viernes, 29 de mayo de 2020

Francisco López de Gómara, Crónica de los Barbarrojas


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En su amena, divulgadora, traducida y reeditada obra de 1932 Historia de la piratería, Philip Gosse (1879-1959) narra así, cinematográficamente, la aparición estelar del primero de los protagonistas de la obra que comunicamos esta semana: «El Papa Julio II había enviado dos de sus más grandes galeras de guerra, poderosamente armadas, con la misión de escoltar un envío de valiosas mercancías de Génova a Civitavecchia. El buque que iba a la cabeza navegando varias millas delante y fuera de vista del otro, costeaba la isla de Elba cuando de pronto vio aparecer una galeota. No teniendo motivo para sospechas, prosiguió su ruta con toda tranquilidad. El capitán, Paolo Víctor, en efecto, no tenía por qué temer la presencia de piratas en aquellos parajes; los corsarios berberiscos no habían visitado el Mar Tirreno desde hacía muchos años, y de cualquier modo no solían atacar sino barcos pequeños. Pero bruscamente, la galeota abordó, y el italiano vio que su puente hormigueaba de turbantes. Sin que se oyese un grito y aun antes que la galera tuviese tiempo para defenderse, una lluvia de flechas y otros proyectiles se abatió sobre el puente obstruido de mercancías, y algunos instantes más tarde los moros se lanzaban al abordaje, conducidos por un jefe rechoncho, distinguido por una barba de un rojo llameante. En un abrir y cerrar de ojos, la galera estaba capturada, y los sobrevivientes de la tripulación se veían empujados como ganado al fondo de la bodega.

»Entonces, el capitán de las barbas rojas puso en ejecución la segunda parte de su programa, que consistía nada menos que en la captura de la otra galera papal. Algunos de sus oficiales opusieron objeciones a esta tentativa considerándola demasiado arriesgada, dadas las circunstancias: la tarea de guardar la presa tomada parecía suficiente, sin que hubiera necesidad de complicarla con otra más. Con ademán imperioso, el jefe les impuso silencio; ya tenía combinado un plan para valerse de su primera victoria como medio de ganar una segunda. Hizo desnudarse a los prisioneros y disfrazó con sus ropas a sus propios hombres, los cuales colocó en puestos muy visibles de la galera; después tomó la galeota al remolque, haciendo creer a los marinos del otro buque papal que sus compañeros habían hecho una presa. El simple ardid tuvo pleno éxito. Los dos barcos se aproximaron uno a otro; la tripulación del segundo se precipitó al abordo para ver lo que había sucedido. Otra granizada de flechas y piedras; otro destacamento de abordaje, y al cabo de algunos minutos, los marinos cristianos se hallaban encadenados a sus propios remos, reemplazando a los esclavos puestos en libertad. Dos horas después de ese original encuentro, la galeota y sus víctimas se dirigían a Túnez.

»Aquello fue la primera aparición de Arudj, el mayor de los dos hermanos Barbarroja, en un escenario, cuyos actores más distinguidos habían de ser él y su familia durante una larga generación. Arudj era hijo de un alfarero griego de religión cristiana, que se había establecido en Mitilene después de la conquista de esta isla por los turcos. Adolescente, se había hecho musulmán por voluntad propia, alistándose a bordo de un barco pirata turco y obteniendo pronto un mando en el Mar Egeo. No era de alta estatura, pero bien formado y robusto. Tenía los cabellos y la barba de un rojo chillón, los ojos vivos y brillantes, una nariz aquilina o romana, y una tez entre morena y blanca.»

