Dice el afrancesado (aunque no exiliado) Félix José Reinoso (1772-1841) en el capítulo XXIX de esta obra, con cierto talante profético que sería aplicable a muchos otros conflictos contemporáneos, en España y fuera de ella: «Hemos visto con una frialdad estúpida arrastrar a centenares los españoles a una prisión arbitraria, en los mismos días en que nos llamábamos libres. ¡Bien hecho! decía tal vez el incauto vulgo: que se castigue a los afrancesados. El pueblo sencillo no conoce que, roto una vez el dique de las leyes, que contiene la arbitrariedad de los magistrados, todos quedan expuestos a la inundación. Nunca faltarán ocasiones especiosas para perder al ciudadano, cuando haya interés en hacerlo. Hoy se les persigue con el nombre engañoso de afrancesados; mañana se atropellará a los patriotas más decididos, so color de partidarios de Ballesteros; acaso otro día se les vejará bajo pretexto de secuaces de los ingleses; luego se les proscribirá por el título de serviles o de liberales. ¿Quién dormirá seguro, si la ley no vela en su defensa? (…) Representantes de la nación: si no protegéis la seguridad de los españoles; si acostumbráis al pueblo a tolerar pacientemente la arbitrariedad judicial, ¿qué asilo reserváis para guareceros vosotros? ¿Os defenderán de los atentados dos renglones de la constitución, que os llaman inviolables?»
Naturalmente, la obra fue criticada (y condenada) tanto desde la orilla liberal como desde la tradicionalista. Así, el conde de Toreno, en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, libro XXI, escribe: «Un literato distinguido y varón apreciable publicó en Francia, años atrás, en defensa de los comprometidos con el intruso, a cuyo bando pertenecía, una obra, muy estimada de los suyos, y en realidad notable por su escogida erudición y mucha doctrina. Lástima ha sido se muestre en ella su autor tan apasionado y parcial; pues al paso que maltrata a las Cortes y censura ásperamente a muchos de sus diputados, encomia a Fernando altamente, calificándole hasta de celestial. Y no se crea pendió el desliz del tiempo en que se escribió la obra; porque si bien suena haberse concluido ésta al volver aquel monarca a pisar nuestro suelo, su publicación no se verificó hasta dos años después, cuando, serenado el ánimo, podría el autor, encerrando en su pecho anteriores quejas, haber dejado en paz a los caídos, ya que quisiera prodigar lisonjas e incienso a un rey que, restablecido en el solio, no daba indicio de ser agradecido con los leales, ni generoso con los extraviados o infieles. El libro que nos ocupa hubiera quizá entonces gozado de más séquito entre todos los partidos, como que abogaba en favor de la desgracia, y no se le hubiera tachado de ser un mero tejido de consecuencias erróneas, mañosa y sofísticamente sacadas de principios del derecho de gentes, sólidos en sí, pero no aplicables a la guerra y acontecimientos de España.»
En cualquier caso, la obra de Reinoso constituyó un considerable éxito. Juan López Tabar, en su Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (Madrid 2001), nos lo expone así: «Pero sin duda sería el Examen de Reinoso la cumbre de la literatura afrancesada. Redactada con gran habilidad y fuerza persuasiva, esta obra, a la que Menéndez Pelayo llamó el alcorán de los afrancesados (…), colmaría las expectativas de los refugiados, que vieron en ella la mejor de sus defensas. El propio calificador de la Inquisición encargado de la censura de la obra se rendiría ante esta evidencia, señalando que el autor ha agotado todo el caudal de su ingenio y podría decirse que nada queda que añadir a la causa que intentan defender. Años más tarde Javier de Burgos era tajante al referirse a este libro, al declarar que la defensa de los afrancesados la hizo ya para siempre Reinoso, y no ha habido entre sus enemigos ninguno tan petulante o tan sabio que se atreva a contradecir ni una sola sílaba de su libro inmortal.» Sin embargo, «Reinoso, que al parecer tuvo muy presente a la hora de escribir su obra a su amigo Sotelo, encarcelado en Zaragoza, tuvo que eliminar algunos pasajes comprometedores en los que criticaba la conducta de Fernando VII ante el cariz que tomaron los acontecimientos políticos, y tras desistir de su publicación en Madrid (para lo cual Joaquín de Uriarte había iniciado algunos contactos con el duque de San Carlos), mandó el manuscrito a Lista para que intentara su publicación en Francia (…) Lista fue el responsable de su publicación en Francia, y en palabras de Juretschke, sólo a su esfuerzo y celo se debe que el libro saliera en Francia, pues él busca papel e imprenta, lee las pruebas y se ocupa de la distribución y venta de la obra. No en vano, Lista se mostraba entusiasta con la misma, como lo certifica en una de sus cartas a Reinoso: ¿qué quieres que te diga de tu obra? Lo que ya te he dicho otra vez. Ella será el código a que recurrirán en los siglos futuros los perseguidos por opiniones políticas, y se muestra tajante en cuanto a sus posibilidades: es esperada tu obra con ansia, le dice, y será devorada.»
Carta anónima en que se acusa de afrancesado a Francisco Castellano |
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