Juan de Carvajal fue un paje de lanza del joven D. Alonso de Ávalos, marqués del Vasto, sobrino a su vez del marqués de Pescara, al que acompañó en la famosa batalla de Pavía, con la que la naciente monarquía hispánica se afirmó definitivamente en el norte de Italia. Tío y sobrino pertenecían a una aristocrática familia italiana, con raíces en la corona de Castilla (el toledano López de Ávalos, refugiado en Valencia), en la de Aragón (los catalanes Cardona, ya trasplantados a Sicilia), y en el reino de Nápoles (los Aquino, de Pescara). Es por tanto uno de los exitosos linajes hispano italiano que tanto contribuyeron al desarrollo del nuevo imperio.
En cambio, poco es lo que se sabe de Juan de Carvajal. Posiblemente plebeyo, podemos imaginarlo como un uno de tanto jóvenes que ya sea en los tiempos de Alonso V, ya sea en los del Gran Capitán, se lanzaban a la aventura italiana. En ocasiones, a consecuencia de sus dotes o de sus relaciones, lograban situarse a la sombra de un poderoso, como posiblemente hizo nuestro autor de esta semana. Juan de Carvajal participará en toda la guerra de Lombardía, desde el interrumpido ataque a Francia (empresa de Marsella), el sitio de Pavía y las penalidades del ejército hispano-italiano-alemán, contra el muy superior franco-italiano-alemán. Sin olvidar la significativa presencia de franceses en el ejército imperial (el duque de Borbón), y de españoles en el francés. Que así de extranacionalista era la Europa de entonces. Su experiencia y su buena memoria le permitirá narrar, unos veinte años después esta su experiencia de juventud, deteniéndose con morosidad en acontecimientos pequeños y grandes, explicando tácticas (las encamisadas), anécdotas bélicas y de espionaje, y por supuesto, componiendo alambicados discursos y arengas que pone en boca de los principales personajes.
Y tras la vida aventurera, como tantos otros soldados de aquel siglo y del siguiente (Alonso de Contreras, abandonando por un desengaño la milicia para convertirse en ermitaño, aunque temporal), en una época indeterminada, Juan de Carvajal decide «trocar la tumultuosa vida de las armas por la pacífica del claustro», como dicen los editores de la obra que comunicamos. Ingresará en la orden de los dominicos, y pasará a llamarse Juan de Oznaya. Se ignora el discurrir del resto de su vida, pero en 1544, cuando residía en el convento de predicadores de San Ginés de Talavera, se lamenta por «ver un marqués de Pescara tan enterrado en el olvido de los que, cuasi ayer, sus maravillosas hazañas vimos.» Y en consecuencia, redacta esta obra que comunicamos, en la que pone por escrito lo que seguramente había narrado repetidas veces a lo largo de los años. Se conservan varias copias manuscritas, una de las cuales fue aprovechada de modo prácticamente íntegro (así de antiguo es el copy-paste) por Prudencio de Sandoval en su Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V.
A algunos historiadores, como el alemán Konrad Haebler en su Die Schlacht bei Pavia, no les satisfacía en demasía este texto. Así reseñaba esta postura Bienvenido Oliver y Esteller en el Boletín de la Real Academia de la Historia en 1889: «A juicio del Dr. Haebler, la Relación de Oznaya, copiada por Sandoval, no puede inspirar completo crédito, porque fue escrita unos veinte años después de la batalla, cuando los recuerdos de la misma no debían ser muy vivos, y porque era un simple soldado que a lo más podría conocer los hechos parciales en que intervino personalmente, pero muy imperfectamente el conjunto de ellos, ni el pensamiento a que obedecían los movimientos y operaciones de ambos ejércitos.» Un poco excesiva parece la crítica, que se podría extender a casi todas las fuentes históricas.
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