lunes, 27 de febrero de 2023

G. Lenotre, Historias íntimas de la revolución francesa

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Escribe el autor (cuyo verdadero nombre es Théodore Gosselin, 1855-1935): «Los novelistas pueden darse por muy dichosos, pues con sólo contemplar la vida o dar rienda suelta a su imaginación, componen trescientas páginas que premian las Academias e imprimen los editores, en número de cien mil ejemplares. Comparad esta envidiable suerte con la de un pobre historiador que, antes de escribir una sola línea, tiene que pasarse meses y años hojeando legajos de archivos y leyendo documentos soporíferos y a menudo indescifrables. Cuando, a fuerza de sudores, decepciones, terquedades e indiscreciones, logra al fin poner en claro el relato de un acontecimiento de tiempos pasados, se da cuenta —demasiado tarde— de que esa crónica, articulada al precio de tantos sinsabores, sólo le interesa a él, y con él a algunos pedantes hostiles, que se abalanzarán sobre el libro con afán de revisarlo, expurgarlo, corregirlo y disecarlo, para proclamar al fin, con pruebas en la mano, que se trata de una obra mentirosa, merecedora del desprecio de las personas honradas.»

Pues bien, con esta excusatio non petita, nos propone su remedio: dar a la historia el interés y el estilo formal de la novela. Y es que debemos reconocer el carácter literario de ésta y tantas otras obras históricas suyas, centradas principalmente en la revolución francesa. Y su considerable éxito ―siguen reeditándose con frecuencia― justifica el gran esfuerzo divulgador que realizó en su abundante producción. Es realmente un historiador: utiliza fuentes primarias, rebusca, relee, está al tanto del estado de la cuestión… Pero se centra preferentemente en lo anecdótico, en aspectos o sucesos menudos que, sin embargo, dan color y avivan el interés para la comprensión del personaje, en muchos casos de segunda fila. Es lo que en ocasiones se denomina pequeña historia, en realidad una parte de la prosopografía. En su día comunicamos parte de un libro ejemplar en este sentido, a cargo de los Benassar.

G. Lenotre nos presenta en los treinta y siete capítulos de esta obra una nutrida galería de personajes, destacados o no, pero que nos ayudan a acercarnos a la época. Conoceremos al barón de Frénilly, que conoció, siendo niño, a Voltaire; a Mauchossé, síndico perpetuo (y único habitante) de un pequeño pueblo cerca de París; al auténtico doctor Guillotin, que no fue el inventor de la guillotina (se atribuye a Víctor Hugo: «Hay personas sin suerte. Colón no pudo asociar su nombre a su descubrimiento, y Guillotin no pudo retirar el suyo); a Desmurs, que fue sucesivamente novicio, soldado, fraile y miliciano revolucionario; a Paillet, atareado diputado de la Asamblea legislativa; a Goy, un superviviente de una de las matanzas del Terror; a Chaumette y su breve carrera revolucionaria; a la mujer de Marat; a un prisionero de los vendeanos, y a un vendeano sin importancia que sin embargo fue mitificado durante un tiempo...

Robespierre guillotina al verdugo. Grabado francés del siglo XVIII.

lunes, 20 de febrero de 2023

Pierre Gaxotte, La España de los años treinta. Artículos de «Je suis partout»

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Vamos esta semana con el periodismo político. En 1917 un joven Pierre Gaxotte (1895-1982) se incorpora a Action française, el movimiento de la derecha tradicionalista, nacionalista y monárquica, que naturalmente deriva en radical, autoritaria y antisemita. Será uno de los secretarios de Charles Maurras, su líder indiscutido. En los siguientes años, y en paralelo a su carrera académica como historiador (con obras tan destacadas y polémicas como La revolución francesa (1928), desarrolla una considerable actividad política en diferentes periódicos, especialmente en Candide y más tarde en su vástago, el semanario Je suis partout, centrado en la información internacional. En ambos desempeña cargos de responsabilidad: director, redactor jefe, editorialista. Tanto él como los restantes colaboradores critican duramente a los políticos e instituciones de la tercera república, pero reservan el grueso de sus condenas al comunismo soviético. ¿Y el fascismo italiano? Las opiniones son más ponderadas y variadas: desde los que sienten más atraídos por sus programas y acciones, hasta los que, como el propio Maurras, «subrayaba en ocasiones las diferencias entre la Action Française y el fascismo italiano, criticaba el radicalismo y la demagogia de éste, la importancia que confería a la política moderna de masas en vez de dársela a las élites, el carácter dudoso de su monarquismo, su falta de consistencia doctrinal y su uso indisciplinado de la violencia.» (Stanley G. Payne)

