Dice el autor:
—¿No lee usted literatura pedagógica? ¿Está usted hablando en serio?
—Hace ya tres años que no la leo.
—Pero, ¿cómo no le da vergüenza? Y, en general, ¿lee usted?
—En general, no leo y no me da vergüenza, téngalo en cuenta. Y me dan mucha pena los que leen literatura pedagógica.
Anton Makarenko (1888-1939) fue un pedagogo ruso-ucraniano que se centró con éxito en la recuperación de jóvenes delincuentes durante la época estalinista. Y nos cuenta sus experiencias, con gran viveza, en la obra que presentamos. Sus planteamientos y prácticas educativas nos pueden parecer sugestivas, atroces, admirables y totalitarias, todo ello sucesivamente o a la vez. Le admiramos en su tenacidad para propiciar el crecimiento interior de sus muchachos, su esfuerzo en desarrollar una comunidad cooperadora... Desconfiamos cuando ideologiza su labor, y la hace descansar sobre el rechazo al otro (delincuente, kulak o saboteador). Rechazamos su defensa de la violencia y de la militarización de la vida social... Pero es que el valor de esta obra trasciende a lo pedagógico: página a página cobra vida el comunismo soviético, en su amalgama de grandes proyectos, un activismo enfebrecido acompañado de una burocratización creciente, unas resistencias persistentes a la colectivización (en la producción, pero también en las mentes y comportamientos) que generan represión y militarismo, y en último término el predominio de la ideología sobre la materialidad de la vida corriente.
Unos pocos párrafos pueden mostrarnos la riqueza y ambivalencia del Poema pedagógico.
Pedagogía y técnica:
¿Por qué estudiamos en los centros de enseñanza técnica superior la resistencia de los materiales y, en cambio, no estudiamos en los institutos pedagógicos la resistencia de la personalidad cuando se la empieza a educar? Sin embargo, para nadie es un secreto que esta resistencia se produce. En fin, ignoro por qué no tenemos tampoco una sección de control que pudiera decir a los diversos chapuceros pedagógicos:
—El 90% de su producción, amiguitos, es defectuosa. Ustedes no han hecho una personalidad comunista, sino una porquería, un borrachín, un holgazán y un codicioso. Hagan el favor de pagar de su sueldo. (...)
Desde las cimas de los despachos olímpicos no se disciernen los detalles y los fragmentos del trabajo. Desde allí se ve tan sólo un mar infinito de infancia sin fisonomía, y, mientras tanto, en el propio despacho se exhibe el modelo de un niño abstracto, hecho de los materiales más ligeros: ideas, papel impreso, sueños irreales. (Libro tercero, capítulo 10)
Disciplina
En mi informe acerca de la disciplina yo me había permitido poner en duda el acierto de tesis que entonces eran reconocidas generalmente y que afirmaban que el castigo no hace más que educar esclavos, que se debía dar libre espacio al espíritu creador del niño y, sobre todo, que era preciso hacer hincapié en la auto organización y en la autodisciplina. Me permití sostener el punto de vista, para mí incuestionable, de que, mientras no existiera la colectividad con sus organismos correspondientes, mientras faltasen la tradición y los hábitos elementales de trabajo y de vida, el educador tendría derecho a la coerción, a cuyo empleo no debía renunciar. También afirmé que era imposible fundamentar toda la educación en el interés, que la educación del sentimiento del deber se hallaba frecuentemente en contradicción con el interés del niño, en particular tal como lo entendía él mismo. A mi juicio, se imponía la educación de un ser resistente y fuerte, capaz de ejecutar incluso un trabajo desagradable y fastidioso si lo requerían los intereses de la colectividad. (Libro primero, capítulo 17)
Defensa de la instrucción militar
No sé por qué —probablemente por un instinto pedagógico ignoto para mí—, me aferré a la instrucción militar. (...) Después del trabajo, dedicábamos todos los días una o dos horas a esos ejercicios, en los que participaba toda la colonia. (...) A los muchachos les gustaba mucho todo esto, y pronto tuvimos fusiles de verdad, porque se nos aceptó con alegría en las filas de la instrucción militar general, ignorando artificialmente nuestro tenebroso pasado de infractores de la ley. Durante la instrucción, yo era severo e inflexible como un auténtico jefe; los muchachos aprobaban plenamente tal actitud. Así sentamos el comienzo del juego militar, que debería ser más tarde uno de los motivos fundamentales de toda nuestra vida.
