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lunes, 27 de mayo de 2024

Ángel Salcedo Ruiz, Contra el regionalismo aragonés

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El nacionalismo moderno, con potentes fundamentos desde la afirmación de las monarquías autoritarias y con el aporte ideológico decisivo de la Ilustración y el romanticismo, se generaliza en España con la guerra de Independencia, tanto entre los partidarios del liberalismo como entre los de la tradición. Coincide en el tiempo, por tanto, con el acelerado declive del reino, que le apea del estatus de gran potencia a causa de su prolongada inestabilidad política y de la pérdida de su imperio.

Sólo más tarde, en el último cuarto del siglo XIX, nacerán y se difundirán los nacionalismos particularistas, primero en Barcelona, luego en Bilbao y finalmente en otras regiones. En cierta medida, y a pesar de que persigan la distinción o ruptura con España, estos nacionalismos alternativos son reflejos especulares del nacionalismo español, con múltiples coincidencias. A aquellos y a éste se les puede aplicar por igual conocidas expresiones que han dado título a algunos libros imprescindibles: la nación siempre es una Mater dolorosa cuyo dificultoso servicio supone a su adorador el ingreso en un bucle melancólico.

Pues bien, el aragonesismo político también surge en ese ambiente finisecular, y aunque con menos resultados que el catalanismo y el vasquismo, dará lugar a un movimiento minoritario que perdurará en el tiempo. Uno de sus representantes fue Juan Moneva y Puyol, de quien comunicamos algunos de sus artículos aragonesistas en Cuestiones políticas (republicanas y regionalistas). Los dos centros principales del nacionalismo aragonés fueron Zaragoza y Barcelona, esta última a causa de la abundancia de inmigrantes (en ese tiempo proceden del valle del Ebro y del Levante mediterráneo) que capta su poderosa industrialización. Habrá una relación difícil entre los nacionalismos catalán y aragonés, en la que se alterna atracción y repulsión.

Presentamos hoy un serie de artículos que un observador ajeno (que podríamos considerar nacionalista español) consagra a este regionalismo aragonés. Los publica entre 1918 y 1920 en el venerable Diario de Barcelona, ciudad en la que reside tras una estancia anterior de más de un año en Zaragoza. El gaditano Ángel Salcedo Ruiz (1859-1921) fue un abogado, jurídico militar, intelectual y político, de abundante obra publicada. En julio de 1918 fue nombrado Auditor de la capitanía General de la 5.ª Región Militar, con destino en Zaragoza, donde permaneció hasta septiembre de 1919, cuando se trasladó a Barcelona, desempeñando el mismo cargo en la 4.ª Región hasta marzo de 1920.

La postura del autor es clara: «Recién llegado a Zaragoza me apresuré a manifestar en el Diario mi primera impresión sobre el regionalismo aragonés; y... escribí que, a mi juicio, hay en Aragón mucho afecto a la tierra natal; sentimiento de solidaridad regional en cuanto que los aragoneses todos se sienten un pueblo, o, quizá mejor, una gran ciudad campesina cuyo barrio central y verdaderamente urbano es Zaragoza, en la clase culta entusiasmo por el pasado glorioso, y en todos vivo deseo de fomentar los intereses económicos de la región, singularmente los agrícolas, cifrados hoy en las obras hidráulicas; que, fuera de esto, en ninguna ciudad española es el natural de otras regiones menos forastero que aquí; y, finalmente, que el regionalismo a la catalana, sostenido por algunos intelectuales, no encuentra eco en la opinión, sino una resistencia formidable, porque es la de todos, y más que airada, pasiva y zumbona, propia del intenso temperamento satírico de un pueblo como el aragonés.»

Hemos agregado en anexo varios artículos citados por Salcedo y otros de sus contradictores, a favor o en contra de Aragón y el aragonesismo.

lunes, 13 de mayo de 2024

Juan Moneva y Puyol, Disertaciones políticas (republicanas y regionalistas)

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Hace unos meses presentábamos Política de represión y otros textos del interesante personaje que fue el catedrático, abogado y publicista Juan Moneva y Puyol (1871-1951). Ahora traemos una selección de los artículos que publicó entre 1930 y 1933 en el diario zaragozano La Voz de Aragón, muchos de ellos con el epígrafe común de Disertaciones políticas. Aunque siempre había estado interesado en estas cuestiones, e incluso había desempeñado una dirección general durante varios meses en un gobierno Maura, es ahora, tras el fin de la dictadura de Primo de Rivera en la que había sido procesado por un tribunal militar, cuando sus constantes y abundantes colaboraciones periodísticas se centran más en las cuestiones políticas.

Consciente de los desaciertos de los gobiernos Berenguer y Aznar, recibe esperanzado la proclamación de la república. Juzga así las elecciones municipales que la trajeron: «El acierto de la elección del 12 abril 1931, aun afectada como está la incongruencia de no atender a su finalidad mas a otra diversa, finca en que corresponde exactamente a la opinión pública; la gente sentía al igual de lo que expresaron los escrutinios; la gente se hallaba conforme con dar a los sufragios una aplicación diferente de la legalmente confesada, que era elegir concejales.»

Y pocos días después: «Afirmo... ser lo que llaman la derecha... sostenemos el derecho a ser cristianos católicos y el de inspirar en eso toda nuestra actuación de las cosas humanas… Nos queda solamente la República; ni aun podemos decir que nos han quitado la Monarquía y el Monarca que preferíamos; había, respecto de eso, en las derechas, muchos descontentos; todos los que detestábamos la Dictadura; todos los que consideramos primer tesoro político la libertad ciudadana. Por eso... porque la República no repugna a nuestra conciencia ni es incompatible con nuestro programa de fondo, opino que todo político de derecha debe avenirse llanamente, sinceramente, cuanto antes, a la República, laborar en ella y formar en sus partidos o, si ninguno de ellos satisface a nuestras ideas, formar otro de sus partidos.»

Moneva se definirá, pues, como liberal, católico, de derechas y aragonesista. Pero su talante crítico le llevó pronto a reprochar algunas actuaciones de la naciente república, si al principio menores e incluso disculpables y disculpadas, pronto de mayor gravedad, como el tan desacertado como interesado sistema electoral impuesto, que mantenía fuera del censo a las mujeres, que sí había incluido la pasada dictadura, y que conjugaba el sistema mayoritario con el predominio de distritos electorales provinciales, favoreciendo así el monopolio del poder de la coalición gobernante:

«Pero los hombres del Nuevo Régimen, cuyo único título, para comenzar a imperar y para seguir imperando, es llevar la representación del Pueblo, no quisieron exponerse a que el Pueblo pudiera votar con criterio político, eligiendo en listas homogéneas; fue conservado el sistema antiguo, invitatorio a la promiscuidad, que hace imposible conocer el criterio político del País. Y hubo promiscuidad en las candidaturas; a veces, más candidaturas promiscuas que de las otras; de las otras; no sé caracterizarlas de otro modo, pues la más extendida, por ser la ministerial, era promiscua; la formaban, como queda ya dicho, representantes de políticas incompatibles entre sí; y esto, cuando más interesaba definir la actitud política de cada cual, pues la labor de las Cortes elegidas había de ser Constituyente; más política, pues, que la de otras Cortes cualesquiera.»

