lunes, 25 de octubre de 2021

Vicente de la Fuente, Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España y especialmente de la Francmasonería

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Estamos ante un libro de combate. Con la culminación de la revolución liberal en España, durante el conocido como Sexenio Democrático, el bilbilitano Vicente de la Fuente (1817-1889) encuentra el acicate para llevar a cabo un proyecto largo tiempo acariciado: «deseaba escribir acerca de la francmasonería y demás sociedades secretas en España, y presentar el verdadero origen de las continuas sediciones y pronunciamientos con honra y provecho.» En realidad, su obra es una condena sin paliativos del modo como dicha revolución (y la lucha contra ella) se ha llevado a cabo, con sublevaciones, golpes militares, asonadas varias y continuos amotinamientos (cadañeros, dice), de los liberales entre sí y contra los realistas, y de estos de igual modo. Y la consiguiente y habitual represión, expresada en los habituales fusilamientos de los vencidos…

La obra no es un aséptico estudio histórico, aunque se documenta y somete a crítica fuentes de las distintas opiniones. Rechaza por igual a liberales y carlistas, pero lo hace desde sus propios planteamientos ideológicos, anclados en la tradición y el catolicismo, que le llevan a condenar un modo de hacer política basado en la conspiración como medio de alcanzar y conservar el poder. Y atribuye a las sociedades secretas, formas embrionarias de los partidos políticos, una responsabilidad decisiva en los acontecimientos. Estas asociaciones tuvieron una gran difusión entre los herederos de la Ilustración en la medida que la sociedad se tiñe de romanticismo y nacionalismo. Ahora bien, en este sentido nos parece que fueron meras herramientas para la acción política ―revolucionaria o reaccionaria―, aunque percibidas ominosas y todopoderosas, dando lugar a algunas de las primeras teorías de la conspiración.

Quizás por ello, lo más interesante de la obra (además de los abundantes y variados textos que reproduce y valora) es la crítica persistente a la política entendida como lucha sin cuartel, que se practica en España desde el inicio de la revolución por parte de todas las tendencias e ideologías. Así, tras narrar el asesinato del esquilador de Ateca, exclama: «¡Cómo callar a vista de tales horrores! ¡¡Hay derecho para escribir los unos y callar los otros!! La prensa periódica que sistemáticamente execra los horrores de los contrarios, y absuelve, atenúa, disculpa, o niega los de los suyos, extravía la educación del pueblo, de eso que se llama pueblo y no es más que populacho fanático y grosero, que hoy con su porra aplasta a los realistas, y mañana en nombre de Dios quemaría a los liberales.» Y poco antes: «Notábase gran excitación en los barrios bajos de Madrid, feroces liberales en 1820, y feroces realistas en 1823, como fueron feroces degolladores de frailes en 1834 y como serían mañana feroces sarracenos si viniera por rey absoluto el moro Muza.»

Y tras narrar los fusilamientos del Conde de España: «He preguntado a varios realistas catalanes y barceloneses acerca de sus impresiones en aquel tiempo, y me han asegurado que no tuvieron terror ninguno en 1827 y 28, pero que lo tuvieron muy grande en 1834 y 35, cuando los liberales fusilaban a los realistas por represalias. Ya me figuraba yo esto mismo antes de que me lo dijeran, y no se necesitarán grandes esfuerzos para probar a los lectores, que cuando los vencedores políticos fusilaban a sus enemigos, los correligionarios de los fusilados se asustan mucho y creen que todo el mundo está asustado, y viste luto, siendo así que los amigos de los fusiladores hallan aquellos suplicios la cosa más natural del mundo.»

Lo que De la Fuente todavía ignora al publicar esta obra en 1870-71, es que poco después se va iniciar una exitosa nueva etapa en la historia de España, la de la primera restauración borbónica, en la que se alcanzará un entendimiento estable que permita la alternancia política pacífica y civilizada… aunque también corrupta. Durará medio siglo, y tras la repetida crítica a lo que es percibido como marasmo, se volverá inopinadamente al espasmo (en expresiones de Julián Marías) de la lucha cainita, que se plasmará en intolerancia, enfrentamiento, dictaduras, persecución, guerra civil: el intento de imponer una solución única y definitiva.

De Vicente de la Fuente hemos comunicado en Clásicos de Historia con anterioridad, los dos tomos que aportó a la magna España Sagrada (1865-66), y sus juveniles contribuciones (cuando todavía era un estudiante de leyes recién llegado a Madrid) a Los españoles pintados por sí mismos (1843-44).

