Retrato de un humanista, atribuido a Scorel |
Hace un tiempo comunicamos las Cartas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Angleria (1457-1526), con las que transmitía brevemente a sus corresponsales las noticias que le llegaban de las entonces denominadas Indias. El humanista milanés afincado en España se encontraba en la mejor posición para recabar la más exhaustiva información: en la corte desde la guerra de Granada, desempeñará importantes cargos y embajadas, será nombrado cronista real de Castilla, y miembro del Supremo Consejo de Indias desde 1524, cuando lo crea Carlos I.
Hoy presentamos su obra mayor a este respecto, las Décadas del Nuevo Mundo, redactadas en latín desde 1493 hasta el mismo año de su muerte, en la traducción venerable que realizó Joaquín Torres Asensio con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento. Si para la presentación de las Cartas recurrimos al maestro Menéndez Pelayo, vamos a reproducir ahora algunos párrafos del artículo que con el título Pedro Mártir de Angleria, contino real y cronista de Castilla. La invención de las nuevas Indias le dedicó el profesor José A. Armillas Vicente en 2013:
«De Orbe Novo Decades, redactada en latín, está constituida por ocho décadas, divididas en diez libros que están dedicados a diferentes personas, en las que se recogen cuantas informaciones llegaron a la Corte acerca de la invención de las nuevas Indias, proporcionadas por los propios protagonistas, partiendo del propio Colón y sus familiares, difundiendo interesantes informaciones acerca de los naturales, costumbres y referencias de índole etnológica y antropológica, alcanzando hasta la conquista cortesiana del imperio Mechica y la circunvalación del orbe por Juan Sebastián Elcano.
»Comenzó la redacción —según afirmación propia— el 13 de noviembre 1493, imprimiéndose la primera Década en 1511, desinteresándose de la publicación al conocer el constante plagio de que era objeto su obra. Pedro Mártir de Anglería había comenzado a elaborar sus Décadas poco tiempo después del primer viaje colombino, circulando su obra manuscrita que se vería reproducida, en traducciones e impresiones foráneas a nombre de otros autores. Pedro Mártir protestó, además, en varias ocasiones contra las copias que circulaban —ajenas a mi voluntad— en ciertos pasajes de su obra… Lo cierto es que la obra no se imprimió completa hasta 1530, con carácter póstumo, merced al empeño puesto por Antonio de Nebrija, que tampoco llegó a ver la edición.»
Y más adelante: «Representa una constante el natural entusiasmo con que Mártir recoge las noticias que le llegan de las Indias y que mantendría intacto durante los treinta años largos que separan el inicio de la conclusión de las Décadas. En los comienzos abunda en expresiones optimizadoras haciendo suyas las informaciones que le han transmitido los protagonistas de las empresas (...) Pero aquel entusiasmo primigenio no empañará el juicio de cuanto no encaje en la comprensión de su contenido conforme va avanzando en la redacción de las Décadas y tal entusiasmo se va matizando. Con frecuencia adopta una actitud acrítica cuando alguna información no le convence, acudiendo a la frase “así me lo cuentan, así te lo cuento”, pero no responde a una constante por cuanto abundan sus propias opiniones adornando las informaciones colombinas.»