Posteriormente sus críticas aumentarán a causa de la política represiva del gobierno, por su talante cada vez más anticatólico, y por su descomunal ocupación del Estado, repartido como un botín: «botín, premio útil de la victoria, no ganado por el esfuerzo laborioso, son los haberes, únicos pocas veces, múltiples las más; las comisiones retribuidas; la acumulación de favores; tales puestos dados graciosamente, sin que en el nombrado preceda la prueba de un concurso, o de aquel esfuerzo y sobresalto que es una oposición; ingreso en carreras por lo alto de sus escalafones; dispensa de servir un cargo, sin disminución de sus ventajas. Y botín, para otro estamento, es el nuevo régimen agrario… y botín —enorme paradoja—, todo el régimen administrativo del Trabajo, iniciado, no ya sólo en tiempo de Monarquía, mas en tiempo de Dictadura… (cuando) en el Ministerio del Trabajo imperó la Unión General de Trabajadores tanto como ahora.»

Además, y en paralelo, buena parte de estos artículos se ocuparán de la promoción del nacionalismo o regionalismo aragonés (que Moneva considera lo mismo) y su rechazo del centralismo estatal. Aunque partícipe en Acción Popular, su influencia en este sentido fue muy limitada o nula, porque las «derechas detestan el Regionalismo, a no ser lo que ellas dicen un Regionalismo sano, lo cual quiere decir cantador de loores, en primer lugar, a la omnipotencia del Estado; un Regionalismo con la bandera estatal en lugar preferente; después de lo cual aun alguna vez se atreven a izar la bandera de la Región; pero nunca osan ensalzar la Región sin dar, oficiosas, la excusa no pedida de sin perjuicio de la supremacía de la Patria u otro giro análogo.» Con impotencia, considera su incapacidad para cambiar la situación como su último fracaso político.

El viejo sistema de la Restauración había garantizado medio siglo de funcionamiento ordinario del sistema liberal, de enorme inestabilidad hasta entonces, por medio de una alternancia política pacífica, y con la aceptación e inclusión de aquellos que rechazaban el propio sistema: tradicionalistas, republicanos, nacionalistas, socialistas… Pero con el fracaso de los esfuerzos modernizadores (Maura, Canalejas…), en 1923 se entraba definitivamente en lo que en otras ocasiones he llamado la etapa autoritaria de la España contemporánea, que se prolongará hasta la transición a la democracia. Cada ideología se reafirma y se hace más intolerante, rechazando cualquier componenda con aquellas otras que se le oponen. El poder se ocupa, y ya no se está dispuesto a compartirlo: todo lo más, a llegar a acuerdos oportunistas en los que cada parte quiere prevalecer.

Este conjunto de artículos de Moneva nos muestra su percepción muy personal sobre el devenir de la segunda república, con múltiples facetas y matices. Pero, además, muchas de sus reflexiones pueden ser confrontadas con acontecimientos actuales. Por ejemplo, la incidental que escribe el 15 de mayo de 1930: Sánchez-Guerra «quiso procesarme, año de 1914, por un artículo en el cual acusé de insinceras aquellas elecciones en las que fueron usados contra Maura y los mauristas papel sellado, talegos y trabucos. Me libró de aquella molestia una amnistía que dio aquel Gobierno; las amnistías son siempre modos que usa una situación política, no primordialmente para perdonar algo malo que otros han hecho, mas para hacerse perdonar algo malo que ha hecho ella.»

Plaza de la Constitución de Zaragoza, 14 de abril de 1931

lunes, 1 de abril de 2024

Manuel Chaves Nogales, La vuelta a Europa en avión (los reportajes del Heraldo)

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Manuel Chaves Nogales (1897-1944) fue un prestigioso periodista y escritor, doblemente exiliado de los dos bandos de la guerra civil, como tantos otros intelectuales de esos años. En los años veinte fue redactor jefe del Heraldo de Madrid, periódico madrileño de gran tirada, y en los treinta subdirector del nuevo diario Ahora, muy influyente durante la segunda república. Despertaron gran interés sus reportajes y entrevistas, aunque hoy día se le recuerde sobre todo por su A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, colección de relatos ambientados en la guerra civil escritos en 1937, y publicados en periódicos de diferentes países, y como libro en Santiago de Chile ese mismo año. De este autor comunicamos en su día sus Crónicas de la Revolución de Asturias.

En 1928, en los últimos tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, Chaves Nogales lleva a cabo un recorrido periodístico por buena parte de Europa, y entre agosto y noviembre publica en el Heraldo un conjunto de crónicas que arrancan en Madrid, y se desplazan a Francia, Suiza, Alemania y sobre todo Rusia, el verdadero objetivo del viaje: se ocupa de ella en diecinueve de los veintiocho artículos que componen la serie. Recorre durante varias semanas buena parte de Rusia: Smolensk, Moscú, el Cáucaso (con Bakú) y Leningrado:

«Yo he recorrido Rusia de punta a punta, he andado a mi placer por ciudades importantes y por aldeas, he viajado solo, siempre solo, sin decir a nadie a dónde iba ni con qué objeto, en avión, en ferrocarril, en auto y hasta en carro. Nadie me ha molestado nunca, ni me ha pedido un documento, ni me ha puesto la menor dificultad. Tengo, sin embargo, la impresión de que se me han seguido los pasos y de que se ha sabido en todo momento adonde iba y con quién me entrevistaba. Sería cándido suponer lo contrario. Pero no me ha ocasionado ni la más mínima molestia; como si yo fuese el amo de Rusia. Por eso afirmo que la Policía soviética es la mejor del mundo… como policía política.»

Unos meses después, ya en 1929, corregirá y ampliará considerablemente los artículos anteriores, y los publicará en libro con el título La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, cuando todavía perdura la dictadura en España. Tiene cierto interés observar las diferencias entre los artículos y el libro posterior, por lo que hemos incluido algunas notas y, como anexo, algunos pasajes relativos a la estancia del autor en Rusia, no incluidos en las crónicas periodísticas de su viaje.

Puede resultar llamativo el grado de libertad de expresión existente durante la dictadura de Primo de Rivera, a pesar de la existencia de la represión y de la censura previa: Chaves alaba los sistemas democráticos europeos y numerosos aspectos del régimen comunista ruso, y critica otros del español. Generalmente se califica la primera dictadura española del siglo XX como un régimen militar, autoritario y conservador. Y verdaderamente es así, pero al mismo tiempo fue también un régimen reformista que reconoció el voto femenino, que por primera vez nombró a mujeres para cargos públicos (desde concejales hasta parlamentarias), y que gozó del apoyo y colaboración de socialistas y ugetistas como Largo Caballero y de la propia organización…

Otra cuestión interesante es el plantearnos si podemos incluir a Chaves entre los abundantes intelectuales compañeros de viaje de los soviéticos en los años veinte y treinta. Se puede constatar su admiración sincera por muchas de las realizaciones que han llevado a cabo los comunistas, su creencia en que verdaderamente son los proletarios (esto es, los trabajadores industriales) los que ejercen y disfrutan el poder, su certidumbre de la pureza de motivaciones de los bolcheviques, su convicción en el apoyo absoluto de la población a los comunistas…

Pero Chaves también certifica la carencia absoluta de libertad de expresión, así como el talante represivo, militarista, burocrático y policíaco del régimen, y exclama: «Los bolcheviques no han conseguido sino aquello que los socialistas van logrando en los países capitalistas por medio de un procedimiento evolutivo. ¡Y para conseguir tan poco han sido necesarias esas infamias, esos crímenes de la Checa, las matanzas de Arkángel, el hambre, la guerra civil, el bloqueo, los niños abandonados y el Ejército Rojo!»

