Gallés, Retrato de desconocido, 1842 |
Joaquín del Castillo y Mayone fue un maestro de primeras letras barcelonés que vivió en la primera mitad del siglo XIX. Extremado liberal y acérrimo anticlerical, fue un prolífico autor de muy diversas obras que se pueden agrupar en tres campos diferenciados: la ficción, con novelas sentimentales un tanto al viejo gusto dieciochesco, como La prostitución o Consecuencias de un mal ejemplo (1833), Viage somniaéreo a la Luna o Zulema y Lambert (1832); la didáctica, como Arte metódico de enseñar a leer el español en 41 lecciones (1847), Ortografía de la lengua castellana para uso de toda clase de personas, con reglas particulares para los catalanes, valencianos y mallorquines, deducidas de su propio idioma, y observaciones sobre los escollos en que peligran y pueden evitar (1831); y la política, como Los exterminadores o planes combinados por los enemigos de la libertad (1835), Frailismonia o Grande Historia de los Frailes (1836, en tres tomos), la obra que presentamos y muchas más. Ana Rueda analizó una de las novelas sentimentales de Castillo en un interesante artículo.
En Las bullangas de Barcelona (1837) el autor nos narra los siete graves motines que habían tenido lugar en la capital catalana a partir del verano de 1835: la matanza de frailes y quema de conventos, el asesinato del general Bassa, el incendio de la fábrica de Bonaplata (que naturalmente condena con firmeza), el linchamiento de los presos carlistas de la Ciudadela y otras cárceles, la sublevación de las milicias nacionales… Asistimos al conflictivo pero definitivo tránsito del viejo al nuevo régimen, con la lucha sin cuartel entre moderados y progresistas, enfrentamiento que se prolongará durante toda una generación, y que sólo se solventará con la Restauración. Del Castillo es, naturalmente, liberal exaltado, moteja de aristocráticos a los moderados, considera a los suyos como los auténticos representantes del pueblo, justifica siempre intenciones y acciones de los propios, y condena siempre las de los ajenos.
Poco después, y desde una postura contrapuesta, Jaime Balmes afirmaría en 1844: «Durante la revolución que nos aflige desde 1833 ha representado Barcelona un papel muy diverso del de las otras ciudades, ya sea entrando de lleno en las ideas revolucionarias, ya sea contrariándolas con más energía que en otros puntos: esto no carece de causas que conviene examinar.» Posteriormente en el artículo de ese mismo año titulado Rápida ojeada sobre las revueltas de Barcelona desde 1833 y examen de sus causas señaló lo siguiente: «La reforma, o sea la revolución, era en aquella época popular en Barcelona; no era sólo la hez del pueblo la que tomaba parte en el bullicio, eran también las clases acomodadas, eran las personas más ricas, así de la clase de propietarios como pertenecientes a la industria y al comercio. Los literatos y todas las profesiones científicas participaban generalmente del movimiento; por manera que, si bien en la ciudad había no pocos que miraban con desconfianza el giro que iban tomando las cosas y auguraban desgracias para el porvenir, no obstante se veían precisados a ocultar sus temores en el fondo de su pecho, y no se atrevían a manifestar su opinión sino en las expansiones de la amistad y de la confianza.
»Cuando sobrevinieron los desastres de 1835, el incendio de los conventos, el asesinato del general Bassa, el furor contra el general Llauder, poco antes objeto de tan solemne ovación, y el desbordamiento universal de las ideas y pasiones revolucionarias, todavía era mucha la popularidad que disfrutaban en Barcelona las medidas extremadas; y no son pocos los que actualmente se avergüenzan de haberse complacido en el fondo de su corazón en los horribles crímenes de aquellos días de infausta memoria, ya que de una manera más o menos directa no contribuyeran a consumarlos. Sin embargo, preciso es confesar que el horror de aquellos días aterró a los tímidos, desengañó a los sencillos e incautos e inspiró serias reflexiones a cuantos, no teniendo bastante valor para retroceder en el camino del mal, conservaban, empero, la honradez necesaria para no poder constituirse en defensores de atentados que escandalizaban a la culta Europa y lastimaban todos los sentimientos de humanidad.»
2. Cuartel de Atarazanas.
3. Parroquia de Santa Mónica.
4. Café de la Noria, primer batallón nacional y muchos individuos de otros, con la bandera.
5. Casa Teatro.
6. Lanceros nacionales.
7. Plana Mayor
8. Cañones.
9. Mozos de Escuadra.
10. Batallón 10 de nacionales.
11. Fuente del Viejo.
12. Pueblo que huye.
13. Caballero Gobernador.
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