lunes, 11 de septiembre de 2023

Eugenio de Aviraneta y Tomás Bertrán Soler, Mina y los proscriptos deportados en Canarias por abuso de autoridad de los Procónsules de Cataluña

Aviraneta

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Continuamos una semana más con los testimonios de revolucionarios que participaron en distintos grados en los motines de la Barcelona entre 1835 y 1838. Ya hemos visto el de Castillo y Mayone y el de Xaudaró, y hoy agregamos los del todavía famoso (gracias sobre todo al talento literario de su lejano pariente Pío Baroja) conspirador Eugenio de Aviraneta (1792-1872), aunque éste sólo tomó parte en los sucesos de enero de 1836, de forma limitada en las matanzas generalizadas de prisioneros carlistas, y con mayor protagonismo en el subsiguiente pronunciamiento fallido por la Constitución de 1812. De hecho sus escritos se centran más bien en las consecuencias de esta bullanga: su deportación a Canarias y su rompimiento con sus anteriormente socios políticos: Mendizábal, Espoz y Mina… También disponemos ya de voces críticas sobre los motines de Barcelona, como la de Balmes, Pirala o De la Fuente.

Aviraneta se autorretrata así en su Vindicación: «Se me ha echado en cara de que he sido conspirador. Lejos de negarlo, lo he confesado de palabra y por escrito, pues no tenía de qué avergonzarme. Yo conspiré antes y después de la muerte del rey a favor de la libertad y contra Cea Bermúdez, que sólo quería despotismo ilustrado. En aquella época trabajé con pocos, porque a muchos que ocupan hoy altos puestos y que cacarean valor y patriotismo, se les hubiera arrugado el ombligo al solo nombre de conspiración. Conspiré en julio de 1834 contra el Estatuto porque nunca entraron en mis principios los que encerraba aquel documento: he sido y soy consecuente. Conspiré en agosto de 1835 en la cárcel de corte porque estaba preso, el preso desea su libertad, y era sabedor del destino que me preparaban aquellos mismos hombres, que si durmieron tranquilos en sus camas, lo debieron a mi silencio. Yo fui el autor del plan… El año pasado después de los acontecimientos de Málaga, contribuí en Andalucía al restablecimiento del código de 1812 y para que se convocasen las cortes constituyentes. Reunidas, y decretada la constitución vigente, acabó mi carrera de conspirador o de sempiterno revolucionario como se me ha apellidado.» Esto lo escribía en 1837, y aun le quedaba por delante una larga y controvertida carrera...

Ahora bien, las opiniones de sus contemporáneos son variadas, aunque quizás predominan las negativas, independientemente del posicionamiento político de su autor: así el esparterista Flores: «Aviraneta, a quien da la fama, y él más que la fama, donosa celebridad en el arte de conspirar...» En el Suplemento a las Memorias del general Espoz y Mina, a cargo de su viuda Juana María de Vega, se le alude patentemente aunque sin nombrarlo: «Instigados por hombres pertenecientes a sociedades secretas, que unos existían ya en la ciudad, y otros aparecieron en ella en los momentos en que vieron ausente al General en jefe… pero que llegados a ellos el momento de operar, no tuvieron espíritu para presentarse al frente de su obra, como había ya sucedido en otras semejantes y en distintas épocas. Hay cierta clase de hombres de intriga que, si bien tienen ardid para comprometer a incautos, nunca han mostrado capacidad, o sea valor, para arrostrar personalmente los peligros que es preciso correr en los grandes compromisos.»

En la Continuación de la Historia general de España de Lafuente, Valera, Pirala y Borrego escriben: «El otro inspirador de la sociedad Isabelina era un personaje digno de estudio: don Eugenio Aviraneta hallábase dotado de una organización que hacía de su inteligencia una máquina siempre dispuesta a conspirar, hombre cuya inventiva y cuyos recursos no conocían límites en cuanto a organizar trabajos colectivos, salvar dificultades y encontrar salida a los más comprometidos lances; y para completar el cuadro de tan singular figura, debe añadirse que, al mismo tiempo que perpetuo fautor de intrigas, Aviraneta era un hombre de convicciones y además probo.» «Aviraneta reunía todas las cualidades propias de un amaestrado profesor en el arte de las conspiraciones. Fecundo inventor de combinaciones dirigidas a envolver en el misterio los manejos de las sociedades secretas… Aunque revolucionario de oficio, no era Aviraneta partidario de la anarquía, y sólo apelaba a sus efectos como medio de dividir a los adversarios que se proponía desorientar primero para arruinarlos después.» «Consumado maestro en el arte de las conspiraciones… aquel infatigable agente de combinaciones de índole revolucionaria, pero que sabía adaptar al servicio de contrarias ideas e intereses...»

De la Fuente, más ácido, que suele repartir mandobles a tirios y a troyanos, valora su prisión en Barcelona señalando que «Al pobre D. Eugenio le sucedían chascos pesados en sus conspiraciones, y semejante a D. Quijote, siempre salía apaleado de sus empresas de caballería, concluyendo estas con un folleto de sic vos non vobis, en que declaraba parte de sus proezas mal comprendidas y peor pagadas; y el público se reía de ver a un encantador mordido por su culebra.» «Como dice nuestro célebre dramático Alarcón, en boca del embustero la verdad es sospechosa. Líbreme Dios de calificar de tal a D. Eugenio Aviraneta, que no me gusta usar de semejante calificaciones; pero es lo cierto que los progresistas le han negado toda importancia, que los moderados la rebajan mucho, y los carlistas, admirados de ver cuán sobornable era su gente, cuán tontos sus jefes, y cuánto pícaro sin Dios ni religión había entre los defensores del Altar y el Trono, tampoco se han mostrado dispuestos a creer las revelaciones de Aviraneta.»

En su folleto Vindicación de D. Eugenio Aviraneta de los calumniosos cargos que se le hicieron por la prensa, con motivo de su viaje a Francia en junio de 1837 en comisión del gobierno, y observaciones sobre la guerra civil de España y otros sucesos contemporáneos (Madrid 1838), el autor se refiere fundamentalmente a su actuación de espionaje o conspiración, contra o con los carlistas, en el norte de España y en Francia. Sin embargo alude repetidamente al motín de Barcelona de enero de 1836, y las consecuencias que tuvo para él. Entresacamos estos pasajes para así completar lo que escribió en el folleto Mina y los proscriptos. Resulta interesante comparar ambos, y descubrir diferencias de tono, juicios y valoraciones entre uno y otro.

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