¿En qué quedamos? Quizás la explicación de esta ambivalencia nos la proporciona el mismo Chaves Nogales en las líneas primeras de su libro: «Para ponerse a escribir en los periódicos hay que disculparse previamente por la petulancia que esto supone, y la única disculpa válida es la de contar, relatar, reseñar. Contar y andar es la función del periodista (...), que no reclama la atención del lector si no es con un motivo: contarle algo, informarle de algo. Claro es que ésta no es la única misión del periodista, ni siquiera la más importante. Pero es la única que puede uno proponerse si no quiere sentar plaza de mixtificador.»

Y luego: «No aspiro a que cuanto digo tenga autoridad de ninguna clase. Interpreto, según mi temperamento, el panorama espiritual de las tierras que he cruzado, montado en un avión, describo paisajes, reseño entrevistas y cuento anécdotas que es posible que tengan algún valor categórico, pero que desde luego yo no les doy. Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica —la periodística— no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio.»

lunes, 20 de febrero de 2023

Pierre Gaxotte, La España de los años treinta. Artículos de «Je suis partout»

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Vamos esta semana con el periodismo político. En 1917 un joven Pierre Gaxotte (1895-1982) se incorpora a Action française, el movimiento de la derecha tradicionalista, nacionalista y monárquica, que naturalmente deriva en radical, autoritaria y antisemita. Será uno de los secretarios de Charles Maurras, su líder indiscutido. En los siguientes años, y en paralelo a su carrera académica como historiador (con obras tan destacadas y polémicas como La revolución francesa (1928), desarrolla una considerable actividad política en diferentes periódicos, especialmente en Candide y más tarde en su vástago, el semanario Je suis partout, centrado en la información internacional. En ambos desempeña cargos de responsabilidad: director, redactor jefe, editorialista. Tanto él como los restantes colaboradores critican duramente a los políticos e instituciones de la tercera república, pero reservan el grueso de sus condenas al comunismo soviético. ¿Y el fascismo italiano? Las opiniones son más ponderadas y variadas: desde los que sienten más atraídos por sus programas y acciones, hasta los que, como el propio Maurras, «subrayaba en ocasiones las diferencias entre la Action Française y el fascismo italiano, criticaba el radicalismo y la demagogia de éste, la importancia que confería a la política moderna de masas en vez de dársela a las élites, el carácter dudoso de su monarquismo, su falta de consistencia doctrinal y su uso indisciplinado de la violencia.» (Stanley G. Payne)

Sin embargo, ante el establecimiento de la segunda república en España, el posicionamiento de Gaxotte y de la revista fue claro: se ha entrado en un plano inclinado que conduce a políticas cada vez más extremistas, a un desorden progresivo, a una violencia desatada y a la amenaza revolucionaria. La insurrección de 1936 se verá como el cumplimiento de las predicciones, y como la sana reacción del pueblo español ante el ominoso frente popular. Además ―la visión del semanario está lógicamente centrada en Francia― la revolución marxista y anarquista que se implantaba en España, amenaza también a Francia, gobernada por su propio frente popular. Naturalmente el tono combativo, dogmático y maniqueo aumenta muchos grados: la información y los datos, la interpretación y la opinión, se han convertido en meros vehículos de propaganda. Se utilizan todas las armas al alcance para poner de relieve los errores y fracasos del contrario, para difamar, ridiculizarlo y anonadar al enemigo.

Pero Pierre Gaxote, a pesar de defender y exigir el reconocimiento de Franco por parte de Francia, ha comenzado su personal distanciamiento de la fascistización progresiva del nacionalismo autoritario francés. Es sobre todo la preocupación ante la amenaza que supone la Alemania nazi, la que le lleva a dar este paso. Así, en marzo 1939 escribe en La Nation Belge: «Entre el bolchevismo y el hitlerismo hay muchas menos diferencias que entre el bolchevismo y la monarquía inglesa. La revolución alemana tuvo lugar en un país que estaba varios siglos por delante de la Rusia de los zares. La experiencia de la socialización tiene lugar a un nivel superior, en un pueblo entrenado desde hace mucho tiempo en una disciplina exacta y que lleva la burocracia en la sangre. No es una socialización menor. Hitler es tan antiburgués y anticapitalista como Stalin.»

El pacto germano-soviético inmediato le reafirmará en su postura, y publicará, ya en 1940, en vísperas de la derrota, Francia frente a Alemania (que más tarde será prohibido por los alemanes). Desde entonces se desvinculará de la política activa, y posteriormente rechazará colaborar con los ocupantes y con el régimen de Vichy. Deberá evitar a la Gestapo y buscar un refugio donde pasar desapercibido, lo que tras la guerra le permitirá evitar el destino de muchos de sus compañeros políticos y periodistas, sometidos a la durísima depuración, primero a cargo de la Resistencia, y luego de las instituciones de la República. En cambio Gaxotte reanudará su carrera académica como historiador, colaborará habitualmente en Le Figaro desde posturas conservadoras, y será elegido como miembro de la Academia Francesa en 1953.

Je suis partout, 23 de abril de 1932

lunes, 9 de mayo de 2022

Wenceslao Fernández Flórez, Columnas de la República 1931-1936

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Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964) recibe la República con interés positivo: «De repente este pueblo que no existía se presenta trayendo la República; porque nadie lo hizo sino él. Ni el prestigio de un hombre-cumbre, que no se reveló todavía; ni los discursos de los mítines, que eran rosarios de tópicos; ni una acción violenta. Cuando los constitucionalistas pensaban en apelar a las Cortes, y las izquierdas, a la revolución, y un hombre del talento de Cambó afirmaba reiteradamente que era imposible un cambio de régimen sin la activa intervención del Ejército, llega ese pueblo, y, suavemente, sorprendiendo a todos, implanta la República. Una República que ascendió por capilaridad —cada hombre, una gotita— hasta la superficie donde los hechos se cuajan. Ventaja inmensa, porque impide que haya santones, con o sin sable, que, por regla general, suelen cobrar muy caras las deudas que los pueblos contraen con ellos. En la historia de Europa sólo recuerdo un hecho parecido: la separación de Suecia y Noruega para constituir dos Estados independientes, sin convulsión, sin luchas, por acuerdo pacífico y ejemplar.»

Sin embargo, pronto aparecerán santones y figurones que resquebrajarán su confianza en la posibilidad de edificar una República propiamente liberal: «Entre todos mis defectos, el que de día en día siento pesar sobre mí más abrumadoramente es mi liberalismo. Hoy es moda reírse del liberalismo, pero yo no conozco aún otro ambiente en que sea posible mayor felicidad espiritual. Acaso sea porque el amor a la Libertad fue un morbo del siglo XIX, y a fines de él nací yo y adquirí el contagio. O quizá porque la producción artística impone por su esencia propia la devoción a aquella diosa de la que hoy se dice desdeñosamente que no es más que un prejuicio “pequeño-burgués”. Por lo que sea. Pero a mí me molesta que se haga del mundo un cuartel donde los movimientos, las necesidades y los pensamientos estén previstos, ordenados y atendidos, sancionados y sometidos a disciplina inquebrantable. Una cosa es afirmar que el liberalismo tiene grandes defectos que deben ser corregidos y que incurrió en graves torpezas, más por su romántica puerilidad que por los fundamentos de su posición, y otra intentar que sea extirpada del espíritu la tendencia a la Libertad, vieja como el mismo hombre, componente sin el que nunca podrá cuajarse la felicidad o el remedo de felicidad a que podemos aspirar los humanos. Pero el antiliberalismo actual no es más que una moda por reacción.»

