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La Historia general de las cosas de Nueva España puede considerarse como una enciclopedia de las sociedades originarias del Altiplano mejicano: el medio natural, su religión y ritos, el calendario y la astrología, su retórica y moral, su historia y política, sus oficios, sus conocimientos médicos, la conquista de México... Fue un complejo proyecto de investigación que se ocupó, avant la lettre, de lo que mucho después se denominará antropología cultural. Su autor fue el franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590), que llegó a la Nueva España en 1529, muy poco después de su conquista por Hernán Cortés. Fue misionero, profesor en el Colegio de Santa Cruz de Tlateloco (que puede considerarse embrión de la futura universidad de México), lingüista consumado y prolífico escritor.
Se propuso varios objetivos al iniciar la obra que nos ocupa. En primer lugar religiosos: para logran la conversión de los indios, es preciso conocer a fondo el conjunto de creencias que se quieren erradicar. «El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo (sin) que primero conozca de qué humor, o de qué causa proceda la enfermedad; de manera que el buen médico conviene sea docto en el conocimiento de las medicinas y en el de las enfermedades, para aplicar conveniblemente a cada enfermedad la medicina contraria, (y porque) los predicadores y confesores médicos son de las ánimas, para curar las enfermedades espirituales conviene (que) tengan experiencia de las medicinas y de las enfermedades espirituales.»
El segundo propósito es lingüístico: la obra se redacta inicialmente en náhuatl, y sólo posteriormente se romancea (y frecuentemente se resume). Así, en el Códice de Florencia, que conserva la que podríamos considerar versión definitiva, en cada página el texto se distribuye en dos columnas, en náhuatl y en castellano. Y las ilustraciones se incluyen en la segunda, testimoniando su carácter de apoyo. «Es esta obra como una red barredera para sacar a luz todos los vocablos de esta lengua con sus propias y metafóricas significaciones, y todas sus maneras de hablar, y las más de sus antiguallas buenas y malas; es para redimir mil canas, porque con harto menos trabajo de lo que aquí me cuesta, podrán los que quisieren saber en poco tiempo muchas de sus antiguallas y todo el lenguaje de esta gente mexicana.»
Pero podemos añadir una tercera intención, la de dar a conocer las muchas cosas admirables de las culturas originarias de estas tierras, del mismo modo que la Europa renacentista enloquece con las de los romanos paganos. «Aprovechará mucho toda esta obra para conocer el quilate de esta gente mexicana, el cual aun no se ha conocido... Esto a la letra ha acontecido a estos indios con los españoles: fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes. Así están tenidos por bárbaros y por gente de bajísimo quilate (siendo que) en las cosas de policía echan el pie delante a muchas otras naciones que tienen gran presunción de políticos, sacando fuera algunas tiranías que su manera de regir contenía.»
Bernardino de Sahagún se admira de la antigüedad y esplendor de sus construcciones, de su cultura, pues «fueron perfectos filósofos y astrólogos y muy diestros en todas las artes mecánicas», y «de lo que fueron los tiempos pasados, vemos por experiencia ahora que son hábiles para todas las artes mecánicas, y las ejercitan; son también hábiles para aprender todas las artes liberales, y la santa Teología, como por experiencia se ha visto en aquellos que han sido enseñados en estas ciencias; por que de lo que son en las cosas de guerra, experiencia se tiene de ellos, así en la conquista de esta tierra como de otras particulares conquistas, que después acá se han hecho, cuán fuertes son en sufrir trabajos de hambre y sed, frío y sueño, cuán ligeros y dispuestos para acometer cualesquiera trances peligrosos.»
La confección de la obra fue laboriosa y compleja, como se recoge en el prólogo del segundo libro: primeramente «hice en lengua castellana una minuta o memoria de todas las materias de que había de tratar... Lo cual se puso de prima tijera en el pueblo de Tepepulco, que es de la provincia de Acolhuacan o Tezcuco, (e) hízose de esta manera. En el dicho pueblo hice juntar todos los principales con el señor del pueblo... hombre anciano, de gran marco y habilidad, muy experimentado en todas las cosas curiales, bélicas y políticas y aun idolátricas. Habiéndolos juntado propúseles lo que pretendía hacer y les pedí me diesen personas hábiles y experimentadas, con quien pudiese platicar y me supiesen dar razón de lo que les preguntase. Ellos... señaláronme hasta diez o doce principales ancianos, y dijéronme que con aquellos podía comunicar y que ellos me darían razón de todo lo que les preguntase. Estaban también allí hasta cuatro latinos, a los cuales yo pocos años antes había enseñado la Gramática en el Colegio de Santa Cruz en el Tlatelolco. Con estos principales y gramáticos, también principales, platiqué muchos días, cerca de dos años, siguiendo la orden de la minuta que yo tenía hecha. Todas las cosas que conferimos me las dieron por pinturas, que aquella era la escritura que ellos antiguamente usaban, y los gramáticos las declararon en su lengua, escribiendo la declaración al pie de la pintura. Tengo aun ahora estos originales...
»(Más tarde) llevando todas mis escrituras, fui a morar a Santiago del Tlaltelolco, donde juntando (a) los principales les propuse el negocio de mis escrituras y les demandé me señalasen algunos principales hábiles, con quien examinase y platicase las escrituras que de Tepepulco traía escritas. El gobernador con los alcaldes me señalaron hasta ocho o diez principales, escogidos entre todos, muy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas, con los cuales y con cuatro o cinco colegiales todos trilingües, por espacio de un año y algo más, encerrados en el Colegio, se enmendó, declaró y añadió todo lo que de Tepepulco truje escrito, y todo se tornó a escribir de nuevo.»
Pasado un tiempo «vine a morar a San Francisco de México con todas mis escrituras, donde por espacio de tres años pasé y repasé a mis solas estas mis escrituras, y las torné a enmendar y las dividí por libros, en doce libros, y cada libro por capítulos y algunos libros por capítulos y párrafos... De manera que el primer cedazo por donde mis obras cirnieron fueron los de Tepepulco; el segundo, los de Tlatelolco; el tercero los de México, y en todos estos escrutinios hubo gramáticos colegiales.»
Tras algunos años en que se paralizó la labor por falta de fondos o de interés, «el Padre Comisario General Fray Rodrigo de Sequera vino a estas partes y los vio, y se contentó mucho de ellos, y mandó al autor que los tradujese en romance y proveyó de todo lo necesario para que se escribiesen de nuevo, la lengua mexicana en una columna y el romance en la otra, para los enviar a España, porque los procuró el ilustrísimo señor don Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, porque tenía noticia de estos libros por razón del sumario que el dicho Padre Fray Miguel Navarro había llevado a España.»
Esta copia se ilustra de nuevo profusamente, basándose en los pictogramas y dibujos realizados en las fases de recogida de datos; posiblemente sea el actualmente llamado Códice Florentino. En su día comunicamos Las ilustraciones del Códice Florentino, de la Historia general de las cosas de Nueva España, más de ochocientas, que complementan página a página la obra.
Libro octavo |
Muchas gracias.
ResponderEliminarMuy interesante. ¿Podrías añadir el Nicandro de Francisco de Rioja como un posible nuevo libro?
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