En 1853 Pascual de Gayangos editó la obra hasta entonces manuscrita de un viejo conocido nuestro, que presenta así: «La historia que ahora se imprime de los dos célebres corsarios Orúch y Jayre-d-din, llamados vulgarmente los Barbarrojas, es obra de Francisco López de Gómara, clérigo natural de Sevilla, autor de una historia de las Indias de que se han hecho ya varias ediciones, como también de una crónica del Emperador Carlos V, que no ha visto aun la luz pública. Hállase en la Biblioteca Nacional en un tomo en 4.° menor de 54 hojas, señalado con la letra R. 179, y escrito a mediados del siglo XVI. Otra copia más moderna, aunque fiel, se conserva entre los manuscritos de esta Real Academia, de la cual nos hemos servido para esta impresión, cotejándola con la más antigua, siempre que ha parecido conveniente. Tachan algunos a Gómara de sobradamente crédulo, amigo de lo maravilloso y más aficionado a consultar la tradición que a beber en las fuentes puras de la historia; pero sobre ser este un defecto común a casi todos los escritores de su época, la acusación no alcanza al siguiente opúsculo, el cual nada contiene que no esté en armonía con las historias más autorizadas (…) De todos modos, la obra de Gómara se escribió pocos años después de la malhadada expedición de Argel, cuando más pujante se hallaba Jayre-d-din, el menor de los Barbarrojas, y bajo la impresión del terror y espanto causado por sus continuas piraterías. Es, pues, un fiel retrato de los sentimientos y odios de aquella memorable época, y como tal un documento importante que no hemos dudado publicar, ilustrándole con un apéndice de cartas y otros papeles originales referentes a los sucesos que allí se tratan.»


Jeireddín Barbarroja, grabado de Agostino Veneziano (1535)

viernes, 22 de mayo de 2020

Cartas de particulares sobre la rebelión de Cataluña (1640-1648)

Pascual de Gayangos

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Hemos comunicado en las últimas semanas algunas de las principales obras de combate a que dio lugar la rebelión catalana de 1640: la Proclamación católica y el Epítome de Gaspar Sala, del lado «catalán-francés», y el Aristarco de Rioja y La rebelión de Barcelona de Quevedo, del lado hispánico. La semana pasada añadimos un ejemplo de «catalán-hispánico», la Cataluña desengañada de Ros. En realidad, la cosecha propagandística fue exuberante, como en todo conflicto que se enquista y eterniza, y podríamos proseguir con la Súplica de la... ciudad de Tortosa de La Parra, Noticia universal de Cataluña de Francisco Martí y Viladamor, Presagios fatales de Dalmau, Lágrimas catalanas de Gaspar Sala, Idea del Principado de Cataluña de Pellicer, Locuras de Europa de Saavedra Fajardo, y además un sinfín de escritos breves y hojas volanderas a las que contribuyeron los anteriores y otros autores anónimos o reconocidos, pero siempre con similares objetivos políticos, en uno y otro bando.

¿Y qué efectividad tuvo ese enorme esfuerzo publicístico? Hoy proponemos una mirada diferente, y nos volvemos hacia los receptores de toda esa balumba de papel impreso, aquellos sectores de la población española que no sólo se interesan por lo que estaba pasando (aparentemente lo fue toda la población), sino que se preocuparon por estar informados, del modo posible en la época, mediante cartas con corresponsales varios. Pues bien, a mediados del siglo XIX Pascual de Gayangos exploró los abundantes manuscritos incautados a los jesuitas cuando su expulsión en tiempos de Carlos III, que habían sido depositados en la Real Academia de la Historia. «Algunos de los tomos de dicha colección, procedentes del colegio de San Hermenegildo de Sevilla, contienen casi en su totalidad las cartas que ya de la Corte, ya de Salamanca, Valladolid, Segovia, Granada y Cádiz escribían al P. Rafael Pereyra, en Sevilla, sujetos tan autorizados y competentes como el P. Andrés Mendo, autor del Príncipe Perfecto; el P. Juan Chacón, conocido por sus obras teológicas; los padres Avilés, Mendoza, Pimentel, Arriaga, Villacastín, y otros claros varones de la misma Compañía (…) Una correspondencia de este género, seguida por hombres de no vulgar erudición, dotados de penetración y buen juicio, y en posición ventajosa para adquirir noticias y juzgar a su manera de los acontecimientos políticos, no podía menos de ofrecer interés, y contribuir al esclarecimiento de la historia patria.