Y, en 1934, todas las alarmas se disparan: «Usted, hombre que ha cumplido la cuarentena, tiene los ojos asustados. ¿A qué mundo ha sido transportado repentinamente? Le han instruido en ciertos dogmas, en ciertos respetos, en ciertos convencionalismos. La sociedad humana firmó con usted un pacto, en el que, a cambio de una determinada conducta y un determinado esfuerzo que usted debía realizar, le garantizaba las más importantes condiciones de su vida. Le enseñaron a venerar algunos ideales cuya inconmovilidad parecía garantizada. Y usted marchó sobre esos carriles. Estudió, trabajó, formó una familia... Bruscamente, en unos cuantos años —muy pocos— lo antiguo se derrumba (...) Hay un estremecedor retorno a la ferocidad. Un día son fusiladas sin formación de causa varias docenas de hombres sobresalientes, en una nación de vieja cultura. Otro día es un canciller europeo el que se desangra sobre la alfombra de su despacho, pidiendo socorro con voz débil, entre la cruel quietud de sus asesinos. Aquí y allá, en los países de más fuerte moral aparente, bandas de hombres luchan con otras bandas de hombres. Tabletea la ametralladora en ciudades ilustres, las trincheras ponen breves fronteras al odio. Se mata implacablemente en nombre de aspiraciones que nadie —ni los asesinos mismos— sabe cómo pueden ser satisfechas. Un miedo expectante, una acritud sin disimulo corren de Norte a Sur por todos los meridianos del mundo.»

Y como otros muchos liberales, de izquierdas y de derechas, unos antes y otros después, se pregunta, con talante profético: «¿Cuántos son los españoles de espíritu antes decididamente inclinado al liberalismo que ahora ansían, en secreto o en público, una situación “de autoridad”, una dictadura intransigente que les permita vivir con la tranquilidad de que hoy se carece? Toda esa generosa predisposición la han destruido los partidos que tan mal manejaron el mando desde que está implantada la República. Han sembrado de sal el campo donde los amigos del progreso se prometían recoger buenas cosechas. Han arruinado hasta la fe en las ideas que mejor armonizan con nuestro tiempo. Mal episódico, porque esas ideas revivirán. Pero ¿cuánto tiempo y cuántos esfuerzos serán precisos para ello?»

Las citas anteriores, excepto la primera, corresponden a artículos publicados en torno a 1934, antes y después de la revolución de octubre, cuando se agudiza su desencanto. Sin embargo, observa igual de críticamente a los gobernantes de ambos bienios republicanos, aunque también mantiene una independencia de criterio que le lleva a dar la razón, en el fondo, a la Generalitat en el conflicto con el Tribunal de garantías constitucionales, alabar al mismo tiempo a Fernando de los Ríos y a Sainz Rodríguez, y a denunciar la interesada censura de unos y otros, sucesivamente. Sólo a partir de febrero del 36, cuando los enfrentamientos se hacen cada vez mayores y se presiente ya «la orilla donde sonríen los locos» (Sender), nuestro autor se distanciará del día a día de la política. Presentamos esta semana una amplia selección de los artículos políticos y crónicas parlamentarias que publica en el diario ABC (al que agradecemos la puesta a disposición de los interesados de su completa hemeroteca) durante la Segunda República. A través de ellos dispondremos de una veraz aunque personal historia de ésta, como podemos hacer a través de los repertorios de Unamuno, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Josep Plá (estos últimos publicados por Xavier Pericay en 2006), o la colección de dibujos políticos de Areuger (Gerardo Fernández de la Reguera).

Una última cita sobre su postura ideológica y su personal uso del humor: «Raro es, en verdad, el periódico que en estos cuatro años no disparó alguna vez una flechita contra mí. Lo que los de izquierda y los de derecha suelen decir es tan contradictorio que se neutraliza momentáneamente en mi atención. Para los unos soy un sacristán; para los otros, un anarquista. Yo sumo. Menos uno y más uno, cero. Y me olvido. Pero hay dos recursos de aniquilamiento que emplean con la misma fruición los dos bandos, y su repetición temática hace que no pueda borrarlos de la memoria. Son, a saber: Primero, llamarme Fernández. Segundo, acusarme ante el orbe de ser un chistoso contumaz (…) Quizá la actitud irónica tenga más fuerza, más poder que la trágica. Acaso lo que yo digo en un comentario burlón se prende más en la memoria y en la sensibilidad de la gente que un artículo de fondo barbudo y bigotudo. No sé (…) Yo creo en la eficacia de la sonrisa. Yo creo que una carcajada puesta junto a un hombre o a una institución o a un sistema de ideas, les hace saltar mejor que una bomba de dinamita. ¿Ustedes prefieren el artículo lacrimógeno, la glosa dramática, los crespones de la retórica sollozante? Yo saludo con todo respeto a los crespones, a los sollozos y al reflexivo ademán con que se puede mesar una barba. Cada cual con su estilo.»

El gobierno provisional se presenta ante las primeras Cortes republicanas

lunes, 25 de abril de 2022

Gregorio Marañón, Artículos republicanos 1931-1937

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Andrés Trapiello nos presenta así al protagonista de esta semana en su tantas veces citada Las armas y las letras: «Marañón fue toda una institución política y humanística del momento. Era médico, político, historiador, ensayista, biógrafo, dedicaba muchas horas al laboratorio y muchas a la medicina hospitalaria, llegó a ser miembro de todas las academias, y cada cierto tiempo, con relativa frecuencia, publicaba inamovibles volúmenes sobre cualesquiera de estas materias, sin contar el tiempo que le llevaba hacer la visita diaria a los ilustres enfermos que solicitaban su atención y diagnóstico. Su vocación política, por lo menos antes de la República, fue neta y no menor que la médica. Había estado preso en tiempos del general Primo, como conspirador, en una de esas prisiones que más que desdorar el currículum del interesado, lo bruñían con rapidez y prestancia y lo lanzaban a nuevas campañas triunfales. Fue fundador, con Ortega y Pérez de Ayala, de la Agrupación al Servicio de la República, que emitió su proclama el 10 de febrero de 1931, y también, como Ortega y Ayala, diputado en las Cortes Constituyentes.»

Pues bien, de entre la inmensa producción intelectual de Marañón, relacionada exhaustivamente por Antonio López Vega en su Biobibliografía de Gregorio Marañón (2009), hemos seleccionado una treintena de artículos periodísticos en los que se ocupa de la vida política española tras el 14 de abril, en la que participa activamente hasta su renuncia al escaño en las Cortes en 1933. Su posicionamiento a favor de la república es patente y entusiasta. Su punto de partida, desde su progresismo, es el rechazo de la monarquía, tanto por su respaldo a la dictadura de Primo de Rivera como por la misma esencia y funcionamiento del régimen de la Restauración. En el marco de la crisis general del sistema liberal provocada por la Gran Guerra, Marañón no es capaz de percibir el carácter abierto y perfectible del sistema regido por la constitución de 1876, aunque unos años después rectificará.