La lectura de las Décadas resulta muy atractiva, además de por la viveza casi periodística de su estilo, por la riqueza de datos que aporta, ya que su autor interroga a todos los conquistadores, administradores y clérigos que acuden constantemente a la Corte, y la abundantísima documentación que generan las Indias pasa habitualmente por sus manos. Naturalmente la visión que le transmiten sus informadores tiende a ser justificativa de sus acciones, pero llama la atención lo poco que se preocupan de disimular la abrumadora sed de oro que les posee. Pedro Mártir de Angleria mantiene su independencia de criterio, como podemos apreciar en estos párrafos que seleccionamos como ejemplo:
Sobre el exterminio de los isleños: «Resta decir algo acerca de la Española, madre de las otras islas. Se ha rehecho su Senado añadiendo cinco jueces que den leyes a todas aquellas regiones. Pero pronto cesarán de recoger oro en ella, aunque está llena de él, porque faltará quien lo excave; se han reducido a exiguo número los infelices indígenas de quien se han servido para explotar el oro. Desde el principio les consumieron duras guerras, y el hambre mató muchos más el año que arrancaron la raíz de yuca con que hacían el pan de los nobles, y se abstuvieron de sembrar el maíz que es el pan del pueblo; y a los demás las enfermedades de viruelas, hasta ahora desconocidas entre ellos, que en el año pasado, 1518, se cebaron en ellos como en rebaños apestados con hálito contagioso; también, para no mentir, la codicia de oro, que en excavarlo, acribarlo y escogerlo, después que habían hecho la siembra los ocupaban con demasiada falta de humanidad, cuando ellos estaban acostumbrados a ociosos juegos y danzas, a pescar y a cazar.» (Década cuarta, libro X)
Sobre el divorcio entre las leyes que se aprueban y su aplicación práctica: «Pero me parece que a las quejas y llantos de los infelices inocentes se ha levantado alguna deidad a vengar tanto estrago y el haber perturbado la tranquilidad de tantas naciones, visto que, por más que digan que los mueve el deseo de extender la religión, luego se entregan a la ambición, la avaricia y la violencia. Pues han muerto, o a manos de los mismos oprimidos, o heridos con saetas envenenadas, o sumergidos en el mar, o afligidos con varias enfermedades, todos los que fueron los primeros agresores, yendo por otro camino del que les había sido mandado por los Reyes.
»Las disposiciones de las leyes que se les dieron, siendo testigo yo que diariamente las estudié con los demás colegas, están formadas con tanta justicia y equidad, que más santas no puede haberlas; porque está decretado desde hace muchos años que se conduzcan con aquellas nuevas naciones nacidas con el esplendor de la edad, con benignidad, compasión y suavidad, y que los caciques asignados con sus súbditos a cualquiera que sea, sean tratados a modo de súbditos y miembros tributarios del Estado, y no como esclavos; que sean bien alimentados, dándoles la debida ración de carne y pan para soportar el trabajo; que se les dé todo lo necesario, y, como a jornaleros, el premio de cavar durante el día en vestidos o adornos a propósito; que no falten habitaciones en que descansen de noche; que no se les despierte antes de salir el sol, y que den de mano antes de la tarde; que en ciertas temporadas del año, dejándoles libres de las minas, se dediquen a sembrar la raíz de yuca y el trigo maíz; que en los días de fiesta descansen de todo trabajo, asistan a los templos, y después de Misa les permitan entretenerse en sus acostumbrados juegos y danzas, y en armonía con esto las demás cosas dispuestas, con razones de prudencia y humanidad, por varones jurisconsultos y religiosos.
»¿Pero qué sucede? Idos a mundos tan apartados, tan extraños, tan lejanos, por las corrientes de un océano que se parece al giratorio curso de los cielos, distantes de las autoridades, arrastrados de la ciega codicia del oro, los que de aquí se van mansos como corderos, llegados allá se convierten en rapaces lobos. Los que se olvidan de los mandatos del Rey, se les reprende, se les multa, se les castiga a muchos; pero cuanto más diligentemente se cortan las cabezas de la hidra, tantas más vemos pulular. Aténgome al proverbio aquel: en lo que muchos pecan impune queda.» (Década séptima, libro IV)
Sobre la rivalidad y constantes luchas sangrientas entre los conquistadores: «Cuánto tira cada uno de por sí en esta fascinadora materia de la ambición, en la cual ninguno sufre apaciblemente el mando de otro, bastante se ha visto en lo que precede, donde se trató de las enemistades entre Santiago Velázquez, vicegobernador de Fernandina, que es Cuba, y Hernán Cortés; y luego entre el mismo Cortés y Pánfilo de Narváez, y con Grijalba, de quien tomó nombre el río en la provincia de Yucatán; y luego de la rebelión de Cristóbal de Olid, que se apartó de Cortés, y después de las (diferencias) entre Pedro Arias, Gobernador del creído continente, y Gil González, y últimamente de la codicia general de buscar un estrecho del mar septentrional al del Sur; pues de todas partes acuden los capitanes que hay por aquellas tierras en nombre del Rey.» (Década octava, libro II)
Rechácese, pues, la leyenda negra, pero con idéntica rotundidad hágase lo mismo con la leyenda rosa.
Copia parcial de Johann Georg Kohl (1840) del mapamundi de Diego Ribero, 1529 |
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