Ilustración de Carlos Tauler

lunes, 18 de octubre de 2021

Francesco Guicciardini, Historia de Italia donde se describen todas las cosas sucedidas desde el año de 1494 hasta el de 1532

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Como dijo en su día Harry Lime, en parte sin mucho acierto, «en Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco.» Y es por esta época por la que nos va a guiar magistralmente el princeps de los historiadores renacentistas, Francesco Guicciardini (1483-1540). Luis Suárez, en sus Grandes interpretaciones de la historia, califica así esta obra: «Pura obra de arte, con el recurso a la descripción minuciosa de batallas, o a los discursos, es apenas la exaltación de los grandes hombres del Renacimiento, el recuerdo analístico de los sucesos y la amarga confesión de la crisis política de Italia.» Autor y actor de los acontecimientos, resultará interesante confrontar su extensa obra con otras coetáneas ya editadas en Clásicos de Historia: El Diálogo de las cosas acaecidas en Roma de Alfonso de Valdés, la Historia de la guerra de Lombardía de Juan de Oznaya, la Relación de lo sucedido en la prisión del rey de Francia de Gonzalo Fernández de Oviedo, y, por supuesto, las Memorias de Carlos V.

A continuación extraemos del utilísimo Diccionario Histórico de la Traducción en España (Madrid 2009) lo más destacado del artículo de la profesora Montserrat Casas sobre nuestro autor: «Historiador, tratadista y político italiano, perteneciente a una de las familias aristocráticas más prestigiosas de Florencia. Estudió jurisprudencia y se ocupó de los intereses de grandes familias de la ciudad. En plena juventud escribió las Storie fiorentine (1509), su primera obra histórica. Fue luego embajador de Florencia en la corte de Fernando el Católico. Resultado de esta experiencia fue la descripción del itinerario seguido en Diario del viaggio in Spagna (1512). También escribió el célebre Discorso di Logroño: Del modo di ordinare il governo popolare (1512), donde se plantea la cuestión de la reforma del gobierno florentino y la Relazione di Spagna (1513) que comprende una descripción global del país y la personalidad del rey Católico. Mientras estaba en España, cayó la república de Florencia y los Medici retomaron el poder. La figura política de Guicciardini se reforzó notablemente y fue nombrado gobernador de los Estados de la Iglesia por León X.

»Cuando se agudizó el conflicto franco-imperial con Clemente VII, organizó y dirigió el ejército pontificio y todavía tuvo tiempo para escribir el Dialogo del reggimento di Firenze (1526), la más importante de sus obras políticas (...) A este período corresponde la última redacción de los Ricordi (1530), obra fundamental para comprender la evolución de su pensamiento y por la cual Guicciardini puede ser considerado como el fundador del aforismo, género literario que gozará de gran éxito en Europa; publicada póstuma en París (1576) por I. Corbinelli con el título: Consigli e avvertimenti in materia di repubblica e di privato (...) Fue uno de los principales promotores de la Liga de Cognac contra el emperador (1526), pero no consiguió evitar el saco de Roma, por lo que fue relevado de su cargo. Contraponiéndose a Machiavelli, escribió las Considerazioni sui Discorsi (1529), y Del modo di riformare lo stato dopo la caduta della repubblica (1531), donde analiza las causas de la crisis florentina. Ocupó sus últimos años en escribir la Storia d’Italia, que no se publicó íntegramente hasta 1567. Su éxito fue tal que al poco tiempo aparecieron ediciones y traducciones en toda Europa, y se convirtió en modelo a seguir para las historias nacionales de las monarquías europeas.

»En España, la recepción de La historia de Italia fue inmediata y, como en el resto de Europa, despertó gran interés, pero tuvo que hacer frente a los recelos de la Inquisición, que prohibió los últimos cuatro libros, de forma que la versión castellana completa no llegó a publicarse hasta el siglo XIX. De las versiones reducidas, la primera apareció en Baeza, en 1581, realizada por Antonio Flores de Benavides, un experto en la materia que ya había traducido con anterioridad a otros autores italianos; pero de esta traducción sólo pudo salir de la imprenta la primera parte (siete libros). Entre 1610 y 1628 el prestigioso historiador eclesiástico Luis de Bavia, capellán de la Capilla Real de Granada, realizó una nueva traducción que quedó inédita, y únicamente se sabe de su existencia por Nicolás Antonio, quien afirma que constaba en la biblioteca del conde-duque de Olivares.