»Desgraciadamente la colección que empieza en el año 1634 no pasa del 1648, no siendo fácil determinar si la interrupción es debida al fallecimiento de la persona a quien las cartas iban dirigidas, o al extravío de alguno de los tomos (…) Así y con todo, la colección del docto jesuita nos ofrece una serie no interrumpida de cartas, que comprende 14 años del reinado de Felipe IV, desde la célebre batalla de Norlinguen, en Alemania, hasta el levantamiento de Tomás Aniello, en Nápoles, incluyéndose en dicho período las guerras de Francia e Italia, la separación de Portugal y rebelión de Cataluña, la caída del Conde-Duque, el viaje del Rey a Aragón, y otros acontecimientos no menos importantes de la Monarquía. Todas juntas, y prescindiendo de su especial carácter, forman una obra muy parecida en su contexto a las Relaciones de Luis Cabrera de Córdoba, publicadas en 1857 a expensas de la primera secretaría del Despacho, y a las que con el título de Avisos dejó después escritas D. José de Pellicer (…)

»Fáltanos ahora quilatar el valor que en sí pueda tener esta correspondencia, y la fe que merecen las noticias en ella contenidas, pues de otra manera faltaríamos al deber que voluntariamente se impone el que da a luz documentos históricos. El fondo de las cartas, principalmente lo relativo a noticias extranjeras, está tomado de relaciones impresas y manuscritas, avisos de mercaderes y soldados, comunicaciones de jesuitas establecidos en Italia, Inglaterra, Francia y Alemania. Ni podían ser otros los medios de proporcionarse noticias en aquel siglo, en que el Gobierno rara vez daba a luz documentos oficiales. Entre la multitud de relaciones y gacetas impresas durante el largo reinado de Felipe IV, muy pocas tienen autor conocido, y las más son obra de libreros ignorantes que imprimían cuanto les venía a las manos sin reparar en su contenido, con tal que esto excitara la curiosidad del vulgo, y halagase sus pasiones (…) Pero las noticias del P. González, y demás corresponsales del P. Pereyra, preciso es decirlo, están por lo común fundadas en materiales más sólidos y de origen más puro; despachos de embajadores y virreyes, cartas de secretarios de señores y oficiales de graduación se hallan a menudo intercaladas en las suyas, sin contar las comunicaciones de sus mismos hermanos y correligionarios establecidos en todos los países donde el nombre español era aun temido y respetado; alguna vez, aunque rara, usan papeles de carácter reservado e insertan despachos oficiales. Tal es en resumen la correspondencia que ahora se publica.»

Manuscrito de mediados del siglo XVII

viernes, 15 de mayo de 2020

Alejandro de Ros, Cataluña desengañada. Discursos políticos

Clérigo anónimo del siglo XVII

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Tras el Epítome de Gaspar Sala de la pasada semana, que celebraba los primeros éxitos de los catalanes rebeldes con la ayuda de sus aliados franceses, comunicamos hoy otra voz catalana aunque diametralmente opuesta. Ricardo García-Cárcel en un reciente artículo, presentaba así a Alejandro de Ros: «Este personaje es el modelo del clérigo catalán muy bien integrado en las estructuras de poder y de la monarquía española de su tiempo. El contrapunto de Pau Claris. Nació en Lleida, hijo de Doménec de Ros, natural de Berga, y de la noble lleidatana Isabel de Gomar. Estudió gramática en el Estudio de la Compañía de Jesús, en Lleida, y profesó en el mismo colegio como sacerdote. Se desplazó a Zaragoza, donde convivió con Gracián. En 1633 pasó a un colegio de Girona como profesor y tres años más tarde se trasladaría al colegio jesuita de Gandía. Participó en el Concilio Provincial de Tarragona, publicando su célebre Memorial en defensa de la lengua castellana para que se predique en ella en Cataluña, que escribió con el pseudónimo de Juan Gómez Adrín. Su posición fue siempre castellanista como la de la mayoría de los jesuitas (con alguna excepción como Jaume Puig).»

Y más adelante: «La vida de Ros siguió su escalada política. En 1638, era conventual del colegio de Belén de Barcelona. Dejaría el hábito de jesuita hacia 1639 pasando a Roma, donde entró al servicio del cardenal Francesco Barberini y se movió en la órbita del papa francófilo Urbano VIII al que dedicó el panegírico Abeja Barberina. Fue premiado con el decanato de Tortosa del que tomaría posesión en 1642. En el marco del proceso de separación de Cataluña de la monarquía hispánica optaría decididamente por la causa olivarista. Se enfrentó a los Barberini, y huyó a Nápoles donde sirvió a varios nobles castellanos. Escribió en 1642 un sermón de glosa a la figura de Santa Teresa de Jesús, canonizada hacía veinte años y un texto necrológico a la muerte de la virreina Luisa de Sandoval y Rojas.