Roberto Villa, en su esclarecedor 1917 El estado catalán y el soviet español (2021) afirma que «la España de 1917 poco tenía que ver ya con esa caricatura que, cuando alude a los aspectos sociales y económicos, se define en término de “atraso”, “estancamiento” o “fracaso”, y que cuando se menciona lo político se etiqueta con “oligarquía” y “caciquismo”, el manido lema de Joaquín Costa. La España de hace un siglo era una nación dinámica y progresiva (…) Desde un punto de vista político, España se regía por medio de una monarquía constitucional con un gobierno parlamentario. Su entramado de reglas e instituciones era equiparable al de cualquier otro país liberal y poseía innegables potencialidades democráticas, culminadas con la concesión del sufragio universal masculino en 1890 (…) Hacia 1917 el sufragio universal funcionaba cada vez mejor y las elecciones fueron progresivamente más disputadas y limpias, comparadas con las del siglo XIX. Cabían pocas dudas de que, de mantenerse la arquitectura del régimen político, esa evolución electoral anticipaba la democracia liberal.»

Pero a muchos de los sectores republicanos, socialistas, catalanistas y militares que, en la vieja tradición liberal e historicista, mitificaban el concepto de la revolución como panacea transformadora de las sociedades, se les une una parte significativa aunque reducida de la clase política de la Restauración, y abundantes intelectuales y creadores de opinión, especialmente tras el fin de la dictadura. Con ellos, Gregorio Marañón participará significativamente en el establecimiento de lo que es por todos defendido como una inevitable ruptura de la legalidad; eso sí, según sus promotores, traído por un “Pueblo” abstracto e indeterminado: en realidad la autodeclarada “voluntad general” de Rousseau. El entusiasmo que manifestará Marañón es indudable, al igual que su confianza en el éxito del nuevo régimen, y se mantendrán durante bastante tiempo, a pesar de los conflictos, cada vez más graves: la quema de conventos, los sucesos de Castilblanco... Mientras que otros como Ortega y Unamuno se desencantan pronto, nuestro autor conservará y manifestará en sus artículo un cierto optimismo, que le lleva a minimizar problemas y excesos, y a considerarlos conflictos necesarios en todo proceso revolucionario. Con todo, progresivamente sus comentarios tienden a alejarse de la vida política directa, y a centrarse en cuestiones que puedan considerarse neutrales: la cultura, su difusión con carácter hispánico en Marruecos, Argelia, América…

Todavía en junio de 1936 observamos una cierta ambivalencia en nuestro autor: reconoce que «pasan muchas cosas graves, profundas (…) Cosas, es cierto, desagradables para muchos, incómodas y a veces trágicas. Pero profundamente serias, estructuradas bajo su aparente incoherencia y reveladoras de una vitalidad nacional que no puede menos de ser fecunda, aunque a costa del dolor de muchos. Incluso del dolor de quien esto escribe.» Pero confía en que «a costa sin duda de unos meses de fricción áspera y a veces violenta, entre las nuevas fuerzas políticas de España se podrá llegar a la estructura moderna sin que pasemos por la fase rigurosamente unilateral de otros países de Europa, rojos o negros (…) Ahora, ¿cuál será esa estructura moderna? (...) los pueblos marchan siempre hacia un mejor porvenir, que, naturalmente, no puede coincidir con los ideales y los intereses de todos. El que dude que dentro de unos años se habrá llegado a una transacción entre las dos fuerzas extremas que hoy luchan en el mundo está ciego. El comunismo está ya infestado de burguesía, y los regímenes fascistas tienen desde lejos reflejos rojos. Mientras los hombres tengan manos se golpearán con ellas, y luego se las estrecharán. Y así, en España, quién sabe si antes que en otros pueblos.»

Pero lo que llegó fue, en cambio, “la orilla donde sonríen los locos”, la guerra civil, y con ella su  cambio de postura, cuando por fin Marañón consiga salir de España, será definitivo: «Éstos son los términos exactos del problema. Una lucha entre un régimen antidemocrático, comunista y oriental, y otro régimen antidemocrático, anticomunista y europeo, cuya fórmula exacta sólo la realidad española, infinitamente pujante, modelará. Así como Italia o Flandes, en los siglos XV y XVI, fueron teatro de la lucha entre los grandes poderes que iban a plasmar la nueva Europa, hoy las grandes fuerzas del mundo libran en España su batalla. Y España aporta ―es su gloriosa tradición― la parte más dura en el esfuerzo por la victoria, que será para todos. En torno a estos términos es como la mayoría de los españoles han tomado su posición. Y en torno a ellos es como debe tomarlos el espectador extranjero, que quizá sea menos espectador de lo que se figura. O comunista o no comunista: no hay por el momento otra opción (…) Los liberales españoles saben ya a qué atenerse. Los del resto del mundo, todavía no.»

El presidente de Francia, Edouard Herriot, en Toledo,
con Azaña, De los Ríos y Marañón 
(31 de octubre de 1932)

lunes, 11 de octubre de 2021

Anti-Miñano. Folletos contra las Cartas del Pobrecito Holgazán y su autor

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Escribía hace unos años Claude Morange: «Miñano fue uno de los primeros en lanzarse a la batalla periodística en 1820. El éxito de la empresa suscitó un sinnúmero de imitaciones y de ataques, que ocuparon el campo abierto por la ley de la libertad de la imprenta. La Colmena señala el hecho en su número de 11 de mayo: “Han empezado a salir papeles y folletos, en que ya por activa, ya por pasiva, se hace figurar la holgazanería, encontrando sus autores, en esta palabra mágica, la piedra filosofal.” Más tarde, Miñano lo recuerda, con ironía y orgullo, en el fingido diálogo entre el Holgazán y el Censor: “Censor: ...pero como he visto tantas impugnaciones… Holgazán: Sí, señor, muchas han sido; pero creo que han sido muchas más las imitaciones, y no por esto han prosperado más éstas que aquéllas. Impugna todo el que quiere, y sólo imita el que puede...”»

Esta semana comunicamos varios de aquellos panfletos críticos o condenatorios, que agitaron la opinión pública, creciente y militante, del Trienio Liberal: El Lechuzo descubierto en el pobrecito holgazán, El holgazán disputador a Fr. Sardanápalo Cordillas, Testamento, enfermedad y muerte del pobrecito holgazán. Y junto a ellos destacamos especialmente dos: la Carta de un soldado español que nunca perdió los derechos de ciudadano, al autor de los lamentos políticos del pobrecito holgazán, que, según Morange, «salió entre la quinta y la sexta del Lamentador, ya que éste lo cita en la sexta. Lo cita también La Colmena de 11 de mayo. El título basta para entender que se trata de un folleto anti-afrancesado.»

Peor intención tuvo, ya en 1821, la publicación de la Vida, virtudes y milagros del pobrecito holgazán, por otro título el autor de las Semblanzas; o séase Mr. el abate Miñano. Ya en el título se atribuye a Miñano la autoría de la obra Condiciones y semblanzas de los Diputados a Cortes para la legislatura de 1820 y 1821, a pesar de que él lo negó reiteradas veces. Volveremos a ella próximamente. Para Morange «es un furioso ataque personal contra el autor del Pobrecito Holgazán, en forma de biografía comentada. Tan cierto es esto que Miñano denunció el folleto “por injurioso y calumnioso”. Pero los jurados, de tendencia liberal, pronunciaron un “no ha lugar a la formación de causa”.» Incluimos dos artículos publicados por Miñano condenando la obra y el proceso.