»Poco después Felipe IV tradujo La historia de Italia junto con la biografía del autor, escrita por Remigio Fiorentino. Se trata de la primera versión completa, de la que se conservan cuatro redacciones manuscritas en la Biblioteca Nacional de España, una de ellas autógrafa y otra, copia caligráfica aparentemente preparada para la imprenta, con prólogo del traductor, que no declara el propio nombre. La fecha de redacción de la traducción debería fijarse entre 1633 (según declaración del propio autor en el epílogo) y 1640, inicio de la guerra de Cataluña; en cualquier caso, la época más serena de su reinado. Sin embargo, esta magna obra quedó inédita hasta el siglo XIX, cuando Antonio Cánovas del Castillo impulsó su edición* para rehabilitar la imagen del monarca (M., Viuda de Hernando y C.ª, 1889-1890); en ella no se declara si fueron cotejados todos los manuscritos, o si se utilizó ―cosa probable― únicamente la copia caligráfica.

»Pocos años después de la versión de Felipe IV se publicó una traducción compendiada por Otón Edilo Nato de Betisana, nombre encubierto de Antonio Sebastián de Toledo, segundo Marqués de Mancera; (M., Imprenta de Antonio Román, 1683) se trata de una síntesis de los primeros diez libros en un solo volumen, tomando como modelo alguna de las compilaciones existentes en italiano. El traductor no repara en alterar alguna que otra vez el sentido de los pasajes, ajustándolos al resultado de los hechos históricos o al punto de vista español. Se trata, por tanto, de una traducción libre y demuestra las muchas dificultades políticas y religiosas existentes en España en el periodo final de la Monarquía de los Austrias que dificultaron la recepción y la divulgación completa de La historia de Italia. En la Biblioteca Nacional de España se conserva también otra versión manuscrita e inédita de la Historia de Italia, traducida por Gonzalo José Hurtado, natural de Toledo, realizada entre los años 1691 y 1697.»

* Es la que reproducimos nosotros.

Éloi Firmin Féron: Entrada de Carlos VIII en Nápoles (1837)

lunes, 11 de octubre de 2021

Anti-Miñano. Folletos contra las Cartas del Pobrecito Holgazán y su autor

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Escribía hace unos años Claude Morange: «Miñano fue uno de los primeros en lanzarse a la batalla periodística en 1820. El éxito de la empresa suscitó un sinnúmero de imitaciones y de ataques, que ocuparon el campo abierto por la ley de la libertad de la imprenta. La Colmena señala el hecho en su número de 11 de mayo: “Han empezado a salir papeles y folletos, en que ya por activa, ya por pasiva, se hace figurar la holgazanería, encontrando sus autores, en esta palabra mágica, la piedra filosofal.” Más tarde, Miñano lo recuerda, con ironía y orgullo, en el fingido diálogo entre el Holgazán y el Censor: “Censor: ...pero como he visto tantas impugnaciones… Holgazán: Sí, señor, muchas han sido; pero creo que han sido muchas más las imitaciones, y no por esto han prosperado más éstas que aquéllas. Impugna todo el que quiere, y sólo imita el que puede...”»

Esta semana comunicamos varios de aquellos panfletos críticos o condenatorios, que agitaron la opinión pública, creciente y militante, del Trienio Liberal: El Lechuzo descubierto en el pobrecito holgazán, El holgazán disputador a Fr. Sardanápalo Cordillas, Testamento, enfermedad y muerte del pobrecito holgazán. Y junto a ellos destacamos especialmente dos: la Carta de un soldado español que nunca perdió los derechos de ciudadano, al autor de los lamentos políticos del pobrecito holgazán, que, según Morange, «salió entre la quinta y la sexta del Lamentador, ya que éste lo cita en la sexta. Lo cita también La Colmena de 11 de mayo. El título basta para entender que se trata de un folleto anti-afrancesado.»

Peor intención tuvo, ya en 1821, la publicación de la Vida, virtudes y milagros del pobrecito holgazán, por otro título el autor de las Semblanzas; o séase Mr. el abate Miñano. Ya en el título se atribuye a Miñano la autoría de la obra Condiciones y semblanzas de los Diputados a Cortes para la legislatura de 1820 y 1821, a pesar de que él lo negó reiteradas veces. Volveremos a ella próximamente. Para Morange «es un furioso ataque personal contra el autor del Pobrecito Holgazán, en forma de biografía comentada. Tan cierto es esto que Miñano denunció el folleto “por injurioso y calumnioso”. Pero los jurados, de tendencia liberal, pronunciaron un “no ha lugar a la formación de causa”.» Incluimos dos artículos publicados por Miñano condenando la obra y el proceso.

En cualquier caso, todas estas producciones, de intención puntual y validez efímera, nos ilustran perfectamente el carácter de la lucha política en el renaciente Nuevo Régimen. A los serviles o absolutistas, mantenidos al margen de las Cortes, las instituciones y la opinión pública, se les convierte en espantajo ya derribado y vencido, en la práctica se les ignora, y desaparecen del debate político. Entre los liberales es patente desde el inicio de la revolución, el enfrentamiento entre antiguos patriotas y antiguos afrancesados, entre moderados y exaltados, entre masones y comuneros...