»En 1646 salió a la luz en Nápoles su obra, la Cataluña desengañada. Aunque algunos se la han atribuido a Guillem de la Carrera está probado que fue Ros quien la escribió. Constituye una crítica dura del gobierno francés en Cataluña. Ros defendía en primer lugar que la guerra entre Cataluña y la monarquía no era útil para Cataluña por las calamidades ocasionadas por los ejércitos extranjeros: Tú que eras la provincia más quieta del mundo te has hecho funesto campo de batallas y teatro sangriento. Por otra parte, para él, la guerra no era fácil porque la monarquía tenía todavía mucho poder: Tuvo Cataluña el error de que ha engañado a muchos creyendo que por las pérdidas y desgracias se acababa la monarquía. Se denuncian los principios falsos en que se basaba la guerra: No es el castellano el que os aflige, sino vuestros mismos naturales que usurpando el santo y venerable nombre de defensores del bien público son tiranos de vuestra libertad. Y desde luego, se esforzaba en demostrar la incompatibilidad estructural entre catalanes y franceses.

»La obra sería traducida inmediatamente al italiano en Nápoles y fue muy bien vista por la corte española. Don Juan José de Austria, enviado a Nápoles para solucionar los conflictos sociales, se hizo muy amigo de Ros. En 1649 éste viajó a Madrid. Dos años más tarde se convertía en predicador real pero por razones desconocidas tuvo que volver a la diócesis de Tortosa. Apoyó a Don Juan José de Austria en el esfuerzo por recuperar Barcelona, lo que se lograría en noviembre de 1652. Un año más tarde publicaría un sermón en acción de gracias por la reducción de Cataluña.

»Ros acabó siendo embajador de la Generalitat en la Corte de Madrid. Se le propuso ser obispo de la Seu d'Urgell aunque él rechazó la prebenda. Murió en 1656 dejando una sobrina en el convento de Santa Clara de Tortosa. Fue, en definitiva, un clérigo fiel a los criterios político-religiosos de la corte de Felipe IV, poco antes de la gran escisión del clero catalán que se produciría en el marco de la guerra de Sucesión. El primer predicador del desengaño político ante las experiencias de ruptura con la monarquía.»

viernes, 8 de mayo de 2020

Gaspar Sala y Berart, Epítome de los principios y progresos de las guerras del Principado de Cataluña en los años 1640 y 1641, y señalada victoria en Montjuic

Otro agustino del siglo XVII

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Volvemos con Gaspar Sala, el autor anónimo de la Proclamación católica que consideramos hace unas semanas, con esta obra que publicó unos meses después, en 1641. El planteamiento de fondo es el mismo: la singularidad y privilegio de Cataluña, y el maltrato al que se le somete. Pero cambian las formas: en la Proclamación, sin renunciar a nada de lo anterior, se dirigen continuas y retóricas referencias la fidelidad al rey: es una obra dirigida a la propaganda de los rebeldes entre los catalanes, pero también entre los sectores del resto de España desafectos al conde-duque de Olivares. Y así fue recibida con cierto interés, y por algunos con admiración. Escriben el 6 de noviembre de 1640 desde Madrid a Rafael Pereyra, en Sevilla: «El manifiesto impreso que los catalanes han hecho contiene 266 fojas de a cuarto, dividido en capítulos con citas y notas a la margen de santos concilios y derechos, con autores graves antiguos. Hame dicho un hombre muy docto y ejemplar que lo vio antes que la Inquisición lo mandase recoger, que no parece obra de catalanes, sino de ángeles del cielo; es papel de grande erudición y muy conforme a la necesidad del tiempo.»

