Joaquín Maurín (1896-1973) es una excelente muestra del revolucionarismo español de las primeras décadas del siglo XX. Responsable destacado en la CNT, de la que llegó a ser secretario general, evoluciona hacia el marxismo-leninismo, por lo que estuvo entre los partidarios de su incorporación a la Profintern o Internacional Sindical Roja. El predominio de las corrientes anarquistas de la FAI en el sindicato le llevará a ingresar en el PCE, en el que también ocupará puestos destacados. Tras diversas estancias en la cárcel y en Moscú, acaba siendo purgado y expulsado. La proclamación de la Segunda República llega cuando acaba de formar el Bloque Obrero y Campesino que, tras sucesivas fusiones con otros grupos constituirá el Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM, en el que compartirá el liderazgo con Andreu Nin. Junto con el rechazo a los dirigentes de las demás fuerzas obreras ―el socialismo por reformista, el anarquismo por la debilidad que entraña su antiautoritarismo, el comunismo oficial por su dependencia absoluta ante Stalin (que no por sus políticas y acciones)― abogan por la Alianza Obrera desde las bases que cree plasmada en el fracaso octubre del 34 asturiano.
«El análisis que el carismático Maurín realizó de la situación apareció en su libro Hacia la segunda revolución, publicado en abril de 1935. En él, afirmaba que España pronto alcanzaría unas condiciones propicias para la revolución, y entonces se hallaría en una mejor situación que la de Rusia en 1917, porque los trabajadores españoles, en un país europeo occidental, poseían una mayor tradición democrática, y por ello podían aportar la democracia a la revolución, apoyados todavía más por el hecho de que existía una mayor conciencia revolucionaria entre la población rural (al menos en la mitad sur del país) de la que había habido en Rusia. Así, mientras Lenin había tenido que renunciar a cualquier posibilidad de mantener una dictadura de tipo democrático, el proletariado español era, en proporción, más numeroso y maduro. En España, el proletariado tendría como tarea completar con rapidez la fase final de la revolución democrática y llevarla, de manera casi inmediata, a la socialista, de modo que pronto se convertiría en una revolución democrática socialista.» (Stanley G. Payne, El colapso de la República)
En cierta medida, el pronóstico se cumplió, incluyendo la guerra que considera necesaria. La fracasada rebelión militar de julio de 1936 propiciará la revolución social en la zona republicana, en la que de facto se establecerá un dominio de facto de las fuerzas obreras hasta cierto punto coordinadas, mientras que las denominadas burguesas tendrán un papel cada vez más testimonial: la Alianza Obrera sustituye en la práctica al Frente Popular. Y sin embargo el POUM, el partido comunista independiente que más ha propugnado aquella, se convertirá en la principal víctima revolucionaria de la revolución. Nos lo narró con tino y desconcierto George Orwell en su Homenaje a Cataluña. Sin embargo, Joaquín Maurín no conocerá los sucesos de mayo de 1937 hasta mucho después. El estallido de la guerra civil le sorprenderá en Galicia, y tras unos meses quedará encarcelado por las autoridades militares. Muchos años más tarde, poco antes de su fallecimiento en el exilio, lo cuenta en sus inacabados Recuerdos, que también incluimos en esta edición.
Portada de un folleto del POUM, febrero 1936 |
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