Goya, Duelo a garrotazos (1820-1823)

lunes, 4 de octubre de 2021

Sebastián de Miñano, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena

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Uno de los primeros que aprovechó el restablecimiento de la Constitución en marzo de 1820 fue nuestro conocido Sebastián de Miñano (1779-1845), artífice del gran éxito editorial que constituyeron las diez cartas que comunicamos esta semana. Si redactó la primera con la intención de publicarla en La Miscelánea, del también afrancesado Javier de Burgos, convinieron ambos en convertirla en folleto independiente, darle continuidad, e imprimir semanalmente una nueva Carta, entre finales de marzo y principios de junio. Su difusión fue sorprendente: múltiples reimpresiones en Madrid, en provincias y también en América. Nuestro también conocido Eugenio de Ochoa (tradujo la Historia de Inglaterra de Hume, escribió varios tipos de Los españoles pintados por sí mismos), que pasa por ser hijo natural de Miñano, propuso que «puede calcularse, sin exageración, que la tirada hecha de cada una de aquellas cartas pasó de 60.000 ejemplares. Esto, que hoy sería enorme, era entonces enormísimo, monstruoso...» El hispanista francés Claude Morange (recientemente fallecido), de quien tomamos la cita, relaciona referencias a Los lamentos en la prensa del Trienio, y lo que es más relevante, el gran número de folletos de imitación o de impugnación que comenzaron a imprimirse en paralelo a aquellos, y de los que enumera veinticinco.

El éxito de Miñano radica en su planteamiento satírico: da la palabra a unos servilones extremados, ridículos, ignorantes, caricaturescos, y sobre todo defensores estrictos del Antiguo Régimen (ya utiliza esta expresión), naturalmente por puro egoísmo propio. La correspondencia entre el Lamentador (antiguo familiar de la Inquisición) y el abogado Servando Mazculla (en la primera carta, Mazorra) acumula con talante jocoso absurdas justificaciones ―en realidad condenas― de instituciones, personajes, doctrinas y valores tradicionales: desde los diezmos y los gremios, a los estamentos privilegiados. Ahora bien, si algo domina en esta obra del canónigo secularizado que es Miñano, es su anticlericalismo acérrimo: frailes (sobre todo) y clérigos, prelados y priores, son considerados los auténticos impedimentos del progreso en España. Naturalmente, falta cualquier esfuerzo de crítica razonada. El autor crea unos despreciables monigotes, indefendibles, a los que asimila todo aquello que quiere condenar. La táctica ha tenido gran predicamento, y está plenamente vigente.

Con su escrito, Miñano busca incorporar al liberalismo triunfante el abundante grupo de los afrancesados (como él mismo), y al mismo tiempo, criticar a los neoliberales conversos que se apresuran a adaptarse a la nueva realidad revolucionaria. Pero el rechazo a los famosos traidores se mantuvo entre amplio sectores de liberales puros, y la reacción de aquellos que se consideraron aludidos injuriosamente en las Cartas, hizo que se multiplicaran los ataques ―tan furibundos como el original― contra nuestro autor. Naturalmente, con argumentos ad hominem similares, falaces pero facilitados por la asendereada vida de Miñano. Por ello, éste se siente obligado en ocasiones a abandonar las voces postizas de sus personajes (por ejemplo, en la carta sexta), para defenderse de estos cargos. Pero será en la última Carta, a punto de abandonar el tono jocoso que ha llegado a cansarle, cuando percibiremos un algo distinto, una cierta decepción, en el siguiente párrafo, que podemos considerar plenamente vigente en la actualidad:

«En este mundo caduco las cosas no tienen más fondo que el nombre que se las quiere dar, y así aunque Vmd. oiga decir que la libertad arriba y la libertad abajo, no ha de entender Vmd. eso tan materialmente como suena porque se llevará chasco. Ahora hay libertad completa para decir mal de todo lo que acabó hace tres meses, pero Dios le libre al más pintado de meterse a murmurar de lo presente, porque eso ya no sería libertad sino licencia. Puede quitarse el pellejo a cuantos hayan mandado sin distinción de personas, pero cuidado amiguito con deslizarse a echar pullas contra los que todavía conserven poder o influjo, porque dirán que se abusa y que ahora no viene al caso publicar ciertas verdades, ni desacreditar lo que se haga aunque sea un disparate notorio. En esto de libertades cada cual tiene la suya y su modo de entenderla; mas lo que no admite duda es que ahora, entonces y siempre hay libertad absoluta para prodigar elogios a los que dan los empleos, con que sirva de gobierno y pasemos a otra cosa.»