Pero cuando unos meses después Gaspar Sala publica el Epítome, esta vez con su nombre, la situación es diversa: la suerte se ha echado y el rompimiento se ha hecho definitivo. Y por tanto «nombraron por conde de Barcelona a la majestad Cristianísima de Ludovico décimo tercio el justo, con los mismos privilegios y libertades que tenían de antes el Principado, comunidades y particulares, y cualesquier otros que fuesen necesarios a la conservación común del Principado, atento que quedaba libre del juramento de fidelidad por haber faltado el rey Católico don Felipe cuarto a la fe y juramento de conservarle sus privilegios y constituciones antiguas, concedidas por vía de contratos onerosos, y dicho condado entregado a todos sus príncipes con condiciones.» Con la consecuencia de que «hermanáronse catalanes y franceses, como naciones que se iban uniendo a una cabeza.»

Aunque al igual que la Proclamación (y otras obras posteriores) la edita en castellano, ahora sus objetivos parecen ser otros: la propaganda se dirige hacia el público propio, los que apoyan la rebelión (y especialmente los que la dirigen). De ahí que los éxitos propios se magnifiquen, y los del contrario se minoricen. De ahí la abundancia y morosidad con que se citan y encomian a todos aquellos que intervienen en las distintas acciones. Pero la tarea es dura. La rebelión no cuaja en buena parte del territorio catalán: es preciso acusar a las autoridades de Tortosa de corruptos y traidores; de doblez y traición a las de Tarragona (además de falta de compromiso por parte del destacamento francés allí radicado); de injusta la derrota de Martorell, que abre el camino a Barcelona al ejército del marqués de los Vélez. Pero entonces estalla la sorpresa: no sólo resiste la ciudad de Barcelona, y sobre todo su emblemática fortaleza de Montjuic, sino que el castigo es severo para las tropas del monarca español, que debe retirarse. Gaspar Sala utiliza este éxito como contrapunto final, lleno de esperanza, para su obra. No sabemos si era consciente de lo que se desprende de su propia obra: se está iniciando una auténtica guerra civil catalana, con todo lo que éstas llevan consigo, división, luchas sociales, multiplicación de los exiliados, sometimiento a Francia… y separación definitiva del Rosellón y la Cerdaña.


viernes, 1 de mayo de 2020

La Flaca. Dibujos políticos de la primera etapa (1869-1871)

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El Sexenio democrático… Algún historiador lo ha considerado una ocasión perdida: casi todas las tendencias liberales lograron ponerse de acuerdo para acabar el reinado de Isabel II. Aunque con importantes logros en su haber (la construcción del estado liberal, el inicio de la recuperación económica...), la clase política se había demostrado incapaz de crear unos cauces ordenados y respetados por todos para la participación política. Con la revolución de 1868 (en esencia, otro pronunciamiento militar más) se quiso diseñar un nuevo régimen que respetase la intervención del conjunto de la sociedad, y de ahí que se estableciese el sufragio universal masculino por primera vez en España, siendo uno de los primeros países del mundo que lo hicieron.

El consenso, sin embargo, terminó en el momento en que se ocupó el poder. Entonces recomenzaron las maniobras, las zancadillas y las luchas políticas que provocaron una enorme inestabilidad (gobierno provisional, regencia, monarquía democrática, república parlamentaria, república autoritaria...), hasta tres guerras paralelas (primera guerra de Cuba, tercera guerra carlista, sublevaciones cantonales), y el considerable hartazgo del conjunto de la sociedad, que dio la espalda a las mismas instituciones democráticas que se habían establecido, al ser consideradas mero simulacro. El régimen del Sexenio se desmoronó por sí solo. Pero cuando finalmente cayó, lo hizo del mismo modo como había comenzado: mediante un nuevo pronunciamiento militar que restableció el trono de los Borbones en la persona de Alfonso, el hijo de Isabel II.

Pues bien, esta semana Clásicos de Historia da un vistazo a los dos primeros agitados años del Sexenio, a través de los ácidos, críticos y ocurrentes dibujos de la revista barcelonesa La Flaca, que gozó de enorme popularidad y difusión, y también numerosas suspensiones. Se definió como liberal y anticarlista, pero era mucho más que eso: anticlerical, antimonárquica, anti políticos maniobreros y aprovechados… Y por supuesto anti Prim.