Sin embargo, ante el establecimiento de la segunda república en España, el posicionamiento de Gaxotte y de la revista fue claro: se ha entrado en un plano inclinado que conduce a políticas cada vez más extremistas, a un desorden progresivo, a una violencia desatada y a la amenaza revolucionaria. La insurrección de 1936 se verá como el cumplimiento de las predicciones, y como la sana reacción del pueblo español ante el ominoso frente popular. Además ―la visión del semanario está lógicamente centrada en Francia― la revolución marxista y anarquista que se implantaba en España, amenaza también a Francia, gobernada por su propio frente popular. Naturalmente el tono combativo, dogmático y maniqueo aumenta muchos grados: la información y los datos, la interpretación y la opinión, se han convertido en meros vehículos de propaganda. Se utilizan todas las armas al alcance para poner de relieve los errores y fracasos del contrario, para difamar, ridiculizarlo y anonadar al enemigo.

Pero Pierre Gaxote, a pesar de defender y exigir el reconocimiento de Franco por parte de Francia, ha comenzado su personal distanciamiento de la fascistización progresiva del nacionalismo autoritario francés. Es sobre todo la preocupación ante la amenaza que supone la Alemania nazi, la que le lleva a dar este paso. Así, en marzo 1939 escribe en La Nation Belge: «Entre el bolchevismo y el hitlerismo hay muchas menos diferencias que entre el bolchevismo y la monarquía inglesa. La revolución alemana tuvo lugar en un país que estaba varios siglos por delante de la Rusia de los zares. La experiencia de la socialización tiene lugar a un nivel superior, en un pueblo entrenado desde hace mucho tiempo en una disciplina exacta y que lleva la burocracia en la sangre. No es una socialización menor. Hitler es tan antiburgués y anticapitalista como Stalin.»

El pacto germano-soviético inmediato le reafirmará en su postura, y publicará, ya en 1940, en vísperas de la derrota, Francia frente a Alemania (que más tarde será prohibido por los alemanes). Desde entonces se desvinculará de la política activa, y posteriormente rechazará colaborar con los ocupantes y con el régimen de Vichy. Deberá evitar a la Gestapo y buscar un refugio donde pasar desapercibido, lo que tras la guerra le permitirá evitar el destino de muchos de sus compañeros políticos y periodistas, sometidos a la durísima depuración, primero a cargo de la Resistencia, y luego de las instituciones de la República. En cambio Gaxotte reanudará su carrera académica como historiador, colaborará habitualmente en Le Figaro desde posturas conservadoras, y será elegido como miembro de la Academia Francesa en 1953.

Je suis partout, 23 de abril de 1932

lunes, 13 de febrero de 2023

Lucio Marineo Sículo, Crónica de Aragón

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José Ramón Rivera Martín, en su tesis sobre nuestro autor, nos lo presenta así: «Lucio Marineo Sículo es la transcripción latina de Lucas di Marinis, su verdadero nombre. Poeta, escritor de cartas, filósofo, orador y por encima de todo historiador, Marineo fue un destacado representante dentro del movimiento humanista en España. Nació en torno a 1444 en Vizzini, (Catania)…  y murió en Valladolid en 1536.» Tras varios años dedicado a la enseñanza de la gramática latina en Palermo, en 1484 «llegó a España acompañando al almirante Fadrique Enríquez y a su esposa Ana Cabrera, condesa de Módica. En Salamanca visitó a don Fernando Enríquez, hermano del Almirante, quien lo presentó al Claustro de la Universidad y tales elogios hizo de él que inmediatamente le ofrecieron las cátedras de Poesía y Oratoria, aceptándolas Marineo de inmediato. Allí fue profesor desde 1486 a 1497 (…) Alfonso Segura, su discípulo predilecto, dirá que con las enseñanzas de Marineo no sólo fue eliminada la barbarie, sino que fue extirpada y arrancada de raíz para que no resurgiese de nuevo.

»Al igual que habían hecho los reyes de Inglaterra, Francia, Polonia y Hungría, llamando a sus cortes a humanistas italianos para redactar en buen latín la crónica de sus reinados, también los reyes de España acogieron con benevolencia a alguno de ellos, deseando que la historia de España se conociese en el extranjero. En 1497 los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, llamaron a la corte a Marineo, siendo nombrado Capellán Real e Historiador Oficial. Desde su nuevo cargo seguía impartiendo clases de latín a los cantores y demás miembros de la capilla y también a algunos nobles, y no por ello descuidó en ningún momento su producción literaria. En España se instaló con carácter definitivo asimilando profundamente nuestra cultura y sólo regresó a Italia en 1506, acompañando al rey Fernando en un viaje a Nápoles. Su actividad literaria perduró al menos hasta 1530, año en que publicó su De rebus Hispaniæ memorabilibus en veinticinco libros, obra que dedicó al nuevo monarca Carlos V y que justificaba su empleo de cronista.»