En cualquier caso, todas estas producciones, de intención puntual y validez efímera, nos ilustran perfectamente el carácter de la lucha política en el renaciente Nuevo Régimen. A los serviles o absolutistas, mantenidos al margen de las Cortes, las instituciones y la opinión pública, se les convierte en espantajo ya derribado y vencido, en la práctica se les ignora, y desaparecen del debate político. Entre los liberales es patente desde el inicio de la revolución, el enfrentamiento entre antiguos patriotas y antiguos afrancesados, entre moderados y exaltados, entre masones y comuneros...

Goya, Duelo a garrotazos (1820-1823)

lunes, 4 de octubre de 2021

Sebastián de Miñano, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena

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Uno de los primeros que aprovechó el restablecimiento de la Constitución en marzo de 1820 fue nuestro conocido Sebastián de Miñano (1779-1845), artífice del gran éxito editorial que constituyeron las diez cartas que comunicamos esta semana. Si redactó la primera con la intención de publicarla en La Miscelánea, del también afrancesado Javier de Burgos, convinieron ambos en convertirla en folleto independiente, darle continuidad, e imprimir semanalmente una nueva Carta, entre finales de marzo y principios de junio. Su difusión fue sorprendente: múltiples reimpresiones en Madrid, en provincias y también en América. Nuestro también conocido Eugenio de Ochoa (tradujo la Historia de Inglaterra de Hume, escribió varios tipos de Los españoles pintados por sí mismos), que pasa por ser hijo natural de Miñano, propuso que «puede calcularse, sin exageración, que la tirada hecha de cada una de aquellas cartas pasó de 60.000 ejemplares. Esto, que hoy sería enorme, era entonces enormísimo, monstruoso...» El hispanista francés Claude Morange (recientemente fallecido), de quien tomamos la cita, relaciona referencias a Los lamentos en la prensa del Trienio, y lo que es más relevante, el gran número de folletos de imitación o de impugnación que comenzaron a imprimirse en paralelo a aquellos, y de los que enumera veinticinco.

El éxito de Miñano radica en su planteamiento satírico: da la palabra a unos servilones extremados, ridículos, ignorantes, caricaturescos, y sobre todo defensores estrictos del Antiguo Régimen (ya utiliza esta expresión), naturalmente por puro egoísmo propio. La correspondencia entre el Lamentador (antiguo familiar de la Inquisición) y el abogado Servando Mazculla (en la primera carta, Mazorra) acumula con talante jocoso absurdas justificaciones ―en realidad condenas― de instituciones, personajes, doctrinas y valores tradicionales: desde los diezmos y los gremios, a los estamentos privilegiados. Ahora bien, si algo domina en esta obra del canónigo secularizado que es Miñano, es su anticlericalismo acérrimo: frailes (sobre todo) y clérigos, prelados y priores, son considerados los auténticos impedimentos del progreso en España. Naturalmente, falta cualquier esfuerzo de crítica razonada. El autor crea unos despreciables monigotes, indefendibles, a los que asimila todo aquello que quiere condenar. La táctica ha tenido gran predicamento, y está plenamente vigente.

Con su escrito, Miñano busca incorporar al liberalismo triunfante el abundante grupo de los afrancesados (como él mismo), y al mismo tiempo, criticar a los neoliberales conversos que se apresuran a adaptarse a la nueva realidad revolucionaria. Pero el rechazo a los famosos traidores se mantuvo entre amplio sectores de liberales puros, y la reacción de aquellos que se consideraron aludidos injuriosamente en las Cartas, hizo que se multiplicaran los ataques ―tan furibundos como el original― contra nuestro autor. Naturalmente, con argumentos ad hominem similares, falaces pero facilitados por la asendereada vida de Miñano. Por ello, éste se siente obligado en ocasiones a abandonar las voces postizas de sus personajes (por ejemplo, en la carta sexta), para defenderse de estos cargos. Pero será en la última Carta, a punto de abandonar el tono jocoso que ha llegado a cansarle, cuando percibiremos un algo distinto, una cierta decepción, en el siguiente párrafo, que podemos considerar plenamente vigente en la actualidad:

«En este mundo caduco las cosas no tienen más fondo que el nombre que se las quiere dar, y así aunque Vmd. oiga decir que la libertad arriba y la libertad abajo, no ha de entender Vmd. eso tan materialmente como suena porque se llevará chasco. Ahora hay libertad completa para decir mal de todo lo que acabó hace tres meses, pero Dios le libre al más pintado de meterse a murmurar de lo presente, porque eso ya no sería libertad sino licencia. Puede quitarse el pellejo a cuantos hayan mandado sin distinción de personas, pero cuidado amiguito con deslizarse a echar pullas contra los que todavía conserven poder o influjo, porque dirán que se abusa y que ahora no viene al caso publicar ciertas verdades, ni desacreditar lo que se haga aunque sea un disparate notorio. En esto de libertades cada cual tiene la suya y su modo de entenderla; mas lo que no admite duda es que ahora, entonces y siempre hay libertad absoluta para prodigar elogios a los que dan los empleos, con que sirva de gobierno y pasemos a otra cosa.»




lunes, 13 de septiembre de 2021

Los españoles pintados por sí mismos

Ignacio Boix Blay

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Grabados de 1843  |  PDF  |
Grabados de 1851  |  PDF  |

En el Epílogo a la obra que hoy comunicamos, asevera Ramón de Mesonero Romanos: «No concluiríamos nunca si hubiéramos de trazar uno por uno todos los tipos antiguos de nuestra sociedad, contraponiéndolos a los nacidos nuevamente por las alteraciones del siglo. El hombre en el fondo siempre es el mismo, aunque con distintos disfraces en la forma; el palaciego que antes adulaba a los reyes sirve hoy y adula a la plebe bajo el nombre de tribuno; el devoto se ha convertido en humanitario; el vago y calavera en faccioso y patriota; el historiador en hombre de historia; el mayorazgo en pretendiente; y el chispero y la manola en ciudadanos libres y pueblo soberano. Andarán los tiempos, mudaránse las horas, y todos estos tipos, hoy flamantes, pasarán como los otros a ser añejos y retrógrados, y nuestros nietos nos pagarán con sendas carcajadas las pullas y chanzonetas que hoy regalamos a nuestros abuelos. ¿Quién reirá el último?» La obra fue publicada por el destacado editor Ignacio Boix Blay en dos tomos en 1843 y 1844, con muy abundantes grabados, y constituyó un éxito considerable: en 1851 se reeditó en un único volumen, ahora a cargo de Gaspar y Roig editores, y con una nueva colección de ilustraciones. Prueba de su popularización es la aleluya que incluimos en esta entrada, impresa en Madrid por Marés en 1865. El hispanista italiano Francesco Vian, en la obra colectiva La España liberal y romántica (tomo XIV de la Historia general de España y América, Madrid 1990), se refería así a esta obra:

«El impulso vino de fuera. En Inglaterra se publicó Heads of the People, y en Francia, entre 1840 y 1842, una admirable recopilación, Les Français peints par eux mêmes, en ocho tomos, con una serie de “tipos” de París, de la provincia, del ejército, etc, ilustrada con más de mil litografías de Gavarni, Grandville, Monnier y otros importantes artistas. Su imitación española, más limitada y con cien grabados de Carnicero, Severini, Giménez, etc., consta de 98 piezas, casi todas en prosa, constituyendo en conjunto una preciosa antología del romanticismo español, de lectura ―hay que reconocerlo― agradabilísima, incluso hasta hoy día. Aquí están todos (excepto obviamente los grandes desaparecidos: Larra y Espronceda); los famosos ―Rivas y Zorrilla, Gil Carrasco y Bretón, Mesonero y Estébanez, García Gutiérrez y Hartzenbusch, Salas y Quiroga y Flores, Ochoa y Fermín Caballero―, y los menos o nada conocidos ―Ferrer del Río y Cueto, Navarrete y Asquerino, J. M. Díaz y Vicente de la Fuente, Castañeyra y Pedro de Madrazo, etc―.Y no sólo los escritores, sino también los “tipos” españoles habidos y por haber: el torero y la patrona de casa de huéspedes, el indiano y el ama de cura, el guerrillero y el hortera, el senador y el contrabandista, el calesero y la gitana, el patriota y la maja, el covachuelista y la monja, el gaitero gallego y la politicómana (sic), precursora de la actual feminista, etcétera.

»Estamos siempre, es claro, al nivel del “cuadro de costumbres”, o del “daguerrotipo”, padre legítimo de la “instantánea” fotográfica; pero al que tenga la paciencia de leer estas 382 páginas, a doble columna, le esperan deleitosas sorpresas. El ventero y El hospedador de provincia, de Rivas, por ejemplo, aunque superficiales (como todo lo que salió de la pluma del ilustre duque), se “pueden leer” mucho mejor que el inacabable Moro expósito; El pastor trashumante, El maragato y El segador, de Gil y Carrasco, son quizás las páginas más acabadas de la obra entera del novelista de El señor de Bembibre; El avisador, de Bretón de los Herreros, es un excelente boceto de “teatro por dentro”; brotes de futuros “episodios nacionales” se divisan en seudoautobiografías de “viejos” (escritas por jóvenes) como El diplomático, de Salas Quiroga, o El exclaustrado, de Gil y Zárate; “apuntes del natural” muy bien vistos y diseñados se hallan en El español fuera de España, de Ochoa; y en muchas páginas más se notan gérmenes de lo que serían muy pronto las “historietas nacionales”, “cuentos amatorios” y “narraciones inverosímiles” de Pedro Antonio de Alarcón, trait d’union ejemplar entre los prosadores de las dos mitades del siglo.

»Hasta los trazos más endebles e inconsistentes resultan significativos; como por ejemplo, La celestina, de Estébanez Calderón, un tema dramático eludido por miopía arcaizante e incapacidad de enfocar la realidad presente. La ausencia de espíritu crítico está comprobada, en primer lugar, por la falta absoluta del “retrato” o “perfil” que mejor hubiera configurado la actualidad literaria y artística: el del “romántico”. Lo reemplazan muy chapuceramente dos artículos que son entre los peores del libro: El aprendiz de literato, de un desconocido, Luis Loma y Corradi, y El poeta, que lleva una firma famosa, la de José Zorrilla, y que por eso mismo resulta más deplorable. ¿Quién mejor que Zorrilla hubiese podido expresar la estética de la época? Sin embargo, su artículo es de una increíble pobreza ideológica y ética. Zorrilla declara que no quiere hablar “de aquel muchacho de dieciséis años que viene a Madrid fugado de la casa paterna a sentar plaza de poeta porque ha oído decir que Byron y Walter Scott lo hicieron así…” (esto es, no quiere hablar de sí mismo: lo único que hubiera tenido verdadero interés); ni del “aficionado”, del “artista” y del “mentecato” (lo que también hubiera sido interesante, puesto que tantos existían en la realidad coeva).»

Imprenta Marés, Madrid 1865

lunes, 8 de marzo de 2021

Los juicios por la sublevación de Jaca en el diario “Ahora”

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Tras la anticipada y fracasada sublevación de Jaca, en diciembre de 1930, sobre la que reprodujimos en su día las crónicas publicadas por el diario conservador ABC, los intentos de recuperación de la normalidad constitucional se deslizaron velozmente hacia la caída de la monarquía. El desistimiento de las izquierdas y derechas liberales, simbolizadas por Santiago Alba y Rafael Sánchez Guerra, tras la caída del gobierno Berenguer, supuso el reforzamiento definitivo de los elementos republicanos y socialistas, un buen número de ellos encarcelados a la espera del enjuiciamiento de sus responsabilidades por la sublevación. Uno de estos políticos, que se harán con el poder el 14 de abril, fue Miguel Maura, que escribe lo siguiente en su Así cayó Alfonso XIII:

«Habían sido juzgados y ejecutados los dos jefes más directos de la sublevación de Jaca, pero quedaba aún por verse la causa contra otros elementos militares que habían tomado parte en ella. Uno de los encartados, el capitán Sediles, estaba muy comprometido en el alzamiento, y el fiscal pedía la pena de muerte para él. El día 13 [de marzo] se celebró el consejo de guerra. Y, en efecto, se condenó a Sediles a la última pena, a otro capitán a reclusión perpetua, y a penas menores a dos oficiales y a un sargento. Así que fue conocido el fallo, los estudiantes y las organizaciones obreras pusieron el grito en el cielo exigiendo el indulto. No necesitaron esforzarse. Con antelación al propio consejo de guerra, el Gobierno ya había deliberado sobre el caso y acordado, por anticipado, que serían indultados los encausados sobre los que recayese la pena de muerte. Sin más trámites y sin conocer siquiera la sentencia aún inedita. Claro es que este apresuramiento contribuyó no poco a inspirar alientos y confianza a los revoltosos de aquellas jornadas.»

Y más adelante: «En ese ambiente francamente revolucionario y, además, de rebeldía general y de relajo máximo de la autoridad, fue señalado el día 20 para la celebración del consejo de guerra que había de juzgar al Comité encarcelado desde diciembre. El hecho de figurar entre los encartados don Francisco Largo Caballero, consejero de Estado, atribuía la jurisdiccional Consejo Supremo de Guerra y Marina. Presidía este alto tribunal el general Burguete, hombre de ideas avanzadas, muy aficionado a mostrar sus opiniones a través de diarios y revistas, e incluso de libros, y enemigo declarado, desde los tiempos de África, del general Berenguer, a la sazón ministro de la Guerra. Un hijo del general Burguete, Ricardo, había colaborado en la rebelión de diciembre, y su nombre figuraba, innumerables veces, en el sumario. Y ello era conocido al detalle por nosotros. No teníamos, pues, sino dejar hacer al Presidente del Tribunal y ayudar, si era necesario, con nuestra pasividad o nuestra protesta, para que el consejo de guerra fuese, como deseábamos, un gran espectáculo revolucionario.»

viernes, 2 de octubre de 2020

Pío Baroja, Raza y racismo. Artículos en Ahora (1933-35)


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La xenofobia, la reacción que va de la desconfianza al odio ante los grupos extraños, es antigua en la humanidad; la descubrimos en todas las civilizaciones y en todas las épocas. La diferencia respecto al otro puede radicar en el lenguaje, en la religión, en los rasgos, en las costumbres… Y por tanto se persigue la asimilación, la conversión al grupo propio, a veces de forma humanitaria y benévola, con más frecuencia impositiva y violenta. Y el resultado es el antiquísimo dominio y explotación de unos grupos sobre otros.

