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lunes, 11 de octubre de 2021

Anti-Miñano. Folletos contra las Cartas del Pobrecito Holgazán y su autor

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Escribía hace unos años Claude Morange: «Miñano fue uno de los primeros en lanzarse a la batalla periodística en 1820. El éxito de la empresa suscitó un sinnúmero de imitaciones y de ataques, que ocuparon el campo abierto por la ley de la libertad de la imprenta. La Colmena señala el hecho en su número de 11 de mayo: “Han empezado a salir papeles y folletos, en que ya por activa, ya por pasiva, se hace figurar la holgazanería, encontrando sus autores, en esta palabra mágica, la piedra filosofal.” Más tarde, Miñano lo recuerda, con ironía y orgullo, en el fingido diálogo entre el Holgazán y el Censor: “Censor: ...pero como he visto tantas impugnaciones… Holgazán: Sí, señor, muchas han sido; pero creo que han sido muchas más las imitaciones, y no por esto han prosperado más éstas que aquéllas. Impugna todo el que quiere, y sólo imita el que puede...”»

Esta semana comunicamos varios de aquellos panfletos críticos o condenatorios, que agitaron la opinión pública, creciente y militante, del Trienio Liberal: El Lechuzo descubierto en el pobrecito holgazán, El holgazán disputador a Fr. Sardanápalo Cordillas, Testamento, enfermedad y muerte del pobrecito holgazán. Y junto a ellos destacamos especialmente dos: la Carta de un soldado español que nunca perdió los derechos de ciudadano, al autor de los lamentos políticos del pobrecito holgazán, que, según Morange, «salió entre la quinta y la sexta del Lamentador, ya que éste lo cita en la sexta. Lo cita también La Colmena de 11 de mayo. El título basta para entender que se trata de un folleto anti-afrancesado.»

Peor intención tuvo, ya en 1821, la publicación de la Vida, virtudes y milagros del pobrecito holgazán, por otro título el autor de las Semblanzas; o séase Mr. el abate Miñano. Ya en el título se atribuye a Miñano la autoría de la obra Condiciones y semblanzas de los Diputados a Cortes para la legislatura de 1820 y 1821, a pesar de que él lo negó reiteradas veces. Volveremos a ella próximamente. Para Morange «es un furioso ataque personal contra el autor del Pobrecito Holgazán, en forma de biografía comentada. Tan cierto es esto que Miñano denunció el folleto “por injurioso y calumnioso”. Pero los jurados, de tendencia liberal, pronunciaron un “no ha lugar a la formación de causa”.» Incluimos dos artículos publicados por Miñano condenando la obra y el proceso.

En cualquier caso, todas estas producciones, de intención puntual y validez efímera, nos ilustran perfectamente el carácter de la lucha política en el renaciente Nuevo Régimen. A los serviles o absolutistas, mantenidos al margen de las Cortes, las instituciones y la opinión pública, se les convierte en espantajo ya derribado y vencido, en la práctica se les ignora, y desaparecen del debate político. Entre los liberales es patente desde el inicio de la revolución, el enfrentamiento entre antiguos patriotas y antiguos afrancesados, entre moderados y exaltados, entre masones y comuneros...

Goya, Duelo a garrotazos (1820-1823)

lunes, 4 de octubre de 2021

Sebastián de Miñano, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena

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Uno de los primeros que aprovechó el restablecimiento de la Constitución en marzo de 1820 fue nuestro conocido Sebastián de Miñano (1779-1845), artífice del gran éxito editorial que constituyeron las diez cartas que comunicamos esta semana. Si redactó la primera con la intención de publicarla en La Miscelánea, del también afrancesado Javier de Burgos, convinieron ambos en convertirla en folleto independiente, darle continuidad, e imprimir semanalmente una nueva Carta, entre finales de marzo y principios de junio. Su difusión fue sorprendente: múltiples reimpresiones en Madrid, en provincias y también en América. Nuestro también conocido Eugenio de Ochoa (tradujo la Historia de Inglaterra de Hume, escribió varios tipos de Los españoles pintados por sí mismos), que pasa por ser hijo natural de Miñano, propuso que «puede calcularse, sin exageración, que la tirada hecha de cada una de aquellas cartas pasó de 60.000 ejemplares. Esto, que hoy sería enorme, era entonces enormísimo, monstruoso...» El hispanista francés Claude Morange (recientemente fallecido), de quien tomamos la cita, relaciona referencias a Los lamentos en la prensa del Trienio, y lo que es más relevante, el gran número de folletos de imitación o de impugnación que comenzaron a imprimirse en paralelo a aquellos, y de los que enumera veinticinco.