Por su parte, Sergio García Sierra en un interesante artículo, compara el original latino de 1509 De primis Aragoniæ regibus, y sus traducciones al castellano en 1524 con el título de Crónica d’Aragón por Juan de Molina, y al italiano en 1590 con el de La Croniche d’Aragona por Federico Rocca. Reproducimos algunos párrafos: «En una carta del 5 de abril de 1509, Lucio Marineo Sículo afirma que, siguiendo órdenes del rey Fernando, se había trasladado a Zaragoza en julio del año anterior para terminar la biografía de Juan II que el monarca le había encargado años atrás y para traducir del castellano al latín ciertos escritos sobre la genealogía de los primeros reyes de Aragón que se conservaban en una biblioteca de dicha ciudad. El fructífero resultado de su estancia en la capital del Ebro será la Vita Ioannis II y la crónica De primis Aragoniae regibus. De la primera obra sabemos por otra carta que fue concluida antes del 24 de noviembre de 1508 y que tras su lectura recibió el beneplácito del arzobispo Alfonso de Aragón (...)

»Fue seguramente el arzobispo Alfonso quien instó a su padre, el rey Fernando, para que Marineo fuera a Zaragoza a trabajar sobre la genealogía de los reyes aragoneses de común acuerdo con los diputados de Aragón, auténticos promotores materiales del proyecto. La crónica del siciliano se insertaba así en la serie de obras impresas, por lo general de carácter histórico y jurídico, que la Diputación del Reino editó durante los siglos XV y XVI con fines utilitarios basados fundamentalmente en la propaganda política de las instituciones aragonesas (…) Sin embargo parece que los servicios del humanista fueron en realidad requeridos para reelaborar ciertos manuscritos en latín y no, como dice él en la primera carta mencionada, para traducir del castellano a la lengua del Lacio. Así lo confirmarían los documentos conservados en el Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, que recogen las disposiciones concertadas por los diputados del reino, no para que Marineo traduzca, sino para que reconozca, corrija, complete y ponga en buen estilo y forma el árbol e descendencias, siquiere genealogía, de los reyes de Aragón que fizo Antich de Vages

No se conserva ninguna copia del árbol genealógico trazado por el destacado jurista aragonés, aunque sabemos que se presentó en pergamino y en papel. Pero su influjo ―añadimos por nuestra parte― se observa posiblemente en la propia estructura de la obra y, en lo formal, en la espléndida serie de grabados en madera con las efigies imaginarias de los reyes de Aragón y condes de Barcelona, así como escudos de armas y monedas. Estas ilustraciones recorren toda la obra, y poseen un gran protagonismo tanto en la edición príncipe obra del taller zaragozano de Jorge Coci, en latín, como en la edición castellana de Joan Jofré.

Marineo debió quedar satisfecho con la traducción al castellano de Juan de Molina, ya que la reproduce tal cual (sin citarlo) en su última gran obra, De las cosas memorables de España (Alcalá de Henares 1530), publicada al mismo tiempo en latín y en castellano. Reedita en ella numerosas obras anteriores, a las que agrega otras inéditas hasta entonces. Incluye De laudibilis Hispaniae, auténtica geografía antigua y moderna de España (libros I al IV), De los santos y mártires de España (libro V), De los primeros pobladores de España (libro VI), De la venida de los moros, en realidad una historia de los reyes de Asturias, León, Castilla y Portugal (libro VII), nuestra conocida De primis Aragoniæ regibus (libros VIII al XI), la Vida de Juan II (libros XII al XVIII), la de Fernando el Católico (libros XIX al XXI), y De los claros varones de España (libro XXII al XXV).

lunes, 6 de febrero de 2023

Gonzalo de Céspedes, Excelencias de España y sus ciudades

Velázquez, Retrato de un hombre

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El patriotismo, querencia por la tierra de los padres, sus habitantes, su idioma, sus costumbres, su historia… es una constante que se observa en todo tiempo y lugar. Da lugar a una preferencia por lo propio, una elección voluntaria que con frecuencia no es reflexiva ni meditada sino intuitiva. No tiene por qué impedir el gusto, la atracción, la admiración, la imitación de aspectos de los otros, y esa conectividad osmótica es otra constante de la cultura humana. Sin embargo, al considerar lo propio como lo normal evidente, ha producido con frecuencia fenómenos de rechazo, desprecio u odio de lo extraño, lo forano, lo bárbaro, considerado ridículo, ofensivo e incluso amenazador, por su misma existencia. Es el amplio campo que va del chauvinismo más necio a la peligrosa xenofobia.

