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El Sexenio democrático… Algún historiador lo ha considerado una ocasión perdida: casi todas las tendencias liberales lograron ponerse de acuerdo para acabar el reinado de Isabel II. Aunque con importantes logros en su haber (la construcción del estado liberal, el inicio de la recuperación económica...), la clase política se había demostrado incapaz de crear unos cauces ordenados y respetados por todos para la participación política. Con la revolución de 1868 (en esencia, otro pronunciamiento militar más) se quiso diseñar un nuevo régimen que respetase la intervención del conjunto de la sociedad, y de ahí que se estableciese el sufragio universal masculino por primera vez en España, siendo uno de los primeros países del mundo que lo hicieron.
El consenso, sin embargo, terminó en el momento en que se ocupó el poder. Entonces recomenzaron las maniobras, las zancadillas y las luchas políticas que provocaron una enorme inestabilidad (gobierno provisional, regencia, monarquía democrática, república parlamentaria, república autoritaria...), hasta tres guerras paralelas (primera guerra de Cuba, tercera guerra carlista, sublevaciones cantonales), y el considerable hartazgo del conjunto de la sociedad, que dio la espalda a las mismas instituciones democráticas que se habían establecido, al ser consideradas mero simulacro. El régimen del Sexenio se desmoronó por sí solo. Pero cuando finalmente cayó, lo hizo del mismo modo como había comenzado: mediante un nuevo pronunciamiento militar que restableció el trono de los Borbones en la persona de Alfonso, el hijo de Isabel II.
Pues bien, esta semana Clásicos de Historia da un vistazo a los dos primeros agitados años del Sexenio, a través de los ácidos, críticos y ocurrentes dibujos de la revista barcelonesa La Flaca, que gozó de enorme popularidad y difusión, y también numerosas suspensiones. Se definió como liberal y anticarlista, pero era mucho más que eso: anticlerical, antimonárquica, anti políticos maniobreros y aprovechados… Y por supuesto anti Prim.
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