Ahora bien, una serie de factores de la modernidad como el imperialismo, el capitalismo y el cientificismo, van a contribuir a transformar este fenómeno en el racismo contemporáneo, que quiere dotarse de una justificación ideológica novedosa, revestida de apariencia científica y visos de certeza indudable. En línea con otros reduccionismos de nuestro tiempo (la nación, la clase, el género), supone en síntesis afirmar que cada raza, el grupo biológico de que se forma parte, posee características físicas, intelectuales y de conducta propias y diferenciadas, que determinan la vida del individuo. Y el corolario inevitable: si las razas son diversas entre sí, las habrá mejores y peores, superiores e inferiores, desde la suma perfección hasta rozar lo subhumano.

A finales del siglo XIX, la sociedad occidental se encontraba cada vez más influida, aunque en distintos grados, por esta ideología del racismo. La percibimos en todas las clases sociales, tanto entre los sectores populares y las élites (incluyendo naturalmente a los intelectuales); en los nacionalismos con frecuencia enfrentados entre sí; en los políticos liberales, tanto entre los conservadores como entre los progresistas; en los reaccionarios y en los revolucionarios… En el primer tercio del siglo XX, la mentalidad racista se hace cada vez más común, difundida por novelistas, políticos, artistas, científicos y periodistas. Y también por los nuevos mass media: cine, radio, cómic… Naturalmente también hubo voces críticas (y desde las más variadas ideologías), pero predominó la aceptación del racismo como un hecho indudable y avanzado.

Un ejemplo de todo ello ello está en nuestra aportación de esta semana: diez artículos publicados por Pío Baroja (1872-1956) en el prestigioso diario de Madrid Ahora durante la Segunda República. En ocasiones superficial, en otras contradictorio, a veces acumulando citas y autores un poco a la brava, nos muestran el éxito del racismo a la hora de calar en los planteamientos de autores que se quieren ante todo críticos e independientes. Andrés Trapiello en su conocido Las armas y las letras sintetiza así la postura de Baroja: «Las ideas políticas de Baroja, de corte nietzscheano y anarquista, darwinista fanático y con ribetes racistas, parecen siempre contrastadas por su visión personal de la realidad. “Yo siempre he sido un liberal radical ―nos decía en una declaración del año 17―, individualista y anarquista. Primero, enemigo de la Iglesia; después, del Estado; mientras estos dos poderes estén en lucha, partidario del Estado contra la Iglesia; el día en que el Estado prepondere, enemigo del Estado.” Eran los tiempos en que cifraba la Utopía en un país sin curas, sin moscas y sin carabineros.»


viernes, 26 de junio de 2020

Herblock (Herbert Block), Viñetas políticas 1930-2000

Herblock, por Jim Borgman
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En el número correspondiente al 12 de julio de 1954 de la revista Noticias de Actualidad de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, apareció un artículo sin firma sobre Herbert Block (1909-2001) con el título Caricaturista premiado, que reproducimos a continuación:

Herbert Lawrence Block, caricaturista del periódico Washington Post, cuyos trabajos, con el seudónimo de Herblock, aparecen de vez en cuando en NOTICIAS DE ACTUALIDAD, acaba de ganar un Premio Pulitzer de 500 dólares (20.000 pesetas) por su notable labor como caricaturista durante el año 1953. La caricatura que le ha reportado este galardón se refiere a la muerte de Stalin y se publicó el día 5 de marzo del año pasado. En ella aparecía la encapuchada figura de la muerte diciéndole a Stalin: «José, tú siempre fuiste un gran amigo mío.» Los Premios Pulitzer de Periodismo y Letras, recompensas altamente apreciadas en los Estados Unidos, son conferidos anualmente, desde 1917, por la Universidad de Columbia, que tiene su sede en la ciudad de Nueva York.

Los dibujos de Herblock se publican el mismo día en unos 150 periódicos de los Estados Unidos, en la edición de París del New York Herald Tribune, en el Rome Daily American y en cierto número de periódicos canadienses. Casi a diario, la oficina del periódico de Washington recibe llamadas telefónicas de gentes deseosas de felicitar a Herblock por «haber dado en el clavo» con su caricatura. Las cartas elogiosas, y a veces de censura, que se reciben en la redacción, proceden de lugares tan distantes como Alemania y Filipinas. Una dama escribió en cierta ocasión, desde Italia, lo siguiente: «Me gustan sus caricaturas porque tienen un interés internacional. Soy italiana, pero si fuera holandesa o china gozaría con ellas en la misma medida.»

Herblock parece haber llegado a la eminente posición que ocupa sin ningún presentimiento particular de su destino, aun cuando siempre se sintió inclinado hacía el arte. Hijo de un químico de Chicago, comenzó a dibujar para el periódico de su escuela y continuó haciendo caricaturas en el Colegio de Lake Forest (Illinois). Una vez terminados sus estudios, consiguió empleo en el Daily News de Chicago. En 1933 ingresó en la Newspaper Enterprise Association, sindicato que vendía sus trabajos a 700 periódicos de diferentes partes de los Estados Unidos. Permaneció en esta organización hasta el año 1943, en que se alistó en el Ejército. Durante la segunda guerra mundial, fue destinado como caricaturista al periódico del Ejército Yank.

Después de la guerra, Eugene Meyer, propietario del Washington Post, invitó a Herblock a ir a Washington. El periódico no había tenido caricaturista desde hacía varios años. Los dos hombres hablaron durante una hora de las cuestiones mundiales y la conversación vino a recaer sobre un contrato entre ambos. Herblock dijo: «Mire, antes de pasar adelante, permita que le envíe unas cuantas caricaturas y así podrá usted ver si le gusta mi trabajo.» Mayer contestó rápidamente: «Y yo le enviaré algunos de nuestros editoriales para que usted pueda ver si le gustamos.» Tal conversación fue una confluencia de opiniones que ha subsistido. El periódico deja a Herblock dibujar lo que quiera, ya sea que zahiera a los republicanos, a los demócratas, a la política de los Estados Unidos, a los miembros del Congreso e incluso al propio Presidente. Uno de los tipos famosos de sus caricaturas es «Mr. Bomba Atómica» que tiene el cuerpo en forma de torpedo y una expresión facial humana y amenazadora. Frecuentemente emplea este símbolo para subrayar la necesidad de una inteligencia entre las naciones.

Herblock está asediado siempre por personas que desean saber cómo se le ocurren sus ideas. La sencillez de su respuesta —leyendo los periódicos, escuchando la radio y conversando con gente— parece desilusionar a los consultantes. Herblock, hombre alto, delgado, de aspecto modesto y ojos tristes, es soltero. Juega al golf sin interés y le gusta el cine. Uno de sus mayores placeres es deambular por las galerías de arte de Washington donde se detiene, a veces media hora, ante uno de sus cuadros favoritos. Su trabajo como caricaturista constituye para él la cosa más importante de su vida, y su única ambición es perfeccionar su técnica.

Sello conmemorativo del 175 Aniversario (1966) de
la Declaración de Derechos, diseñado por Herblock.