eclesiastich de Cataluña Pere Claris. Está dedicada la obra al cardenal de Richelieu. Se publican por orden de los M. Illtres. Sres. diputados y oidores del principado de Cataluña. Por Gabriel Nogués 1641. Barcelona 1 tomo en 4°. Bib. Episcopal.

»Escribió también, aunque no la imprimió, otra obra con este título: De la división geográfica de los reinos de Francia y España. Viola y la leyó el P. Gaspar Roig en casa del mismo autor, como dice en el Resumen p. 135. Formó esta obrita por orden del obispo de Orange Jacinto Serronio, a quien el rey de Francia había enviado para designar los límites entre aquel reino y el nuestro.—Armonía geográfica Hispaniæ. En esta obra conciliaba los cuatro príncipes de la geografía, Mela, Estrabón , Ptolomeo, Plinio, y a otros en orden a las ciudades, montes y ríos de la península, y aun con respecto a las cosas más notables de cada región de ella. «Obra (dice) que perdió en sus viajes y persecuciones, con otros muchos MSS. de cátedra y púlpito, e historia que como los haya hallado quien los entienda no los dará por perdidos.» D. Nicolás Antonio dice que tradujo al francés la obra del Sr. Ceviziers: El héroe francés o la idea del gran Capitán, esto es, el elogio de Henrique de Lotaringia, conde de Harcourt, gobernador de Cataluña por el rey de Francia. Obra impresa en 1646 un tomo en 4°.—Sermón de S. Jorge, predicado a los diputados de Cataluña en 23 de abril de 1641. El P. Sala fue nombrado abad de S. Cugat en 15 de marzo de 1642. La bula de la confirmación es de 1645, y en el mismo año tomó posesión a 16 de octubre. Recobrada Cataluña del poder de los franceses en 1652 se fue a Perpiñán: pero en consecuencia de la paz llamada de los Pirineos, que hicieron los dos reyes en 1660 [1659], se restituyó a su abadía en 31 de agosto de 1662. Murió el día 7 de enero de 1670. Si hubiese vivido el P. Sala en tiempos más tranquilos hubiera ilustrado mucho mas a su patria con su inmensa erudición y conocimientos históricos.»

*. En realidad es de Francisco Martí y Viladamor, y es posterior la edición que manejo: cita en el texto la Proclamación Católica y el estallido del Corpus.

viernes, 3 de abril de 2020

François Bernier, Nueva división de la Tierra por las diferentes especies o razas humanas que la habitan


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Es poco digno el concepto moderno de razas humanas, cuyo origen muchos tratadistas sitúan en la breve obra que comunicamos. Desde antiguo se había reconocido nuestra enorme diversidad, que causaba asombro en Plinio el Viejo: «Ver cuán diferentes son los razonamientos, el lenguaje y las palabras entre los hombres, de suerte que un forastero o extraño de una nación, al que es de ella le parece no ser hombre; y ver también, que supuesto que en nuestro rostro hay diez miembros, o pocos más, apenas se hallarán dos entre tantos millares de hombres, que el uno no se diferencie del otro; cosa que cuando quisiese hacerla un gran artífice, aun no podría en pocas figuras.» Esta enorme variedad es inclasificable, y por tanto prefiere adentrarse en una atractiva relación de seres prodigiosos: arismaspos, androginos, cinocéfalos, monoscelos, astomos… Múltiples viajeros posteriores visitarán, si no países remotos, estas páginas de la Historia Natural, como hizo siglos después nuestro improbable conocido, Juan de Mandeville.

Pero la antigüedad cristiana subrayó el origen común de la humanidad, hija de Adán y Eva. Y así Isidoro de Sevilla aborda el problema de forma distinta: «Gens es una muchedumbre de personas que tiene un mismo origen o que proceden de una nación distinta de acuerdo con su particular identificación como Grecia y Asia. De ahí su nombre de gentilidad.» Y a partir de los tres hijos de Noé y sus descendientes acabará por contar hasta setenta y dos o setenta y tres gentes diferentes, de las que emanan todos los pueblos existentes, que enumerará con morosidad en el libro IX de las Etimologías. Posteriormente, viajeros, comerciantes, piratas y conquistadores recorrieron mares y continentes y mantuvieron esa capacidad de asombro ante la inagotable variedad humana.

Pues bien, en un momento determinado François Bernier, del que ya hemos comunicado sus aventuras en la India del Gran Mogol, tiene la idea de racionalizar ―estamos en el siglo de Luis XIV― la frondosa maraña de grupos humanos, y dejarla reducida a cuatro únicas razas. Atiende a las características física, especialmente del rostro, y no a a sus capacidades y temperamentos, como se generalizará más adelante. Tampoco acuña todavía las que pronto serán denominaciones canónicas, pero de algún modo se encuentran implícitas la de blancos, negros y orientales. Añade un poco sorprendentemente una cuarta raza, la de los lapones, de la que asegura haber visto sólo dos individuos. Y tras valorar la existencia de una raza de aceitunados en América, generosamente la incluye en la nuestra.

Todo esto asemeja una mera ocurrencia, traída un tanto por los pelos, sin elaborar ni desarrollar, destinada a llenar unas pocas páginas en Le Journal des Sçavans del 24 de abril de 1684. Podría ser prueba de ello el hecho de que agota pronto su argumento, y en elegante quiebro pasa a tratar de la hermosura de las mujeres, partiendo del hecho de que «ciertamente, se encuentran bellas y feas en todas partes», y en todas las razas, como ejemplifica con la ajada galantería de la época. Parece, pues, un poco excesivo considerar este mero, vulgar, casi inane divertimento como punto de partida del racismo moderno, existente desde tiempo atrás en su vertiente práctica, pero que aun tardará en gozar de una construcción ideológica que lo justifique e impulse, como ocurrirá a partir de la sombría obra de Gobineau y su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas.