lunes, 19 de febrero de 2024

Pedro Mártir de Anglería, Cartas del Nuevo Mundo 1493-1525

Retrato de un humanista, atribuido a Scorel
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Con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América, Marcelino Menéndez y Pelayo se ocupó del autor de esta semana en su ensayo De los historiadores de Colón:

«El humanista milanés Pedro Mártir de Anglería o Anghiera, andante en corte de los Reyes Católicos y de sus sucesores desde 1488 a 1526, preceptor de la juventud cortesana en las artes liberales; canónigo de Granada, que vio conquistar; primer Abad de la Jamaica, donde no residió nunca; embajador al Sultán del Cairo; miembro del primitivo Consejo de Indias; corresponsal asiduo de Papas, Cardenales, príncipes, magnates y hombres de letras, ofrece en su persona uno de los más antiguos y señalados tipos del periodismo noticiero. Mientras otros latinistas se esforzaban en renovar las formas clásicas de la historia y vestir con la toga y el laticlavio a los héroes contemporáneos, él escribía al día, en una latinidad moderna muy abigarrada y pintoresca, muy llena de chistosos neologismos, cuanto pasaba a su lado, cuantos chismes y murmuraciones oía, dando con todo ello incesante pasto a su propia curiosidad, siempre despierta, y a la de sus amigos italianos y españoles.

»Tenía para su oficio la gran cualidad de interesarse en todo y de no tomar excesivo interés por ninguna cosa, con lo cual podía pasar sin esfuerzo de un asunto a otro, y dictar dos cartas mientras le preparaban el almuerzo. Acostumbrado a tomar la vida como un espectáculo curioso, gozó ampliamente de cuantos portentos le brindaba aquella edad, sin igual en la historia, y estuvo siempre colocado en las mejores condiciones para verlo y comprenderlo todo, desde la guerra de Granada hasta la revuelta de las Comunidades. Su espíritu, generalmente recto, propendía más a la benevolencia que a la censura, sobre todo con aquellos de quienes esperaba honores y mercedes que contentasen su vanidad, muy subida de punto, aunque inofensiva, y su muy positivo amor a las comodidades y a las riquezas, que la fortuna le concedió ciertamente con larga mano.

»Hombre de ingenio fino y sutil, italiano hasta las uñas, quizá presumía demasiado de su capacidad diplomática; pero poseyó en alto grado el don de observación y el conocimiento de los hombres. Sus juicios no han de tomarse por definitivos, pero reflejan viva y sinceramente la impresión del momento. Él mismo, como todos los escritores de su género, rectifica a cada paso y sin violencia alguna lo que en cartas anteriores había consignado. El Opus Epistolarum es un periódico de noticias en forma epistolar, dividido en 812 números, y así es como debe juzgarse. Por desgracia, no lo poseemos en su forma primitiva. Retocado por el autor cuando había perdido ya la memoria de muchos incidentes, refundido (probablemente) después por mano desconocida, que dio a la mayor parte de las cartas una cronología absurda, barajó unas con otras y quizá se permitió graves intercalaciones, el Opus Epistolarum comienza a ser mirado como documento sospechoso (...) Tal paradoja no ha prosperado mucho, porque el carácter personalísimo de la correspondencia y el tono de actualidad que en ella reina parecen alejar la idea de un fraude, cuyo objeto tampoco se comprende; pero siempre quedan en pie graves sospechas de adulteración, y el testimonio de Pedro Mártir, cuando no está confirmado por otras autoridades más seguras, no obtiene ya aquella ilimitada confianza que le daba Prescott, por ejemplo.

»Afortunadamente, para nuestro objeto, estas dudas importan poco, puesto que no son muchas ni muy extensas las cartas del Opus Epistolarum que hablan de Colón, si bien todas ellas son curiosísimas como primeras nuevas y boletines de la victoria lograda sobre el Océano. La obra de Pedro Mártir que derecha y exclusivamente se refiere a los descubrimientos de América, es decir, sus ocho Décadas de Orbe Novo, no han sido de autenticidad sospechosa para nadie ni pueden serlo, puesto que en parte fueron publicadas en vida del autor mismo. De la veracidad de sus noticias responde no menor autoridad que la de Fr. Bartolomé de las Casas. “De los que escribieron cerca de estas primeras cosas, a ninguno se debe dar más fe que a Pedro Mártir, que escribió en latín sus Décadas, estando aquellos tiempos en Castilla, porque lo que en ellas dijo tocante a los principios fue con diligencia del mismo Almirante, descubridor primero, a quien habló muchas veces, y de los que fueron en su compañía inquirido, y de los demás que aquellos viajes a los principios hicieron. En las otras, pertenecientes al discurso y progreso destas Indias, algunas falsedades sus Décadas contienen.”

»Tenemos, pues, en las Décadas de Pedro Mártir una nueva versión de origen colombino (a lo menos en su mayor parte), favorable por consiguiente al descubridor, menos detallada y menos técnica que la de sus diarios y cartas, más artificiosa que la de Bernáldez: acomodada en suma al paladar del público letrado de Italia, que ávidamente devoraba estas Décadas, dando ejemplo de ello el mismo Papa León X, que las leía de sobremesa a su sobrina y a los Cardenales. Pedro Mártir debía buscar, por sus instintos de periodista, lo más ameno, lo más exótico, lo más pintoresco y divertido de aquella materia novísima, deteniéndose sobre todo en las rarezas de historia natural y en notar maligna y curiosamente los ritos y costumbres y supersticiones de los indígenas en aquello que más contraste presentaban con los hábitos del Viejo Mundo. Predominan en él, por consiguiente, los detalles antropológicos, y algunos se encuentran por primera vez en sus Décadas. sirva de ejemplo la exposición de la mitología de los indios en la Española, tomada de un librillo manuscrito que había compuesto Fr. Román Pane, de la Orden de San Jerónimo, primer catequista de aquellos salvajes; libro que luego insertó a la letra don Fernando Colón en la biografía de su padre. Esta especie de carnosidad científica realza sobremanera el libro de Pedro Mártir, además del habitual agrado de su estilo, incorrectísimo ciertamente y nada clásico, pero muy suelto, chispeante e ingenioso (...)

»De todos modos, es harto evidente el servicio que Pedro Mártir hizo a la historia de nuestro más glorioso reinado para que por defectos de forma hayamos de regatearle sus méritos de observador incansable y curioso, no menos que de abreviador sensato y lúcido. Trabajó, como Bernáldez, sobre papeles del Almirante, y además recogió de la tradición oral muchas noticias, porque “hablaba con todos y todos se holgaban de darle cuenta de lo que veían y hallaban, como a hombre de autoridad, y él que tenía cuidado de preguntarlo”, según dice Fr. Bartolomé de las Casas. Estaba en Barcelona en 1493, y presenció el triunfal recibimiento de Colón, sobre el cual por raro caso guardan absoluto silencio los documentos de nuestros archivos. El Almirante mismo le escribía de continuo y vivía con él en íntima familiaridad, intima familiaritate devinctus, como quien le había conocido aún antes de la toma de Granada. Tuvo, por consiguiente, las mejores ocasiones de informarse: convidaba a los conquistadores a su mesa, los abrumaba a preguntas como un reporter, y con el buen juicio que tenía, procuraba separar de sus relaciones la parte de hipérbole y de vanagloria. Algunas veces tropezó, no obstante, por la ligereza con que escribía; otras por falta de conocimientos náuticos.»

En esta entrega de Clásicos de Historia reproducimos las cartas en que Pedro Mártir se ocupa del Nuevo Mundo. La traducción procede del primer tomo de Joaquín Torres Asensio, Fuentes históricas sobre Colón y América, Madrid 1892. Los correspondientes textos originales en latín los hemos extraído de Opus epistolarum Petri Martyris Anglerii mediolanensis, París 1670.

lunes, 5 de febrero de 2024

Juan Moneva y Puyol, Política de represión y otros textos

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Julián Marías, en su siempre sugestiva España inteligible, caracterizaba así las circunstancias a las que nos acercamos esta semana: «A medida que la modernización de España se va consiguiendo, que la industrialización va teniendo más peso en la economía y la sociedad, el problema obrero se hace más apremiante. Y a esto se añade que los movimientos de resistencia, o francamente subversivos como el anarquismo, se extienden al campo, donde las condiciones de vida son precarias... Las organizaciones son más poderosas, más capaces de presión; se reacciona a ello con temor o coacción, más que con esfuerzos de plantear inteligentemente los problemas; las tensiones aumentan. Esta situación es aprovechada con fines estrictamente políticos, en ambos sentidos; no se buscan, o demasiado poco, soluciones técnicas que procuren el aumento de la riqueza, muy escasa, y una distribución más justa de ella… Acontecimientos como la Semana Trágica en Barcelona (1909) o la huelga general de 1917 agravan la situación. Cada vez más van tomando cuerpo la subversión y la represión, actitudes que hacen imposible el diálogo, y más aún el tratamiento razonable de los problemas reales… Finalmente, sobre todo en Cataluña y en su tendencia anarquista, se producirá una oleada de terrorismo obrerista, combatido en ocasiones por otro de signo contrario, y las tensiones llegarán a tener suma gravedad.»

Son los años de plomo, una época de luchas sociales en progresión constante. Y es en 1921 cuando el abogado y catedrático de Derecho Juan Moneva y Puyol pronuncia la interesante conferencia que presentamos, en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid. En ella parte de la evidencia todavía negada por muchos: existe una auténtica guerra social, con los mismos modos y procedimientos y justificaciones de la guerra militar. Ambas son equiparables. Ahora bien, con esta afirmación no quiere dignificar la guerra social: le niega cualquier tipo de gloria al igual que hace con la guerra militar. «Los intelectuales, los hombres de paz, y más que todo eso, los cristianos, no tenemos para qué distinguir especies de guerra; todas las guerras, toda clase de guerras, son catálogos de hechos tales que cada uno, en sí, es crimen patente.»

Clases acomodada y proletaria se encuentran enfrentadas, ambas defendiendo su derecho al bienestar. Y hoy por hoy no existe un superior dirimente que haga justicia, que reconozca a cada una lo que corresponde. Al contrario, los gobiernos toman partido por los fuertes, los acomodados, y quieren solucionar el enfrentamiento mediante la aplicación de la ley, mediante la represión. Y hay un error de fondo en ello, el de caracterizar como delitos tan sólo a los crímenes de la otra clase, mientras se toleran, se disimulan o se embellecen los de la propia. Todo el rigor se reserva para el enemigo: «ha habido represión; está habiendo represión; no es calculable el término de ella, y en cada disposición represiva no es tan de temer el rigor de una Autoridad, sanguinaria que fuese, como la inevitable abdicación de esa Autoridad en el criterio de sus informadores», esto es, de la arbitrariedad. Y refiere listas de proscripciones, torturas, ley de fugas…

Pero Moneva no atribuye el mal sólo a gobernantes y acomodados, sino a la violencia que caracteriza a la sociedad española. «El pueblo español es sanguinario… desde niños aprenden la violencia, padecida de todo mayor con quien topan; a veces también les es enseñada la crueldad como virtud en las figuras de los grandes atormentadores de individuos y pueblos; Cortés y Pizarro son más glorificados en las escuelas de primera enseñanza que San Francisco de Asís y que Newton.» Y, con ribetes de profecía, se lamenta: «es la revelación de una conciencia colectiva, y también un augurio de cómo será cada generación así formada.» Y concluye: «la Justicia no ha de venir de superponer una mano a otra mano en señal de triunfo y de dominio, sino de juntar una mano a otra mano en alianza de amor; y esto sin ilusiones de una Arcadia inactual, utópica y fantástica, mas en realidad social plena de Paz lograda por el sacrificio de todos, principalmente por el sacrificio de quien tiene muchas ventajas que sacrificar.»

Completamos el texto de esta conferencia con varios artículos de prensa en los que Moneva se refiere a concretos conflictos sociales y políticos, y a la represión que provocan. Podríamos considerarlo aplicaciones prácticas de lo anterior. Los tres primeros se refieren a unos asesinatos en el marco de un duro conflicto laboral en la Zaragoza de 1920. Otro, de 1931, se refiere al revanchismo y represión que ha emprendido la nueva clase dirigente contra los considerados enemigos políticos de la naciente república. La crítica en este sentido se agudiza al año siguiente, y le lleva a recordar la conferencia de 1921; y en otro artículo posterior a la sublevación de Sanjurjo insiste en la necesidad de reconciliación. Los acontecimientos, como sabemos, evolucionaron en sentido contrario, y cuando en 1936 España llegue a la senderiana «orilla donde sonríen los locos», todavía levantará públicamente la voz en el último artículo que publicamos, con un transparente llamamiento al cese de fusilamientos y represión desaforada que se ha generalizado.

Moneva, desde su arraigado talante moral que le había impuesto enfrentamientos y denuncias de diversas autoridades en tiempos de la monarquía, de la dictadura de Primo de Rivera y de la República, aprovechará ahora su prestigio y relaciones, y multiplicará las gestiones en este sentido. Naturalmente esta actitud le saldrá cara: temporalmente suspendido de empleo y sueldo, multado y sometido a proceso por parte primero de la Comisión Depuradora de Universidades, y después por el Tribunal de Responsabilidades políticas. De todos ellos, sin embargo, saldrá bien parado. Incluimos en esta entrega los dos escritos con los que se defiende de los cargos que se le imputan, así como algunos de los informes que se presentaron. 

Juan Moneva y Puyol (1871-1951) fue un destacado intelectual aragonés. Su carácter tan personal, su independencia de criterio, su tendencia a la contradicción, hicieron de él un personaje popular fuente de continuas anécdotas en la Zaragoza de la primera mitad del siglo XX. Se licenció en Química y en Derecho, fue abogado ejerciente y catedrático de Derecho canónico. Pero sus intereses superaron su dedicación oficial, al igual que ocurre con el catedrático de griego que fue Unamuno. Durante gran parte de su vida fue un fecundísimo colaborador de la prensa. Se ocupó de gran variedad de temas, pero entre todos ellos destacan los aragonesistas (un tanto al modo de Cambó), los pedagógicos (centrados en la enseñanza universitaria, lo que le depara algunos enfrentamientos con sus compañeros y algún expediente), los políticos (especialmente en tiempos de la segunda república), y siempre los moralistas. Aunque se han publicado diversas selecciones de sus artículos, muchos quedan todavía enterrados en las hemerotecas...

Jesús Bogarín Díaz, en su contribución a La memoria del jurista español (2019) lo califica así: «además de destacar su mérito en la ciencia canonística que oficialmente profesó, podríamos describir a don Juan Moneva Puyol, siquiera de modo impresionista, llamándolo de estirpe zaragozana, hombre de gran personalidad, docente práctico, erudito investigador del derecho histórico aragonés, defensor y promotor del derecho foral, apasionado aragonesista, exiliado canónico en Huesca, amigo no separatista de Cataluña, examinador multilingüe, innovador en el mundo de la fotografía, reconocido lingüista y, en particular, lexicógrafo, pionero laboralista, político escasamente militante, literato cabal, crítico literario y tertuliano… a man for all seasons

E indudablemente, un Quijote.