El éxito de Miñano radica en su planteamiento satírico: da la palabra a unos servilones extremados, ridículos, ignorantes, caricaturescos, y sobre todo defensores estrictos del Antiguo Régimen (ya utiliza esta expresión), naturalmente por puro egoísmo propio. La correspondencia entre el Lamentador (antiguo familiar de la Inquisición) y el abogado Servando Mazculla (en la primera carta, Mazorra) acumula con talante jocoso absurdas justificaciones ―en realidad condenas― de instituciones, personajes, doctrinas y valores tradicionales: desde los diezmos y los gremios, a los estamentos privilegiados. Ahora bien, si algo domina en esta obra del canónigo secularizado que es Miñano, es su anticlericalismo acérrimo: frailes (sobre todo) y clérigos, prelados y priores, son considerados los auténticos impedimentos del progreso en España. Naturalmente, falta cualquier esfuerzo de crítica razonada. El autor crea unos despreciables monigotes, indefendibles, a los que asimila todo aquello que quiere condenar. La táctica ha tenido gran predicamento, y está plenamente vigente.

Con su escrito, Miñano busca incorporar al liberalismo triunfante el abundante grupo de los afrancesados (como él mismo), y al mismo tiempo, criticar a los neoliberales conversos que se apresuran a adaptarse a la nueva realidad revolucionaria. Pero el rechazo a los famosos traidores se mantuvo entre amplio sectores de liberales puros, y la reacción de aquellos que se consideraron aludidos injuriosamente en las Cartas, hizo que se multiplicaran los ataques ―tan furibundos como el original― contra nuestro autor. Naturalmente, con argumentos ad hominem similares, falaces pero facilitados por la asendereada vida de Miñano. Por ello, éste se siente obligado en ocasiones a abandonar las voces postizas de sus personajes (por ejemplo, en la carta sexta), para defenderse de estos cargos. Pero será en la última Carta, a punto de abandonar el tono jocoso que ha llegado a cansarle, cuando percibiremos un algo distinto, una cierta decepción, en el siguiente párrafo, que podemos considerar plenamente vigente en la actualidad:

«En este mundo caduco las cosas no tienen más fondo que el nombre que se las quiere dar, y así aunque Vmd. oiga decir que la libertad arriba y la libertad abajo, no ha de entender Vmd. eso tan materialmente como suena porque se llevará chasco. Ahora hay libertad completa para decir mal de todo lo que acabó hace tres meses, pero Dios le libre al más pintado de meterse a murmurar de lo presente, porque eso ya no sería libertad sino licencia. Puede quitarse el pellejo a cuantos hayan mandado sin distinción de personas, pero cuidado amiguito con deslizarse a echar pullas contra los que todavía conserven poder o influjo, porque dirán que se abusa y que ahora no viene al caso publicar ciertas verdades, ni desacreditar lo que se haga aunque sea un disparate notorio. En esto de libertades cada cual tiene la suya y su modo de entenderla; mas lo que no admite duda es que ahora, entonces y siempre hay libertad absoluta para prodigar elogios a los que dan los empleos, con que sirva de gobierno y pasemos a otra cosa.»




miércoles, 22 de octubre de 2014

Sebastián Miñano, Diccionario biográfico de la Revolución Francesa y de su época

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Sebastián de Miñano y Bedoya (1779-1845) fue un destacado intelectual que desarrolló una sorprendente variada carrera en los conflictivos años de la revolución liberal española. Clérigo bastante secularizado de típica raigambre ilustrada, será sucesivamente patriota y afrancesado durante la guerra de la Independencia. Pero podrá volver a España sin problemas durante el sexenio absolutista, e impulsará su abundantísima producción literaria. Durante el Trienio Liberal se convertirá en exitoso periodista anticlerical, pero desencantado se volverá hacia los reformistas moderados opuestos a liberales y realistas radicales. Será entonces cuando publique su monumental Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal, en once volúmenes, antecedente y modelo del que con mayor éxito realizará, una generación más tarde, Pascual Madoz. En cualquier caso esta obra le proporcionará (además de algunas críticas) el ingreso en la Academia de la Historia, y la obtención de un puesto oficial en la Administración.

Pero la muerte de Fernando VII, el inicio de la guerra civil y el regreso de los liberales al poder relegarán a nuestro autor a un segundo plano. Y en estos años finales emprenderá la traducción de la monumental Historia de la Revolución Francesa, publicada en la década anterior por un joven Louis Adolphe Thiers, que ha consagrado los logros de la Revolución sin ocultar los abundantes excesos cometidos por los revolucionarios. Miñano sintoniza plenamente con este enfoque (en realidad, el liberalismo doctrinario de la época), y ocasionalmente establece paralelos con la revolución española; pero también se puede apreciar en sus notas un cierto desencanto, quizás fruto de la diferencia generacional entre los dos autores.

Pues bien, Miñano agregó a esta traducción abundantísimas notas biográficas, que en conjunto constituyen un completo catálogo de todos los personajes que participaron en este acontecimiento. Aunque aparentemente se propone esta tarea como un mero complemento de la obra de Thiers (a la que en ocasiones puntualiza o corrige), pienso que puede poseer interés como obra independiente, tanto por su contenido como por la visión personal del autor que trasluce. Por mi parte, me he limitado a reunir y ordenar alfabéticamente todas las notas esparcidas a lo largo de los doce volúmenes de la obra, y a titularlo Diccionario biográfico de la Revolución Francesa y de su época.

La carmagnole, grabado francés de 1792