jueves, 11 de septiembre de 2025

John L. O'Sullivan, El destino manifiesto (artículos)

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Paul Johnson, el autor del desmitificador Intelectuales, escribe en su historia de los Estados Unidos: «Hacia la década de 1830 la idea de que el destino de Norteamérica era absorber todo el oeste del continente, además de su centro, comenzaba a arraigar. Era un impulso nacionalista e ideológico, pero también religioso: la sensación de que Dios, la república y la democracia exigían de consuno que los norteamericanos se expandieran hacia el oeste, para colonizar y civilizar, para imponer los ideales republicanos y la democracia (...) El asunto fue debatido en el Congreso, sobre todo en la década de los estrepitosos cuarenta, como se los llamaría después, y que lo fueron, sin duda, por el estrépito con que los norteamericanos vociferaban su deseo de conquistar más tierras. Un congresista lo consignó en 1845 con estas palabras: “La Providencia concibió este continente como un vasto teatro en el que habría de poner en escena el gran experimento del Gobierno Republicano bajo los auspicios de la raza anglosajona.”

»El primero que usó la expresión “destino manifiesto” fue John L. O’Sullivan en la Democratic Review, en 1845, en un texto en el que se quejaba de las intervenciones extranjeras y de los intentos de “limitar nuestra grandeza e impedir la realización de nuestro destino manifiesto, que es el de ocupar en su plenitud el continente que la Providencia nos ha concedido para el libre desarrollo de nuestra descendencia, que año tras año se multiplica por millones.” (Y en otro periódico:) “...nosotros, el pueblo norteamericano, somos el pueblo más independiente, inteligente, moral y feliz sobre la faz de la tierra.” Este hecho, y la mayoría de los norteamericanos consideraban que era un hecho, proporcionaba la justificación ética que necesitaba el deseo de expandir la república que promovía semejante felicidad.»

John L. O’Sullivan (1813-1895) fue un influyente periodista y político demócrata, admirador del desaforado presidente Jackson. Fundó en 1837 The United States Magazine and Democratic Review y colaboró en otros muchos periódicos (siempre partidistas) como el Morning News de Nueva York. Acérrimo partidario del imperialismo norteamericano, para el que ideó su lema más difundido, apoyó todos los proyectos de expansión territorial: la anexión de Texas, la guerra con Méjico, la cuestión de Oregón (“¡de todo el Oregón, mal que les pese!”), las expediciones del general Narciso López con el objeto de incorporar Cuba a los estados del Sur... Estas últimas le depararon varios procesos por su violación del Acta de Neutralidad, sin consecuencia alguna. Al contrario, fue nombrado embajador en Portugal, cargo que ocupó entre 1854 y 1858. Durante la guerra civil tomó partido por la Confederación, de la que hizo propaganda activa desde Europa. No regresó a los Estados Unidos hasta 1879.

Presentamos cinco de los editoriales de su revista que, naturalmente, se publicaron sin firma entre 1837 y 1847: El principio democrático, La gran nación del futuro, Anexión, Engrandecimiento territorial, y La Guerra. En ellos encontraremos perfectamente formulados muchos de los fundamentos ideológicos del imperialismo norteamericano: un nacionalismo exacerbado y orgullosos, un radicalismo liberal que rechaza cualquier élite, una desconfianza arraigada respecto a las interferencias de los poderes federales en los distintos Estados, una templada defensa de la esclavitud, bien teñida de acérrimo racismo... Así, confía en que la población negra deje de ser necesaria en un futuro, y pueda ser expulsada hacia las Américas hispanas, ya que éstas son «de sangre mezclada y confusa, y libres de los prejuicios que entre nosotros prohíben rotundamente la mezcla social».

En su defensa del expansionismo, sin embargo, pide prudencia a las voces que tras la anexión de Texas, reclaman la de México y la del Canadá, e incluso la de Irlanda. Aunque sí defiende la incorporación del territorio hasta el Pacífico, es partidario de un dominio “blando” de los restantes países hispanos, basado en la economía y en los intereses comerciales. Tras la derrota de México asevera: «La raza mexicana ve ahora, en el destino de los aborígenes del norte, su inevitable destino. Deben fusionarse y desaparecer ante el vigor superior de la raza anglosajona, o perecer por completo. Podrán posponerlo por un tiempo, pero llegará el momento en que su nacionalidad acabe. Se puede observar que, mientras la raza anglosajona ha invadido la zona norte y la ha purgado de una vigorosa raza indígena, los españoles no han logrado ningún progreso considerable en el sur. La mejor estimación de la población de México es de 7 millones, de los cuales 4 millones y medio son indígenas de pura sangre y sólo 1 millón de europeos blancos y sus descendientes. A partir de estos datos, es evidente que el proceso, que se ha llevado a cabo en el norte, de expulsar a los indígenas o aniquilarlos como raza, aún no se ha llevado a cabo en el sur.»

Fue Julius W. Pratt el que determinó que fue O’Sullivan el acuñador original de la expresión “destino manifiesto”, en los editoriales que aquí presentamos. Lo hizo en 1927, en un artículo titulado The Origin of “Manifest Destiny” publicado en The American Historical Review; lo incluimos también en esta entrega.

 John Gast: American Progress (1872)

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