Yo observé ante todo, la influencia positiva que ejercía el porte militar. Cambió por completo el aspecto del colono: se hizo más esbelto y más fino, dejó de recostarse en las mesas y en las paredes, podía mantenerse libre y airoso sin necesidad de soportes. Ya los nuevos colonos empezaron a distinguirse notablemente de los viejos. Hasta el propio andar de los muchachos se hizo más seguro y más flexible; ahora iban con la cabeza erguida y empezaban ya a echar al olvido su costumbre de tener siempre metidas las manos en los bolsillos. (...)
Por aquel tiempo, precisamente, fue introducida en la colonia la regla de responder a cada orden, en señal de aquiescencia y de conformidad, con las palabras “a la orden”, contestación magnífica que se subrayaba con el amplio saludo de los pioneros. (Libro primero, capítulo 23)
¿Qué importa ser o no culpable?
—A ti se te dirá: estás arrestado, y tú responderás: ¿Por qué? Yo no soy culpable.
—¿Y si, efectivamente, no soy culpable?
—¿Ves cómo no lo entiendes? Tú crees que el no ser culpable tiene una enorme importancia. Pero cuando seas colono, entonces comprenderás otra cosa... ¿cómo explicártelo?... Comprenderás que lo importante es la disciplina y que la cuestión de si eres o no culpable, no es, en realidad, un asunto de tanta importancia. (Libro tercero, capítulo 9)
—¿No lee usted literatura pedagógica? ¿Está usted hablando en serio?
—Hace ya tres años que no la leo.
—Pero, ¿cómo no le da vergüenza? Y, en general, ¿lee usted?
—En general, no leo y no me da vergüenza, téngalo en cuenta. Y me dan mucha pena los que leen literatura pedagógica.
Anton Makarenko (1888-1939) fue un pedagogo ruso-ucraniano que se centró con éxito en la recuperación de jóvenes delincuentes durante la época estalinista. Y nos cuenta sus experiencias, con gran viveza, en la obra que presentamos. Sus planteamientos y prácticas educativas nos pueden parecer sugestivas, atroces, admirables y totalitarias, todo ello sucesivamente o a la vez. Le admiramos en su tenacidad para propiciar el crecimiento interior de sus muchachos, su esfuerzo en desarrollar una comunidad cooperadora... Desconfiamos cuando ideologiza su labor, y la hace descansar sobre el rechazo al otro (delincuente, kulak o saboteador). Rechazamos su defensa de la violencia y de la militarización de la vida social... Pero es que el valor de esta obra trasciende a lo pedagógico: página a página cobra vida el comunismo soviético, en su amalgama de grandes proyectos, un activismo enfebrecido acompañado de una burocratización creciente, unas resistencias persistentes a la colectivización (en la producción, pero también en las mentes y comportamientos) que generan represión y militarismo, y en último término el predominio de la ideología sobre la materialidad de la vida corriente.
Unos pocos párrafos pueden mostrarnos la riqueza y ambivalencia del Poema pedagógico.
Pedagogía y técnica:
¿Por qué estudiamos en los centros de enseñanza técnica superior la resistencia de los materiales y, en cambio, no estudiamos en los institutos pedagógicos la resistencia de la personalidad cuando se la empieza a educar? Sin embargo, para nadie es un secreto que esta resistencia se produce. En fin, ignoro por qué no tenemos tampoco una sección de control que pudiera decir a los diversos chapuceros pedagógicos:
—El 90% de su producción, amiguitos, es defectuosa. Ustedes no han hecho una personalidad comunista, sino una porquería, un borrachín, un holgazán y un codicioso. Hagan el favor de pagar de su sueldo. (...)