Ahora bien, la afirmación de los estados modernos, que perseguían en diferentes grados una mayor homogeneidad interna; la Ilustración, que los concibe sobre los individuos como absolutos en sí; las revoluciones que consagran el concepto de progreso y proponen de forma voluntarista una meta ideal a alcanzar en un futuro indeterminado; los cambios económicos, el romanticismo… Todo ello acabará dando lugar al nacionalismo moderno, auténtica exacerbación del patriotismo tradicional, que será dominante en los siglos XIX y XX.

Pero podemos advertir la existencia de un protonacionalismo en los siglos anteriores, que se ve reforzado con la atracción humanista por los tiempos antiguos, reverenciados e idealizados a partes iguales. La identidad patria, con las características y virtudes con los que se identifican en el presente, se retrotraen a la época romana y a las míticas anteriores. Resulta paradigmático el caso español. Su conversión en primera potencia con el descubrimiento y conquista de América, con los recursos materiales y humanos de que dispone, con sus éxitos militares pero también culturales, van a potenciar el patriotismo hispano sin romper con los patriotismos regionales o locales, con un orgullo tal que con frecuencia será percibido como deplorable soberbia por los extraños. Este protonacionalismo gozará de una considerable difusión, rebasará los círculos de las élites políticas y culturales, e impregnará toda la sociedad.

Presentamos esta semana un ejemplo de ello. Gonzalo de Céspedes (1585-1638), un escritor de ajetreada vida (lances, prisiones y destierros), que alterna la producción de obras amenas en busca de públicos amplios, con otras más selectas de carácter histórico y político, publica en 1623 una colección de seis relatos novelescos, con formularia pretensión de ser hechos verdaderos, cada uno de los cuales transcurre en una distinta ciudad. Y como estamos en un momento de grandes éxitos militares de la monarquía, aquellos que precisamente en la siguiente década se plasmarán en los espléndidos cuadros de batallas del Salón de Reinos, en el nuevo palacio del Buen Retiro, quizá sea esta circunstancia la que le induce a envolver y presentar con lo que podemos considerar propaganda patriótica su obra, titulada Historias peregrinas y ejemplares con el origen, fundamentos y excelencias de España, y ciudades a donde sucedieron.

En 1906, al reeditarla, lo explicaba así Emilio Cotarelo: «Como entonces absorbían la atención de Céspedes estudios de carácter histórico, hizo preceder la narración de cada aventura de un rápido bosquejo acerca del origen, condición y ventajas de cada una de las ciudades en que habían ocurrido (Zaragoza, Sevilla, Córdoba, Toledo, Lisboa y Madrid), y algunos capítulos al comienzo de toda la obra sobre la grandeza y excelencias de España. Tanto en esta última como en las demás reseñas históricas, la crítica de Céspedes deja bastante que desear; pues no sólo defiende las patrañas del Viterbiense, sino las otras y más antiguas leyendas contenidas en nuestras primitivas crónicas y antiguas historias de pueblos. No debemos, sin embargo, condenar con demasiado rigor la credulidad del autor madrileño, pues con no mejor criterio se escribía entonces la historia en el resto de Europa. En cambio ¡con qué vigorosa y concisa expresión enumera, al llegará su tiempo, las grandezas nunca vistas que atesoraba su patria! Céspedes conoce bien todos los dominios españoles y su verdadera importancia. En él hallamos ya el pensamiento, después tan famoso y repetido, aunque en otra forma: El dominio de España está tan dilatado y extendido que, de Oriente a Poniente, dando el sol vuelta al círculo del orbe, siempre va caminando por tierras y provincias que le son tributarias.»

Incluimos en la entrega de esta semana exclusivamente esas pocas páginas introductorias de la obra y de cada novela. Naturalmente son esbozos apresurados, en los que parece haber trabajado con un interés declinante conforme avanzaba en su confección. Pero resultan interesantes por mostrar esa concepción, esa visión del propio país que se propagaba en la sociedad española de su tiempo, hasta hacerse dominante y general. Una última observación. No debe sorprender la mayor extensión y prolijidad con la que se ocupa de la ciudad de Zaragoza, a la que asimismo dedica el libro. El motivo parece ser su residencia allí (al haber sido desterrado de Madrid)… y algo tan actual como la subvención de trescientas libras jaquesas que obtiene de sus autoridades para su publicación.

Juan Bautista Martínez del Mazo, Vista de Zaragoza, 1647