viernes, 13 de abril de 2018

Homero, La Ilíada


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Jacob Burckardt, en su monumental Historia de la cultura griega publicada en el penúltimo y nacionalista y liberal cambio de siglo, escribía: «A todos los pueblos jóvenes les proporciona la poesía mítica la posibilidad de vivir en lo durable y permanente, en la imagen iluminada de la nación; pero especialmente debieron los griegos esta vida a su Homero. Por eso tampoco en ninguna nación tuvo jamás un poeta tal posición entre viejos y jóvenes. Dice hermosamente Plutarco: “Homero solo ha triunfado sobre la variabilidad del gusto de los hombres; es siempre nuevo y de placentera hermosura juvenil” (…) Pero su fuerza se hizo incalculable cuando, de modo reconocido, se convirtió en el principal medio de educación de la nación a partir de la juventud. Los griegos son quizá la única nación culta que ya a los niños les ofrecía una imagen del mundo, éticamente muy libre y ―a diferencia de los libros de Moisés y el Shah Name― teológica y políticamente sin tendencia, contra lo cual Pitágoras, en seguida Jenófanes y (en los dos primeros libros de su República) Platón, más tarde, se levantaron; y así Homero les ha creado, no sólo los dioses, sino esencialmente mantenido o despertado en ellos la libertad humana. Es verdad que además de él se empleaban en la educación de la juventud poesías escogidas; pero La Ilíada y La Odisea eran con mucho las materias principales (…)

»Homero es para los griegos la fuente de las cosas divinas y humanas, en amplio sentido su código religioso, su maestro de guerra, su historia antigua, con la que aun más adelante se enlaza toda historia, y también suele referirse a él toda geografía; es para ellos mucho más de lo que hubiera podido ser un escrito y garantizado canto religioso, Hasta los literatos posteriores de época imperial, incluso hasta muy dentro ya de la época bizantina, llega un continuo estudio sobre él, crítico, estético, arqueológico, lingüístico. Se estudia su manera de designar las cosas y se busca explicar los pasajes oscuros, que no faltan, en lo que, desde luego, cuando no se sabe nada seguro, como Estrabón dice en una ocasión de éstas, se deja a veces obrar libremente a la fantasía. Había gentes que en cuestiones discutidas sólo a él seguían, y el mismo Estrabón encuentra necesario, con ocasión de una cita del catálogo de las naves, subrayar que se debe exponer la realidad, y sólo traer a colación las palabras correspondientes del poeta en cuanto convengan con aquélla; antes había sido su predominio en la educación tan grande, que toda afirmación se la creía confirmada cuando nada contradecía a la tan creída afirmación homérica sobre el asunto.»

Publicamos la atractiva traducción que publicó Luis Segalá y Estalella (1873-1938), también autor de una versión en catalán.

Eric Shanower, ilustración para su monumental Age of Bronze.

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