Desde las cimas de los despachos olímpicos no se disciernen los detalles y los fragmentos del trabajo. Desde allí se ve tan sólo un mar infinito de infancia sin fisonomía, y, mientras tanto, en el propio despacho se exhibe el modelo de un niño abstracto, hecho de los materiales más ligeros: ideas, papel impreso, sueños irreales. (Libro tercero, capítulo 10)
Disciplina
En mi informe acerca de la disciplina yo me había permitido poner en duda el acierto de tesis que entonces eran reconocidas generalmente y que afirmaban que el castigo no hace más que educar esclavos, que se debía dar libre espacio al espíritu creador del niño y, sobre todo, que era preciso hacer hincapié en la auto organización y en la autodisciplina. Me permití sostener el punto de vista, para mí incuestionable, de que, mientras no existiera la colectividad con sus organismos correspondientes, mientras faltasen la tradición y los hábitos elementales de trabajo y de vida, el educador tendría derecho a la coerción, a cuyo empleo no debía renunciar. También afirmé que era imposible fundamentar toda la educación en el interés, que la educación del sentimiento del deber se hallaba frecuentemente en contradicción con el interés del niño, en particular tal como lo entendía él mismo. A mi juicio, se imponía la educación de un ser resistente y fuerte, capaz de ejecutar incluso un trabajo desagradable y fastidioso si lo requerían los intereses de la colectividad. (Libro primero, capítulo 17)
Defensa de la instrucción militar
No sé por qué —probablemente por un instinto pedagógico ignoto para mí—, me aferré a la instrucción militar. (...) Después del trabajo, dedicábamos todos los días una o dos horas a esos ejercicios, en los que participaba toda la colonia. (...) A los muchachos les gustaba mucho todo esto, y pronto tuvimos fusiles de verdad, porque se nos aceptó con alegría en las filas de la instrucción militar general, ignorando artificialmente nuestro tenebroso pasado de infractores de la ley. Durante la instrucción, yo era severo e inflexible como un auténtico jefe; los muchachos aprobaban plenamente tal actitud. Así sentamos el comienzo del juego militar, que debería ser más tarde uno de los motivos fundamentales de toda nuestra vida.
Yo observé ante todo, la influencia positiva que ejercía el porte militar. Cambió por completo el aspecto del colono: se hizo más esbelto y más fino, dejó de recostarse en las mesas y en las paredes, podía mantenerse libre y airoso sin necesidad de soportes. Ya los nuevos colonos empezaron a distinguirse notablemente de los viejos. Hasta el propio andar de los muchachos se hizo más seguro y más flexible; ahora iban con la cabeza erguida y empezaban ya a echar al olvido su costumbre de tener siempre metidas las manos en los bolsillos. (...)
Por aquel tiempo, precisamente, fue introducida en la colonia la regla de responder a cada orden, en señal de aquiescencia y de conformidad, con las palabras “a la orden”, contestación magnífica que se subrayaba con el amplio saludo de los pioneros. (Libro primero, capítulo 23)
¿Qué importa ser o no culpable?
—A ti se te dirá: estás arrestado, y tú responderás: ¿Por qué? Yo no soy culpable.
—¿Y si, efectivamente, no soy culpable?
—¿Ves cómo no lo entiendes? Tú crees que el no ser culpable tiene una enorme importancia. Pero cuando seas colono, entonces comprenderás otra cosa... ¿cómo explicártelo?... Comprenderás que lo importante es la disciplina y que la cuestión de si eres o no culpable, no es, en realidad, un asunto de tanta importancia. (Libro tercero, capítulo 9)
Hola, muchas gracias por subir este libro en epub!! Me han hablado muy bien de él :-) Podrías darme algún dato del origen de la traducción del original ruso? No me gustaría leer cualquier traducción. Gracias de nuevo!!
ResponderEliminarHola, muchas gracias por subir este libro en epub!! Me han hablado muy bien de él :-) Podrías darme algún dato del origen de la traducción del original ruso? No me gustaría leer cualquier traducción. Gracias de nuevo!!
ResponderEliminarHola! Hay chance de que lo compartas por otro medio? No puedo entrar a tu Dropbox. Muchas gracias!
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