lunes, 2 de septiembre de 2024

Alejandro Manzoni, Historia de la columna infame

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Friedrich Spee von Langenfeld (1591-1635), jesuita alemán, fue uno de los primeros intelectuales que condenaron la tortura en los procedimientos judiciales, en una época en que su uso era común en la mayor parte de Europa. En su Cautio criminalis circa processus contra sagas (1631) escribió el siguiente párrafo, luego muy difundido en los territorios hispánicos, gracias a su inclusión por Benito Jerónimo Feijoo en el tomo sexto de su Teatro crítico universal (1734):

«¿Para qué fatigarse en buscar con tanta solicitud a los hechiceros? Yo os mostraré dónde se encuentran. Prended a los capuchinos, a los jesuitas, a todos los religiosos; sometedlos a cuestión de tormento, y veréis cómo confiesan que han incurrido en el crimen de hechicería. Si algunos negaren, reiterad el tormento tres y cuatro veces, que al fin confesarán. Raedles el pelo, exorcitadlos, repetid la ordinaria cantinela de que el demonio los endurece; proceded siempre inflexibles sobre este supuesto y veréis cómo no queda uno solo que no se rinda. Hartos hechiceros tenéis ya; pero si queréis más, prended a los obispos, canónigos y doctores: con la misma diligencia lograréis que confiesen ser hechiceros; porque ¿cómo podría resistir la tortura esta gente delicada? Si todavía deseáis más, venid acá, yo os pondré a vosotros mismos en el tormento y confesaréis lo mismo que aquéllos. Atormentadme luego vosotros a mí, y no hay duda que resultaré también reo del mismo delito por confesión propia. De este modo todos somos hechiceros y magos.»

Aunque Spee se refiere a la inicua persecución contra la brujería que obsesionaba a buena parte de la Cristiandad desde hacía algo más de un siglo, su crítica era generalizable a otros muchos casos, ya que los tormentos eran usuales en muchos procedimientos judiciales. De todos modos, existía una considerable diferencia en su aplicación según países, jurisdicciones, costumbres legales, y las mismas circunstancias concretas en que se debían aplicar.

Por la misma época en que se publicaba la obra del jesuita alemán, el Milanesado estaba azotado por una gravísima epidemia de peste, con incontables muertes y la consiguiente alarma social. Para calmar la agitación, las autoridades se sintieron impelidas a descubrir y condenar unos supuestos responsables, acusados de provocar la peste mediante malignos ungüentos que, impregnando calles y casas, habrían extendido el contagio a toda la población. Sospechas y acusaciones sin fundamento llevarán ante la justicia a un cabeza de turco, uno de los muchos comisionados de sanidad reclutados con urgencia por la epidemia. Y el uso indiscriminado, e incluso ilegal, de la tortura en los consiguientes interrogatorios, en busca de cómplices, le hará implicar a más inocentes: un barbero como responsable de la fabricación de los untos, conocidos varios, hasta alcanzar a un capitán hijo del castellano de Milán…

Pues bien, Alejandro Manzoni que desarrolla parte de la trama de su famosa novela Los Novios durante la epidemia, preparó este ensayo histórico sobre dicho escandaloso proceso, que incorporará como apéndice a su novela a partir de la edición corregida de 1842. La titula La Columna Infame, en referencia a la que se erigió, para perpetua memoria, en el solar en el que se alzaba la casa del barbero citado, derruida por sentencia judicial. Una lápida recordaba los delitos y las atroces condenas impuestas a los acusados. El monumento fue eliminado en 1778.

Los vergonzosos métodos de indagación judicial que aquí se recogen no son, sin embargo, excepcionales en la historia. Hemos visto casos semejantes en Seis renegados ante la Inquisición, de Bartolomé y Lucile Bennassar, y en el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire. Y podríamos señalar paralelos con los juicios de Salem (1692) o los del complot negro de Nueva York (1741), a los que tendremos que volver en alguna ocasión.

Grabado de la época

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