Retrato por Manuel San Gil (Museo del Prado) |
En su estudio Hacia Cádiz, notas sobre el proceso constituyente, José Manuel Cuenca Toribio se refiere así a la obra que nos ocupa: «Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Pocos libros, en efecto, mejor intitulados en la bibliografía española que el del conde de Toreno, actor y protagonista en primera persona de algunas de las páginas más importantes de la contienda y autor apenas veinte años más tarde de una de las obras más auténticamente clásicas de la historiografía nacional. Pues, en verdad, la rotulación es un prodigio de cadencia secuencial, de perfecta acomodación a la naturaleza de los sucesos acontecidos y narrados. El levantamiento precedió a la guerra y ésta a la revolución, radicando en el levantamiento el primus movens y el hecho originario del inmenso proceso abierto en la vida española por la lucha contra la invasión napoleónica. Pese a que la índole de gran número de los análisis de la reciente investigación cuestiona la exactitud del título de la obra del aristócrata asturiano al identificar levantamiento y revolución, es difícil discutírsela. La larga cadena de violentas protestas contra la penetración francesa en el país, forjada durante un mes a lo largo de todo el territorio peninsular, fue ante todo un acto de reafirmación nacional y declaración de independencia frente a toda circunstancia que llevara al sometimiento al agresor. Que el levantamiento fuese espontáneo o generado, popular o interclasista, acto confuso y revuelto en el que, si no de inspiración colectiva, no hubo solución de continuidad en la participación del conjunto de la comunidad, en nada afecta a su significado como gesto de supervivencia de una nación abocada a su desaparición. La voluntad sobrehumana de toda una colectividad para arrostrar la prueba más honda de su historia reivindicando su identidad, sobrecogió a sus mismos protagonistas, infundiéndoles una confianza invencible sobre el final del proceso tan dramáticamente comenzado. A partir del alzamiento, todo fue posible; sin él, ni la guerra ni la revolución hubieran tenido lugar.»
Por su parte Roberto Breña, en su La Historia de Toreno y la historia para Toreno: el pueblo, España y el sueño de un liberal, nos impetra: «En última instancia, mi principal objetivo es animar al lector (culto, mas no especialista) a aventurarse en la lectura de una obra que, 175 años después de haber sido publicada, sigue siendo la más importante visión de conjunto que existe sobre una sublevación popular, un enfrentamiento militar y una revolución política que, con todas las reservas del caso y haciendo abstracción de la historia posterior inmediata, implicó dos “hechos” históricos de la mayor trascendencia. Por un lado, el ingreso de España y de prácticamente todo el mundo hispánico en la “modernidad política”. Esto es, limitándonos a la Península, el inicio de la historia contemporánea de España. Por otro, el inicio de la historia tout court de esa región del mundo occidental que desde hace tiempo denominamos América Latina». Aunque, advierte: «La Historia del levantamiento, guerra y revolución de España es, básicamente, un texto de historia militar. No creo exagerar cuando digo algo que para los historiadores es una perogrullada, pero tal vez no lo sea para algunos de los lectores de esta reseña: más de tres cuartas partes de la Historia de Toreno son descripciones de escaramuzas, sitios, batallas, marchas y contramarchas. Jugando un poco con el título de la obra, se podría decir que el levantamiento y la revolución (en la medida en que podemos circunscribir la revolución a la política) son las damas de compañía de la reina Guerra.»
Para acabar, una última reflexión. Toreno creará la interpretación canónica, nacionalista y liberal (por este orden) de la guerra de la Independencia. Aunque lleva a cabo su labor con alusiones al sine ira et studio de Tácito, y aunque se esfuerza por evitar una tendenciosidad manifiesta, sus simpatías (patrióticas, políticas) tiñen poderosamente sus planteamientos y sus apreciaciones. Sus juicios de valor ―presentados como necesarios, ineludibles―, le conducen a motejar por igual a los afrancesados (a pesar de su tendencia reformista) y a los antiliberales (a pesar de su indudable patriotismo). Pero es que su análisis lo realiza desde sus propias circunstancias vitales: sus loas a la reacción antifrancesa del pueblo, de la nación, choca con frecuencia con su mentalidad elitista, derivada tanto de su origen familiar como de sus simpatías ilustradas y liberales. Por citar unos, entre muchos ejemplos, se esforzará en reducir el papel de las órdenes religiosas (especialmente las mendicantes) en la movilización de la resistencia, así como lamentará el hecho de que no se exijan unos límites de renta para poder ser ciudadanos activos como electores. Desde su punto de vista la revolución ha sido la del pueblo español, pero con sus dirigentes (liberales) naturales. De ahí el íntimo desconcierto y la patente melancolía que nos transmitirá el fin de su obra, cuando nos narre el recibimiento entusiasta que ese pueblo, supuestamente reformista y revolucionario, presta a un Fernando VII que no esconde sus intenciones de restablecer la legislación tradicional.
Goya, Desastres, nº 3: Lo mismo. |
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